¿Necesitas refrescar tu existencia durante unos días? U-feeling es la experiencia absoluta. Olvídate de tu viejo yo y disfruta de las sensaciones inolvidables de tener un cuerpo virgen. ¡Tú eliges quién quieres ser!”.
Así reza la publicidad de esta nueva empresa internacional que ha aterrizado en la capital para comercializar —nadie para el progreso— el intercambio de cuerpos. Se acabó la guerra de sexos, la guerra de clases, adiós a la xenofobia. U-feeling te abre la mente convencida de que con su tecnología puede propiciar la aproximación de enemigos irreconciliables y acercarnos a la paz universal, esa vieja utopía kantiana que parece por fin al alcance de la mano. Empatía, ese es el producto que comercializa.
La experiencia U-feeling estará disponible en diciembre de 2021, pero ya puedes conocer su decálogo, las diez normas fundamentales de You-Feeling.
En los anteriores episodios, Momar Mbayé ha contado a nuestra pareja de policías que el Gerente de la empresa You-feeling le propuso participar en una experiencia intercambialista especialmente bien remunerada, donde su cuerpo serviría para actividades ilegales… y cómo las circunstancias económicas en las que se hallaba le obligaron a aceptar.
Y a continuación reproducimos el tercer capítulo: Las reglas.
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Transcripción de la declaración de Momar
Mbayé ante la agente del departamento de
Delitos Tecnológicos Angie Peña González
(número profesional Y-212336) y en
presencia de la inspectora de Policía
Estatal Julia Gordon
(número profesional X-2347544). —continuación.
comisaría Centro
jueves 20 de junio, 22:06
—Pasemos ahora al miércoles diecinueve de junio de este año, ayer, que fue la víspera de la fecha pactada para tu intercambio. Entiendo que ese día abandonaste tu domicilio en Villaverde para dirigirte al lugar en el que se hace efectivo el intercambio corporal.
—Exacto. Por la tarde me quedé en casa. Yo llevaba toda la semana en casa desde que sabía que iba a recibir el dinero, básicamente porque no podía arriesgarme a que le pasase nada a mi físico: era otra de las recomendaciones de You-feeling, además de la dieta y los ejercicios. En el barrio seguía habiendo broncas. Si no eran los manifestantes encapuchados o con los rostros cubiertos por bufandas que burlaban el toque de queda cada noche, era la policía la que los dispersaba con sus alarmas o apareciendo en patrullas armadas con escudos transparentes y lanzando bolas de goma o gases lacrimógenos para disolver congregaciones ilegales. Durante el día, lo más que hacíamos era asomarnos a la terraza junto con los muchos vecinos que se dedicaban a insultar a los antidisturbios cuando los veían con las porras en alto corriendo abajo, por la calle, en pos de los jóvenes inmigrantes. Lo que luego se retransmitía por televisión, vaya.
—¿Cómo es tu domicilio?
—Muy pequeño. Un cuarto piso en una callejuela discreta cercana a una plaza con columpios adonde bajamos, en tiempos normales, con el crío. Tenemos un único dormitorio. Apenas cabemos los tres. Lo normal habría sido pasar más tiempo en el bar. Pero, con las revueltas, los bares han cerrado. De todas formas, yo me había prohibido salir a la calle. Muchos vecinos también lo evitan por miedo a ser cogidos por los antidisturbios, metidos en un furgón y deportados. A uno de mis sobrinos le ocurrió durante el último fin de semana: lo persiguieron después de una manifestación, cuando sus amigos lo abandonaron. Tres agentes lo arrinconaron en un callejón sin salida. Le dieron una paliza. Lo agarraron y lo llevaron a rastras hasta el furgón.
—¿Lo deportaron?
—Están en ello. Quieren aprovechar la nueva normativa para quitarle los papeles: le acusan de desacato y resistencia a la autoridad. Y va a ser difícil impedirlo. Para gran desesperación de mi cuñada, a quien he tenido un par de veces en casa llorando. El fin de semana mismo recibió la notificación de la deportación. El ambiente, ahora mismo, en Villaverde, es pésimo. En tiempos normales, la verdad es que no sé muy bien qué hacer cuando estoy en casa. Si tengo que pasar el día allí, por alguna razón, Tsitsi se pone histérica. Me empuja de un sitio a otro. Me hace ver que estorbo. O aprovecha para enviarme al supermercado o ponerme a planchar o ayudar con cualquier cosa. En mi casa manda ella.
