Para entender cómo se desencadena uno de los episodios más determinantes de la historia del mundo, hay que comprender la caída del imperio de los zares y el establecimiento de un nuevo régimen político (el estado proletario), que terminó extendiéndose por decenas de países. Durante muchas décadas, se fueron dando las condiciones que propiciaron, en principio la Revolución y con posterioridad la Guerra Civil. En primer lugar, los intelectuales rusos consideraban que sus gobernantes eran unos burócratas opresores que utilizaban a la policía y al ejército para subyugar al pueblo. En segundo lugar, los campesinos sobreviven en unas condiciones espantosas trabajando las tierras de los terratenientes. En tercer lugar, la clase obrera malvivía explotada por los patronos burgueses. En cuarto lugar, la tropa, que formaba el ejército Imperial, se encontraba sometida a los caprichos y la arbitraria disciplina de sus jefes y oficiales, mandos procedentes de la inmensa aristocracia que componía la corte del Zar. La alianza de todas estas clases sociales constituyó la base de la denominada clase proletaria, que los bolcheviques pusieron a la vanguardia de la Revolución.
Tras la muerte en Sarajevo, en julio de 1914, del archiduque Francisco, el Zar se vio en la obligación de apoyar al pueblo amigo de Serbia. Para cumplir con la alianza suscrita, declaró la guerra a la coalición de Alemania, Prusia y el Imperio austrohúngaro. Una vez desplegadas las tropas imperiales en el frente oriental: “La vida de los soldados rusos en las trincheras resultaba del todo inhumana. Estos soldados-campesinos eran carne de cañón que odiaban la guerra, el fango, los piojos, la mala comida y el escorbuto”.
La situación social, política y militar era tan desastrosa que se veía venir una revolución. La única duda era si se produciría durante la Gran Guerra o una vez finalizada. Los que se negaban a ver esta realidad, empezando por el Zar, exasperaban a los pocos políticos y militares que advertían de la situación de peligro y reclamaban soluciones para evitarla.
En el mes de febrero, concretamente el día 23, fecha en que se celebraba el Día Internacional de las Mujeres, comenzó el proceso revolucionario conocido como la Revolución de Febrero. Esos días, ante las multitudinarias manifestaciones, la mayoría de los soldados se negaron a obedecer la orden de disparar contra la muchedumbre. Concretamente el acuartelamiento de Petrogrado prefirió sumarse a la Revolución y no reprimir las protestas. Las autoridades gubernamentales fracasaron en su intento de reunir una fuerza que restaurase el orden. Ante la situación de rebelión general y la opinión de los generales de que la situación era insostenible, el zar Nicolas II aceptó renunciar al trono.
Con la caída de la autocracia zarista se instauró el caos total. En primer lugar se formó un gobierno provisional y se creó el Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado que fue conocido como “el Sóviet de los Diputados de los Trabajadores y Soldados de todas las Rusias”, que adoptó el lema «¡Todo el poder para los Sóviets!»
Una vez asentada la revolución de Febrero, Lenin estaba convencido de que para hacerse con el poder absoluto era preciso una guerra civil que llevase a un genocidio de clase, para ello su meta era utilizar a los Sóviets como caballo de batalla para hacerse con el control absoluto. Paralelamente se crearon las milicias de obreros de las fábricas que primero se constituyeron en la Guardia Roja, para luego convertirse en el Ejército Rojo.
No tardó mucho tiempo para que se instalase el desánimo y la desilusión por el caos y los crímenes que se producían continuamente. A la vez, entre los políticos y militares implicados en la Revolución se creó un ambiente de continua confusión y traiciones, provocado por un pánico cada vez mayor a que se produjese una contrarrevolución que trajese purgas de todos los partidarios de la Revolución. Ante este miedo, en octubre se produjo una nueva revolución, con un alzamiento generalizado por parte de los trabajadores y soldados, que dio pie a que Lenin proclamase en el Congreso:
El poder estatal ha pasado de manos del órgano del Sóviet de los Diputados de los Trabajadores y Soldados de Petrogrado al Comité Revolucionario Militar, que dirige el proletariado y el acuartelamiento de Petrogrado.
El resto de partidos políticos protestaron por las acciones de los bolcheviques y sus tácticas engañosas. Los opositores decidieron abandonar el Congreso, dejando el campo despejado para que Lenin lograse la guerra civil que tanto deseaba y cuyo fin era destruir a sus rivales. Al principio, los bolcheviques, para tranquilizar al resto de partidos, aseguraron que el gobierno provisional dejaría paso a una Asamblea Constituyente. En enero de 1918, la mayor preocupación de Lenin era encontrar el modo de sabotear la Asamblea Constituyente. La solución se la facilitó la Comisión de Comisarios (Sovnarkom) cuando declaró que el lema que había adoptado la Asamblea, «¡Todo el poder para la Asamblea Constituyente!», era contrarrevolucionario, ya que todo el poder supremo lo poseía, desde su constitución, el Sóviet de todas las Rusias.
