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La bota de Mallory - Zenda
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La bota de Mallory

Mis ojos se fijaron en una diminuta mota negra silueteada sobre una pequeña cresta de nieve. La primera se aproximó entonces al gran escalón de roca y al poco emergió en lo alto; la segunda la emuló. Y en ese momento la fascinante visión se desvaneció, envuelta de nuevo en nubes. Noel Odell En un...

Mis ojos se fijaron en una diminuta mota negra silueteada sobre una pequeña cresta de nieve. La primera se aproximó entonces al gran escalón de roca y al poco emergió en lo alto; la segunda la emuló. Y en ese momento la fascinante visión se desvaneció, envuelta de nuevo en nubes.

Noel Odell

Era el mediodía del 8 de junio de 1924 cuando Noel Odell, miembro de la tercera expedición británica para coronar el Everest, contempló por última vez las siluetas de George Mallory y Andrew Irvine, a más 8.000 metros de altitud, avanzando con determinación hacia la cima por su vertiente tibetana. No se les volvió a ver. El enigma de lo que sucedió después de aquel último instante pronto cumplirá cien años.

En un viaje a Londres contemplé la única bota que se conservó en el cadáver momificado del legendario alpinista George Leigh Mallory, hallado por Conrad Anker durante la Mallory & Irvine Research Expedition de 1999. Cuando tienes ante tus ojos un objeto así, mítico por el valor fetichista que le das, evocas al montañero que fue su portador hasta el último aliento. Uno se hace la composición del lugar y no puede evitar pensar en la soledad que tuvo que sentir George Mallory instantes antes de morir en aquella ladera inhóspita y gélida, después de una brutal caída.

"Los clavos metálicos de la suela estaban algo aplastados y un rastro inequívoco de sangre teñía toda la banda externa de la caña de la bota"

Estaba envuelta en papel secante dentro de una caja de cartón. La extrajeron delicadamente con unos guantes, en silencio. Sabía que esa misma bota, que ahora salía de una dependencia blindada de la Royal Geographical Society, en el londinense barrio de Kensington, había estado nada menos que 75 años a 8.156 metros de altitud sometida a tempestades, sepultada por nieves y guijarros, en una atmósfera enrarecida bajo el sol de Himalaya.

—¿Usted qué cree? —pregunté a la persona que tuvo la gentileza de mostrarme la reliquia.

—Imposible, no se puede pasar del segundo escalón de la arista NE del Everest; no en esas condiciones —respondió mi anfitrión.

—Pero, ¿eso cómo se puede saber con tanta certeza? Al fin y al cabo, la cámara Kodak no ha aparecido; y, además, ¿dónde está la foto de la esposa de George, Ruth Turner, que él prometió dejar en la cumbre? Curiosamente, esa imagen no apareció en ninguno de los bolsillos del alpinista —añadí.

El anfitrión se encogió de hombros.

Ruth Turner

Cuando la contemplé, traté de retener todos los detalles. Más bien pequeña y en bastante buen estado, conservando un pálido color cetrino. Los clavos metálicos de la suela estaban algo aplastados y un rastro inequívoco de sangre teñía toda la banda externa de la caña de la bota, justo por debajo de las fracturas óseas que sufrió Mallory en su pierna derecha.

"Aun consciente de mi privilegio, sola ante aquel material extendido ahora sobre una mesa, pensé si no hubiera sido más respetuoso haber dejado todo eso allí arriba, con él"

El amable señor continuó mostrándome otros objetos personales que se recuperaron del cuerpo del alpinista inglés. Un reloj de pulsera de fina correa con sendos rastros de óxido indicando la hora en que se pararon las agujas: las 5:10 (o quizás eran las 17:10 de la tarde), el lápiz con el que supuestamente Mallory escribió su postrera nota indicando a sus compañeros la hora y el lugar hacia donde mirar para observar la ascensión por la arista somital (en dicha nota figuraba las 8 PM, sin duda un error tal vez provocado por el cansancio o la hipoxia, pues es evidente que Mallory se refería las 8 AM). También había un elegante pañuelo estampado, unas gafas de glaciar que encontraron en uno de sus bolsillos —lo que plantea la duda de si descendía de noche—, algunos restos de lo que debió ser un jersey y una camisa con el nombre de su dueño bordado en la etiqueta, unas tijeritas de manicura, una caja de cerillas, una latita de carne concentrada y un trozo deshilachado de la cuerda que le unía a su compañero Irvine. Aun consciente de mi privilegio, sola ante aquel material extendido ahora sobre una mesa, pensé si no hubiera sido más respetuoso haber dejado todo eso allí arriba, con él. Parecía una estatua de mármol, abrazada a la montaña, dijeron los miembros de la expedición que hallaron el cuerpo. Una triste manera de acabar, como tantos otros. O heroica, según se mire.

