Tengo el ordenador estropeado, a punto de decir basta. Se me cayó el café en el teclado y no funciona muy bien. Aparte de eso, o relacionado con ello, me queda muy poca memoria. Y cuando digo poca es ninguna o casi ninguna. En resumidas cuentas, no sé si alcanzaré a terminar este artículo que aspira a ser muy sencillo, tanto que sólo se propone llegar al final, a su humilde final.
Cuando llego aquí y veo estos libros, los mismos de cada año más los que voy añadiendo, cada año también, que no son demasiados porque aquí no compro muchos libros, para mí estos libros son nuevos, como nuevos, porque he pasado un año sin verlos y ese tiempo me hace tenerlos por recién comprados. No son muchos, pero son buenos, muy buenos, o lo son a mis ojos. Aquí tengo, por ejemplo, Doctor Zhivago, de Boris Pasternak; Los cipreses creen en Dios, de José María Gironella; La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa; La familia de Pascual Duarte y Mrs. Caldwell habla con su hijo, de Camilo José Cela; Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes, y otras obras suyas. En fin, tengo bastantes más, pero no muchas más. Procuro dejar todos los años unos cuantos libros aquí, para ampliar la biblioteca y viajar a Madrid más ligero de equipaje, que diría Machado.
Me gusta que esta biblioteca gane en libros, ya que en Madrid tengo tantos, quizá demasiados. Aquí todavía tengo mucho espacio para libros, en sus estantes y en mi corazón, si me perdonan lo que quizá pueda parecer una cursilería. En verdad estos libros van ocupando mi corazón, mi cerebro y todo mi cuerpo, pues los libros, además, son muy capaces de llenar buena parte de nuestra vida, amueblarla y hacerla mucho más confortable, de una forma inmaterial y en mi opinión muy trascendente. Un buen libro siempre es un pasaporte a otra dimensión, y por “dimensión” podemos entender muchas cosas: puede ser un lugar, un estado, un trabajo…Y ese libro podemos leerlo, como es frecuente, pero también podemos escribirlo.
Yo aquí no tengo tanto tiempo para leer, pues me gusta hacer deporte, bañarme en la playa, estar con amigos… hacer una vida variada. Una vida diferente a la que hago durante el año. Pero también me gusta, y mucho, escribir. Por supuesto siempre hay tiempo, momentos de gran placer, en los que me sumerjo en la lectura de un libro, un libro por ejemplo que me sirve para documentarme para una novela, o un libro que leo por puro gusto, aunque yo sé que luego me servirá para un artículo, o para documentar una entrevista, para algo. Como dice mi madre, todo lo que hago lo utilizo, todo me sirve, y es cierto, gracias a Dios.
Ahora estoy leyendo Historia de España contada para escépticos, de Juan Eslava Galán. Este libro lo había comprado el año pasado y me lo dejé aquí para leerlo justamente este año. Me está encantando. Aunque Eslava me ha dicho precisamente esta mañana por teléfono que lo que él aspira es a contar la Historia con rigor y que no quiere ser especialmente original respecto a lo que se explica en las clases, yo sí encuentro en sus libros material nuevo, y un punto de vista nuevo, respecto a lo que he estudiado o leído antes de Historia. Y me gusta mucho. Tengo preparado, aquí cerca de mí, del ordenador —que por cierto se está portando muy bien y me está dejando escribir el artículo—, Historia del mundo contada para escépticos, para leerlo luego.
De Eslava había leído poco hasta hacía unos años, pero últimamente me estoy poniendo bastante al día y lo estoy leyendo con entusiasmo. Uno se divierte y aprende con sus libros. Yo diría que más que amenos son muy divertidos. Uno se bebe la historia en el mejor sentido de la expresión, y la Historia se instala dentro de nosotros y cuando menos lo advertimos estamos contando una anécdota a los amigos o a la familia. Hay libros que entran en nosotros, gozosamente, más que al contrario, y yo creo que estos de Eslava pertenecen a esa clase.
En Madrid dejé, también suyo, la más reciente Enciclopedia de los nazis (Planeta), que me estaba entusiasmando mientras lo leía, aunque es un libro extenso —muy bien editado— que requiere su tiempo. A mí siempre me ha maravillado cómo los nazis, estando tan poco tiempo en el poder, han suscitado tanto interés en la Historia. También en el cine, por ejemplo. Eslava me dijo esta mañana por teléfono que lo más llamativo del caso de los nazis es que un gran pueblo se dejara seducir por un grupo de indocumentados. Sin duda todo esto es muy interesante, y todo esto lo ha analizado con sumo cuidado y mucha profundidad Eslava en su libro, “el libro de mi encierro”, me ha dicho, porque este volumen lo escribió mientras estábamos en casa confinados por el coronavirus. Como él mismo dice al principio, si no recuerdo mal porque tengo el libro en Madrid, los encierros con libros son más llevaderos.
En fin, no voy a seguir mucho más. Para mi sorpresa el ordenador me ha dejado escribir mi artículo completo. Ahora lo dejaré reposar un poco y luego lo corregiré. Después lo mandaré a Zenda y con un poco de suerte será publicado pronto. Espero haber sabido transmitir el objetivo que en este texto me había fijado, que no es otro que la celebración de la fiesta de los libros, de mi reencuentro con ellos, de la emoción que me embarga cuando vuelvo a verlos y abrirlos tras todo un año en otros lugares, en otros paisajes. Seguro que muchos lectores han sentido algo parecido a lo que yo siento cada verano, con sus propios libros, en sus propias vidas.
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