No tengo muy claro qué debe saberse para hablar de música, pero es indudable que yo no dispongo de ese saber. Así que voy a hablarles de música, más concretamente de música en directo, con la confianza que da ir inventándoselo todo. Ahora, en verano, hay muchos conciertos, recitales, festivales y drogas. A bastante gente le gustan estas cosas.
La música en directo, a veces, me da, no es en directo. Esto pasa mucho con los artistas más populares. He preguntado por ahí y me dicen que, en efecto, se recurre en bastantes ocasiones al playback. Si lo piensan, parece imposible bailar y cantar al mismo tiempo sin que la voz sufra la menor inflexión debida al esfuerzo físico. Esto de que te tiren por los aires y el verso quede intocado en tu boca resulta del todo inverosímil. Pero al público le da igual que la música en directo no sea en directo en estos grandes espectáculos a 100 euros la entrada.
Dice David Mamet que para que una obra de teatro sea efectivamente teatro el público debe haber pagado por verlo. Es una idea que siempre me ha fascinado, por incorrecta. Ir gratis a un espectáculo, si seguimos a Mamet, supone un cambio evidente en tu capacidad de juicio. Cuando pagas, estás más inclinado a que te guste, al mismo tiempo que estás más inclinado a sentir cierto agravio en caso de desastre. Cuando vas gratis, te da un poco igual, y fácilmente puedes decir que no te ha gustado algo que no te costado 100 euros.
Alrededor de 50 costaban las entradas para el concierto de Wilco en las Noches del Botánico en Madrid. La música en directo es carísima, a mi juicio, y no merece la pena si no eres rico. Con todo, supongo que los ricos son felices todos juntos en los conciertos.
Así que fui a Wilco (28 de junio) después de pedir una entrada gratis a la organización, diciendo que era periodista, por si colaba. Coló. Fui. Había ricos. Y extranjeros.
Wilco, para lo que nos importa, es un grupo de delicatessen sonora. Desde Yankee Hotel Foxtrot (2001), son una de las bandas que identifica el buen gusto musical. La gente que yo he conocido que sabe más de música gusta mucho de Wilco. Sus canciones están hechas para que te creas una persona sensible. Lo importante es que te aburran un poco, como dijo Ray Loriga de las buenas películas. Wilco es como que no le echas sal a las comidas.
Así, ver a Wilco nos sirve para pensar en su máxima expresión la experiencia musical.
Lo primero que hay que anotar es la entrada misma al recinto del concierto. Es la entrada a un ceremorial. Ya sólo estar esos minutos ahí parado, mirando un escenario vacío y cómo el público va conformando una audiencia discreta resulta muy bonito. En el Real Jardín Botánico Alfonso XIII de Madrid, encima, hay arbolitos y sillas de tijera, y se va poniendo el sol sobre tus expectativas emocionales.
En los conciertos, según yo lo veo, hay dos momentos ganadores. Uno es el comienzo, y otro, perdonen lo simple, el final. Entre medias puede pasar realmente cualquier cosa, que da un poco lo mismo.
El comienzo de Wilco fue que Wilco estaba ya ahí delante de ti tocando guitarras y cantando, y tú eras un espectador privilegiado de lo real maravilloso. Este concierto es aquí y ahora, y yo estoy aquí y ahora, y esto que veo es especial y yo, por tanto, soy especial. Cae la noche.
Pasada la emoción de los inicios, un concierto entra en zona muerta muchas veces, y es ahí cuando se permite lo que decíamos más arriba (ligar, hablar, etcétera) y la música y los músicos quedan abandonados a su suerte sobre el escenario. Hay algunos espectadores que sí quieren escuchar la música en completo silencio, valga el oxímoron, y se molestan porque otros hagan el más mínimo ruido. No han llevado reclinatorio para ver a Wilco porque está prohibido. No sé qué aprecian en estas escuchas atentísimas que dedican a la música en directo, porque, pasado el “suena bien” que el común de los mortales regala a un concierto en sus primeros minutos, sonar bien todo el tiempo no invita a escuchar, sino a dejar de escuchar.
Que cuatro o seis instrumentos se coordinen y enamoren unos de otros ante tus ojos quizá sea menos hermoso que tocar uno de esos instrumentos enamorados. Yo creo que disfrutan más los músicos de tocar bien que el público. Hay algo intrínsecamente aburrido en lo perfecto. Quizá por eso se agradece que el cantante hable entre canción y canción y te haga sentir que te tiene en cuenta. Jeff Tweedy no dijo nada. Tocaba para nosotros como quien toca en Berlín mañana o en Oporto pasado; como quien toca para sí mismo. La primera hora de su recital fue entre sedante y autista. Sonaba bien. Sonaba. Sonaba algo. Y así.
Un momento que me gustó mucho fue la ejecución de «Impossible Germany», del álbum suyo que prefiero, Sky Blue Sky (2007). Es una canción que me dice poco, sobre todo comparada con «You Are My Face», del mismo disco, pero, por lo que sea, la gente en general y los expertos en particular han determinado que es la buena. Y que, dentro de la canción, el solo de guitarra de Nels Cline es el momento.
Así, fue extraordinario ver al público obedecer al momento de la canción buena. A lo mejor les gustaba de verdad, pero yo, viendo los vítores, éxtasis, aplausos y grabaciones con el móvil del solo de Nels Cline, sólo pensaba en una falsificación emocional colectiva. Tenemos que hacer esto, este es el momento, por esto hemos pagado y vamos a concluir que ese solo de guitarra nos acompañará hasta la muerte. Me pareció bastante ridículo. Como cuando los japoneses aplauden un gol de penalti de Cristiano Ronaldo en el Bernabéu, que les parece un golazo increíble. De penalti.
Luego el concierto mejoró, a base de tocar las canciones más conocidas y animadas, y en los bises hubo realmente un desmelene encomiable, muy ruidoso, muy joven, que dejó al público (yo incluido) la mar de contento. Mientras sonaba «I Got You (At the End of the Century)», que según pude comprobar en el móvil, buscando un verso suelto de la letra, era una canción de 1995, pensé en qué gran cosa era esa de tocar con 54 años (Jeff Tweedy) una canción que compusiste con 28. Y que la canción siguiera siendo todo lo que le pide uno a una canción: un significado válido para siempre.
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