Expedición de reconocimiento del monte Everest de 1921; Mallory, de pie a la derecha de la imagen.

Cientos de renglones escritos teorizan acerca de lo que les pudo ocurrir a los osados Mallory e Irvine durante su intento por conquistar el Everest en 1924. Mallory, en la primera expedición británica de reconocimiento de 1921, le hizo la siguiente descripción a su mujer Ruth: Era un prodigioso colmillo blanco que sobresalía de la mandíbula del mundo: La cima del Everest […] Una increíble masa montañosa. Un magnífico pico nevado con la cara norte más empinada que pudiera imaginarse. Tenía las aristas más espléndidas y los precipicios más impresionantes que he visto jamás. Tenía un extraño aire fascinante; la pared estaba flanqueada por dos enormes grietas, las extremidades de un gigante, simples, severas y soberbias. Desde el punto de vista alpinístico era imposible imaginarse una visión más hermosa. Pero en 1924, tras su participación en dos primeras expediciones, y teniendo un prometedor futuro como literato, él intuía que ésa sería su última oportunidad: no puedo imaginarme descendiendo derrotado de la montaña […]. Lo vivo como una batalla más que como una aventura […], no puedo explicar cómo me posee.

Andrew Irvine.

Tanto Mallory, de 37 años, como Irvine, con 22 años, estaban extremadamente motivados y poseían una gran resistencia física. Irvine no era un alpinista experimentado, pero tenía pericia en reparar los circuitos de los equipos de oxígeno en caso de que se atascaran las válvulas, y ese gas —aunque Mallory era contrario a portar esas pesadas bombonas de hierro— era fundamental para asegurar su anhelado objetivo.

¿Es humanamente posible alcanzar la cumbre del Everest? No tenemos ni un solo argumento convincente para dar una respuesta a esta pregunta. Sin embargo, sentí de algún modo, cuando llegamos al Collado Norte, que no era una misión imposible.

George Mallory

Aquella mañana de 1924, Irvine y Mallory partieron rumbo a la cumbre, con todo el equipo. Dejaron su tienda desordenada, como si hubieran partido de forma precipitada. La velocidad que observó Odell desde el inicio de su ascenso hasta que les perdió de vista era considerable, pero para muchos expertos —entre ellos Reinhold Messner— la salida se produjo demasiado tarde, pues los expedicionarios actuales inician ese mismo ataque final en plena noche, garantizando así el descenso con éxito. Sin embargo, Andrew Irvine, y la posible prueba de que el hito de conquistar el Everest se produjera 29 años antes de que lo hicieran Tenzing Norgay y Edmund Hillary, continúa siendo un enigma.

Es difícil comprender por qué ciertos momentos poseen esta extraña vitalidad, como si el hogar de la mente encerrara una gruta mística llena de gemas que esperan un simple rayo de sol para revelar su gloria oculta.

George Mallory

En 2019 se organizó una expedición para encontrar el cuerpo de Irvine y su cámara Kodak Vest Pocket con la que pudo inmortalizar la hazaña. En la primavera de 2020 el directivo de la BBC Graham Hoyland, que ya había participado en la primera de 1999, volvió a intentarlo, sin éxito. Fruto de la primera expedición de búsqueda surgió un fascinante documental filmado por Renan Ozturk, The Ghosts Above. Hasta el momento, el único objeto de Irvine que se ha encontrado en esa montaña ha sido su piolet, localizado en 1933 a una altitud de 8.440 metros. Estaba aparentemente abandonado a muy escasa distancia de donde fue hallada en 1991 una botella de oxígeno que perteneció a uno de los dos alpinistas. Ambos aparejos se encontraban situados bajo el denominado Primer Escalón de la arista NE del Everest, justo en la vertical donde yacía inerte el cuerpo de Mallory, unos trescientos metros por debajo.

