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La balada del trovador cascado - Zenda
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La balada del trovador cascado

Si quisiéramos trazar un triángulo en el que se resumieran la historia y las vicisitudes de la canción de autor en España, creo que hay pocas dudas de que sus vértices los ocuparían Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina. Entre los tres han pergeñado una banda sonora que ha acompañado a varias...

Si quisiéramos trazar un triángulo en el que se resumieran la historia y las vicisitudes de la canción de autor en España, creo que hay pocas dudas de que sus vértices los ocuparían Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina. Entre los tres han pergeñado una banda sonora que ha acompañado a varias generaciones desde el último tramo de la dictadura franquista hasta nuestros días, y los tres han venido funcionando como referentes más o menos confesos de todos aquellos que, en lo sucesivo, se han sentido tentados de coger una guitarra para subrayar con acordes la alquimia balbuceante de sus versos. De entre la larga lista de músicos que contribuyeron a una cierta toma de conciencia colectiva respecto al estado de las cosas —hay muchos nombres y es imposible citarlos todos, pero no pueden faltar ni Pablo Guerrero, ni Raimon, ni Cecilia, ni Lluís Llach, ni tampoco Víctor Manuel—, y también de entre quienes presentaron credenciales en unos tiempos en los que los cantautores eran algo demodéPedro Guerra, Javier Álvarez, Tontxu— y después de que el 15-M trajera un leve repunte del género  —aupado en ejemplos como los de Ismael Serrano o Nacho Vegas—, sólo ellos tres han adquirido una categoría casi simbólica, por su doble condición de epítome y espejo, y convierten sus apariciones públicas, si no en fenómenos de masas, sí en acontecimientos que merecen una atención mayoritaria.

"en los últimos años Joaquín Sabina lleva camino de convertirse en algo parecido a un género literario. Desde que a mediados de los ochenta Maurilio de Miguel publicara su seminal Joaquín Sabina."

Pese a eso, los tres parecen deparar un interés desigual a la hora de captar cronistas que, en lo bueno y en lo malo, glosen sus andanzas. Si hubiese que buscar un desempate amparándose en ese dato, las estadísticas arrojarían un claro ganador. Mientras que la vida y la obra de Luis Eduardo Aute han deparado una bibliografía escasa y el número de títulos aparecidos en torno a Joan Manuel Serrat podría calificarse, siendo generosos, de suficiente, en los últimos años Joaquín Sabina lleva camino de convertirse en algo parecido a un género literario. Desde que a mediados de los ochenta Maurilio de Miguel publicara su seminal Joaquín Sabina (Júcar, 1986; reeditado y ampliado por Martínez Roca en 2005 con el título Eso será poesía. Sabina antes de Sabina), que entró en imprenta cuando el de Úbeda apenas empezaba a lucir sus galones en el panorama musical patrio, han sido abundantes los volúmenes que se han ocupado de dejar constancia de su carrera. El auge, para ser exactos, empezó tras la publicación de 19 días y 500 noches, considerado de forma unánime su mejor disco, y tuvo como abanderado al periodista Javier Menéndez Flores, que en Perdonen la tristeza (Plaza y Janés, 2000) facturó la que probablemente sea una de las biografías que más tiempo han permanecido en las listas de libros más vendidos durante las últimas décadas. El propio Menéndez Flores continuó el filón con la larga entrevista que vio la luz en Yo también sé jugarme la boca. Sabina en carne viva (Ediciones B, 2006) y con el recientemente aparecido Sabina. No amanece jamás (Blume, 2016). Entre medias, el también cantautor Joaquín Carbonell publicó el interesante y heterodoxo Pongamos que hablo de Joaquín (Ediciones B, 2011). En 2009, el poeta Benjamín Prado contaba en Romper una canción (Aguilar) el proceso compositivo que había emprendido junto al artista para alumbrar las canciones del elepé Vinagre y rosas, y el mismo autor anuncia la publicación inminente de otro ensayo, esta vez al alimón con el propio Sabina (Incluso la verdad, Planeta), referido a la escritura conjunta de los temas incluidos en su último álbum.

