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La guerra de los niños - Zenda
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La guerra de los niños

Hay libros que tienen una vida secreta y casi subterránea. Que en silencio van atravesando el tiempo para permanecer frescos en la memoria de los lectores y en ese ir y venir de boca a oreja que termina por convertirlos en una suerte de clásicos marginales. Obras de las que pocos han oído hablar, pero...

Hay libros que tienen una vida secreta y casi subterránea. Que en silencio van atravesando el tiempo para permanecer frescos en la memoria de los lectores y en ese ir y venir de boca a oreja que termina por convertirlos en una suerte de clásicos marginales. Obras de las que pocos han oído hablar, pero que gozan de la devoción constante de quienes tuvieron la suerte de echárselas a los ojos. No es muy conocida en España la figura de Paco Ignacio Taibo (Gijón, 1924-Ciudad de México, 2008), porque abandonó el país cuando aún estaba empezando su carrera y porque fue en México, su tierra de adopción, donde se hizo un nombre dentro del periodismo cultural y también en el ámbito político: su casa, en la época franquista, se convirtió en punto de encuentro entre los españoles que se habían exiliado allá y los que, viviendo acá, estaban de paso por el país americano y buscaban un refugio en el que despachar sin problemas sus escasas simpatías hacia el régimen. De ahí que su obra —que incluyó novelas, ensayos y hasta obras teatrales— haya tenido una escasa repercusión en España, o al menos no la que merecerían algunos de los títulos que dio a imprenta. La prueba es que apenas se le ha reeditado. Hace unos años, Ediciones Trea tuvo la buena idea de recuperar su suculento Breviario de la fabada (2010). Ahora es la editorial Drácena la que se marca un buen tanto al propiciar el regreso a las librerías de este Para parar las aguas del olvido, acaso una de las obras capitales del viejo Taibo y sin duda una pieza fundamental en el conjunto de los textos autobiográficos que se han escrito en torno a la Guerra Civil. El libro vio la luz originalmente en 1982, de la mano de las Ediciones Júcar del recordado Silverio Cañada, y hasta ahora sólo era posible localizarlo en librerías de lance o fiando el hallazgo a las siempre caprichosas leyes del azar.

"El narrador va y viene por un mundo en blanco y negro en el que los curas mandan mucho y hay que hablar con dobles sentidos. En el que su padre y su tío están primero escondidos en casa y luego terminan presos en la cárcel provincial."

«El parque de San Francisco limita por lo alto con la esperanza de que un día lleguen». Como ocurre en muchos grandes libros, la primera frase anuncia y sintetiza lo que será el tono general. El niño Paco Ignacio Taibo creció en el Oviedo de la década de 1930, donde su padre y su tío trabajaban, este último como redactor-jefe, en el diario socialista Avance. Esa circunstancia les valió un exilio en 1934, tras el fracaso de la revolución de octubre, y una condena en vida a partir de 1937, cuando Asturias cayó definitivamente en manos de los franquistas y se desencadenaron las hostilidades contra los vencidos. La Guerra Civil en ese rincón norteño tuvo sus particularidades: mientras toda la provincia se manifestaba leal a la República, los mandos en Oviedo abrazaron el golpe de Estado, lo que convirtió la capital en una ciudad cercada por las tropas que, desde todos los puntos de la región, marchaban hacia ella con el fin de tomarla y someterla a la legalidad imperante. Con la capital administrativa trasladada a Gijón —merced al llamado Consejo Soberano, por el que Asturias y León se arrogaban la capacidad de defenderse, con independencia de lo que estipulara el Gobierno de Madrid—, Oviedo fue durante muchos meses un campo de batalla en el que se sucedían los bombardeos y los combates. Una tierra de nadie donde unos mantenían la esperanza de que llegaran los suyos mientras otros luchaban para que se fueran.

En ese contexto se mueven cinco amigos cuyas andanzas vertebran las páginas de este libro. Se trata de una pandilla de la que, además del autor y de su hermano Amaro, forman parte Benigno Canal, Manuel Lombardero y Ángel González. Poca noticia hay que dar de estos dos últimos porque, pasado el tiempo, los dos se convertirían en figuras destacadas dentro de los ámbitos editorial y literario. El primero, como experto en el difícil arte de vender libros y poseedor de una colección particular verdaderamente envidiable. El segundo, como uno de los poetas imprescindibles de la reciente literatura española. Ambos escribieron en su momento, respectivamente, un epílogo y un prólogo para la primera edición de Para parar las aguas del olvido que, lamentablemente —y es el único pero—, no se han incorporado a este rescate, en el que el encargado de presentar el texto a los lectores es Luis García Montero.

"Hay en Para parar las aguas del olvido páginas bellísimas que se dedican a consignar la importancia que para el grupo tuvieron el descubrimiento de Rubén Darío, de Ramón María del Valle-Inclán, de Federico García Lorca."

