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La experiencia You-Feeling (IV): Un intercambio fallido - José Ángel Mañas - Zenda
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La experiencia You-Feeling (IV): Un intercambio fallido

¿Necesitas refrescar tu existencia durante unos días? U-feeling es la experiencia absoluta. Olvídate de tu viejo yo y disfruta de las sensaciones inolvidables de tener un cuerpo virgen. ¡Tú eliges quién quieres ser!”.  Así reza la publicidad de esta nueva empresa internacional que ha aterrizado en la capital para comercializar —nadie para el progreso— el intercambio de...

¿Necesitas refrescar tu existencia durante unos días? U-feeling es la experiencia absoluta. Olvídate de tu viejo yo y disfruta de las sensaciones inolvidables de tener un cuerpo virgen. ¡Tú eliges quién quieres ser!”. 

Así reza la publicidad de esta nueva empresa internacional que ha aterrizado en la capital para comercializar —nadie para el progreso— el intercambio de cuerpos. Se acabó la guerra de sexos, la guerra de clases, adiós a la xenofobia. U-feeling te abre la mente convencida de que con su tecnología puede propiciar la aproximación de enemigos irreconciliables y acercarnos a la paz universal, esa vieja utopía kantiana que parece por fin al alcance de la mano. Empatía, ese es el producto que comercializa.

La experiencia U-feeling estará disponible en diciembre de 2021, pero ya puedes conocer su decálogo, las diez normas fundamentales de You-Feeling.

En los anteriores episodios, Momar Mbayé ha contado cómo y por qué aceptó participar en una experiencia You-feeling ilegal, y cómo se preparó para la misma… 

Y a continuación reproducimos el cuarto capítulo: Un intercambio fallido.

******

 Transcripción de la declaración de Momar
Mbayé ante la agente del departamento de
Delitos Tecnológicos Angie Peña González
(número profesional Y-212336) y en
presencia de la inspectora de Policía
Estatal Julia Gordon (número profesional
X-2347544). —continuación.

comisaría Centro,

jueves 20 de junio, 22.28

—Vamos a lo gordo, Momar. ¿A qué hora te despertaste y cómo?

—Cuando el despertador digital incrustado en la cabecera de la cama marcó las seis de la mañana. Nada más incorporarme, se abrió una puerta que no me había fijado yo que estuviera el día anterior.

—¿Adónde daba?

—A un minúsculo cuarto de baño con ducha. No me lo pensé dos veces. Entré, me desnudé. Me tiré un buen rato bajo el agua. Procuré disfrutar de las sensaciones que me proporcionaba mi cuerpo. Me sentí raro al jabonarlo y pensar que dentro de poco escaparía a mi control. Supongo que es lo que le pasa a todo el que experimenta con el intercambialismo. He leído en Internet que hay casos de rechazos, cuando se vuelve al propio cuerpo, y que alguno puede llegar a querer lesionarlo o perder la confianza en los movimientos del propio cuerpo.

—Desgraciadamente, hay cada vez más patologías siquiátricas vinculadas con el intercambialismo, aunque todavía es pronto para saber si las secuelas son temporales o permanentes. ¿Qué hiciste entonces?

"A partir de ahí había poquísimas puertas, ninguna ventana. Todo era extremadamente frío. Con cámaras por doquier"

—Me puse la primera de las mudas que traía en la bolsa de deportes: unos vaqueros usados, un boxer, las zapatillas que llevo, una camiseta blanca ceñida. Dejé la ropa sucia del día anterior en una bolsa de plástico de supermercado que enseguida metí junto con la muda limpia que me quedaba: la que me pondría por la tarde cuando se acabase todo y me llevase mi cuerpo de vuelta a casa.

—¿Volviste a ver al Gerente?

—El ya me dijo que su parte, la comercial, estaba hecha. Quien me llevaría por la mañana a la sala de intercambio sería uno de los técnicos de la empresa. Ellos son quienes monotorizan los intercambios de cuerpos y se preocupan de que los aparatos funcionen. Luego me habían dicho que habría allí por lo menos un médico, en caso de algún problema físico o cardiaco. El Gerente me juró que rara vez los había.

