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La habitación verde: Amor más allá de la muerte - Eduardo Torres-Dulce - Zenda
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La habitación verde: Amor más allá de la muerte

“Y así vamos adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado” (Francis Scott Fitzgerald) La chambre verte (La habitación verde, 1978) es puro Truffaut. Una muy hermosa película, llena de pathos, profundamente personal, emocional, sentimental, con los sentidos y las emociones impregnando las imágenes de una poética melancolía, de nuevo una prodigiosa introspección...

“Y así vamos adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado

(Francis Scott Fitzgerald)

François Truffaut vivió en una orfandad rodeada de amigos que apreciaba extraordinariamente y mujeres a las que amaba no menos apasionadamente. Tenía una curiosa máxima; le costaba hacer amigos porque pensaba que ello le llevaría a descartar de su vida a otros. Su orfandad, física y moral, la de un padre biológico al que apenas conoció en su madurez y una madre que apenas ejercía en afectos y presencia, le llevó a un desarraigo emocional solo superado por su autodidactismo educacional merced al cine, a la literatura y en general la cultura. André Bazin, un ser humano excepcional, recogió al joven voyou de Pigalle y como un padre recondujo su vida de tal manera que el cineasta le dedicó Los 400 golpes, su impresionante y autobiográfica tarjeta de visita que abrió junto a Al final de la escapada, la influyente eclosión de la nouvelle vague.

"La chambre verte (La habitación verde, 1978) es puro Truffaut. Una muy hermosa película, llena de pathos, profundamente personal, emocional, sentimental"

La chambre verte (La habitación verde, 1978) es puro Truffaut. Una muy hermosa película, llena de pathos, profundamente personal, emocional, sentimental, con los sentidos y las emociones impregnando las imágenes de una poética melancolía, de nuevo una prodigiosa introspección que mezcla literatura, música, poesía, y cine, mucho y siempre cine. Una película tan necrófila como el Vertigo de su amigo Hitchcock, un poema de amor a los seres queridos muertos, desaparecidos, a los que se invoca con desesperación para que vuelvan. Julien Davenne, encarnado por el propio Truffaut, un signo, como en El niño salvaje [I], del deseo del cineasta de ofrecerse, de dar sentido a la voz que anima la película, busca el regreso de su difunta y amada esposa, y la recrea, fallido Pigmalion, en un maniquí [II], tras ver arder —el fuego habita ancestral, misteriosamente, en esta película— la habitación que en su casa cobija, un museo, los recuerdos de Julie, su mujer, para acabar consagrando un panteón en el que más allá de Julie todos sus deudos, sus efigies, sus recuerdos, reviven en silencios, miradas: un cementerio civil de remembranzas, al que acudir a rendirles culto, no un culto pagano a los manes, no un culto religioso, porque se ignora el misterio de la transcendencia, sino un rincón en el que volcar el diálogo de una vida pasada con la sutil, misteriosa presencia de una cierta esperanza de que nos escuchen, consuelen, nos esperen. Néstor Almendros le ofrece a Truffaut unas imágenes teñidas de un profundo romanticismo realista; en manos de Almendros, un maestro de la luz y de las tonalidades de la película impresionada en celuloide, la realidad de la ficción se transforma en algo secreto, solo para tus ojos, para quienes se acerquen a la película para conmoverse con la desesperación del amor, la fragilidad de los recuerdos, la esperanza de un reencuentro más allá de la vida.

Truffaut, con La habitación verde, destroza lugares comunes, tópicos sobre imposibles o no deseables maridajes de literatura y cine, simplemente porque confía, se entrega a la pureza de las imágenes que filma, esperando y logrando que cuando surgen las palabras, éstas se confundan con las imágenes y unas y otras sean ya otra cosa: el milagro imposible del cine que habla y nos mira. Inspirada en relatos de Henry James, básicamente en El altar de los muertos [III], Truffaut y Jean Gruault, sin traicionarlos, —está todo James, secreto, sutil, misterioso, conmovedor en su distanciamiento—, los amplían cavando en el corazón de la soledad y los recuerdos de un ser humano que se niega a olvidar el amor vivido.

