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Prólogo a La llama y 3 poemas de Leonard Cohen - Zenda
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Prólogo a La llama y 3 poemas de Leonard Cohen

La llama, de Leonard Cohen, es un libro de poemas, canciones y memorias imborrables. Zenda reproduce el prólogo, escrito por su hijo Adam, y tres de los poemas de esta obra publicada en España por Salamandra. PRÓLOGO Este libro contiene los últimos esfuerzos de mi padre como poeta. Ojalá lo hubiese visto terminado, y no porque...

La llama, de Leonard Cohen, es un libro de poemas, canciones y memorias imborrables. Zenda reproduce el prólogo, escrito por su hijo Adam, y tres de los poemas de esta obra publicada en España por Salamandra.

PRÓLOGO

Este libro contiene los últimos esfuerzos de mi padre como poeta. Ojalá lo hubiese visto terminado, y no porque en sus manos hubiera sido un libro mejor, más acabado, más generoso y estructurado, ni porque, de una manera más fiel, hubiera reflejado lo que mi padre quería ofrecer a sus lectores, sino porque su cometido era lo que lo mantenía vivo al final de sus días, su único objetivo vital.

Durante el difícil período de su escritura, mi padre enviaba emails con «no molestar» a los pocos que solíamos pasar a verlo. Reanudó su compromiso con la práctica de una meditación rigurosa a fin de que su mente se concentrara en el trabajo mientras múltiples fracturas en las vértebras le provocaban un profundo dolor y su cuerpo se debilitaba por la enfermedad. A menudo me comentaba que, con todas las estrategias de las que se había servido en el arte y la vida durante su rica y complicada existencia, habría deseado mantener con mayor firmeza el reconocimiento de que la escritura era su único consuelo, su verdadero propósito.

Mi padre, antes que nada, era un poeta. Y, como hizo constar en los cuadernos que aparecen en este libro, consideraba su vocación como el «mandato de D­­ios de entrar en la oscuridad». (Los guiones indicativos de la veneración de mi padre a la deidad, su reticencia a escribir el nombre divino, incluso en inglés, son una vieja costumbre judía y la más manifiesta evidencia de la fidelidad que mi padre alternaba con su libertad.) «Religión, maestros, mujeres, fama, dinero, drogas, el viaje […], nada me coloca tanto, ni me alivia el sufrimiento, como emborronar páginas, escribiendo.» Sin embargo, esta declaración de intenciones era también una declaración de remordimiento: presentaba su consagración literaria como una explicación de lo que él consideraba que había sido un pobre servicio como padre, unas fallidas relaciones sentimentales y un absoluto desinterés por sus finanzas y su salud. Recuerdo lo que escribió en una de sus canciones menos conocidas (y una de mis favoritas): «Fui tan lejos en busca de la belleza, dejé tanto atrás.» Aunque todo parece indicar que no fue tan lejos: desde su punto de vista, lo que había dejado atrás era insuficiente. Y este libro, él lo sabía, iba a ser su última ofrenda.

De niño, cuando le pedía dinero para comprarme unas chuches en la tienda de la esquina, solía decirme que buscara en los bolsillos de su chaqueta algún billete suelto o unas monedas. Y, mientras buscaba, siempre me topaba con un cuaderno de notas. Después, en el transcurso de los años, cuando le preguntaba si tenía un encendedor o unas cerillas, invariablemente, al abrir los cajones, mis dedos tropezaban con blocs de papeles escritos. En cierta ocasión, cuando le pregunté si tenía una botella de tequila, me dijo que mirara en la nevera, donde encontré un cuaderno de notas extraviado, congelado. De hecho, conocer a mi padre era (entre muchas otras cosas maravillosas) conocer a un hombre con papeles, cuadernos y servilletas de bar, todos con su distinguida caligrafía, diseminados (cuidadosamente) por todas partes. Procedían de mesitas de noche de hoteles, o de tiendas de todo a cien; las libretas doradas, encuadernadas en cuero, lujosas, o que, por su aspecto, parecían importantes, jamás las utilizaba. Mi padre prefería recipientes humildes. A principios de los años noventa, había armarios llenos de cajas de libretas, cuadernos que contenían una vida de dedicación a lo que más le definía. Escribir era su razón de ser. Era el fuego que atendía, la llama más importante que avivaba. Nunca se extinguió.

