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La discoteca era una cárcel - Zenda
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La discoteca era una cárcel

Assassination Nation, de Sam Levinson. El otro día me enteré de la muerte de un chico de mi edad, un chico con el que compartía una serie de amistades. En medio de los mensajes de despedida que se agolparon en mi muro de Facebook ante la tragedia, me topé con una fotografía en la que...

Assassination Nation, de Sam Levinson.

El otro día me enteré de la muerte de un chico de mi edad, un chico con el que compartía una serie de amistades. En medio de los mensajes de despedida que se agolparon en mi muro de Facebook ante la tragedia, me topé con una fotografía en la que aparecía él, de niño, rodeado de sus compañeros antes de un partido de fútbol. Pensé que, más o menos por la misma época, yo me había hecho una foto muy parecida. Era 2004, quizá 2005. Los dos éramos niños entonces. Lo que no sabía era que nuestra juventud no significaba lo mismo: lo mío sigue pareciendo un tránsito; lo suyo era pura finalidad.

Track #1: Perfect Places, de Lorde.

las canciones pop tienen las letras más universales del mundo

Pienso en la juventud. Pienso en lo que significa escribir sobre la juventud desde la contemporaneidad. Pienso que no se ha hecho demasiado. Me pregunto por qué.

Marina L. Riudoms acaba de publicar Había una fiesta (Caballo de Troya), su primera novela. En ella se lanza de cabeza a la esencia de la juventud abrazando la narrativa millennial. Cabe plantearse lo siguiente: ¿cómo hemos permitido que lo millennial, con sus asociaciones pop y su burbujeo confuso, se haya asociado a la banalidad? ¿Es acaso nuestra generación incapaz de enhebrar discurso; o quizá sea nuestro contexto siempre insuficiente frente a la solemnidad que el paso del tiempo otorga a cualquier pasado, por acartonado que sea?

Había una fiesta afronta esta disyuntiva desde el análisis de esa confusión: describe a una generación rota por su propio camino de liberación. Nacidas y criadas en un contexto de narrativas direccionadas —por nuestros padres, por nuestros profesores, por las películas infantiles producidas en serie, por un sistema sociopolítico que premia una serie de conductas por encima de otras—, la pelea por librarnos de esta dirección determinada ha terminado conduciéndonos a un lugar de incertidumbre. Hemos conseguido la libertad de pensamiento necesaria para expandir nuestras posibilidades; en cualquier caso, la herencia de nuestra temprana comprensión de la realidad es indeleble. ¿Serán las próximas generaciones verdaderamente libres ante el influjo del pasado?

Cuatro chicas se van de viaje a la Península Sorrentina, al suroeste de Italia. Un narrador semiomnisciente —Marina L. Riudoms lo induce a una serie de juegos retóricos que delimitan la profundidad de su mirada— describe las diversas personalidades de las protagonistas: Nadia, alocada y divertida; Jero, intrépida y honesta; Paula, racional e introvertida. En el centro de ese triángulo deambula María, un personaje de contornos mucho más confusos, una joven incapaz de definir siquiera los rasgos de su propia conducta, aunque beligerante.

La narración se diluye en varios tiempos, pero el desarrollo central de la misma ubica a las cuatro protagonistas en la isla de Capri: Marina L. Riudoms busca generar una atmósfera de aislamiento, un circuito de soledades. Los personajes masculinos que intervienen apenas son capaces de articular la lengua castellana, con lo que la distancia entre ellos y las chicas se duplica. La cuestión del lenguaje es fundamental para explicar la genética de Había una fiesta: un libro que nace como la descripción soleada y lúdica de un viaje adolescente a un lugar paradisíaco para convertirse, en un giro macabro, en un retrato decadente de la violencia sistemática que los hombres ejercen sobre las mujeres en contextos de celebración juvenil. Esta novela sólo utiliza el coming of age como pretexto—¿a dónde vamos cuando dejamos de ser jóvenes? ¿Hay algún lugar esperándonos acaso?—: su carne es la de un relato de terror.

Track #2: Beyond love, de Beach House.

La sensación de unidad no estaba en ninguna parte.
Allí cada uno tenía su propia fiesta.

La cuestión festiva es importante. A esta generación se la acusa, sobre todo lo demás, de sólo querer divertirse. ¿De qué estamos hablando? ¿Quién querría no divertirse como plan de vida? A la vuelta de esa esquina, Marina L. Riudoms busca el reverso tenebroso de esa atribución. En los rincones de una fiesta en la que María, Jero y Nadia son forzadas a meterse un tubo en la boca a través del cual unos jóvenes vierten cerveza sin mesura, la narradora se las arregla para dibujar un ambiente imposible de gestionar dentro de su decadencia. La supuesta libertad que esta desinhibición debería acarrear, sin embargo, no es tal, en tanto ésta sólo se aplica en una dirección: en una fiesta, sólo los hombres son realmente libres. Al otro lado de las cosas, la mujer combina libertad y miedo. Como si fuesen dos cuestiones indisociables.

