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La maldición de Golconda - Zenda
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La maldición de Golconda

Imagen de portada: Dufour, Mulat y Bulanger, Paris 1840. El sultanato del Golconda fue la cuna de los más valiosos diamantes, unas gemas que influían drásticamente en la vida de quienes las poseyeron. Nunca se debe escribir una novela sobre diamantes. Menos aún sobre diamantes históricos, como es el caso de Las lágrimas de Iliria....

Imagen de portada: Dufour, Mulat y Bulanger, Paris 1840. El sultanato del Golconda fue la cuna de los más valiosos diamantes, unas gemas que influían drásticamente en la vida de quienes las poseyeron.

En 1991, un convoy que evacuaba hacia Zagreb un lote valiosos diamantes fue asaltado junto a la actual frontera croata con Bosnia y Herzegovina. Aquella conducción había comenzado en Dubrovnic, mientras los lanzacohetes y la artillería pesada yugoslava reventaban murallas y edificios de la Perla del Adriático, heredera de la antigua y floreciente Ragusa. Luego, una pesada losa de silencio ocultaría el destino de aquellas gemas durante largos años.

Nunca se debe escribir una novela sobre diamantes. Menos aún sobre diamantes históricos, como es el caso de Las lágrimas de Iliria. Se arriesga uno a verse enredado por leyendas o, aún peor, arrastrado a un lodazal de odios y muertes.

Por alguna razón, turbias maldiciones rodean a esta clase de gemas. Se afirma, por ejemplo, que el diamante Hope, el tercero más caro del mundo, tiene un extraño vínculo con muertes inesperadas y violaciones brutales. Pese a esas siniestras historias, los diamantes históricos son los brillantes más codiciados del mundo.

Tal vez su fama encandile porque tienen nombres sugerentes: Koi-Noor (Montaña de Luz), Estrella de África del Sur, Azul francés, El Estanque, Bajá de Egipto, Gran Duque de Toscana, Estrella Polar, Corona de luzAsí hasta casi 40 denominaciones tan evocadoras como enigmáticas, pues intrigante resulta, por ejemplo, que el costosísimo Río Verde sea de un insólito color lila.

"Cuantas más adversidades y muertes de sus dueños o de sus tratantes acumulen estas piedras, más indecentes se tornan sus valías"

¡Esa es otra! Miles de pelis y teleseries donde estas gemas lucen límpidas y cristalinas, para acabar averiguando que todos los diamantes naturales tienen algún tono de color, por leve que sea. Incluso los de coloración ya muy acentuada, son denominados “diamantes de fantasía” y sobre ellos gravitan sus propias leyendas.

Estas gemas no valen más cuanto mayor sea su tamaño o su peso en quilates. Su precio resulta de haber alcanzado el más alto nivel en cuatro escalas de nobleza totalmente diferentes: claridad, quilatado, colorido y talla. Pero ese coste se dispara hasta la estratosfera, si suman una biografía como compañeros del capricho o la soberbia de emperadores, reyes, pachás, aristócratas, sultanes y millonarios.

Cuantas más adversidades y muertes de sus dueños o de sus tratantes acumulen estas piedras, más indecentes se tornan sus valías. Algo ilógico, porque un diamante es sólo un pedazo alotrópico de carbono —uno de los materiales más abundantes en la naturaleza—, pero que cristalizó en el sistema cúbico. O sea, hay carbono a cascoporro, pero del chachi, del de estas gemas, eso es otro cantar.

Las lágrimas de Iliria surgieron en un lugar insospechado: la sala de control de operaciones de un cuartel general de la OTAN.

Los ingleses sostienen que los mejores diamantes son africanos (provenientes, claro está, de sus minas allí). Pero el África meridional no descuella en el ámbito diamantífero hasta el siglo XIX, justo cuando se agotan por completo las minas de Golconda en India, matriz de los más excelsos brillantes del orbe durante casi dos milenios.

"El espectro de Golconda y la fama (o la maldición) de sus fabulosas piedras, acaba por alcanzarte en el momento inoportuno y en el lugar inadecuado"

Ya Plinio el Viejo ponderaba la valía de las gemas, arrancadas a las entrañas del territorio de ese antiguo sultanato hindú. Y basta ojear cualquier colección de grabados y libros antiguos, para descubrir que dicho país estuvo siempre ligado al mito de unas gemas cuyo corazón parece latir a golpe de brillos y refulgencias.

