Otro cuatro de mayo, el de 1970, hace hoy cincuenta y dos años, fue lunes. Esa noche, Sandra Lee Scheuer, estudiante de logopedia en la Universidad Estatal de Kent (Ohio), no habría de volver a su casa. Al igual que Jeffrey Glenn Miller, Allison B. Krause y William Knox Schroeder. Estudiantes todos ellos del mismo campus, serán víctimas en la misma matanza. Unas horas después de que hayan sido asesinados, inspirarán los primeros versos de una de las canciones más conmovedoras de Neil Young escritas para Crosby, Stills, Nash & Young: «Ohio». “Llegan los soldaditos de plomo y Nixon. / Finalmente estamos solos, / este verano los tambores tocan por cuatro muertos en Ohio”, sería, aproximadamente, su traducción en español.
Los soldados de plomo a los que se referirá Young no son otros que los miembros de la guardia nacional de Ohio, quienes han acudido a Kent respondiendo a la llamada del gobernador, Jim Rhodes. Los estudiantes, carne de cañón de aquel conflicto, se han levantado. Vienen haciéndolo, como poco, desde el 67, año en el que se datan las primeras destrucciones, colectivas y simbólicas, de las cartas que les llaman a filas.
Se ha hablado mucho más de los disturbios que conoció la capital francesa en mayo del 68. Los de la universidad estadounidense, menos difundidos en el panorama internacional, en una primera y última instancia obedecen a lo mismo —el ardor revolucionario de la juventud— y no van a la zaga de la primavera parisina. Los más agudos de los comentaristas venideros habrán de sintetizar todas estas revueltas estadounidenses bajo un epígrafe: El espíritu de Berkeley. Cierto, el campus de esta universidad californiana —cuyo alumnado ya se hizo notar en abril de 1940, protestando por la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial— será uno de los más levantiscos en las protestas contra Vietnam. Hoy mismo, mientas los cuatro de Kent tardan en volver a casa, hay cargas policiales en Berkeley.
En otra parte, pero obedeciendo al mismo afán, los siete jóvenes —estudiantes y militantes revolucionarios— que se manifestaron contra la convención del Partido Demócrata, celebrada en Chicago en agosto del 68 —quienes, por su parte inspirarán a Graham Nash la canción Chicago, también para Crosby, Stills, Nash & Young—, ya se han visto delante del juez acusados de causar graves desórdenes.
El tiempo que hoy acaba para Sandy —que llamaban sus allegados a Sandra Lee Scheuer— es el tiempo de los hippies, los motines raciales y la represión policial. Las muertes fortuitas, por un disparo al aire, son moneda común en el mundo entero, allí donde hay manifestaciones juveniles. Pero la frecuencia con que caen los jóvenes, en muchos casos adolescentes aún —entre diecinueve y veintiún años tienen los que hoy van a morir—, no impide que, en Estados Unidos, la insumisión se haya extendido, desde la costa este hasta la oeste, por todas las universidades del país. En la de Columbia (Nueva York), la policía abrió unas cuantas cabezas entre los manifestantes en abril del 68.
Los disturbios de Kent se remontan al primero de mayo, cuando un nutrido grupo de estudiantes se concentró en el campus en protesta contra la invasión. Prendieron una hoguera y se les unieron algunos motoristas. Pese a que los bares estaban cerrados, esa misma noche ya se vieron algunos borrachos causando desórdenes. Esos incontrolados, tan frecuentes en las manifestaciones pacíficas, no tardaron en enfrentarse a la policía.
En la mañana del sábado, Leroy Satrom, el alcalde de Kent, pidió al gobernador del estado, James A. Rhodes, el envío de la guardia nacional. Cuando los jóvenes los vieron llegar, provocaron un incendio en el edificio que habría de alojarles. Hay noticia de un estudiante herido por una bayoneta: la guardia nacional las ha calado para enfrentarse a hippies desarmados.
“Lo que hemos visto en Kent es la peor violencia que hayan perpetrado los grupos disidentes en un campus”, comenta el gobernador. El domingo, un millar de guardias nacionales toman la universidad. La tensión se palpa. Esa misma tarde, cuando los jóvenes comienzan a manifestarse en las calles de la ciudad, la guardia nacional les arroja botes de humo que ellos procuran devolver.
Ya el lunes, en un día como hoy, hay convocada una manifestación dentro del campus. Aunque se ha intentado desconvocar, se calcula que asisten unas dos mil personas. Sandra Lee Scheuer no contaba entre ellas. Era una joven sin conciencia revolucionaria que caminaba, apartada de los manifestantes, dirigiéndose a su clase.
Aún faltan algunas décadas para que los psicópatas con un arma automática hagan correr la sangre por los centros educativos estadounidenses, o al menos para que se dé noticia de sus crímenes. Pero el caso es que Sandy muere de un modo semejante. Nunca llegará a saberse quién dio la orden de abrir fuego. Ni siquiera llegará a aclararse si hubo alguien que lo ordenó. Las balas no distinguieron entre quienes tenían conciencia revolucionaria y quienes carecían de ella.
Crosby, Stills, Nash & Young grabarán «Ohio» el día quince de este mismo mes. Será incluida en 4 Way Street, el primer álbum en directo de la formación. En el campus de Kent se recordó a los muertos hasta el año 75. En la grabación, como en «Student Demonstration Time», de The Beach Boys, o «Jackson-Kent Blues», de Steve Miller, por citar sólo los ejemplos más destacados, aún se les recuerda. Defiendo que es la prueba irrefutable de que el rock hizo muchísimo más, infinitamente más, que toda la izquierda revolucionaria junta —que también en bloque lo negaba, prohibía y perseguía por sus orígenes estadounidenses—, por detener la guerra de Vietnam. Así se escribe la historia.
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