Alguna vez he citado ya la lapidaria valoración del antifranquismo que hizo Rafael Chirbes en una entrevista. “A los que lucharon contra Franco —dijo— no hay que buscarlos en altos cargos en la democracia, sino desgraciadamente en Alcohólicos Anónimos». Ese sentimiento implacable de derrota en el que él mismo se incluía era muy auténtico porque había hecho no pocos esfuerzos por derrotar la dictadura y el saldo suyo y de su generación izquierdista se liquidó en el fracaso de la llamada Transición. Semejante espíritu impregna su obra narrativa y la mayor parte de sus novelas, amén de vertebrar sus muy valiosos Diarios. Pero la labor de Chirbes en pos de su ideario tuvo bastante mayor extensión que lo reflejado en estas obras suyas más conocidas. Se desarrolló con perseverancia y amplitud en diversas publicaciones periódicas, en buena medida de signo contracultural.
Asentir o desestabilizar reúne 105 artículos (y cinco interesantes largas entrevistas, cuatro firmadas en colaboración) aparecidos entre 1975 y 1980 en diversas revistas, con regularidad en Ozono, Saida y Reseña y de manera ocasional en otras varias. Acorde con el espíritu crítico y revolucionario de Chirbes resulta su presencia en las dos primeras, y raro en la otra, la conservadora editada por los jesuitas, pero escribió en ella en una etapa en que mostró un talante crítico. Los textos pertenecen a dos clases muy diferentes: unos se corresponden con los criterios comunes a la reseña literaria —aunque siempre con la impronta de la personalidad— y otros son apuntes, glosas o ensayos acerca de la actualidad cultural. Las reseñas versan tanto sobre autores extranjeros (si bien habla de ellos en menor medida que en los Diarios) como españoles, supeditados a la actualidad editorial. Aquellos suelen coincidir con escritores que encarnan inquietudes próximas a las suyas propias, desde Pavese o Pasolini a Dos Passos. Los escritores nacionales muestran mayor variedad al respecto. También se fija en gentes que fueron modelos éticos y artísticos: el fundamental Pérez Galdós, el reivindicado Max Aub o el seminal Luis Martín-Santos. Otros significan planteamientos literarios que asume casi como propios: los dos Goytisolo narradores o Juan Marsé. A estos los tiene como regeneradores de una literatura embarrada en la precariedad artística de la posguerra o en el seguimiento del realismo social (contra el que lanza duras acusaciones, a pesar del carácter militante de la narrativa de Chirbes; defiende a Lukács pero fulmina el programático libro rescatado de Ralph Fox La novela y el pueblo). En Recuento de Luis Goytisolo señala una de las cumbres de toda nuestra narrativa de posguerra y en la trilogía de Mendiola, de Juan, ve una gran construcción artística al servicio de la denuncia de la España eterna (no deja por ello de objetar alguna reserva formal, y algo presagia, entre líneas, del comentario reticente y decepcionado que le dedica al catalán en los Diarios).
En cualquier caso, nunca hace Chirbes una lectura superficial, de gacetillero de solapa o falta de intención de las obras pues sobre ella planea su concepción de la literatura como un producto cultural de significación histórica. Así, presta gran atención a la forma pero en función de su alcance mayor. Por eso detecta el verdadero alcance de los textos, como ocurre a propósito de la opera prima de José María Merino. No solo ilumina textos literarios, también a veces películas. Ejemplar es su glosa —anécdota y sentido— de Camada negra, “por fin un cine digno”, de Gutiérrez Aragón.
Y alcanza muy equilibradas explicaciones cuando sopesa el sentido de un libro y sus méritos artísticos. Muy bien lo hace a propósito del novel Prometeo Moya y de otros: su plausible coraje no cuaja en un texto satisfactorio, dictamina. Con verdadera perspicacia matiza un libro clásico de la novela social de preguerra, La turbina. César M. Arconada no hizo un relato realista que pudo servir de referente a la novela social del medio siglo (hipotético modelo de Central eléctrica, de Jesús López Pacheco). Más bien le parece una “novela intelectual” en la que las ideas se reencarnan en personajes y situaciones. Esta es su fina y certera conclusión: “Arconada navega entre idealismo y materialismo”.
