¿Se puede decidir tu futuro sentimental sobre la idea de que alguien, digamos que una mujer que contempla el mar, se vuelva y nos mire? ¿Es justo negarse a ver, cuando las luces de la vida se van apagando, a la mujer amada, al amor perdido, mientras contemplas las persianas de su apartamento parisino? El evangelista advierte que el que quiera ganar su vida la perderá. Newland Archer gana y pierde su vida. Se casa con una mujer encantadora, socialmente comme il faut, y pierde a la condesa Olenska, por la que hubiera entregado el más valioso de los tesoros, su corazón. Edith Wharton escribió en La edad de la inocencia, una de las más hermosas historias de amor, una historia sutil de cómo perdemos todo por no perderlo todo, y a la vez la centelleante crónica de un mundo cerrado, elegante, puritano, el de la Nueva York que se abre paso entre ritos, murmuraciones y reglas, a través del siglo XIX. Una mirada impresionista para un observador ocultamente romántico, el desafío que pocas veces logró, con nitidez y compromiso, Henry James, amigo y mentor de Miss Wharton. Como en las novelas de James, los norteamericanos oscilan entre el deseo y las reglas de sociedad, y la llegada de la condesa Olenska a Nueva York desde Europa, arrastrando un pasado matrimonial turbulento, una Daisy Miller que no hubiera muerto de tifus en Roma, conmociona su círculo familiar, la buena sociedad neoyorquina, tanto como cautiva a Newland Archer, trabando la rutina de sus días y de su futuro. Elegante, frágil, sensible, hermosa, la condesa Olenska no le pide nada a Archer pero le ofrece todo, aunque el precio a pagar sea traspasar el umbral de las reglas no escritas de la conveniencia.
La edad de la inocencia (1993) es, en mi opinión, la mejor película que haya rodado Martin Scorsese. Clásica, elegante, sofisticada, ofrece la constatación de un cineasta en estado de gracia, capaz de ser fiel a la extraordinaria novela de Edith Wharton merced a un magnífico guión, obra del propio cineasta y de Jay Cocks, y de expresar en imágenes mediante una puesta en escena sutil, magnética, todo lo que en aquella se contiene, una historia de amor rota en mil pedazos y reconstruida desde el corazón de la memoria. Por ello no es un mero recurso, como el flashback en algunas ocasiones, con el que confesar que no se sabe cómo contra la historia, la evocadora voz en off, Joanne Woodward en la versión original, Nuria Espert en la doblada al español, nos introduce, nos sumerge en un mundo que sentimos vivo. Scorsese evita lo ornamental, la mera ambientación, mediante una mirada que fluye desde la idea de los cuadros de Sargent, de Whistler, los grandes cronistas, los retratistas inspirados en la realidad, impregnando la película de belleza, de esos instantes que se recuerdan siempre porque traspasan la retina y se clavan en nuestros recuerdos.
La edad de la inocencia es también un trío: Daniel Day Lewis como Archer, Michelle Pfeiffer como la Condesa Olenska y Winona Ryder como May Welland, la joven prometida de Archer. En un tablero, construido por la domesticidad de un mundo propio, de riqueza, tradiciones, puritanismo, regido por rígidas reglas, penalizaciones sociales, fintas farisaicas, juegan y ganan y pierden la pasión, la ternura, la posesión, el deseo, la cobardía, el amor, y esos tres intérpretes hacen posible que el tablero de los sentimientos y las decisiones no se rompa, aparentemente. Solo aparentemente, porque les dejo con Miss Wharton: cierren los ojos y piensen en Newland Archer —Daniel Day Lewis—, algo envejecido, sentado frente al apartamento parisino de Ellen Olenska, al que ha subido su hijo Dallas, porque Scorsese lo filmó así, con ese sentido de vencida melancolía, de esa que, Azorín dixit, es de un dolorido sentir.
“Pensó que estaría sentada en un sofá junto al fuego, y tras ella una mesa con un gran ramo de azaleas.
—Es más real para mí desde aquí que si hubiera subido —se oyó decir de súbito.
Y el miedo de que aquella última sombra de realidad perdiera su contorno lo mantuvo pegado a su asiento a medida que los minutos pasaban uno tras otro. Permaneció así mucho tiempo mientras el crepúsculo se hacía más denso, sin quitar los ojos del balcón. Hasta que brilló una luz a través de las ventanas, y un momento después un sirviente salió al balcón, levantó el toldillo, y cerró los postigos. Entonces, como si hubiera sido la señal que esperaba, Newland Archer se levantó lentamente y regresó caminando, solo, a su hotel”.
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La edad de la inocencia (The Age of Innocence, 1993). Producida por Barbara de Fina. Dirigida por Martin Scorsese. Guión de Martin Scorsese y Jay Cocks, basado en la novela homónima de Edith Wharton. Fotografía de Michael Balhaus. Música de Elmer Bernstein. Vestuario de Gabriella Pescucci. Montaje de Thelma Schoonmaker. Dirección de arte, Speed Hopkins. Diseño de producción, Dante Ferretti. Interpretada por Daniel Day Lewis, Michelle Pfeiffer, Winona Ryder, Miriam Margoyles, Geraldine Chaplin, Michael Gough, Richard E. Grant, Mary Beth Hurt, Robert Sean Leonard, Norman Lloyd, Alec McCowen, Jonathan Pryce, Alexis Smith, Joanne Woodward, en la voz de la narradora (Nuria Espert en la versión española). Duración, 138 minutos.
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