Me gusta la innovación. Me encanta pensar en cosas nuevas. En unir los puntos y hacer un nuevo dibujo. Es algo que me motiva cada mañana. Levantarme y pensar en qué cosas nuevas voy a estar trabajando. En cómo van los proyectos que estamos creando. En cuándo podré enseñarlos al mundo. Como cuando viene el gato cazador con la presa en la boca a entregársela a su amo. Así me siento cuando un proyecto por fin puede contarse hacia afuera.
Lo cierto es que, aunque mucha gente asocia mi imagen con el gorro, las camisetas rotas, los pelos y las zapatillas rojas a la ciberseguridad, yo adoro la innovación y la tecnología en todas las facetas que tiene hoy en día en nuestra sociedad. Y por supuesto, también en la literatura y la cultura.
Como titulé esta sección, el futuro está por hackear, y por tanto el futuro de la literatura también. Por eso de vez en cuando hago proyectos de innovación, con mis compañeros del equipo de Ideas Locas, en el mundo de la literatura. Como fue el Proyecto Maquet, para usar una IA que camuflara el texto de un autor mediocre como si fuera el de una novela del Capitán Alatriste del maestro.
O el uso de IA para vigilar dónde está mirando la pupila de un niño y crear una nueva forma de leer cuentos interactivos, como os conté en el artículo de La inteligencia artificial que lee los ojos para contarte un cuento del dragón Matías. Cuentos en los que los personajes esperan a que un niño los mire para ponerse a representar su papel en la narración. Con música, con bocadillos, con inteligencia artificial reconociendo en todo momento qué parte de la pantalla es la que miran los ojitos del lector digital.
Y no sabemos cómo serán los libros del futuro. En el mundo del cine, yo me he hecho adicto al 4DX y no se me pasa por la cabeza ir a ver una película de superhéroes o acción al cine y que no sea hacerlo en ese formato. En 4DX, zarandeándome, flotando en la sala, con fogonazos de luz, con golpes en el asiento, balas zumbándome por la oreja y serpientes entre mis piernas que golpean sin esperarlo.
Lo cierto es que, si no estás atento al mundo que viene, te puedes quedar atrás. También en la literatura, en la producción de los libros o en la forma de comercializarlos. Y, pensando en ello, me acordé de un artículo publicado en Newsweek en 1995 donde el autor se mofaba de las predicciones que decían que se venderían libros y periódicos directamente a través de Internet.
“Sí, seguro”, decía el escritor de este artículo del que os hablo, y que podéis leer aquí.
Lo cierto es que no sabemos cómo serán los libros en el futuro, ni cómo se comercializarán, ni cómo se consumirán, ni cuál será el papel de las editoriales, los autores, los comercializadores y los canales. Hoy en día los libros se autoeditan, se crean incluso con programas de crowdfunding y se venden cada vez más en formato audiolibro, donde el escritor no solo ha tenido que escribirlo, sino que en casos como el de Rodrigo Cortés con su novela de Los años extraordinarios o Ángel Martín y su Por si vuelven las voces, lo ha grabado con su propia voz.
No sé si está el mercado aún maduro para que los libros sean escritos o retocados por Inteligencia Artificial, ni tengo claro que leer los cuentos multimedia con la pupila sea lo que espera aún el gran público. Ni me preocupa. Yo solo propongo ideas con mi equipo de Ideas Locas. Ponemos baldosas en el camino que lleva al futuro, sin saber si ese será el camino por el que se va a andar.
Pero lo que sí está claro es que la innovación cambia todo. Lejos han quedado los tiempos de comprar enciclopedias, con la existencia de las enciclopedias online. También donde se leían más periódicos y noticias en papel que en digital, y puede que llegue el tiempo en que se oigan más libros que se lean, o que se consuman libros con música que suene cuando se lea una palabra mirando una pupila, que reproduzca el ruido de una puerta que chirría cuando entras en esa habitación guiado por las sabias palabras de un escritor terrorífico, o cuando puedas oler el tabaco de ese espía en una de las novelas de Chema de Aquino.
No sabemos cómo será futuro, porque aún está por hackear, pero seguro que la innovación seguirá cambiando la forma de crear cultura, de hacer llegar la cultura y de disfrutar el consumo de la cultura. Supongo que los maestros de hoy en día, con sus métodos y su mundo construido, se adaptarán un poco —no mucho—, porque es difícil cuando uno triunfa —como lo han hecho el gran Arturo Pérez-Reverte, Juan Gómez-Jurado o Defreds— cambiar aquello que ellos mismos han construido y que tan bien les ha funcionado, pero aparecerá una nueva generación, que tendrá una forma distinta de trabajar, de crear, de llegar.
Solo con esos tres ejemplos tenemos tres generaciones totalmente distintas, y tres formas diferentes de comunicarse con sus lectores. Tal vez, en el futuro, los libros se vendan no por Internet, ni pidiéndolo desde el sofá a Alexa en modo susurro, sino solo porque la tecnología analiza nuestro estado de animo y sabe que lo vamos a necesitar. Quién sabe. Y tal vez el libro será hablado, con luces y olores, mientras nos tumbamos con los ojos cerrados a visualizar la obra que nos pinta el autor —o una inteligencia artificial— en nuestra imaginación.
Pero de lo que estoy seguro es que seguirá cambiando y evolucionando, os guste o no, escritores de éxito y lectores acomodados. Que hoy escribís artículos para portales online, debatís por redes sociales con vuestros lectores, buscáis en el diccionario de la RAE en Internet y disfrutáis de las voces de vuestros autores en libros leídos.
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