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La muerte de Amilcar Barca - Arístides Mínguez - Zenda
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La muerte de Amílcar Barca

Campamento cartaginés ante los bastiones de Helike, actual Peñarrubia, Elche de la Sierra (Albacete), 228 a.C. Se lo habían ofrendado, diciendo que se llamaba gazpachos, como manjar principesco. Lo probó con cautela, mientras que su hijo Asdrúbal era incapaz de ocultar una mueca de asco. Su primogénito, Aníbal, comió hierático su ración. ¡Por Baal! Estaba...

Campamento cartaginés ante los bastiones de Helike, actual Peñarrubia, Elche de la Sierra (Albacete), 228 a.C.

Les habían repartido un engrudo con carne de caza menor deshuesada y desmenuzada, servido en un pan que sólo tenía corteza. Su aspecto era repugnante, pero no quería ofender al caudillo de la mesnada ibera que lo ayudaba en el asedio a esa maldita Helike.

Se lo habían ofrendado, diciendo que se llamaba gazpachos, como manjar principesco. Lo probó con cautela, mientras que su hijo Asdrúbal era incapaz de ocultar una mueca de asco. Su primogénito, Aníbal, comió hierático su ración. ¡Por Baal! Estaba delicioso. Las hierbas montaraces realzaban el sabor del conejo, liebre, perdiz y paloma torcaz. Repitió cinco veces. Asdrúbal se hizo servir seis.

El vino era clarete. Mucho más flojo que el recio tinto al que estaba acostumbrado.

Amílcar Barca, general de los cartagineses en I-span-ya, Tierra de Conejos, sonrió satisfecho. Sobre él, miríadas de estrellas. A su vera, sus dos vástagos mayores. Aníbal, una encarnación de sí mismo, a pesar de que apenas tenía 19 años, había dado muerte a una treintena larga de enemigos. Asdrúbal, con 17, tenía mucho que aprender de su hermano. Una punzada de dolor le sobrevino desde su más reciente herida: un maldito ibero le había ensartado el muslo con un soliferreum, lanzado desde las murallas de Helike en el último asalto que sus tropas lanzaron para tratar de tomar aquel infame poblado.

"Sólo era accesible por el lado norte, pero una recia muralla y el arrojo de sus defensores la mantenían a salvo"

Amílcar volvió a mirar la imponente peña sobre la que se erguía Helike, ese villorrio fronterizo entre contestanos y bastetanos que osaba plantar resistencia al poder de Cartago en aquellas tierras perdidas de la memoria de Tanit. Helike se asentaba sobre un cerro amesetado, protegida en tres lados por impresionantes paredes de varios centenares de pies de altura. Sólo era accesible por el lado norte, pero una recia muralla y el arrojo de sus defensores la mantenían a salvo. La habían asaltado varias veces. En vano. Él mismo encabezó los dos más recientes asaltos, siendo herido en el último.

Decidió enviar al grueso de sus tropas con los elefantes a Akra Leuke para que invernaran allí y volvieran con el buen tiempo, trayendo materiales de asedio. No dejaría a nadie con vida: crucificaría a los guerreros y al resto lo despeñaría por lo más abrupto de aquella peña a la que llamaban la Rubia, por su color rojizo. Abandonaría sus cuerpos como pasto de las alimañas, para que sus almas tampoco hallaran consuelo en ultratumba. Todos los pueblos de I-span-ya tenían que darse cuenta de cómo pagaban los Barca a los que osaran hacerles frente.

Él se había quedado al mando de las pocas tropas necesarias para el sitio. Había enviado mensajeros a los iberos ya sometidos, a fin de que contribuyeran al próximo asalto. La tarde antes llegó el régulo de los oretanos, Orisón, con 100 jinetes y 200 infantes. Aunque sabía que los oretanos odiaban a los contestanos, no se fiaba del todo. Mandó que acamparan a una decena de estadios.

Amílcar hizo una seña a una de las bailarinas gaditanas que amenizaban sus noches. Ishtar le estaba calentando la sangre. Aquella gaditana era fuego. Se despidió de sus hijos y entró en su tienda seguido por la danzarina.

Apenas había satisfecho a la diosa de la pasión, cuando lo sobresaltaron unos gritos. Por la zona por donde acampaban los oretanos se aproximaba un horrífero clamor.

Su guardia lo rodeó. Aníbal apareció ciñéndose su coraza y empuñando una falcata. Un jinete se le aproximó: los oretanos habían conseguido reunir unos mil guerreros y lanzaban contra ellos a centenas de toros enloquecidos con antorchas en los cuernos, arrastrando carros incendiados.

¡Por Melkart! Tenía que poner a salvo a sus hijos. No podía consentir que aquellos salvajes privaran a Cartago de la simiente de los Barca.

"Los oretanos cabalgaron tras él. Sus hijos estaban a salvo"

Ordenó a Abartiaigis, el jefe de sus guardaespaldas, que condujera a sus hijos hacia Akra Leuke. Aníbal quiso permanecer junto a su padre, mas una mirada de éste lo disuadió.