”A lo mejor si el niño estuviese bien, en tiempos normales me habría enviado a recogerlo al colegio o a bajarlo al parque. Pero los colegios están cerrados. Y al parque yo ni me atrevo a bajar. Últimamente hay hasta patrullas de militares por el barrio. El mayor temor de Tsitsi estos días ha sido que me detuvieran y que no se pudiese hacer el intercambio. Ella no se separa del niño y tampoco me deja acercarme, con lo cual me he dedicado a ayudar con la casa. Como el piso es minúsculo, limpiar no es gran cosa. Cocinando se pasa el rato. Pero la convivencia esta última semana ha sido difícil. Y eso que, sabiendo que el dinero iba a entrar, Tsitsi estaba más tranquila y hasta me ha gratificado de maneras… bueno, con cosas que hace tiempo que no sucedían.
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—¿Te refieres a relaciones sexuales?
—Digamos que, cada vez que pierdo un trabajo, Tsitsi deja de tener relaciones conmigo. Igual que cada vez que vuelvo a casa bebido no me deja tocarla. Ella funciona así. Y yo, que tengo las mismas necesidades que la mayoría de los hombres, siempre acabo por asumir su lógica, y entro en el juego. Por ella he dejado de beber y me he hecho abstemio. En realidad, todo lo que quiere Tsitsi de mí, lo acaba consiguiendo. No sé si eso es bueno o malo pero en todo caso nuestra relación funciona así. Dicho esto, desde que entraron los tres mil euros ella andaba menos irascible. Y ya sabía, porque le había leído esa cláusula del contrato, que el día mismo del intercambio, nada más acabarse la experiencia, se le haría un pago por algo más de los treinta mil euros que necesitábamos para ingresar al chico en el hospital.
—¿Cómo pactaron la entrega del dinero?
—El Gerente dijo que la parte principal del pago, una vez descontados los anticipos por transferencia, se haría en mano, en mi domicilio. Era lo más seguro. You-feeling enviaría a uno de sus pagadores. Hoy tendría que haberse hecho.
—¿Tu integridad física nunca la valoró Tsitsi? Quiero decir, ¿nunca hablasteis del asunto? ¿Nunca se preocupó por los riesgos que podían derivarse, aunque solo fueran los mentales que implica la experiencia básica del intercambio de cuerpos? Hay cada vez más estudios científicos que demuestran que tiene mayores complicaciones sicológicas y siquiátricas de los que You-feeling admite.
—Yo minimicé la cuestión con Tsitsi. Le hice entender que no corría ningún peligro. De todos modos, ella vive totalmente focalizada en el niño. Lleva toda la semana pendiente del ingreso, para poder trasladarlo al hospital. Ahora mismo estará llorando.
—Mis compañeros se ocuparán de ella, no te preocupes. Y creo que, dado que estás colaborando, podremos encontrar soluciones. La inspectora Gordon se ocupará de ello. Pero volviendo a la ilegalidad de la operación, ¿eso tampoco le preocupaba?
—Ya os lo he dicho. En barrios como el mío, tenemos una relación complicada con la legalidad. La mayoría de los vecinos están indocumentados: la ley no nos puede ser simpática. Pero yo también minimicé los riesgos. Y sobre todo, teníamos al niño enfermo. Total, que esa última tarde me eché una siesta, porque es algo que aconsejan en You-feeling los días previos al intercambio. Además de alimentar el cuerpo y los ejercicios, descansar un máximo de horas. Nada más despertar salí a la terraza e hice unos estiramientos. Fue uno de los raros días que no había manifestaciones. Después me tomé la última ducha. Me cambié. Cuando me asomé a la habitación, vi que Tsitsi le tomaba la temperatura a nuestro hijo. Los contemplé por la ranura de la puerta y sentí una ternura enorme.
”Ya habréis visto que Tsitsi se viste a lo occidental y se alisa el pelo. Ella ha crecido en España, como yo, y comparte esa sensación de ser seres híbridos, de no saber ya si somos senegaleses o españoles. Al verla en la cama junto a mi hijo, sentí que se me subían las lágrimas a los ojos. Antes de irme, me metí en la cocina y bebí un vaso de agua del grifo.