Marina L. Riudoms construye su relato —meteórico, por otra parte: no hay espacio para el reposo en su catarata de palabras— en torno a una serie de canciones que funcionan como gesto de aproximación. Esta decisión formal y atmosférica sirve para describir la manera en que la juventud comprende hoy su propia realidad, siempre tiznada de influencias pop en virtud de un estado de sobreexposición mediática que nos llena de estímulos. Es absurdo abstraerse de las virtudes de esta situación: las infinitas posibilidades socioculturales a nuestro alcance nos ha hecho asumir como automatismos ciertas convenciones sociales hasta ahora impensables. Hablamos con quien queremos en el momento en el que queremos hacerlo; vemos la película que nos apetece en el momento en que nos apetece hacerlo. En la búsqueda de lo esencial, los pasos intermedios han sido agilizados.

El problema, pues, procede del refuerzo de una base infecta. El hecho de que todas estas posibilidades existan no es, per se, negativo para la construcción de una sociedad de jóvenes cultos, respetuosos, empáticos y libres; en cualquier caso, su existencia como parte de un sistema que no construye desde cero, sino desde lo preestablecido, hace que sirvan como mecanismo de perpetuación de una serie de roles de dominación. Si la fiesta de Había una fiestaintúyase: ya no la hay— deja de serlo es porque las cosas que han sucedido antes de ella le afectan irremediablemente. Marina L. Riudoms representa este hecho a través de un velado encontronazo de las protagonistas con unos jóvenes italianos que, tras piropearlas desde dos coches y encontrarse con una respuesta negativa por su parte, acaban encarándolas e hiriendo a Paula en la pierna. Esa herida es la mancha del patriarcado sobre el presente; la barrera última ante la libertad.

La cosa se complica más todavía cuando Había una fiesta encara el diseño de los afectos juveniles. Conflictuadas por la relación entre sus cuerpos y su entorno, las protagonistas se aferran al circuito de intimidad generado entre ellas para aplacar la vorágine de agresividad que procede del exterior. Las supuestas aproximaciones afectivas en un contexto festivo se transforman, pues, en una cosa perversa: el cuerpo de la mujer se convierte en un deje de utilitarismo masculino, en un objeto sobre el que el hombre aplica la libertad conseguida. Y si ya es difícil ser joven en una época de profundo cambio social e hiriente precariedad, ¿cómo es acaso posible sobrevivir siendo una mujer joven en el mundo de hoy, que apremia la libertad para después oprimirla con violencia?

Track #3: Blank Space, de Taylor Swift.

En este mundo ruinoso, los dedos señalan a los culpables equivocados. Había una fiesta, de Marina L. Riudoms, pese a lo que pueda parecer por todo lo que he escrito previamente, está lejos de ser un alegato contra las narrativas contemporáneas: ella celebra las bondades de la genética de la fiesta millennial, su circuito pop y toda esa marea de confusión que no cesa en la expansión de nuestras posibilidades como seres humanos. La costra de los privilegios pasados, que se refleja en el mundo de hoy y utiliza sus posibilidades para reforzarse, es lo que ella embiste con fuerza y exige rascar.

La narración de Había una fiesta se detiene anunciando una guerra llena de amargura. Una guerra que las jóvenes de hoy combaten cerrándose en sus circuitos de seguridad, como si fuesen una misma persona, porque lo que hay alrededor, lo que hay en la discoteca, es una cárcel. María, Nadia, Jero y Paula se van a Italia en busca de una gran fiesta, una fiesta de acceso a la vida adulta. Subrayo esta circunstancia: ellas sólo querían pasarlo bien. Ellas no empezaron esta guerra.

boys only want love if it’s torture

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Autora: Marina L. Riudoms. TítuloHabía una fiesta. Editorial: Caballo de Troya. VentaAmazonFnac y Casa del Libro.

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Adrián Viéitez

Periodista cultural y estudiante de filosofía. Profesor de poesía contemporánea en el Máster de Periodismo Cultural de la USP-CEU. Antes, en la sección de cultura de El País, La Voz de Galicia, Radio Galega, Jot Down o en el Festival Márgenes. Coordinador de la antología 'Árboles frutales' (Ed. Dieciséis, 2021) y autor de los poemarios 'tratado sobre tu nombre' (Ed. En el mar, 2021) y 'Alta Escuela Musical' (Ed. Dieciséis, 2022).

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