Siempre me pareció que contar cuentos
es también una especie de malabarismo.SALMAN RUSHDIE
¿Puede brotar una historia creativa de las partículas de arenilla? Sí, aunque parece insólito, sucede en la novela del escritor chileno Hernán Rivera Letelier La contadora de películas, ambientada en el desierto de Atacama, en Chile. Un lugar inhóspito donde solo hay salitre, pero del séptimo arte crecen los frutos con humor y drama. Un tema universal y local, a la vez, que toca las fibras más sensibles y acelera el ritmo del corazón por su originalidad. Un elogio a la pasión por el cine, a través de María, la niña cinéfila y narradora que posee un extraordinario talento para revivir las películas y salvar a su familia de la precariedad y la nostalgia por la madre ausente. Una nueva Sherezade con vocación e ingenio que con su relato vivifica, ilusiona y consuela a los habitantes del pueblo minero, donde el cine es la única distracción familiar y el motor integrador de la sociedad.
Algo semejante ocurre con la llegada de estas fechas navideñas, porque se recobra una de las historias más antiguas, desde las desérticas tierras del Medio Oriente: la leyenda más compartida por la humanidad, de generación en generación, a partir del pasaje bíblico de San Mateo. Hasta hoy, este relato sobre los reyes magos que llegan de Oriente, guiados por una estrella para adorar al rey de reyes nacido en Belén, sigue circulando en múltiples versiones literarias, en diversos formatos y plataformas. Incluso, en la pintura, ha sido tantas veces representada, a través de escenas en dípticos, trípticos y retablos por pintores de distintas épocas y países, a partir del románico hasta la actualidad: Gentile da Fabriano, Leonardo da Vinci, El Bosco, Rubens, Boticcelli, Gozzoli, Fra Angelico, El Greco, Zurbarán, Velázquez, Alberto Durero, etc.
Aunque la biblia no menciona los nombres, ni los denomina reyes, sí cuenta que Herodes el Grande, rey de Judea, deseaba dar muerte al nuevo rey. Por esta razón, convoca a los magos para preguntarles sobre el lugar del nacimiento. Advertidos por un ángel, después de ver al recién nacido y ofrecer sus presentes, ellos se marchan sin desvelar el secreto. Es en el Auto de los Reyes Magos, escrito aproximadamente en el siglo XII, obra fundamental en la historia teatral de la literatura española, donde se menciona los nombres de los llamados steleros o astrólogos: Melchor, Gaspar y Baltasar, denominados Reyes Magos por la tradición cristiana que perdura hasta nuestros días.
Pese al tiempo transcurrido, este legendario relato se conserva en la memoria colectiva y se repite cada año, con total realismo y magia. Sin duda, es la historia más y mejor contada de la Tierra, que hace realidad uno o varios sueños utópicos y llena de ilusión tanto a los niños como a los adultos. Una estela recreada con malabarismos de ficción / no ficción que sigue el juego de contar el mismo relato, sin romper la cadena. Nada impide ser cómplices y partícipes de esta feliz historia que se espera con entusiasmo y alegría. Una mentira piadosa para hacer del mundo un lugar restaurado en el que predominen las sonrisas. Nada ha podido transformarla ni desecharla. Ni el tiempo, ni las distancias, ni las guerras, ni la polarización del mundo, ni las crisis económicas han podido interrumpir esta antigua tradición. Nadie ha sido capaz de cambiar este magnánimo cuento que despierta expectación en grandes y pequeños. Nadie ha podido contar otra verdad u otra mentira. Nadie puede rectificar la versión aprendida. Nadie ha desmentido esta mentira o esta verdad. Nadie se atreve a tirar la primera piedra. Nadie se atreve a desmontarla o descreerla. ¿Por qué lo haría? y ¿para qué?, si las leyendas perviven por sí mismas y, en este caso, se amplifica con cada generación.
Lo mismo ocurre con la mítica historia pagana de Papá Noel o Santa Claus, sobre el que existen una infinidad de relatos. Uno de los más difundidos proviene aproximadamente del siglo III. Narra la vida del monje turco llamado San Nicolás, quien decide dejar todas sus posesiones para dedicarse a ayudar a los niños y a las familias desvalidas. En Estados Unidos, desde finales del siglo XVIII, se le denominó Santa Claus. Clement Clarke Moore escribió un poema navideño titulado «An Account of a Visit from St. Nicholas», en el que habla de Santa Claus como un hombre alegre, que va de casa en casa, en un trineo conducido por renos y entrega juguetes a todos. Más adelante, Thomas Nast, caricaturista, lo retrata vestido de rojo y barba blanca, como se le caracteriza hasta ahora. Aunque, a partir de esta representación, la sociedad le ha atribuido a su figura un sentido más comercial que espiritual.
En sí, el mundo es una naranja que tiene dos lados y, en esta época, miramos más el lado bueno, colorido y luminoso. En estas fechas todos nos convertimos en Sherezadas para salvarnos de la fealdad del mundo, de las guerras y de la violencia revestida que arrastra a la sociedad. Preferimos elegir la cara más humana, feliz y colorida de la existencia, en lugar de mantenernos de brazos cruzados, en el lado más triste y gris de la vida. La historia de los reyes magos que llevamos aprendida desde la niñez no es más que un dulce tradicional para sentir que existimos, que aún reímos y nos ilusionamos. Un aliciente actualizado que evoca la presencia de estos “reyes magos” para recordarnos que existe amor, generosidad, entrega y solidaridad.
José Luis Perales cantaba: «¿Dime, por qué la gente no sonríe?, ¿por qué las armas en las manos?, ¿por qué el mendigo de las calles?, ¿por qué los sueños olvidados?». Ahora habrá que preguntarnos: ¿Por qué no cesa la guerra en Gaza y en Ucrania? ¿Por qué no hay paz entre naciones? ¿Por qué no llegan más Reyes Magos? Si hay tantos niños y mujeres tristes a quienes consolar, tantos mayores solitarios y tantos sueños rotos por reconstruir. En realidad, hay un sinfín de historias por contar y muchas sombras de la humanidad por iluminar.
¡Dímelo, Dios, quiero saber dónde se encuentra toda la verdad!
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