Cara Norte del Everest (Tíbet).

"El anhelo de contemplar el mundo desde su más alto penacho blanco. Unos minutos de gloria y el resto de una vida para poder, tal vez, responder a esa pregunta diciendo porque pude hacerlo"

¿Por qué empeñarse en subir esa montaña? Porque está ahí, fue la concisa respuesta que dio Mallory a la pregunta del periodista. Y supongo que sí. Está ahí, como lo está la Luna, la fosa de las Marianas, las Indias, el planeta Marte, y lo que venga después. Qué más dará, está en nuestra condición ambicionar lo desconocido en aras de ideas como la libertad, el triunfo, o el encuentro íntimo con uno mismo. La soledad, a veces extrema, y otra encordada a otros compañeros. Inútil o no, no podremos dejar de hacerlo. Esa bota que yo sostuve entre mis manos representa el espíritu heredado por algunos que no forman parte de la nueva ola de alpinistas que forma colas kilométricas para alcanzar la cima de las cimas, ni confunde tecnología o competición con la pureza del paisaje. El anhelo de contemplar el mundo desde su más alto penacho blanco. Unos minutos de gloria y el resto de una vida para poder, tal vez, responder a esa pregunta diciendo porque pude hacerlo.

¿Hemos vencido a un enemigo? A ninguno, excepto a nosotros mismos. ¿Hemos ganado un reino? No, y no obstante sí. Hemos logrado una satisfacción completa, hemos materializado. Luchar y comprender, nunca el uno sin el otro, esta es la ley.

George Mallory

¿Consiguieron la cumbre aquellos dos intrépidos británicos? El hielo revelará, o no, su secreto. La respuesta reside para algunos en la evidencia científica y en la experiencia del alpinismo, para otros en el romanticismo. Para mí, el que esa bota hollara la cúspide de la gran montaña sagrada es lo de menos, representa otra historia de valor y pasión en tiempo más nobles, pues el mito perdurará siempre en los albores de la historia de las conquistas humanas.

Una vez Mallory, que soñaba con ser escritor, afirmó: algún día os contarán una historia distinta…

***

Bibliografía recomendada

—Conrad Anker, David Roberts. El explorador perdido: El descubrimiento de Mallory en el Everest. Ediciones Península, Barcelona, 2000.

—David Breashears, Audrey Salkeld. La última ascensión: Las legendarias expediciones al Everest de George Mallory. National Geographic, Washington, 1999.

—Edward Norton. The Fight for Everest: 1924. Longmans, Green & Co., Londres, 1925.

—George Mallory. La escalada del Everest: Los escritos completos de George Mallory. Desnivel Ed., Madrid, 2019.

—Jochen Hemmleb, Larry A. Johnson, Eric R. Simonson. Los fantasmas del Everest: El relato de la expedición que encontró el cuerpo de Mallory. Plaza & Janés, Barcelona, 2000.

—Peter Firstbrook. Perdidos en el Everest: En busca de Mallory & Irvine. RBA Ed., Barcelona, 2000.

—Peter Gillman, Leni Gillman. Vida y pasiones de Mallory. Desnivel Ed., Madrid, 2000.

—Tom Holzel, Audrey Salkeld. El misterio del Everest: La gran aventura de Mallory e Irvine. Mondadori Ed., Barcelona, 2000.

—Reinhold Messner. The Second Death of George Mallory. St. Martin’s Press, Nueva York, 2001.

—Sebastián Álvaro. Everest 1924: El enigma de Irvine y Mallory. Desnivel Ed., Madrid, 2021 (en prensa).

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Susana Rizo

Soy historiadora del arte-documentalista, y prisionera de Zenda desde sus orígenes. Escribir es un reto constante, y este lugar es el mejor para aprender, pues estoy rodeada de maestros.@SusanaRizo5

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