¿Qué convierte Para parar las aguas del olvido en un libro que vale la pena leer? En primer lugar, su propia razón de ser. Se trata de una visión de la Guerra Civil ofrecida no desde la épica de la resistencia ni desde un contexto geográfico, digamos, centralista y, por lo tanto, adscrito a los terrenos del tópico. Quien habla fue un niño que tuvo que padecer los horrores del conflicto en la ajada capital de una región periférica y los asimiló con la naturalidad de quien aún no ha vivido lo suficiente para entender que el caos era una excepcionalidad y no la norma. No hay en estas páginas grandes giros gramáticos ni efectos que busquen el patetismo. Por el contrario, todo se desenvuelve con suavidad porque el autor filtra con su mirada adulta los recuerdos de su yo de aquellos años, y lo hace con el humor y la ternura propios de quien no busca saldar cuentas con el pasado, sino consignarlo para que no haga mella en él la desmemoria. El narrador va y viene por un mundo en blanco y negro en el que los curas mandan mucho y hay que hablar con dobles sentidos. En el que su padre y su tío están primero escondidos en casa y luego terminan presos en la cárcel provincial. Un mundo en el que las cosas cambiaron para mal demasiado pronto y donde no tiene sentido perder el tiempo llorando por aquello que tal vez no pueda recuperarse nunca. De ahí que la ironía o el sarcasmo se conviertan en el mejor recurso para la catarsis. Hay en estas memorias pasajes francamente divertidos. Lo es, por ejemplo, el capítulo en el que cuenta cómo las bombas, algunas veces, tenían efectos benéficos: «Paco Ignacio, levántate y mira por la ventana. La casa de enfrente se ha caído y se ve el campo.»

Los cinco amigos y quienes puntualmente se les acercan —hace apariciones en varios capítulos el poeta Carlos Bousoño cuando aún ni siquiera soñaba con triunfar en el campo de las letras— leen mucho, y comentan lo que leen, y encuentran en la literatura unos héroes que les dan armas para resistir en unos tiempos confusos. Destaca en el dramatis personae —sustancioso en tanto que termina de perfilar el retrato a vuelapluma de un lugar y de una época— el librero Alfredo Quirós, fundador de la librería Cervantes, que hoy es la de mayor solera de Asturias —en ella sigue Concha, hija del alma máter, manteniendo la buena fama de la estirpe—, y que desempeñará un papel importante y sostenido en lo que es el otro gran hilo conductor del libro: la propia literatura y sus posibilidades como herramienta para evadirse de la barbarie. Hay en Para parar las aguas del olvido páginas bellísimas que se dedican a consignar la importancia que para el grupo tuvieron el descubrimiento de Rubén Darío, de Ramón María del Valle-Inclán, de Federico García Lorca. También el desencanto que sufrieron al ver a su antaño idolatrado Gerardo Diego abrazar la causa nacional-católica con un poema dedicado a la propia ciudad de Oviedo. Hasta Miguel de Unamuno, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez se ponen a tertuliar en una pequeña obra de teatro en la que, sentados ante sus cinco discípulos, ironizan a propósito de cómo va a irles en la vida si desde tan jóvenes les da por leer esas cosas. La incursión de tipologías textuales ajenas al género ensayístico ilustra la última gran razón por la que este libro debiera conocerse mucho más de lo que se ha conocido hasta ahora: la radical libertad con que están escritos sus capítulos. Paco Ignacio Taibo no se detiene en academicismos ni quiere hacerse el virtuoso. Escribe guiado por el fluir de sus recuerdos y por la necesidad de darles curso, y en ese arrebato visceral encoge y estira las frases según su conveniencia, estructura la acción en torno a diálogos brevísimos y chispeantes, compone capítulos que más que unidades narrativas son meras estampas, un simple apunte en el que bastan unas pocas líneas para que quede retratado el signo de una época. «Volveré a mi sueño, el último reducto, la guarida final a la que siempre nos acogimos en los días peores», escribe en el hermoso colofón del volumen, una reivindicación de la libertad y la belleza como instrumentos para la redención. También este libro constituye una suerte de exorcismo, al pasar por el tamiz de la literatura la experiencia atroz de la guerra y la represión para devolver una obra cuya lectura es tan fascinante como necesaria.

Título: Para parar las aguas del olvido. Autor: Paco Ignacio Taibo. Editorial: Drácena. Venta: Amazon

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Miguel Barrero

Ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven), La vuelta a casa, Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner), La existencia de Dios, Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado), La tinta del calamar (premio Rodolfo Walsh) y El rinoceronte y el poeta, así como el libro de viajes Las tierras del fin del mundo. Ha formado parte del programa 10 de 30 para la difusión de la nueva literatura española en el exterior. @MiguelBarrero Foto: Muel de Dios.

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