Para combatir la contrarrevolución, la especulación y el sabotaje se crea una Comisión especial denominada Checa. Lenin le confirió la autorización para torturar y asesinar sin juicio ni supervisión judicial, dando comienzo a un régimen de terror indescriptible, que realizaba ejecuciones masivas de la forma mas brutal. De esta manera se instaura el Terror Rojo, con la siguiente justificación:
La coerción comunista por medio del terror era pues una medida preventiva. Los bolcheviques culparon de lo sucedido, de distintas maneras, a la contrarrevolución, a los atentados contra la vida de sus lideres y a la intervención extranjera.
A lo largo de Revolución y Guerra Civil 1917-1921. Rusia, Antony Beevor realiza una concienzuda descripción de los pequeños y grandes protagonistas, relatando los motivos políticos y militares que llevaron a un enfrentamiento fratricida, entre el bando revolucionario, los Rojos, y el bando contrarrevolucionario o los Blancos, en una guerra civil con multitud de actos llenos de brutalidad realizados tanto por los bolcheviques como por sus enemigos.
La paz de Brest-Litosk puso fin a la I Guerra Mundial en el frente oriental, en la que los rusos permiten que Alemania extienda sus dominios, por el norte hasta el mar Báltico y por el sur hasta el mar Negro. Esta paz permitió a los bolcheviques retirar las tropas del frente europeo para utilizarlas en la guerra civil contra los contrarrevolucionarios, denominados Blancos, que agrupaban diversos grupos de derechas, monárquicos y las fuerzas extranjeras formadas por tropas checas, estadounidenses, inglesas, japonesas, canadienses y francesas, dando comienzo a otra guerra internacional que se extendió por toda la masa continental euroasiática. Fue una guerra sin cuartel ni piedad.
En junio de 1918, las fuerzas del ejército checo llegan a las proximidades de la finca en donde se encontraban recluidos el zar Nicolas y su familia. Ante esta situación, Lenin acuerda con Dzerzhinki y Sverdlov que no podían permitir que los checos liberasen a la familia Románov, por lo tanto deciden ordenar que los ejecuten con objeto de que el ejército Blanco no dispusiese de una bandera. Lo que no fueron capaces de ver es que, para los Blancos, resultaron más útiles unos Románov muertos a los que presentar como mártires.
Con el paso del tiempo se fue instalando el desánimo en las filas Blancas debido, en parte, a la inutilidad del ministerio de guerra y a la corrupción absoluta que se extendía sobre todo en retaguardia. La característica de la guerra entre Blancos y Rojos era el desaliento. Este abatimiento se acrecentó para los Blancos, cuando, en el frente del mar Báltico, primero Letonia y con posterioridad Lituania, Estonia y Finlandia firmaron armisticios por los que el Kremlin reconocía su independencia. Con posterioridad, la desmotivación de el ejército Blanco es total, cuando, teniendo la posibilidad de tomar Petrogrado y Moscú, deciden no asaltar las plazas y retirarse.
A finales de 1918 se produce el punto de inflexión de la guerra cuando los países extranjeros deciden retirar sus tropas y cortar el suministro de material bélico. En ese momento el ejército Blanco, que estuvo a punto de ganar la guerra, se repliega al sur.
El 16 de noviembre de 1920, las fuerzas del Ejército Rojo ocuparon Crimea en su totalidad. Esto supuso el fin de la guerra.
“Para Lenin la victoria tenía que significar venganza, tanto en el país como en el extranjero”. No podía haber perdón: las represalias, en forma de ejecuciones, fueron incalculables.
Los Blancos perdieron la guerra, en primer lugar, porque fueron inflexibles, por ejemplo, al negarse a contemplar una reforma agraria o a dotar de alguna autonomía a las nacionalidades del Imperio zarista, y en segundo lugar por su colapso moral: su comportamiento había sido tan nefando como el de sus enemigos bolcheviques. Sin embargo, hubo una diferencia sutil, pero importante. Demasiado a menudo los Blancos representaron los peores ejemplos de la humanidad. Pero en lo que atañe a la inhumanidad implacable, nadie superó a los bolcheviques.
La obra de Antony Beevor esta escrita de manera amena, datando una gran cantidad de episodios que se produjeron a lo largo del principio de siglo XX en Rusia, detallando los movimientos militares, así como quienes fueron los protagonistas y sus comportamientos. Como bibliografía utilizó centenares de documentos y las obras de casi trescientos autores.
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Autor: Antony Beevor. Traductor: Gonzalo García. Título: Revolución y Guerra civil 1917-1921. Rusia. Editorial: Crítica. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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