Un escuadrón de caballería oretana se desgajó de la barahúnda que asaltaba el campamento buscándolo a él. Cuando se apercibió de que sus hijos habían huido en dirección contraria al Alebo, al que los pútridos romanos llamaban Thader en su bárbara lengua, Amílcar se dirigió con su guarda libia y celtíbera hacia el río, a muy pocos estadios.

Los oretanos cabalgaron tras él. Sus hijos estaban a salvo.

Gracias a Hyrum, su fiel corcel, cada vez aumentaba más la distancia con sus perseguidores. Aun así lo alcanzó una partida de diez oretanos. Les hizo frente rugiendo como el rayo que albergaba, él solo frente a diez. Abatió a cinco antes de que su escolta acudiera a socorrerlo. La herida volvió a sangrarle: lo abrasaba como hierro candente. No le prestó atención. Espoleó a su corcel hasta el río, que bajaba crecido y tumultuoso por las últimas lluvias. Hyrum ya había cruzado la mitad del Alebo, cuando algo lo asustó y se encabritó, cayendo sobre su jinete.

En las gélidas aguas del Thader, exhaló su último aliento Amílcar Barca, el Señor del Rayo, la semilla de los Barca, que tantas desdichas habría de acarrear sobre Roma.

En septiembre de 1966, a lomos de una Bultaco de segunda mano, mis padres llegaron a Peñarrubia, llevándome mi madre en brazos con tres meses, envuelto en una toquilla que ella había bordado bajo la supervisión de su madre. Mi padre, Maestro Nacional desde hacía unos años, había obtenido en aquella aldea de Elche de la Sierra, encaramada en las crestas de la Sierra del Segura, su primer destino en propiedad. La aldea estaba enclavada en un entorno de una belleza natural besada por los dioses, pero por desgracia estaba olvidada por los políticos. El río Segura retoza galán, liberado de los diques de la presa del pantano de la Fuensanta, y acoge en su regazo las aguas del Taibilla, en un paraje idílico al que conocen como Las Juntas.

"Los cronistas hablan de que el Barca murió al cruzar un río, huyendo del ataque del rey de los orisones, mientras asediaba el oppidum de Helike"

Allí, en las casas de los maestros y en las escuelas unitarias, pasé mis primeros nueve años, en una infancia libre y feliz, bajo la amorosa supervisión de mi perra Diana, una podenca que me adoptó como un cachorro, y el consejo de las matronas y ancianos que se sentaban en la pareta que protegía esa parte de la aldea de la rambla. A lo lejos la Piedra, una imponente peña de color rojizo que daba nombre a la aldea, parecía velar por sus vecinos, amamantándolos con su presencia.

Para mi desbordada imaginación la Piedra era un sitio mágico: en su cima contaban que había habido un poblado íbero, y algunos vecinos le habían enseñado a mi padre monedas romanas que habían encontrado allí. Hasta aseguraban que en alguna oquedad oculta de la misma los moros habían enterrado un tesoro. Tales leyendas alimentaron mi amor por la Antigüedad.

En 1975 le cerraron la escuela a mi padre: apenas quedaban ya niños. La dureza de aquellas tierras, donde sólo el esparto, las hierbas aromáticas y unos pocos almendros, olivos y viñedos daban para ganar un mísero sustento, había obligado a emigrar hasta la costa levantina a quienes aspiraban a una vida mejor.

Nos trasladamos a Elche de la Sierra, en el que residí otros ocho años. A un par de kilómetros del pueblo, bajando hasta el río Segura, frente a otra ciclópea roca, la Peña de san Blas, al costado de la aldea de Villares, a quien dicen que los godos llamaron Gutar, la tradición popular situaba la tumba de Amílcar Barca.  Entre los siglos XVIII y XIX algún erudito local había unido las escasas referencias a la muerte del padre de Aníbal Barca en las fuentes grecolatinas (Diodoro, Polibio, Tito Livio, Apiano, Zonaras y Frontino) con el hallazgo de dos tumbas antropomorfas excavadas en la roca.

Los cronistas hablan de que el Barca murió al cruzar un río, huyendo del ataque del rey de los orisones, mientras asediaba el oppidum de Helike. Durante mucho tiempo se identificó esa Helike con la Ilici (La Alcudia, Elche) donde apareció la Dama. En mis años de instituto yo me mofaba de mis amigos que decían, basándose en que el pueblo también se llamaba Elche y que “de toda la vida” a aquel paraje se lo conocía como la Tumba de Amílcar Barca, que Helike estaba allí. Poco les importaba que les dijera que en vez de una tumba había dos y, sobre todo, que los cartagineses no enterraban a sus muertos. Que esos enterramientos parecían ser medievales, tal vez visigodos o musulmanes, a falta de una excavación que los pusiera en contexto. Ellos contraargumentaban que Amílcar no se pudo morir al cruzar el Vinalopó, el río que circunda la Elche alicantina, porque apenas lleva agua.