—¿Y ese técnico llegó?

—Sí. Era una chica pelirroja. Llamó a primera hora a la puerta. Yo era la primera persona que veía desde que estaba despierto y me dio un susto, porque el lugar estaba muy insonorizado. La sensación era un tanto fantasmal. A diferencia de la sede comercial, que está hiper conectada con el mundo, allí se procura que los intercambialistas se acuerden lo menos posible de lo que pasa fuera en la realidad. Lo que suena por el hilo musical es música clásica, no sabría decir qué piezas pero con muchos violines. La muchacha me preguntó si estaba listo, si podía abrir la puerta. Yo me erguí. Dije que sí.

—¿Cómo era?

—Una mujer de en torno a la treintena. Bastante corpulenta. Pelo rizado pelirrojo, gafas de titanio, una expresión seria pero afable e incluso cariñosa, y el rostro rojizo y lleno de pecas, igual que el cuello y los hombros.

—¿Y qué impresión te causó?

—El de ser una mandada. Una profesional que hace aquello para lo que se la contrata sin preocuparse por más. Me preguntó si había dormido bien. Dije que sí. Me preguntó si estaba listo y abrió la bolsa para chequear lo que traía. «En la sala de anfitriones, que ya forma parte del área de intercambio, hay una taquilla donde dejar tu ropa. Sígueme». Me guio por el mismo pasillo por el que había llegado, solo que en la otra dirección. No había pantallas y se oía de fondo esa música clásica muy relajante. A partir de ahí había poquísimas puertas, ninguna ventana. Todo era extremadamente frío. Con cámaras por doquier.

"El único continente en el que no ha empezado a operar todavía You-feeling es África porque, según dicen, no se dan las garantías de seguridad suficientes"

”En nada llegamos a la sala de anfitriones. Esta era una sala vacía, sin nada salvo las taquillas. La U, los colores y el logo de You-feeling cubrían todas las paredes de arriba abajo con el fondo amarillo característico, el único color presente. Había otra vez pantallas con anuncios de You-feeling en diversos idiomas: inglés, francés, alemán, japonés. Era volver a cambiar la paz interior por la agresividad de la modernidad beligerante. Me quedé embobado con los anuncios. You-feeling está presente en el mundo entero y cada vez que aparece un Gerente para anunciar los productos resulta muy similar al nuestro: están cortados por el mismo patrón y se me ocurrió de repente que pudiesen ser clones o robots. Todos blanquitos; no había ningún Gerente africano. De hecho, el único continente en el que no ha empezado a operar todavía You-feeling es África porque, según dicen, no se dan las garantías de seguridad suficientes y temen que se dispare el mal uso de su tecnología.

—El mal uso hace tiempo que empezó en Europa sin necesidad de ayuda. Para eso nos bastamos nosotros mismos. ¿Dices que esa auxiliar te dejó a solas?

—Me dijo que allí tenía una taquilla para dejar mis cosas. Tenía diez minutos para relajarme antes de pasar a la sala de intercambio propiamente dicha. Evidentemente, desnudo. «Hay un váter por si quieres hacer tus necesidades» aclaro antes de cerrar la puerta.

—¿Y tú qué hiciste?

—Dejé caer al suelo la bolsa que llevaba al hombro. Me hipnotizaban las pantallas. Una cosa es que te digan que You-feeling es una multinacional puntera, otra comprobarlo. Había anuncios en la Quinta Avenida de Nueva York, en Tokio, en los Campos Elíseos de París, en la Torre de Londres, siempre los sitios más emblemáticos. La sensación era de poderío económico, y eso inspiraba confianza. Si una empresa así ha triunfado tanto es porque es seria. Fue la reflexión que me hice.

”Al mismo tiempo había algo de maléfico y perverso en todo aquello. Lo primero que me molestó fue ver que no había ningún gerente negro. El indio era el más moreno, pero no había ningún africano. Al rato de comprobar que mis ojos se pegaban a las pantallas me empecé a sentir como un mosquito atraído por la luz. Me di cuenta de que no era sano. Apagué las pantallas con un mando a distancia que seguía encima de la mesa. Necesitaba estar a solas conmigo mismo y me dediqué a inspirar profundamente. Me concentré en la respiración, en el latido de mi corazón. Los nervios hicieron que me dirigiese al váter, y seguí la recomendación de la mujer.

