Imagen: Juan José Millás
Este otoño la Feria del Libro de Madrid es una larga —muy larga— paciencia. Sobre todo, los fines de semanas. Esos sábados y domingos inclementes (y gozosos) el lector tiene que soportar entre una y dos horas de cola para poder entrar en «la isla de los libros». Porque esto es exactamente la Feria en esta excepcional edición: un terreno acotado dentro de la parte más amplia del Paseo de Coches del Retiro con dos entradas y salidas por ambos extremos: la orientada hacia la calle O’Donnell, la más concurrida, y la cercana a la Rosaleda. En cada puerta se ve una pantalla que marca el porcentaje de público (casi siempre ronda el 96 por ciento). Porque este año, y por las circunstancias que todos conocemos, se ha limitado la presencia a 3.900 personas al mismo tiempo, y todas con mascarilla.
Una vez que se ha logrado entrar —toda una proeza y un ejercicio intelectual de paciencia— en la isla de los libros, el paseo resulta mucho más tranquilo y desahogado que el ya conocido en otras ediciones durante los fines de semana; esos años era imposible avanzar y mucho menos contemplar el panorama con cierta perspectiva o a los autores populares de las casetas. Ahora sí se puede, porque se circula con desahogo, esquivando las nuevas colas que originan los escritores más solicitados.
Salvo estos dos detalles importantes —la mascarilla y la paciente cola de entrada— la Feria del Libro no ha cambiado tanto y se parece a la que todos conocemos, y cuya principal característica es el encuentro con los autores favoritos, el rito de la firma del libro y la foto con el autor. Dos de nuestros mejores narradores, Juan José Millás y Luis Landero, coincidían en señalar que si siempre es conmovedor el encuentro con los lectores, en esta edición resulta aún más emotivo, ya que el público ha estado esperando año y medio este acontecimiento. «A pesar las circunstancias, a pesar de las largas colas, noto alegría. Se nota que la gente tiene ganas», decía Landero, que es un asiduo de la Feria ya desde su primera novela. ¿Cuándo se publicó su impactante Juegos de la edad tardía? Landero, que escribe todos los días, empezó a indagar muy directamente en su biografía con su espléndido El balcón abierto. Su último libro El huerto de Emersón sigue esa línea personal y confesional de alguien que ya ha labrado su vida. Nos gustó la frase que dijo, recordando a Umbral, «qué bien se escribe cuando no se quiere escribir bien. Es como salir a pasear por el barrio sin rumbo». La vida es la mejor de las historias, como bien sabe Millás, que utiliza su fino ingenio en artículos, novelas o libros como el que acaba de publicar, junto al paleontólogo Juan Luis Arsuaga, La vida contada por un sapiens a un neardental. Con Millás la ciencia se entiende y se disfruta.
Aunque la Feria del Libro no es una competición, y este año por las circunstancias todo está más limitado, podríamos afirmar que los autores más esperados y que han despertado el mayor interés del público son esos nombres que encabezan las listas de los libros más vendidos: María Dueñas, que con Sira, la segunda parte de El tiempo entre costuras, ha vuelto a cautivar a los lectores; Juan Gómez-Jurado y su trilogía de Reina Roja; Julia Navarro con su última novela De ninguna parte, tan reciente que será presentado en la Feria la última semana, y Fernando Aramburu, y su muy esperadísima novela de después de Patria. El autor no ha querido seguir dando «más de lo mismo», como es común en muchos autores de superéxito, para aventurarse con Los vencejos, una historia nada complaciente sobre un hombre que repasa el último año de su vida antes de ponerla fin. Ya se lo advertían algunos lectores a otros. «Esta no va a ser como Patria», «Sí, pero me gusta cómo cuenta las cosas. Y es muy humano».
Junto a este póker de ases, había que incluir también a dos autores que han echado sus redes en la literatura para jóvenes lectores (y lectoras, aquí el género es importante): Eloy Moreno, que no permaneció Invisible en ningún momento, y Blue Jeans, con su inseparable gorra y sus largas dedicatorias —»siempre las hago largas y las lectores lo agradecen»—. Después veíamos como esas jóvenes se las leían unas a otras junto a la consiguiente exclamación: ¡Qué bonito! Los lectores jóvenes son los más agradecidos y los que ponen más de «todo cuanto son» en esa espera casi devota. La editora de Nocturna, que se ha especializado en narrativa juvenil española actual, lo sabe bien.