”Yo había preparado una bolsa de deporte con el par de mudas que pedían en You-feeling: dos vaqueros, dos camisetas, ropa interior, un segundo par de zapatillas, y las cosas de aseo. La bolsa estaba junto a la puerta. Conforme hice amago de cogerla, Tsitsi apareció y me retuvo de la mano. «¿No te vas a despedir del niño?», preguntó, señalando hacia la habitación. Dije: «No me siento capaz. Solo lo haría más duro». Entonces ella cambió de actitud y dijo algo que no me esperaba. «No tienes por qué hacerlo, ¿lo sabes?». Aquello me llegó al alma y, mal que me pesara, consiguió irritarme.
”Tantas semanas dando la murga con que el niño necesitaba a toda costa un tratamiento, tanta presión para que el dinero entrase. Y ahora que por fin teníamos resuelto el problema, me decía que no tenía por qué hacerlo. Concluí que era una pura formalidad y que no se quería sentir culpable. Me quería trasladar la responsabilidad. Pero acepté con gusto porque nunca fue mi intención escaquearme. Eso sí, casi me salió una sonrisa desagradable mientras meneaba la cabeza y murmuraba que quién, si no, iba a pagar el tratamiento. Era una pregunta retórica. Ella sabía mejor que yo que no había otra manera de conseguir esos treinta mil euros.
”Cogí mi bolsa de deporte y Tsistsi se echó llorar. «Perdóname, Momar, perdóname…». A mí se me hizo un nudo en la garganta. Estuve a punto de besar a mi hijo pero no pude. En cambio, abracé a Tsitsi. Sentí que ella estaba orgullosa de mí. Yo mismo me sentía orgulloso. Dije: «Dile que todo lo he hecho por él, dile que le quiero». Ahora era el cabeza de familia, el hombre que estaba trayendo el dinero para curar al niño. Bajé al portal y anduve por una calle llena de contenedores volcados, quemados. Me dirigí hasta la boca del Metro más cercana, cada vez más llena de grafitis a favor de Fernandino Ndong, el guineano al que mataron cuando empezaron las revueltas.
—Según estipula You-feeling, te presentaste a las siete de la tarde en su local. Es la imagen que captaron las cámaras de Campamento.
—Efectivamente. Para los intercambios hay locales específicos acondicionados con toda la tecnología necesaria, generalmente en polígonos industriales. En Madrid hay cuatro o cinco. El que me correspondía estaba cerca de la Ciudad de la Imagen. Supongo que era el que mejor le venía al huésped que iba a ocupar mi cuerpo. El caso es que salí del Metro con un gran peso en el corazón que no se me quitaba de encima. La sensación de que estaba a punto de abandonar mi cuerpo era extraña.
—¿Cómo es el local intercambialista?
—Muy frío. Una nave industrial con mostrador y detrás un administrativo muy neutro, jovencito. Oriental, aunque os confieso que tampoco tuve ánimo de fijarme. A mí me habían enviado el localizador por Google maps. No tardé en encontrarlo. Los locales suelen ser sitios discretos, para que salgan y entren sin ser vistos los clientes. Decenas cada día.
—Es una gran moda. Y una moda peligrosa que se presta a abusos.
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—Cuando llegué era a eso de las siete. Como se acercaba el toque de queda apenas había gente por la calle. Nadie me molestó. Tampoco me detuvo ningún policía, que era lo que yo más temía. Y en la puerta me volví a encontrar con el Gerente, con el que no había vuelto a coincidir desde nuestra entrevista.
—¿Dónde estaba?
—Me esperaba de pie delante del mostrador de la entrada. Después de mirar la hora en su reloj de pulsera, me saludó con la misma cordialidad de siempre. «Veo que eres puntual, Momar. Así me gusta». A diferencia de en Gran Vía, donde iba de traje, ahora iba informal: pantalón claro, camisa abierta tres botones y sobre la cabeza unas gafas de sol. Estaba fuera de horario de oficinas y me dio a entender que se acercaba por deferencia hacia mí. «Te aseguró que no tengo intercambios como el tuyo todos los días». Tenía el pelo del pecho, que se le veía con la camisa abierta, depilado: el vello le empezaba a crecer. Me tranquilizó con su habitual palabreo y me hizo pasar a un pequeño despacho casi vacío en el que no me pareció que trabajase nadie. Ahí me dijo que el contrato que había firmado días atrás era el estándar, el que aparecería ante la ley si alguna vez le resultaba necesario a la compañía, pero que traía otro.
—¿No se te ocurrió grabar en el móvil la conversación?
—Por supuesto que no. De todas formas, él me traía otro contrato privado entre yo y You-feeling que no podría ver nadie nunca según la cláusula de confidencialidad acordada. Cualquier violación implicaría que You-feeling podría reclamar la devolución de todos los pagos efectuados previamente. Me lo advirtió en ese momento.