—¿Y ahí fue cuando te entró el pánico?

"Entonces me acordé de que una de las cláusulas del contrato decía que a partir del momento en el que llega uno al área de intercambio ya no tiene derecho legal a retroceder"

—Ahí fue cuando de repente me entró el miedo, sí. Debe de ser algo corriente porque nada más salir del váter, cuando aporreé la puerta blindada, me di cuenta de que la habían cerrado. Entonces me acordé de que una de las cláusulas del contrato decía que a partir del momento en el que llega uno al área de intercambio ya no tiene derecho legal a retroceder. Pero de repente me dio igual.

—¿Puedes especificar un poco más tus emociones?

—Un miedo irracional, un rechazo de todo lo que veía. Una sensación de que me estaba a punto de pasar algo horrible. No me gustaba nada de lo que veía e intenté abrir la puerta blindada. «¡He cambiado de opinión! ¡No lo voy a hacer! ¡Sacadme de aquí!». Pero nadie contestaba y me puse nervioso. Empecé a vociferar cosas agresivas. «¡Puta compañía de bazofia tecnológica, abridme, que me largo de aquí!». Tampoco. Nada. Respiré en profundidad y me dije: tranquilízate, Momar, no pasa nada, piensa en tu hijo, tu mujer. Eso me llevó a recuperar un tanto la calma. Me dije, son solo unas pocas horas y has firmado un contrato, están en su derecho…

”Sobre la mesa había una llave pequeña. La cogí y abrí la taquilla. Si quitamos las dos cámaras en el techo no había otra cosa salvo la mesa, las taquillas y una puerta enfrente de cristal que daba a la sala de intercambio. No se veía apenas porque era un cristal oscurecido y, supuse, irrompible. Cuando me acerqué, vislumbré que al otro lado había una silueta humana, una sombra más o menos de mi talla, y entendí que el cliente ya estaba allí. Permanecía de pie, quieto. Era la sala en la que debía entrar desnudo y donde me esperaba, digo yo que junto a los aparatos You-feeling, el cuerpo que supuestamente hubiera debido ocupar y controlar yo si aquello fuera un intercambio normal.

—Pero a ti te explicaron las condiciones precisas en que quedarías durante el intercambio, ¿no?

—Por supuesto. De normal, los intercambialistas salen cada cual con el cuerpo anfitrión y regresan al local nada más finalizar la experiencia, ya sea al cabo de veinticuatro horas o de una semana, que es lo máximo. En mi caso, una de las cláusulas estipulaba que me mantendrían drogado con un somnífero y que solo despertaría al final del día, otra vez en mi cuerpo de origen. En mi modalidad, mi autonomía se anularía. Me inyectarían cierto producto y el Gerente me había aclarado que la sensación sería la de una anestesia: me despertaría y estaría de vuelta en mi cuerpo, y habría alguien de You-feeling presente para aleccionarme sobre lo sucedido. Era lo pactado. Pero evidentemente nada salió como previsto.

—¿Y por qué no seguiste el protocolo? ¿Por qué no entraste en la sala de intercambio?

"Ya me había hecho a la idea de que lastimasen mi cuerpo, pero no podía consentir que hicieran daño a terceras personas"

—Por miedo, ya lo he dicho. Y porque cuando me acerqué a dejar mis cosas en mi taquilla, se me ocurrió abrir otra que había junto a la mía y me di cuenta de que en el interior había una pistola y un trozo de soga. La pistola era un arma automática de marca Llama. Al lado tenía un cargador lleno de balas. La soga estaba doblada, atada con una brida de plástico. Los dos objetos, cada uno en el interior de una bolsa de plástico me imagino que desinfectadas para que, si se utilizaba, no quedasen más huellas que las del cuerpo anfitrión, el mío. Aquello me echó definitivamente para atrás. Fue la primera vez que caí en la cuenta de que le podía pasar algo a alguien más. Será extraño, pero hasta ahí no lo había considerado. Mi preocupación era con el propio cuerpo. Pero esto era otra cosa. «Menudo hijo de puta», murmuré. Me volví hacia la puerta. Empecé a golpear aún más. «¡Esto ya sí que no! ¡Abridme!». Nadie me había hablado a mí de un arma de fuego.