Los ritos de la Feria, y las afinidades electivas, se mantienen a pesar de estos 18 meses de ausencia, y así Rosa Montero disfrutaba de una larga fila de lectoras con La buena suerte. «¿La alegría es contagiosa, Rosa?»; Antonio Muñoz Molina con cara más grave rescataba una muy leve sonrisa ante las firmas de su reciente Volver a dónde; Lorenzo Silva sonreía, siempre tan amable, ante tantos títulos novedosos, como es habitual en su trayectoria. Manuel Jabois veía cómo aumentaban sus fans con esa novela tan bien recibida como es Miss Marte, mientras que Antonio Lucas velaba doblemente sus armas con Buena mar, su buen debut en la novela, y la recopilación de sus poemarios en el título Fuera de sitio, en la caseta de Visor, precisamente. Por su parte, Karina Sainz Borgo, que tantas veces ha cubierto la Feria como periodista, estaba al otro lado de la barrera —toda vestida de blanco— convertida en una autora de culto, ya con dos novelas con eco internacional como La hija de la española y El tercer país. Venezuela nos duele, pero a unos más que a otros.
También Rafael Soler ha reunido sus libros de poemas en un volumen de muy acertado título Vivir es un asunto personal, lo mismo que la novelista y editora Lara Moreno que en Tempestad en vísperas de viernes recoge sus tres libros poéticos publicados. Esta autora era vecina de caseta de Paula Bonet, nuestra ilustradora joven más internacional y la que más seguidores tiene. La artista presentaba su primera novela —y en Anagrama—, La anguila, una obra oscura e intensa sobre la violencia en el cuerpo de la mujer y otras violencias sutiles, un tema tan escurridizo como el animal que da título al libro. Paula Bonet ha anunciado públicamente que deja la ilustración para dedicarse a la literatura y a la pintura, pero nos confesó que, aunque esos dos temas serán los que impulsen su fuerza creativa (que tiene, y mucho) no renuncia a proyectos que tengan que ver con la ilustración.
En este paseo por la Feria vimos a otros muchos autores, y la fotógrafo Victoria Iglesias hizo su propia selección para la galería de imágenes de este texto; una crónica que no vamos a convertir en una sucesión de nombres, ya que aún quedan muchos días de libros y rosas. Ha habido 400 firmas en el primer fin de semana, y unos cuantos de esos autores repetirán, porque el público los quiere y los espera. Tan sólo comentar dos apuntes que nos llamaron la atención: la vuelta a la Feria de Juan José Benítez, y en olor de multitudes, algo que nos hizo retraernos unos años en el tiempo. ¿Quién no se acuerda de sus libros sobre los ovnis o sobra la vida de Jesucristo? Caballo de troya sigue en la memoria colectiva.
El otro lado del asombro nos llegó de dos autores hispanoamericanos, el argentino Martín Caparrós, el autor de esa gran novela que es La historia, y el cubano Leonardo Padura, premio Príncipe de Asturias y un autor que con su última novela Como polvo en el viento, se coló en la lista de los más vendidos el año pasado. Ambos autores, grandes autores, estaban solos —sin firmar— en las casetas; el primero con una intensa gesticulación, el segundo, contemplando el paisaje de una forma apacible y risueña, como mecido por el sol y las olas de las playas cubanas.
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Si la entrada de este año a la Feria es una larga paciencia, como decíamos al principio, una vez dentro de la isla de los libros, los devoradores de firmas de escritores populares, tenían que guardar otra pequeña cola para llegar a cruzar unas palabras –libro en mano- con su autor elegido. Existía el peligro de que llegasen tarde, dado que, como se han duplicado los turnos, ningún autor tiene más de dos horas seguidas. Para evitar el desencanto y esas filas domésticas, algunas casetas —no fue lo habitual— repartían número a los lectores, como en la carnicería, para racionalizar el horario. «Los agrupamos en bloques de 15 minutos, a razón de diez lectores en ese cuarto de hora. Así evitamos que las filas sean tan largas; los lectores no tengan que esperar tanto y no incordien a las casetas próximas. No damos más de 80 números, pero hay autores que agotan pronto ese cupo».
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