No debía de caerle yo muy bien, porque, después de otras tantas impertinencias, esta persona me hizo la siguiente pregunta: “¿A que tú te crees la persona más inteligente de esta mesa?” Estábamos en efecto sentados a una mesa, como cuatro personas solamente, y pude contestar enseguida, entre la intuición y el trabajo previo. Dije: “Para nada. Como mucho puede que sea la persona más creativa.”
El jefazo es James Gandolfini. Me impresionó mucho esta escenita de diez segundos de duración. Gandolfini da su réplica como si ya hubiera pasado por eso, de joven, por ese momento en el que se cree competir neurona a neurona, sin considerar todo lo que hay en los márgenes, arriba, abajo, dentro. Me gusta el vocativo, “Jeremy”, le da a la respuesta todo el peso de la sabiduría.
“Todos somos inteligentes” significa que estamos —en el filme— en lo más alto de la pirámide del espionaje y contraespionaje estadounidense, y que ahí ya la inteligencia se da por hecha, y hace falta algo más, coraje, intuición, creatividad, suerte. Chastain tiene coraje, por ejemplo. Voluntad.
El caso es que fue intuitivo, volviendo a la mesa fatal, reconocer que quizá yo era más creativo que las personas con las que me enfrentaba mi impertinente particular. Con toda sinceridad, considero que hay muchas personas inteligentes, y que no sabría decir quién es más inteligente que quién. En mi entorno actual, de hecho, creo que no hay nadie a quien no considere inteligente.
Dije “creativo” porque lo que yo hago para ganarme la vida es un trabajo con la palabra, bastante payaso en general. No hago análisis políticos, económicos; no hago ensayos sobre el Medievo ni sobre Aristóteles. Junto palabras a ver si suenan de manera distinta a todo eso.
Pero ha sido un reel de Instagram, ya saben, “el pozo de sabiduría” de nuestro tiempo, el que me ha iluminado finalmente sobre qué es ser creativo. Son unas palabras de John Cleese, famoso fundador de los Monty Python. Está dando una charla, según parece. Dice: “La creatividad no es una habilidad que tú tienes o no tienes (…) Por ejemplo, no tiene nada que ver con tu cociente intelectual. MacKinnon mostró, examinando ingenieros, arquitectos, científicos y escritores, que aquellos considerados más creativos por sus pares no eran en ningún sentido más inteligentes que sus colegas.”
Donald W. MacKinnon (1903-1987) es famoso, en efecto, por sus estudios sobre creatividad. Dejo aquí su conferencia o clase magistral The creativity personality, ofrecida el 23 de junio de 1964.
Sigue Cleese: “¿En qué sentido eran diferentes, entonces? MacKinnon demostró que el más creativo simplemente había adquirido la habilidad para ponerse a sí mismo en un estado de ánimo singular, que permitía que funcionara su creatividad natural. MacKinnon describió esta habilidad como una habilidad para jugar. De hecho, describió a las personas creativas como infantiles. Eran capaces de jugar con ideas y de explorarlas sin ningún propósito práctico inmediato, sólo por diversión; jugar por jugar”.
Estas palabras aciertan de pleno, a mi juicio. La creatividad, más que un don, es un actitud, y claramente es la actitud que encontramos en muchos niños, antes de que el sistema educativo la destruya por completo. Esta actitud parte de una falta de vergüenza, en concreto, de una falta de responsabilidad nominal con lo que se hace. Precisamente si un analista político no llama “gilipollas” a un político es porque eso desacreditaría su artículo por completo. Pero tampoco usará la palabra “gilipollas”, en ningún caso. Pero tampoco comparará la política española con el argumento de una película porno. Pero tampoco dirá que un político se parece a cierto personaje, pongamos, de un cuadro de Chagall.
Todo esto que no hace el analista político es lo que le aleja de la creatividad.
Para ser creativo, hay que perder toda credibilidad. Hay que ser completamente idiota, y casi nadie quiere que asocien su nombre con la idiotez.
Por eso son más creativos los humoristas que los analistas políticos.
La creatividad, en muchas ocasiones, tiene que ver precisamente con lo que no se puede decir, no se puede hacer o está mal visto. Tiene que ver, en suma, con no tomarse las cosas en serio, principalmente a uno mismo.
Uno de mis hijos manifestó desde muy pronto una inclinación no poco intensa por hacer las cosas exactamente de la manera contraria a como debía. Así, en los años que llevo observando su locura, he visto pasar por delante de mí la historia casi completa de la cultura universal.
Hace años, cuando estaba en la guardería, la profesora nos mandó fotos de los niños pintando. Había papel sobre una mesa y ocho o nueve colores estridentes y llamativos, rojos, amarillos, verdes, en acuarela. Me fijé bien en lo que pintaba mi hijo, y vi que su pincel estaba extendiendo sobre el folio blanco pintura blanca. El niño estaba muy concentrado pintando de blanco un papel blanco. Me pareció increíble. Malévich, en fin.
También hacía cosas por las que Marcel Duchamp pasó a la historia. Durante unos meses, se empeñó en salir de espaldas en las fotografías. Sin tener ningún modelo a la vista (ni siquiera vídeos en Youtube o similar), descubrió que le gustaba más llevar los sombreros y las gorras del revés, como los raperos. Por supuesto, también descubrió que le gustaba llevar un calcetín de cada color, un zapato de cada color, la cara pintada, caminar hacia atrás por la calle, callarse durante horas y negarse a hablar, comer cosas de determinado color (Sophie Calle), amén de hacer todo tipo de bailes absurdos y de inventarse canciones en idiomas tentativos.
Todo esto es la creatividad. Los niños la poseen, y habría que hacer lo posible para que no la pierdan (sacarles del colegio, se me ocurre).
Los adultos la perdieron, y sólo tienen una posibilidad de recuperarla: ser infantiles.
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