Las admiraciones y fidelidades tienen un sólido contrapeso en los autores y obras a quienes denuesta sin contemplaciones en una indisociable mezcla de denuncia ideológica —motivada por el oportunismo y travestismo político— y de incompetencia artística. Son varios casos y de ellos se llevan la palma Jorge Semprún y Ramón Tamames, ambos antes comunistas y luego consumados reaccionarios. De Semprún aplaude su opera prima, El largo viaje, pero atiza sin piedad a la planetizada Autobiografía de Federico Sánchez. El “hedor” de este libro, “dentro de la moda de memorias políticas y del anticomunismo”, llega “hasta más allá de lo imaginado” por el crítico. El menosprecio irritado se vuelca sobre Historia de Elio, “el devaneo político-literario” de Tamames, “uno de los productos más claramente fascistas que conozco en literatura castellana” y literariamente “uno de los peores engendros publicados en la España de la guerra”. Niveles de auténtica ferocidad alcanza el comentario de un conjunto de “textos” de Alberto Cardín, Detrás por delante, “todo un museo de los horrores literarios”. Y con despecho trata el ejercicio memorialístico evasivo de Pedro Laín Entralgo en Descargo de conciencia. La obra, dictamina, además de mediocre es plúmbea.
Aunque sin manifestar tanta dureza, tampoco oculta Chirbes en otros casos su desdén hacia protagonistas de la oleada estetizante, elitista y vanguardista que labró la tumba del denostado realismo del medio siglo. Se pronuncia despectivo respecto de las memorias de Carlos Barral, donde descubre que “los dioses del Olimpo tienen los pies de barro y necesitan cambiar de calzoncillos —¡que los usan!— de vez en cuando”. Tira de sarcasmo para referirse a Juan Benet, quien se esfuerza en “mostrarnos que es culto, irónico, QUE TIENE TANTO INGENIO… y que sabe ESCRIBIR” (mayúsculas de Chirbes). Al final, “el lector se aburre, se aburre, se aburre de tanto narcisismo porque no es listo, ni sutil, ni inteligente ni sabe entender el libro de Benet”.
No siempre la mirada analítica de Chirbes fue igual de penetrante o atinada. Despacha La realidad y el deseo de Cernuda con unos párrafos triviales. Es impermeable al fondo poemático de Mortal y rosa y no es capaz de ver otra cosa que apuntes dispersos (“La obra no posee una unidad”). Resulta cruel al decir, respecto del conflicto que motiva la elegía, “que todos los niños acaban muriendo”. Chirbes y Umbral eran satélites literarios que giraban en órbitas alejadas, pero ello no tendría que haberle oscurecido la mirada al grado de afirmar que en esas memorias dolorosas “lo literario se diluye, se confunde, se pierde”. Si algo prima en Mortal y rosa es lo literario. Tampoco anduvo muy fino al pronosticar en la “fallida” La tía Julia y el escribidor la decadencia de Vargas Llosa.
Los comentarios sobre la actualidad cultural respiran un vigoroso y desinhibido intervencionismo con un arrojo insólito. La escandalosa manipulación editorial que antepone puros valores comerciales a los literarios constituye un gran motivo que tiene su diana en el editor Lara, “dueño de Planeta y fantasma al que teme especialmente —y detesta— quien esta crónica escribe”. Singular valentía, rayana en la temeridad, muestra en un comentario sobre El País donde detalla los intereses empresariales y de grupo que lastran la independencia del periódico.
Asentir o desestabilizar es un libro oportuno, no solo un melancólico rescate de textos arrinconados de Chirbes. Resultará de particular interés y provecho a los numerosos seguidores del autor valenciano. Un público más amplio, el de quienes se interesan por el pasado cultural reciente de nuestro país, encontrará una radiografía nítida de las vicisitudes de la Transición realizada desde una combativa y ya no poco derrotista perspectiva contracultural. Y cualquier lector apreciará como un valor incuestionable la explícita confesionalidad que evita lo políticamente correcto y rehúsa ampararse en el distanciamiento de la objetividad crítica. Chirbes recomienda que nadie se gaste las 450 pesetas que cuesta el libro de Laín Entralgo. Yo sí aconsejo desembolsar los 21´9 € que vale el suyo.
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Autor: Rafael Chirbes. Título: Asentir o desestabilizar. Crónica contracultural de la Transición. Editorial: Altamarea. Venta: Todostuslibros.
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