Hay muchos temas y palabras que se repiten en el trabajo de mi padre: «roto», «congelado», «desnudo», «fuego» y «llama». En la contracubierta de su primer álbum, vemos (como escribiría después en una canción) las «llamas que siguen a Juana de Arco». En su célebre composición «Who by Fire?» («¿Quién con fuego?») preguntaba sobre el destino de los seres humanos, una cuestión que extrajo con picaresca de una oración judía. «Encendí una fina vela verde para darte celos.» Una vela que sólo fue la primera de muchas combustiones. En esta obra hay fuegos y llamas para la creación y la destrucción, para el calor y la luz, para el deseo y la consumación. Encendía las llamas y las atendía diligentemente. Estudiaba y tomaba nota de sus consecuencias. Se sentía estimulado por su peligro; a menudo hacía comentarios sobre el arte de otras personas diciendo que no manifestaba suficiente «peligro», y alababa la «emoción de un pensamiento encendido».

Esta ardiente preocupación duró hasta el final. «Lo quieres más oscuro / Apagamos la llama», salmodió en su último disco, su álbum de despedida. Murió el 7 de noviembre de 2016. Ahora todo parece más oscuro, pero la llama no se ha apagado. Cada página de papel que emborronó es la perdurable evidencia de un alma en llamas.

Adam Cohen, febrero de 2018

LA NIEBLA

Igual que la niebla no deja cicatrices
En la oscura y verde colina
Tampoco mi cuerpo las deja
Sobre ti, ni lo hará nunca

Cuando el viento y el halcón se encuentran
¿Qué es lo que queda?
Así tú y yo nos encontramos
Nos damos la vuelta y nos dormimos

Igual que muchas noches resisten
Sin una luna, sin una estrella
Así resistiremos nosotros
Cuando uno se vaya bien lejos

LA MITAD DEL MUNDO PERFECTO

Cada noche venía a verme
Le preparaba la cena, le servía el té
Ella tenía entonces treinta años
Había ganado dinero, vivido con hombres
Bajo la blanca mosquitera
Nos acostábamos en un toma y daca
Y sin darnos cuenta
Vivíamos mil años en uno
Ardían las velas
Descendía la luna
La pulcra colina
La lechosa ciudad
Transparente, ingrávida, luminosa
Descubriéndonos a los dos
En aquel suelo fundamental
Donde el amor carece de voluntad, ataduras
Límites
Y se descubre la mitad del mundo perfecto

NO IMPORTA

no importa cariño,
de verdad que no importa,
y no digo
no importa,
para herirte y hacerte sentir:
que sí que importa
que la verdad es que importa.
qué va,
qué va.
estoy junto a ti
en medio de este vasto empeño
del deseo y la actividad humana,
ensordecido por el ruido
de mi propio corazón,
retorcido por un apetito
de justicia y de paz,
y te miro a ti,
a la que intenté amar,
a la que intentó amarme,
y nos llega
desde el lugar donde empezamos,
el lugar donde acabaremos,
una voz que incluye
tu voz y mi voz,
y nos
reúne,
nacemos juntos,

y morimos en brazos del otro,
y suena como una voz poderosa,
o una voz suave,
una voz susurrada,
o una voz atronadora,
sobre todas las cosas,
la voz que más
desesperadamente
anhelamos oír
es la voz que puede perdonarnos,
y dice,
no importa
cariño,
es la verdad,
la verdad de todo perdón.
escucha ahora. escucha desde
el fracaso de tu amor perplejo.
es la verdad,
la verdad misma
de todo perdón.
no importa cariño.
de verdad que no importa.

—————————————

Autor: Leonard Cohen. Traductor: Alberto Manzano Lizandra. TítuloLa llamaEditorial: Salamandra. VentaAmazonFnac y Casa del Libro.

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