En los últimos meses leo dos noticias que de alguna manera conversan. Por un lado, veo que la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) ha cumplido noventa años. Y por otro, que la nueva Ley de Universidades (LOSU) está muy cerca de aprobarse. Como en estas Romanzas comenzamos cada semana con una o varias anécdotas culturales, pienso en las muchas que traen consigo los cursos de verano de La Magdalena, en Santander, organizados por la actual UIMP. La primera vez que oí hablar de ellos fue al maestro Julián Marías. En La Magdalena conoció a Unamuno, no recuerdo bien si en el año 35 o 36. Comentaba Julián que veía al vasco como un promontorio, una suerte de cima conversante a la que observar. La segunda vez que oí hablar de aquella universidad de verano fue preparando mi novela Yo no maté a Federico, pues por allí pasó el propio Federico García Lorca a lomos de su Barraca. «Es difícil ver tanto talento junto», dicen que dijo al dejar Santander. En la noticia del aniversario veo que por allí pasaron todos los de entonces, desde Borges hasta Octavio Paz, desde Menéndez Pidal hasta Saramago. Un lujo para el talento, como decía Lorca. La verdadera élite intelectual.
Mucho me temo que la universidad ha dejado a un lado conceptos que aparecen en el primer párrafo, da igual si hablamos de «talento» o de «élite intelectual». Entronco aquí con la otra noticia que se desliza por el primer párrafo: la inminente aprobación de la Ley de Universidades. Una ley que sólo redunda en la lenta destrucción de la enseñanza por varios motivos. El principal es la turbia politización de la entidad, espíritu que choca frontalmente contra la esencia de libertad con la que se creó, y que con tanto ahínco defendieron muchos, entre ellos Unamuno, protagonista en el primer párrafo, cuando se erigió en sumo sacerdote del Paraninfo de Salamanca delante de un puñado de fanáticos. Esta politización ha sido criticada por un grupo de más de un millar de profesores universitarios de toda España, en una carta abierta donde exigen «una referencia clara a la neutralidad ideológica».
El otro aspecto que chirría en esta ley es que deriva prácticamente todas las competencias universitarias a las comunidades autónomas, en clara concesión al independentismo. Pronto será la institución un órgano más al servicio de estos regímenes autoritarios, prepárense aquellos que no comulguen con ellos, átense los machos aquellos que simplemente vean en la universidad, por seguir con el paralelismo unamuniano, un «templo de la inteligencia». Y, por último, déjenme criticar a su vez el papel cada día más minoritario de las Humanidades en el ámbito universitario. Veo que, en la Complutense, por poner un ejemplo, las notas de corte más altas son Ciencia de Datos, Medicina, así como los dobles grados de Economía —Matemáticas e Ingeniería Informática— Matemáticas. Todos ellos con más de 13 puntos de nota de corte. En Humanidades, por contra, Lengua y Literatura (la antigua Filología Hispánica), Filología Clásica, Lingüística, Lenguas Aplicadas e Historia se van al 5 de nota de corte, y sobresale Literatura General y Comparada con un 5,8. Es decir, valores numéricos para demostrar que el interés universitario se dirige a la pura rentabilidad mercantil: niño, elige algo con salidas. Se desprecia el factor humano en favor del capitalismo más fagocitador. En fin, que tiemble Unamuno.
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