—¿En ese momento decides que no quieres hacer el intercambio?

—En ese momento, Momar, sí, decide que ya no quiere continuar con esa locura. La pistola me pareció una ruptura de los términos acordados. Me dio miedo de que se utilizase mi cuerpo para Dios sabe qué. Ya me había hecho a la idea de que lastimasen mi cuerpo, pero no podía consentir que hicieran daño a terceras personas.

—¿Qué crees que pensaban hacer con tu cuerpo?

—No quiero ni saberlo. Lo que agradezco a Dios es que cometieron el error de dejar un arma de fuego a mi disposición, porque de no ser por eso yo no podría estar aquí hoy para contarlo.

—Es la primera vez que tenemos un testimonio semejante y no podemos menos que agradecértelo. Para mi departamento y para el cuerpo policial en general, es importantísimo. Estamos convencidos de que tu caso es la punta del iceberg de una multitud de actividades delictivas, de un tipo hasta el momento desconocido, que se comete impunemente. La tecnología siempre se concibe para una cosa y acaba sirviendo para otra. Se inventa para aliviar nuestras cargas y acaba sirviendo para esclavizarnos aún más. O para destruir, como la energía nuclear. Por alguna razón, lo negativo supera siempre a lo positivo. O a alguien se le ocurre una manera de corromperlo. Las autoridades de todo el planeta llevan tiempo sospechando que hay actividades ilegales en torno a las empresas intercambialistas, pero el tuyo es el primer caso concreto en España en el que conseguimos penetrar en el meollo de la cuestión. Sentará un precedente. Sigue, Momar. Estabas con la pistola.

—Para mí, la pistola lo cambió todo. Además, me dio una herramienta intimidadora. Ahora tenía un arma a mi disposición. Fue el error que cometieron. Yo dejé la bolsa de deporte. Cogí tanto la soga como la pistola.

—Resulta extraño que estuviesen ahí esos objetos. Y en una taquilla, según dices, sin cerrar.

—Estaba entreabierta, sí.

—¿Tú sabías usar una pistola?

"De modo que consideré disparar contra la puerta de cristal, la que daba a la sala de intercambio, donde ya no se veía ninguna sombra"

—No la he utilizado nunca, pero todos hemos visto en mil películas cómo se hace. Me resultó fácil meter el cargador. Cuando hizo ¡clik! supe que estaba cargada. Saltaba a la vista lo que era el seguro. Lo quité y empecé a apuntar a las diferentes cámaras. Grité que me sacasen de ahí o me liaba a tiros. Como no sucedía nada, disparé contra la cámara. El sonido del disparo dentro de la estancia vacía resultó ensordecedor. A partir de ahí empezó a haber reacciones que demostraron que no estaba solo en el edificio, y se activaron los lógicos protocolos de seguridad.

”Primero se encendió una sirena, una alarma. La habitación estaba claramente insonorizada, blindada como un búnker. Me di cuenta de que por mucho que le diese patadas a la puerta por la que había entrado no había manera de que se abriese. De modo que consideré disparar contra la puerta de cristal, la que daba a la sala de intercambio, donde ya no se veía ninguna sombra. Apunté, pero me dio miedo. De pronto se abrió la puerta blindada. Apareció la muchacha pelirroja. Ella me miraba con ojos muy abiertos. Le pilló de sorpresa la agresividad de mis voces y la determinación con que la apuntaba. Le grité que me sacara de allí.

—Dices que la cámara del techo estaba encendida. Todo esto que nos cuentas debería estar grabado.

—Por supuesto. You-feeling tendrá todo grabado.

—Según dices, esa técnico, la muchacha pelirroja, te liberó. ¿Estaba sola?

