No es fácil narrarse a uno mismo, manteniendo suficiente distancia, evitando una dureza desmesurada —tantas veces próxima a la autocompasión— o una mirada complaciente. En su primera novela Mirentxu Aquerreta lo consigue de sobra y, además, logra que la peripecia vital de su protagonista —muy parecida a lo que puede intuirse de la autora, aunque sutilmente separada de ella— sea seguida con interés, y cierto morbo, por los lectores. Aunque en Mientras fui suicida intentemos encontrar nexos con la realidad —una realidad que el lector ignora, en este caso—, las coincidencias con la auténtica vida de Mirentxu Aquerreta no son lo importante, lo fundamental es la conexión emocional con el lector. Que las emociones se perciban como verdaderas, aunque el contexto que las rodea sea inventado. Da igual que los hechos auténticos transcurrieran en Bruselas o en Londres, en Santander o en Bilbao, que la autora sea consultora, abogada o empresaria y cuáles sean sus vínculos familiares o amorosos. Lo que importa es que las emociones de los personajes sean verosímiles. Para conseguir esa verdad suele recurrirse a los sentimientos propios. A una especie de método Stanislavsky literario, por el que se reproducen las emociones verdaderas, cambiando los hechos. Pero no basta con eso. Como indicaba al inicio, para ser verosímil hay que mantener distancia respecto de la vida de los otros —un personaje siempre es otro, aunque represente a uno mismo—, de quienes participan en la vida de la protagonista, y en eso Aquerreta mantiene un cuidado irreprochable, porque los personajes que entran y salen de la peripecia de la protagonista son matizados y complejos, tal y como ocurre en la vida real. Huye, por lo tanto, del maniqueísmo. Además, observar cómo la narradora se mira a sí misma indica bastante sobre su carácter y, en consecuencia, sobre el sentido de la novela. Mantiene una perspectiva a veces próxima a la tercera persona, que se concreta en una distancia emocional y una búsqueda de la objetividad que tal vez sea una manera de distanciarse de sus emociones. Ese control a veces se quiebra, como manera de marcar los instantes de máxima importancia.
En cuanto a las relaciones de causa-efecto que construyen o no una vida, Mirentxu Aquerreta es ambigua. Por un lado, como indica la cita de Duras que abre el libro («La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea. Hay vastos pasajes donde se insinúa que algo hubo») parece que niega la causalidad. Sin embargo, la linealidad de lo narrado y la sucesión de hechos y consecuencias a lo largo de los años la confirma. También lo hace la búsqueda de la protagonista, que indaga sin descanso en el sentido de la existencia. Apenas se menciona el suicidio pero, como dijo Alejandro Gándara en la presentación de la novela, siempre está presente porque tenemos la sensación de encontrarnos al borde. La única mención al suicidio ocurre en el tramo final, en la conversación con el psiquiatra. Queda siempre en sordina esa decisión, que es el eterno dilema del ser humano, como afirmó Albert Camus. Se intuye el trauma primigenio pero no se apuesta todo a esa carta, a veces tan obvia. Se respeta el caos, esa dificultad de narrar la vida. Sin embargo, sí hay algo, no definido, un hecho o varios hechos sucesivos y traumáticos, que provocan la mezcla de dureza, contención y alteración emocional de la narradora.
Tal complejidad, que sin embargo parece simple, no sería posible sin una magnífica escritura, que va mejorando conforme avanzan las páginas y la vida de la escritora se va complicando, mediante una escritura lúcida y precisa, también valiente, expresiva y distante de sí misma, a veces irónica. Domina todos los recursos narrativos y los utiliza para el mejor fin de lo que narra. Gracias a esa capacidad literaria puede ser dura, descriptiva o incluso sensual. También hay espacio para la experimentación o talento poético: «Tengo 36 años y la historia de los miles de silencios de cada fotografía de esta casa justo acaba de comenzar». Se atreve a incluir poemas, titulados «palabras para un final», escritos con elegancia y emoción contenida, con ecos de los poemas que Carver dedicó a su enfermedad. Otra muestra de la calidad literaria es la manera en que crea la tensión emocional que domina la novela desde las primeras páginas. No ocurre nada especialmente grave, pero existe una corriente subterránea, el ritmo, las actitudes de los personajes, el correlato objetivo, así lo marcan. Es una maestra del silencio y de la elipsis.
Mientras fui suicida reivindica la importancia de escribir bien, porque es gracias a esa escritura, y no por información directa, como se transmite la información. No es fácil conducir al lector sin aleccionarle. Mirentxu Aquerreta sabe, por lo tanto, que en una novela, como en la vida, hay que mostrar, no contar. Que la forma repercute en el fondo. Así ocurre, por ejemplo, en la construcción de la amenaza que termina en el intento de abuso. Porque la narrativa es escena tras escena.
Pese a su título, el libro tiene algo de guía de sabiduría vital. Parece indicarnos la necesidad de tomar la dirección correcta, pero sin la necesidad de marcar un rumbo demasiado cerrado porque la vida puede romperlo en cualquier momento.
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Autora: Mirentxu Aquerreta. Título: Mientras fui suicida. Editorial: Tres Hermanas. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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