"La habitación verde avanza y gira, implacablemente, hacia la convergencia de Julien y Cecilia, una convergencia que curiosamente niega el amor posible porque deben guardar el dolor"

Inspirada por esos relatos de Henry James, La habitación verde vive prodigiosamente en los silencios, las miradas, los recuerdos, la finitud de todo, la ternura de la tristeza. La puesta en escena se mueve en planos fijos, planos secuencias, panorámicas que indagan en el espacio, en lo inesperado, primeros planos que nos aproximan a seres humanos que viven o recuerdan. Hitchcock, como Austen o Brontë, un romanticismo teñido por lo mórbido del precipicio obsesivo del amor que se niega a morir. Buñuel por su mirada indagadora por los objetos, el fetichismo amoroso como la huella de algo inaprensible. John Ford por su manera de hablar directamente, como si estuvieran vivos, ante la tumba de sus seres queridos. Cecilia Mandel —prodigiosa Nathalie Baye, en su torrente de secreta sensibilidad— rechaza la complicidad con Davenne porque éste solo vive para el recuerdo de los muertos, mientras ella, que ha perdido a su padre, los respeta y ama pero también a la vida que sigue. Davenne rechaza a su amigo Mazet (Jean-Pierre Moulin) porque ha encontrado otra esposa que sustituya a la primera, por la que quiso suicidarse. La habitación verde avanza y gira, implacablemente, hacia la convergencia de Julien y Cecilia, una convergencia que curiosamente niega el amor posible porque deben guardar el dolor, el recuerdo de los amores, las amistades cercenadas por la muerte. No casualmente Truffaut y Gruault sitúan La habitación verde diez años tras el final de la Primera Guerra Mundial, cuyas imágenes de combates, trincheras, devastación y muerte se nos muestran viradas en los títulos de crédito. La guerra cercena vidas y deja heridas que nunca se curan. Davenne pierde a Julie poco después del armisticio, apenas cuando comenzaban a vivir y a esperar juntos.

Si hubiera que escoger un testamento de un artista muerto demasiado joven, como el caso de Truffaut, quizás pudiéramos pensar en La noche americana, la epifanía, la celebración de la joie de vivre que suponía para François el cine, las películas, su Hatari!, como confesó alguna vez, pero prefiero escoger, sin duda alguna, La habitación verde, el corazón de la emoción, de la intimidad del amor, para un ser humano que había nacido y crecido sin rastro de cariños y afectos y peregrinado toda su vida en su busca, guardándolos, atesorándolos, negándose a perderlos en los vaivenes y el tráfago de la vida.

*****

La chambre verte (La habitación verde, 1978). Producida y dirigida por François Truffaut. Guion de François Truffaut y Jean Gruault, basado en los relatos de Henry James El altar de los muertos, La bestia en la jungla, Los amigos de los amigos. Fotografía Nestor Almendros, en Eastmancolor. Decorados Jean- Pierre Kohut. Montaje Martine Barraqué. Música Maurice Jaubert.  Vestuario Monique Drury, Christian Gasc. Intepretado por François Truffaut, Nathalie Baye, Jean Dasté, Jean-Pierre Moulin, Antoine Vitez, Jane Lobre, Patrick Maléon, Annie Miller, Nathan Miller, Serge Rousseau. Duración 94 minutos.

[I] En una nueva conexión con El niño salvaje , Davenne vive con un chico sordomudo, una suerte de hijo adoptivo al que intenta enseñar a hablar.

[II] Truffaut confesó que se había inspirado en El crimen de Archibaldo de la Cruz, la prodigiosa película de Luis Buñuel, que quizás también inspirara a Berlanga en Tamaño natural.

[III] También se citan La bestia en la jungla y Los amigos de los amigos .

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Eduardo Torres-Dulce

Eduardo Torres-Dulce Lifante (1950), licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, accedió por oposición a la carrera fiscal en 1975. Ha compaginado desde siempre la profesión jurídica con su dedicación a la escritura, la crítica y la enseñanza cinematográficas. Ha ejercido la crítica en publicaciones como Nueva Lente, Contracampo, La Clave y Telva. Formó parte del Comité de Redacción de la Revista Nickelodeon y, desde su fundación, es el crítico cinematográfico del periódico Expansión. Asimismo, colabora con el magazine Fuera de Serie. Durante varios años ha ejercido la enseñanza sobre materias cinematográficas en la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid (ECAM) y en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra, el Colegio de Economistas de Madrid, Politeia y el Club Zayas. Ha participado con asiduidad los programas de televisión ¡Qué grande es el cine! (RTVE) y Cine en Blanco y Negro (Telemadrid). Desde hace muchos años forma parte del equipo del programa radiofónico Cowboys de Medianoche (esRadio). Es autor de los libros de cine Armas, mujeres y relojes suizos (Nickelodeon-Notorious), Jinetes en el cielo (Notorious), El salario del miedo (Notorious), Los amores difíciles (Notorious), y editor de Casablanca (Notorious), como también autor en diversos volúmenes colectivos.

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