El museo es, desde tiempos protodecimonónicos, un lugar casi místico. La anécdota de las Romanzas de hoy corrobora este misticismo. Hablamos del año de 1936, tiempo de sangre y furia, de atrocidades y latrocinios. Durante el sitio de Madrid, las autoridades al mando del Museo del Prado consideraron que el edificio estaría a salvo de los proyectiles… ¿Quién podría atacar un lugar tan inocente, tan universal? Sin embargo, aquel noviembre una batería de aviones se arrojó sobre la zona del Paseo homónimo y, tras su paso fugaz por aquella atmósfera, el pueblo de Madrid vio arder las inmediaciones del edificio. No fue hasta el día siguiente, en la relativa paz de la mañana, cuando los trabajadores del Prado se acercaron a valorar los daños. Apenas algún incendio sin importancia y un lienzo del renacentista Agostino Busti en el suelo. Sin embargo, el final pudo ser bien diferente si una de las bombas, conservada hoy entre el patrimonio del museo, hubiese explotado al contacto con el edificio. Allí permanecía, silenciosa e intacta, en el tejado de una de las salas del museo.
Decía Julián Marías que el patrimonio español ha sufrido tres grandes momentos de asedio a sus posesiones: la guerra de la Independencia, la desamortización de Mendizábal y la Guerra Civil. Pese a todo, nunca se había visto amenazada su mayor virtud: su prestigio y, en última instancia, sus visitantes. La crisis de afluencia que trajo consigo la pandemia se ha visto agravada en estos primeros meses de nueva normalidad. Informa ABC de que el Museo Arqueológico deja inaccesible al público las zonas dedicadas a los Reinos Cristianos, la Edad Moderna o la moneda. A su vez, el Museo del Romanticismo no tiene abiertas trece de sus veintiséis salas. El Museo de Sorolla sólo deja un pequeño hueco vespertino para visitas. Sólo tres ejemplos del punto de descontrol que ha alcanzado la gestión del patrimonio. Los sindicatos intentan cerrar un acuerdo exprés para que la falta de recursos, de personal y de organización se atempere. Mientras, se suceden las quejas de los usuarios.
Con todo, lo cierto es que España es potencia en pocas cosas, pero una de ellas es la capacidad de generar patrimonio histórico-artístico, así como su capacidad para explotarlo de cara al ciudadano y al turista. La piedra angular de esta estrategia son los museos, que ahora se desangran por culpa de esta mala gestión. Pienso en Dalí, cuando decía que lo que salvaría en caso de incendio en el Prado es el aire de las meninas. Es exactamente eso. Por favor, ínclita clase política, organícese. Que el aire de las meninas viva tranquilo; que la mirada de la dama de Elche, la pistola cuyo gatillo apretó Larra o la espuma de las olas de Sorolla vivan tranquilas. Que los miles de visitantes que cada año se acercan a ellos los contemplen tranquilos. Y que el futuro acervo que dota de prestigio a una cultura y a un país respire tranquilo. No les pedimos demasiado. Ni siquiera la guerra acabó con ellos: mantengan vivos los museos, mantengan viva la cultura.
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