—¿Lo verbalizó?
—Y tanto. El contrato me lo puso delante en una tablet que activó ahí mismo y donde leí las condiciones con la mayor atención que pude, aunque no entendí ni la mitad. Cuando se lo dije, sonrió. «Hay mucho tecnicismo para en caso de que las cosas salgan mal, que no va a ser el caso. Lo importante es que firmes. En cuanto lo hagas, mañana mismo por la tarde tu mujer recibirá en casa a uno de nuestros pagadores… Es lo que se acuerda en la cláusula tercera. Con eso podrás ingresar a tu hijo en el hospital. Y el resto ya sabes que dependerá de diversos factores posteriores que deben valorarse con más detenimiento, entre ellos la satisfacción del cliente».
—¿De modo que firmasteis y te envió una copia?
—Firmé con lápiz digital y no me envió ninguna copia, no. Dijo que no era posible. Lo que sí hizo fue ayudarme a conectarme con mi correo por Internet. En cuestión de segundos, una vez firmado el contrato, ya había aparecido el mail en el que mi banco me anunció la recepción de una transferencia encriptada de diez mil euros. «El resto del primer pago lo tendrás mañana por la tarde. En cuanto el intercambio haya tenido lugar». Siempre amable y comprensivo, me iba guiando en cada paso. Me dio consejos sobre el mejor hospital al que llevar a mi hijo. El Niño Jesús, en el centro. Ya pasando a hablar de intercambios, dijo que You-feeling llevaba décadas haciéndolos y que jamás había fallado.
”Allí mismo me invitó a un trago de una botella de vodka que guardaba en un cajón de la mesa junto con varios vasos de plástico. Él mismo se sirvió un chorro en uno de los vasos, mientras me explicaba cómo se realizaría el intercambio. Dijo que en mi caso no recibiría ninguna información sobre el cuerpo del huésped. Ni siquiera sabría su identidad. Aunque evidentemente, si surgía algún problema You-feeling tendría que decir que sí estaba informado. En tal supuesto la empresa se pondría en contacto conmigo y me suministraría toda la información necesaria, y cualquiera de sus abogados supervisaría todos mis pasos.
—Caso que no se ha dado.
—Caso que no se ha dado, visto que nada salió como previsto. Por último, me dijo que lo ideal con este tipo de intercambios es mantenerlos secretos: pasados dos años sin que se sepa, se me haría el último pago ya tarifado en función de las acciones a que se hubiera prestado mi cuerpo. Para garantizar que no hiciese ninguna tontería con el otro cuerpo, aclaró que se me mantendría drogado en la habitación intercambiadora, mientras el cliente ocupaba mi cuerpo de anfitrión. La retribución por las acciones se haría al cabo de un tiempo prudencial, y siempre que el intercambio hubiese sido exitoso y que no hablase en ningún momento de You-feeling.
—De ahí tu silencio en la declaración anterior.
—De ahí las omisiones de mi primera declaración, sí.
—Sigue.
—Una vez pasado el tiempo prudencial de dos años, se me haría un último pago, bastante más sustancioso, por transferencia opaca o en persona. «El éxito más importante es que nadie sepa nunca nada, Momar». El Gerente hizo mucho hincapié en ello.
—¿Qué tarifas había? ¿Pudiste verlas?
—Me las enseñó todas. Eran muchas. El contrato incluía lesiones, mutilaciones varias, diferentes penas legales y cosas que me hicieron coger miedo. Al darse cuenta, el Gerente prefirió quitarme de las manos la Tablet. Quiso tranquilizarme. Dijo: «Procuramos cubrirnos las espaldas con todo tipo de eventualidades, porque nunca se sabe lo que puede querer un cliente. La imaginación humana no tiene límite, Momar. Pero ten por seguro una cosa: cuanto más perjuicio más retribución… Y si llega a haber penas de cárcel, las cantidades se disparan vertiginosamente. Podríais incluso no volver a tener que trabajar, tú y tu chica, nunca… Mira el lado positivo».
—O sea que el servicio opaco es una especie de barra libre criminal. Deben de cobrar una millonada. Hay mucho riesgo, pero está muy bien pensado. Me imagino que siempre con gente desesperada como tú. Entre las diferentes opciones que te plantearon, ¿existía la posibilidad de muerte?
