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La carta - Eduardo Martínez Rico - Zenda
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La carta

6 de julio de 1819. Napoleón escribe una carta en su palacio de Santa Elena. Él es su propio destinatario: “Querido Napoleón…”. En esta carta nos habla de una extraña locura. Parece que durante toda su vida creyó ser muchos otros, todos grandes hombres. Su admiración le empujó a querer ser como ellos, y a...

6 de julio de 1819. Napoleón escribe una carta en su palacio de Santa Elena. Él es su propio destinatario: “Querido Napoleón…”. En esta carta nos habla de una extraña locura. Parece que durante toda su vida creyó ser muchos otros, todos grandes hombres. Su admiración le empujó a querer ser como ellos, y a ser ellos. Así, Napoleón escribe cómo él llegó a ser Alejandro Magno o Julio César, entre otros personajes de la Historia: “Puse la locura al servicio de la ambición, o quizá fue al revés.”

Escribe en esta carta prodigiosa el desterrado de Santa Elena:

Pero llegó un momento en que yo era tan famoso como Alejandro o Julio César a los ojos de los demás, y tan digno de imitación a los míos. Y entonces empecé a creerme mi propia obra, a creerme yo mismo. Esto era el mayor triunfo que podía conseguir, pero  también el más triste. Lo más majestuoso si no fuera la mayor locura. Porque yo ya no era yo, y mucho menos quien quise ser. Al mirar en mi interior no vi el esplendor del laurel, el aroma del incienso, ni siquiera un enorme mapa de la Tierra bajo mi puño.

Más humilde que creerse Dios era pensar que Dios se creía Napoleón. Pero no encontré nada digno de admirar en este Dios-Napoleón, salvo la disciplina incansable en huir de sí mismo.

Todos estos rodeos me han llevado a esta isla. ¿Mi segundo destierro? Yo siempre fui una isla, una isla de ceniza rodeada por un océano de oro. Las leyendas deben ser ceniza para parecer oro. Ya era tan ceniza como Alejandro o Julio César: ya era NAPOLEÓN. Pero en lugar de curárseme este mal, caí aún más enfermo. Al querer ser yo, comencé a creerme de nuevo todas las personas, los mitos y las mistificaciones que yo mismo había levantado. Cuando vi a Dios, Dios no me gustó. Ese forro de mi persona era la obra de arte, trágico, de mi desvarío: una extraña locura que no muchos conocen, porque sólo aqueja a los hombres gloriosos. La llaman grandeza pero es polvo.

"Ahora, aquí, en Santa Elena, recorro los jardines y las playas, los salones del palacio, con la mano entremetida en los pliegues de mi casaca, mi vieja casaca de Emperador"

Ahora, aquí, en Santa Elena, recorro los jardines y las playas, los salones del palacio, con la mano entremetida en los pliegues de mi casaca, mi vieja casaca de Emperador, sufriendo en el estómago un dolor ambiguo. Pero nunca ha sido este gesto más glorioso que ahora, cuando nadie me mira, cuando el dolor es sólo íntimo e interpreto a solas, veraz, mi propio papel. Y acaricio estos viejos libros de fantasías en los que se relatan las hazañas de mis antiguos dioses, y no encuentro en ellos más realidad que la que me presta mi locura. Como si yo también hubiera estado en todas esas batallas.

Y con esa lucidez que sólo tienen los más graves enfermos te escribo esta carta. Sólo espero que la muerte venga a curar pronto tan largo dolor, ahora que me he vuelto tan insoportable para mí mismo, tan consciente de mi mal, de esta enfermedad que sólo tú puedes entender. 

 ******

Esta carta de Napoleón a Napoleón fue encontrada hace apenas un año en un viejo ejemplar de Vidas paralelas, de Plutarco. El propietario del libro ignoraba lo que contenía, porque jamás lo había abierto. Tampoco sus ascendientes. No sabemos por qué extrañas circunstancias fue a parar el libro del Emperador a manos de esta familia. En Vidas paralelas están, entre otras  —“como en un mausoleo de ceniza”—, las vidas de Alejandro Magno y de Julio César, una junto a la otra. Napoleón guardó su carta entre esas páginas, quizá para que no volara su ceniza.

"Pero él también se creyó Napoleón y, como tantos enfermos en los sanatorios mentales, también se paseó, vestido de sí mismo"

Es curioso que tantos locos del mundo se creyeran, o fueran —seamos nosotros también irónicos—, Napoleón. Pero él también se creyó Napoleón y, como tantos enfermos en los sanatorios mentales, también se paseó, vestido de sí mismo, y haciendo de sí mismo, por los patios de la Historia.

No son más que tres hojas de apretada caligrafía. Les ahorro las características técnicas del papel y la tinta, roja, como ven. En el folleto están muy bien explicadas. Esta carta, escrita por Napoleón y para Napoleón de incalculable valor histórico, autentificada por expertos de reconocido prestigio, tiene un precio de salida de dos millones de euros.

Si lo desean, pueden empezar a pujar.

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Eduardo Martínez Rico

Nació en Madrid en 1976. Se licenció en Filología Hispánica en 1999 por la Universidad Complutense de Madrid, y se doctoró en Filología, por la misma Universidad, en 2002. Es autor de 17 libros publicados, de novela, biografía y ensayo. Entre sus obras se pueden citar las novelas históricas Cid Campeador y Fernando el Católico. El destino del rey, su ensayo La guerra de las galaxias. El mito renovado y su biografía Pedro J. Tinta en las venas. Ha sido profesor del Instituto de Empresa y de la Universidad de Mayores del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras de Madrid (Literatura Española).

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