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La mirada desobediente - Zenda
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La mirada desobediente

Una ardiente bruma se divide en seis partes que tratan los leitmotivs más importantes de su obra. Al pasar las páginas del libro se tiene la sensación de recorrer sutilmente el hogar de Emily en Amherst y adentrarse en cada una de sus estancias. En el salón de las pequeñas cosas se percibe cada mínimo...

Entrar en la poesía de Emily Dickinson a través de Una ardiente bruma es adentrarnos en la senda que nos llevará a ver la luz de una dimensión ultrasensorial. El poeta y traductor de esta antología, Lorenzo Oliván, con su habitual destreza para percibir el latido que da vida al poema, no solo ha hecho una selección muy acertada de una de las obras más traducidas de la poesía norteamericana, sino que la ha acompañado con las ilustraciones de la mano simbiótica de Natalia Ranera, ganadora del III Premio Internacional de Ilustración. Hace falta morar en el corazón de Dickinson con el alma a flor de piel para conseguir una edición tan exquisita.

"Llega el momento de coger aire y asomarse al exterior para comprobar que es cierta la luz en su belleza y verdad, y que juntas suman esa libertad absoluta por la que no hay que luchar porque viene de serie"

Una ardiente bruma se divide en seis partes que tratan los leitmotivs más importantes de su obra. Al pasar las páginas del libro se tiene la sensación de recorrer sutilmente el hogar de Emily en Amherst y adentrarse en cada una de sus estancias. En el salón de las pequeñas cosas se percibe cada mínimo detalle con la sencillez de quien desobedece el oficio de mirar cotidiano. Porque Emily no solo posee el talento de hallar en lo simple lo extraordinario, sino que es capaz de cuestionar la simpleza de los significados consensuados por el constructo social y desmontar todas sus teorías (una razón más para consagrarse eternamente como una poeta moderna y completamente actual). En su alcoba reposa, a modo de éxtasis teresiano, su deseo sin anhelo de culminación, como si hubiera gozado todos los idilios del mundo y concluyera que el amor es una invención convencional y la mejor opción es la platónica. Y porque donde hay amor siempre hay dolor, en esa misma alcoba se respira también el largo sufrimiento que le provocó la enfermedad de Bright en su hora de plomo con la resignación de quien ha comprendido que el tiempo no es la sanación sino la misma enfermedad. Llega el momento de coger aire y asomarse al exterior para comprobar que es cierta la luz en su belleza y verdad —se presiente el eco de John Keats—, y que juntas suman esa libertad absoluta por la que (en teoría) no hay que luchar porque viene de serie, el único cuarto mental propio e inexpugnable del que nadie la logró sacar y ni falta que le hizo. Y finalmente volver a entrar para recorrer los pasillos de su poética minimalista repleta de tragaluces, ojos de buey y paredes ocultas que se abren naturalmente como los amaneceres, las rosas o la fruta madura. Allí se percibe lo intangible, la vibración secreta de las cosas y los códigos extralingüísticos con los que nos entendemos los poetas, para hallarla en el rincón sagrado de la muerte, el lugar de los abrigos y el paragüero, donde aguarda su regreso a esa casa intransitada que se yergue más allá del olvido.

"Leámoslo como si diéramos un largo paseo entre la niebla, con pausas, sin prisas, a través de una vereda sensitiva y evocadora"

Cuesta salir de Una ardiente bruma sin los bolsillos del corazón repletos de obsequios y de pájaros, de tacto y de olfato, de oído y de vista. Pero sobre todo de fascinación, con la sensación de haberse llevado algo que nos pertenece y que solo Emily Dickinson podía entregarnos. Un lugar para las pequeñas cosas a donde acudir para retomar el hábito minucioso de la lente de las lupas y los prismáticos. Y la certeza de que el punto de mira está exclusivamente en el epicentro del lenguaje poético y no en el rostro del que lo pronuncia, algo que hoy en día el panorama poético parece obviar enfocando hacia el lugar equivocado del poema donde se pierde todo misterio por evocar. Por eso es necesario clamar al milagro de la creación, el que se transluce en esta antología editada en tapa dura tan cuidadosamente por Lorenzo Oliván y Edelvives, que hacen de este libro nuestra casa, y nos invitan a detenernos de igual modo en sus poemas y en las ilustraciones que los acompañan rememorando un siglo de quietud estética, contemplativa, detallista, noble y reposada, como el trazo limpio y veraz de Natalia Ranera y su cromática austera y bien documentada. Leámoslo como si diéramos un largo paseo entre la niebla, con pausas, sin prisas, a través de una vereda sensitiva y evocadora, ofreciéndonos serenos al capricho de las palabras y su destreza para erizarnos la piel y el pensamiento.

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Autora: Emily Dickinson. Título: Una ardiente bruma. Antología. Editorial: Edelvives. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Beatriz Russo

Beatriz Russo, poeta y narradora, es licenciada en Lingüística Hispánica y magíster en ELE (Enseñanza de Español como Lengua Extranjera). Desde hace más de dos décadas participa en eventos literarios y en festivales de poesía, nacionales e internacionales, en Europa e Hispanoamérica. Ha publicado los libros de poesía: En la salud y en la enfermedad La prisión delicada, Aprendizaje, Universos paralelos, Los huecos de la lluvia, Nocturno insecto, Perfil anónimo, Naobá y los pájaros, La memoria de los grillos, La llama inversa; y la novela Bruna. Su obra aparece en varias antologías y en numerosas revistas literarias tanto impresas como en red.

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