—Llegó sola. Cuando la apunté, le entró el miedo. Me dejó salir de inmediato. Y luego por el pasillo vi que ya llegaba más gente vestida como ella, puede que algún médico, y desde luego los administrativos. Todos se apartaron cuando los encañoné. La pelirroja les dijo: «Tranquilos, tranquilos, no pasa nada». Yo la arrastraba por el brazo. Estaba tenso porque esperaba que se acercase algún guardia de seguridad como los que había visto en recepción. Pero de la pareja de guardias, ninguno hizo gesto de oponerse. Ellos también se apartaron y, en la entrada, el recepcionista según le apunté con el arma se puso como una sábana. La pelirroja volvió a decir que no pasaba nada. Yo la solté: la empujé hacia sus compañeros.

—¿No te dio miedo que llegase la policía?

—No pensé en ello.

—¿No temiste las consecuencias que podía tener el romper un contrato tan importante?

—En ese momento me sentía engañado. Solo pensaba en escapar de allí. Me sentía en mi derecho. Lo único en lo que focalizaba era en salir de ese edificio cuanto antes. Tenía la adrenalina por las nubes.

—Escapaste sin demasiados problemas.

—Tardé lo que se tarda en llegar a las puertas giratorias que dan al aparcamiento.

—You-feeling es una empresa muy opaca: ellos evitan al máximo ponerse en contacto con las autoridades y tienen una compañía de seguridad privada para este tipo de situaciones. ¿Estaban allí cuando salió del edificio? ¿Te cruzaste con algún otro guardia?

—Solo los dos del interior. Pero todo fue muy rápido. No di tiempo a que llegasen más.

—¿Seguro que no viste ningún otro guardia en el exterior?

—Seguro.

"Corrí por la acera, calle arriba, hasta la misma boca de Metro por la que había llegado el día anterior"

—En el estacionamiento debiste de toparte con algún vehículo de la flota You-feeling. Sabemos que parte del servicio Plus es traer al cliente desde casa, aunque en este caso se niegan a dar información sobre la identidad del individuo en cuestión. Dado que no se hizo el intercambio, ya nos han comunicado desde la empresa que declinan cualquier responsabilidad sobre lo que haya podido suceder antes o después.

—Si hubo un vehículo, no me fijé. En todo caso, ni siquiera conozco el nombre de la persona a la que iba a ceder mi cuerpo: eso forma parte de los acuerdos de confidencialidad que firmé.

—De acuerdo, continúa.

—Me dirigí hacia las puertas giratorias. En cuanto pude, salí al aparcamiento y a la calle. Como dije, era un polígono industrial deprimente. Corrí por la acera, calle arriba, hasta la misma boca de Metro por la que había llegado el día anterior. Yo andaba tremendamente confundido y miré por encima de mi hombro. Temía que alguien me persiguiera…

—Pero no lo hizo nadie.

—Nadie. En cuanto pude, me metí en el Metro y salté por encima de los torniquetes.

———————

Capítulos anteriores:

Un hombre llamado Momar

Tener un hijo enfermo

Las reglas

Próximo capítulo: Errando por la ciudad

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José Ángel Mañas

Madrid, 1971. Es un escritor perteneciente a la generación de novelistas neorrealistas españoles que arrancaron en la década de 1990. Ganó un premio Goya al mejor guion adaptado en 1995. Ha publicado las novelas: Historias del Kronen; Mensaka; Soy un escritor frustrado; Ciudad rayada; Mundo burbuja; Caso Karen; El secreto del Oráculo; La pella; Sospecha; Caso Ordallaba; Todos iremos al paraíso; Conquistadores de lo imposible; Extraños en el paraíso, la verdadera historia de la Movida madrileña (audiolibro) y junto a Antonio Domínguez Leiva la serie de novelas cortas El hombre de los 21 dedos y la novela El Quatuor de Matadero. También es autor de los ensayos: Un alma en incandescencia. Pensando en torno a Franciam Charlot (aforismos sobre pintura); El legado de los Ramones; La literatura explicada a los asnos y Un escritor en la era de Internet. En 2019 ganó el Premio Ateneo de Sevilla con La última juerga, secuela de aquella gran primera novela Historias del Kronen. Sus libros han sido traducidos a varios idiomas. @joseamanas

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