"Así pues, las últimas tendencias en historiografía quieren localizar la Helike asediada por Amílcar en las inmediaciones de Villares o en la Piedra de Peñarrubia"

Cada uno seguimos encastillados en nuestros bastiones, hasta que la vida me obligó a abandonar mi pueblo para seguir estudios universitarios. Tardé lustros en volver. Mientras tanto me fui formando en todo lo referente al mundo grecolatino, haciendo especial hincapié en la Historia Antigua. Para gran pasmo mío, más de un prestigioso historiador, basándose en los últimos hallazgos y catas arqueológicos, comenzó a defender que tal vez la Helike de las crónicas no fuera la alicantina, sino que ésta estaría más bien en tierras albaceteñas.

Según las fuentes, Amilkar mandó el grueso de su ejército a invernar a Akra Leuke, identificada muchas veces con la actual Alicante, aunque hay autores que la sitúan en las inmediaciones del Alto Guadalquivir. Si Akra Leuke estaba en Alicante, ¿cómo iba a construir esta ciudad el Barca tan cerca de una población hostil como Helike? ¿Por qué iba a mandar a invernar a sus tropas a tan pocos estadios de distancia? Entre Elche y Alicante apenas hay unas decenas de kilómetros. Otro argumento de peso: la Helike que los romanos llamarían Ilici estaría en territorio contestano. ¿Por qué iban a acudir en su auxilio los oretanos, tan distantes y enfrentados a los contestanos desde antiguo?

Así pues, las últimas tendencias en historiografía quieren localizar la Helike asediada por Amílcar en las inmediaciones de Villares o en la Piedra de Peñarrubia. En ambas localidades hay yacimientos de cierta entidad de época ibérica. A falta de un estudio más detallado por parte de los arqueólogos antes de que los toperos arramblen con todo lo que queda, no sería tan descabellado, pues, situar allí Helike y que el río en el que se ahogó el cartaginés fuera el Segura, según algunos Theodoros para los griegos, Alebo para los púnicos y Thader para los romanos.

El año pasado, a mis 54 años, volví a subir a la Piedra, acompañado de mis hijos y de mi amigo Ernesto. Hacía casi 40 de mi primera y última visita. Me dejó sin aliento las vertiginosas vistas que desde allí se tienen hacia los calares del Mundo y de la Sima, Nerpio y Letur, e incluso en días claros hasta el pico de La Sagra en Granada,  divisándose también el pantano de la Fuensanta y el puente de la Vicaría a lo lejos.

"Pocos vestigios quedan a simple vista del poblado ibérico. Ernesto me descubrió en las raíces de la peña, a la izquierda, una galería excavada en la roca para extraer agua"

Pocos vestigios quedan a simple vista del poblado ibérico. Ernesto me descubrió en las raíces de la peña, a la izquierda, una galería excavada en la roca para extraer agua. A falta de estudios más rigurosos, unos la atribuyen a los romanos, otros a los moros.

Ernesto y su mujer Pili forman parte de una asociación que quiere poner en valor el legado paisajístico y cultural de su comarca. Mientras me contaba sus planes en la Posada de Peñarrubia, la Ítaca gastronómica que Delfín y su familia regentan a la vera de la iglesia, arrullados por unos inigualables caracoles, arroz con ciervo y boletus y un plato de ajopringue, me surgió la idea de contribuir a su causa de rescatar del olvido y de la incuria administrativa esta tierra, escribiendo este artículo para los lectores de Zenda. Descubrirles la Helike que asedió Amilkar Barca, ya esté en Peñarrubia o en Villares. Animarles a honrar su memoria y la de las gentes que con su sudor labraron estos parajes en su presunta tumba. Beber su recuerdo en las prístinas aguas del Thader.

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NOTA: la primera parte de este artículo vio la luz en el diario La Verdad el 19 de agosto del 2019 gracias al aliento del periodista Manuel Madrid.

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Arístides Mínguez Baños

Arístides Mínguez Baños es profesor de Latín en un instituto público de Murcia. Desde 1996 viene trabajando, además, con grupos de teatro escolar y amateur, para los que escribe y dirige sus propias obras. Tiene publicadas para Ediciones Clásicas dos comedias, El Juicio de Paris (1996) y Caligae Magnificus (2004). Así mismo, la Junta de Andalucía editó una obra colectiva en la que participó con otros dos compañeros, Nuestros paisanos los Romanos, que obtuvo el Primer Premio en el X Concurso Joaquín Guichot. Escribe también los guiones de los vídeos Vivimos con la Filosofía, RomAmor y Gracias, Grecia, este último con más de 700.000 visitas en You Tube. En reconocimiento a esto fue nombrado Ciudadano Honorario de la isla de Quíos e islas Enusas (Grecia). En 2017 publica con Editorial Círculo Rojo Hidria, un cuento mitológico ilustrado por Nùria Castillo.

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