El asesinato serial no es cosa exclusiva de los hombres, aunque el 98 por ciento de estos criminales lo sean. Es el caso de la conocida Mataviejtas, una ama de casa de la Ciudad de México que por las noches se vestía de luchadora para subirse al ring enfundada en su traje de la Dama del silencio y, ya de madrugada, se quitaba todas las máscaras para asesinar ancianas. Como dice Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972), se trata de un personaje real concebido y creado en el corazón más oscuro del alma chilanga, un personaje alimentado por la desigualdad, el resentimiento, el machismo, la corrupción y el culto a la Santa Muerte a partir del cual ha escrito su más reciente novela, Asesina íntima (Almadía), una obra que no busca justificar a esta asesina, sino entender la semilla del problema, ya que Esquinca —autor de novelas como Belleza roja, Toda la sangre o Inframundo; de libros de cuentos como Demonia o mar negro, y del ensayo Carretera perdida. Un paseo por las últimas fronteras de la civilización— reconoce que los asesinos son vistos, metafórica y literalmente, como monstruos; pero un asesino serial, observa, no es un monstruo solitario ni un hongo aislado que crece en una montaña impregnada de mal y veneno, sino una creación que emerge del alma y la naturaleza de sociedades concretas. Así, esta Mataviejitas, a la que se acusó de ser responsable de 40 homicidios y que en la vida real se llamaba Juana Barraza, es fruto de la convulsa sociedad de la Ciudad de México, una persona que tenía una triple vida: como ama de casa madre de siete hijos (uno de ellos asesinado en plena calle); como deportista de lucha libre vitoreada en el ring, y como asesina en serie adoradora de la Santa Muerte; una mujer de madre alcohólica que había sido vendida por tres cervezas a un hombre cuando era adolescente y que para huir de sus frustraciones se transformó en una heroína del ring hasta que ya no pudo hacerlo por unos problemas de espalda y en plena caída psicológica comenzó a matar sin ton ni son, siendo capturada cuando huía del hogar de una víctima de 89 años a quien acaba de estrangular con un estetoscopio. Los 759 años de cárcel a los que fue condenada en realidad no son para ella; son, como refleja la novela de Esquinca, para la sociedad mexicana que sigue engendrando este tipo de personajes.
LA OTRA FIL DE GUADALAJARA
Hay otra FIL en Guadalajara: un encuentro cultural alternativo para escritores y editoriales independientes de distintos países como México, Argentina, Perú, Guatemala, Estados Unidos, Honduras, Nicaragua y República Dominicana, los cuales, por falta de recursos, no pueden tener una distribución masiva o participar de la gran Feria Internacional del Libro (FIL) que se celebra con bombo y platillo en la capital tapatía. Como ha declarado Gabriela Juárez Piña —integrante del Comité Organizador del Festival de Literatura y Arte La Otra FIL, que tendrá lugar del 25 de noviembre al 5 de diciembre en un formato híbrido y gratuito con cuatro foros culturales presenciales en Jalisco: Arcadia (Guadalajara), Galería El Ajolote (Zapopan), Los Ariles (Tonalá) y La Calzada (Guadalajara), y una sede desde Tuxtla Gutiérrez, Chiapas—, se trata de una iniciativa cuyo objetivo es “tejer redes y vínculos de colaboración entre y para los artistas de diferentes disciplinas, con un acento marcado tanto en la promoción cultural como en la distribución de editoriales independientes a las que les interesa comprometerse con su entorno en el contexto con una visión crítica”. El programa es amplio y arrancará con la transmisión de Mil Mujeres, un proyecto para la paz en contra de la violencia de género. A destacar, la presentación de la primera edición del fanzine La Memoria del Perro. Divulgación de un Ladrido Inaudible, del colectivo la Otra Calle, formado por artistas y personas que viven en las calles. Mucha suerte.
ATRACO A LAS TRES
Nadie está seguro en la Ciudad de México. Ni los escritores. Hace unos días, mientras Elena Poniatowska (1932) celebraba una apacible comida en compañía de sus hijos Paula, Felipe y Manuel en el restaurante del centro Libanés, unos cacos entraron en su casa y la pusieron patas arriba para ver qué podían sustraer. Eran las tres la de la tarde; es decir, a plena luz del día, cuando los ladrones irrumpieron en el domicilio de la Poni, a quien seguramente vigilaban desde tiempo atrás. Tal vez la fama de la autora de La noche de Tlatelolco les hizo pensar que era una casa adinerada donde encontrarían grandes tesoros. Pero según Felipe Haro, hijo de la escritora, tras revolverlo todo durante una hora solo se llevaron unas joyas y un ordenador portátil. A doña Elenita esto es lo que más le ha dolido, pues ahí tenía apuntes de escritos nuevos que, ahora, tendrá que volver a trabajar, porque con la fama de ineficacia de la que goza la policía mexicana, los rateros camparán a sus anchas y a estas alturas ya habrán vendido su botín en un mercadillo de segunda mano, donde las palabras de la escritora se perderán para siempre cuando el nuevo dueño de su portátil haga click en “Eliminar archivos”. Este es sin duda un caso más para el Zurdo Mendieta.
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