—A mí era lo único, llegado a ese punto, que realmente me preocupaba. Cuando pregunté sobre ello, el Gerente me aseguró que era la única posibilidad que nunca se había dado, porque en ese caso el cliente no podría regresar a su cuerpo originario y además el coste de las indemnizaciones, según lo firmado con You-feeling y el depósito extremadamente elevado necesario para contratar el servicio, sería disparatado. «Jamás en todos los años que llevo en el negocio ha sucedido nada parecido, Momar». Dimos un último trago los dos al vodka, me endosó una palmada en el hombro y me acompañó por un pasillo hasta el dormitorio previsto para mí.
—¿Qué más gente había en el local intercambialista?
—El conserje y un par de guardias de seguridad. Lo que es público, nadie. Por el pasillo, por lo menos, no lo había. Lo dijo el propio Gerente: «A estas horas no hay clientes. Y nuestros empleados se han ido a descansar. Aquí respetamos la normativa laboral, y más en tiempos como los actuales». Él siempre ponía la legalidad por delante.
—¿Cuánto calculas que duró ese encuentro?
—¿La charla con el Gerente? Una media hora, a lo mejor un poco más.
—Si eran cerca de las ocho de la tarde, cuadra. La mayoría de las instalaciones de You-feeling cierra a las siete. Respetan a rajatabla la legalidad laboral de cada país. Sus empleados tienen buen concepto de la empresa. Raro es que den problemas a Hacienda o a los inspectores de Trabajo. Son muy escrupulosos en todo. Sigue.
—Cuando llegamos a la habitación, el Gerente entró conmigo. Dijo que para comprobar que todo estaba a mi gusto. Aquello era una habitación normal, igual un poco hospitalaria. Las paredes eran blancas. Había una cama con una colcha color crema y un pequeño escritorio adosado a un lado, con una silla metálica delante y una botellita de agua mineral con un vaso de vidrio justo encima, poco más.
—¿No había ventanas?
—Ninguna. Era una habitación interior, un tanto claustrofóbica. Supongo que para no correr riesgos de fuga de última hora.
—¿Televisores? ¿Pantallas?
—Pantallas, no. Una pequeña cámara me enfocaba desde el techo. Esa misma cámara me siguió mientras dejaba mi mochila encima de la mesa. El Gerente, como me quedé mirando la cámara, dijo que era una cuestión de seguridad. Para comprobar que dormía bien y que no me echaba atrás en el último momento. «Ten en cuenta que ya hemos dado el visto bueno definitivo al cliente. Ya tienes huésped. Todo está listo». Y se acercó a mi mochila. Comprobó que traía las mudas previstas y también, tuve la sensación, por descartar que hubiese algún objeto no autorizado. «Y ahora lo más importante es que duermas bien, Momar. Necesitamos que tu cuerpo esté en perfectas condiciones por la mañana». Me dio unas pastillas que me aconsejó tomar. «Para que puedas descansar, porque mañana es el gran día», dijo.
—¿Cómo pasaste la noche?
—La pastilla me provocó somnolencia. Me incomodó que el Gerente tomase todavía alguna precaución que me pareció innecesaria. Como cerrar la puerta con llave. Y también que el lugar estuviese insonorizado, y el saber que seguramente no había nadie o casi nadie en la nave del local a esas horas. Volví a pensar en mi hijo. Haber recibido la nueva transferencia me tranquilizaba. Me pareció que You-feeling estaba cumpliendo con su parte del trato. Era normal que se preocupasen de que yo cumplía con la mía. La cama tenía un colchón y una almohada anatómica tremendamente confortables, como de hotel. Antes de irse, el Gerente me dijo que pasaría en breve un auxiliar a hacerme una prueba de orina y una extracción de sangre. Y pasó el auxiliar.
—¿A qué hora?
—Como veinte minutos después de que se fuera el Gerente. Yo ya empezaba a estar adormilado.
—¿Cómo era el auxiliar?
—Un chico joven, regordito, con bata blanca. Me dijo que estaba recién salido de la carrera de Enfermería. Tenía un corte de pelo a la moda, grandes patillas. Con la mascarilla no me fijé en su rostro. Cuando se fue, entonces ya sí que me desnudé, dejé mi ropa sobre la silla. En nada, me quedé dormido.
—¿No pensaste en nada?
—Sí. En mi hijo y en Tsitsi. Tuve la sensación de que estaba haciendo lo que debía. Claro está que todavía era el día anterior y no había visto la sala de intercambio. Ahí fue cuando me entró el pánico.
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