El espectro de  Golconda y la fama (o la maldición) de sus fabulosas piedras, acaba por alcanzarte en el momento inoportuno y en el lugar inadecuado. En mi caso fue en Casteau, una antigua aldea valona, reconvertida hoy en sede del Cuartel General de las Potencias Aliadas en Europa (SHAPE, por sus siglas en inglés). Dicha base militar, construida sobre la desaparecida aldea y hoy ubicada en el alfoz de Mons, dista de Bruselas una hora en automóvil. Fue allí donde conocí a un singular personaje, dedicado a esculcar conversaciones en una lengua extraña, mientras analizaba las imágenes transmitidas, vía satélite, desde un avión espía que sobrevolaba los cielos de Bosnia y Herzegovina, a 1.250 kilómetros al sureste de su ubicación.

Así comenzaría una rara sucesión de hallazgos respecto a hechos acaecidos en lugares tan distintos y distantes como Bérgamo (Italia), Vaduz (Liechtenstein),  Neum (Bosnia y Herzegovina), o las ciudades croatas de Dubrovnic, Omĭs, Split y Zadar. Pero, a decir verdad, todo el enredo que se desmadeja en Las lágrimas de Iliria arrancaría en Zúrich (Suiza), cuna de mercenarios durante siglos y cuyos bancos custodian hoy las fortunas más indecentes que se pueda concebir.

Los escenarios de esta historia abarcan desde Suiza a Italia, recorriendo además casi toda Croacia y el litoral adriático de Bosnia y Herzegovina.

En la calle Nüschel zuriquesa, reside un potentado considerado el mayor coleccionista de diamantes en Europa. Desde su despacho en la sede presidencial de un consorcio de bancos helvéticos de inversión, partiría la misión a cumplimentar por uno de los protagonistas de la novela, un ex militar español, veterano de los conflictos que acabaron liquidando a la antigua República Socialista de Yugoslavia.

"Insisto, nunca se debería escribir una novela sobre diamantes legendarios. Se corre el riesgo de conjurar a fantasmas olvidados y quedar enredado en una historia salvaje"

Una tarea ardua aquella. Averiguar el paradero del codiciado lote de diamantes, desaparecidos tantos años atrás, no resultaría nada fácil, pese a la pista brindada por una exclusiva joyería bergamasca, indicando que esas gemas aún seguían en territorio balcánico y en manos de una gentuza que se aprovechó bien de aquella contienda.

Los hechos narrados Las lágrimas de Iliria son de una cronología cercana, pero refieren aventuras que merecerían haber sido transcritas por Alejandro Dumas (o su “negro”, Auguste Maquet). Unas peripecias envueltas sombras y que discurrieron vertiginosas por varios países europeos.

Los escenarios de esta historia abarcan desde Suiza a Italia, recorriendo además casi toda Croacia y el litoral adriático de Bosnia y Herzegovina.

Aquel exmilitar español no culminaría su tarea en solitario. En el desarrollo de su encomienda hubo de aliarse con un personaje inquietante, apodado Kuga. En croata, esa voz significa “la peste”, pero también es sinónimo de plaga o de epidemia. Un agonista, en fin, que sólo cabría definir con aquel verso de Césare Pavese: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”.

Insisto, nunca se debería escribir una novela sobre diamantes legendarios. Se corre el riesgo de conjurar a fantasmas olvidados y quedar enredado en una historia salvaje. Pero si desean saber algo más sobre el tema, el viernes 28 de junio, en Madrid, a las 18,30 horas (a tiempo para ir luego de cañas) y en la Biblioteca-Centro Pedro Salinas (Glorieta de la Puerta de Toledo, 1), tendré sumo placer en explicárselo.

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Autor: Óscar Lobato. Título: Las lágrimas de Iliria. Editorial: Cazador de ratas. Venta: Todostuslibros.

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Óscar Lobato

Óscar Lobato nació en Madrid el siglo pasado, sin jamás alardear de ello. De niño, aspiraba a convertirse en hombre renacentista, desistiendo al descubrir que Renacimiento no era ningún país iberoamericano. Movido por su sed de conocimientos, intentó convertirse en piloto de pruebas de la Flex o masajista titular de la mansión Playboy, sin la menor fortuna en ambos empeños. Desencantado, se alistó al Regimiento de Ficticios Reales, sirviendo con honor en varios frentes, mentones y barbillas. Reclutado para el Servicio Exterior de Confusión, se le asignó a la legación de Zagreb en calidad de Tercer Hombre, ascendiendo posteriormente a Cuarto Elemento y Quinta Puñeta. Como tapadera a sus actividades clandestinas, ha ejercido el periodismo durante más de treinta años y escrito tres novelas (Cazadores de humo, Centhæure y La fuerza y el viento, publicadas por Alfaguara/Penguin Random House).

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