"Resultan valiosísimas las observaciones de Pancho Varona, quizás el compañero más fiel del juglar y a buen seguro el que mejor conoce sus recovecos."

Con tal arsenal de referencias, a cualquiera le parecería que escribir otro ensayo acerca de las aventuras y desventuras de aquel muchacho de la Andalucía profunda que terminó encontrando en Madrid su paraíso artificial rozaría el absurdo o la temeridad. Por suerte, no razonó de esa forma el periodista Julio Valdeón (Valladolid, 1976), quien de hecho juzga insuficiente las referencias librescas que pivotan alrededor del cantautor. Él compone en Sabina. Sol y sombra (Efe Eme) un exigente trabajo de investigación donde la vida del trovador cascado, tal y como él ironiza sobre sí mismo en una de las canciones del disco Lo niego todose funde con la historia íntima y personal de sus canciones sin escatimar zonas oscuras ni obviar las ambigüedades y contradicciones inherentes a cualquier biografía que se precie. No hay en el libro nada que no sea sabido: ni revelaciones morbosas, ni datos ignorados hasta la fecha, ni declaraciones sorprendentes. Valdeón es admirador de Sabina y él mismo se encarga de advertirlo en las primeras páginas, con una honestidad que empieza a honrarle cuando se descubre que no estamos ante un deslegitimador ni un hagiógrafo, sino ante un autor que, en vez de a un personaje, busca a la persona que se oculta tras la imagen pública.

De ese propósito nace el mayor acierto de este libro: el de contar la vida y la pasión de Joaquín Sabina no a través de las hemerotecas (que también) ni rescatando viejas declaraciones del protagonista (cosa que hace a veces), sino escuchando atentamente el testimonio de quienes, con mayor o menor fortuna, le acompañaron en el viaje, unas veces en primera o segunda fila y otras relegadas al gallinero o medio ocultas en los huecos que siempre quedan abiertos entre bastidores. Resultan valiosísimas las observaciones de Pancho Varona, quizás el compañero más fiel del juglar y a buen seguro el que mejor conoce sus recovecos, o las de Antonio García de Diego, que contribuyó a dar mayor empaque a unas canciones que tras su llegada mejoraron notablemente, pero también lo son las de otras figuras, muchas veces relegadas, sin las que no se comprendería la andadura de la estrella, ni sus ascensos y caídas. Del directivo José María Cámara al representante Paco Lucena, del músico Paco Beneyto al periodista Diego Manrique, del poeta Luis García Montero a la cantante Olga Román, del productor Alejo Stivel al rockero Calamaro, las páginas de Sabina. Sol y sombra constituyen un completísimo mosaico que analiza hechos probados y discute tópicos. El propio Sabina es el gran ausente. Su voz sólo se deja escuchar en las páginas finales, en una entrevista incluida a modo de epílogo que tiene valor más por su condición de curiosidad que por su relevancia en el conjunto.

"Sol y sombra traza un pormenorizado recorrido por una carrera que arrancó con el denostado Inventario para seguir, previo paso por el imprescindible sótano de La Mandrágora, por los titubeos de Malas compañías y Ruleta rusa."

En realidad, no hacía falta ese colofón porque el libro se defiende perfectamente sin él. Con minuciosidad, oficio y buena prosa, Sabina. Sol y sombra traza un pormenorizado recorrido por una carrera que arrancó con el denostado Inventario para seguir, previo paso por el imprescindible sótano de La Mandrágora, por los titubeos de Malas compañías y Ruleta rusa. Que conoció una primera plenitud en Juez y parte y los directos del Teatro Salamanca. Que descolló en Hotel, dulce hotel, El hombre del traje gris y Mentiras piadosas. Que vivió su tiempo más feliz en los dichosos noventa, con el terceto prodigioso de Física y química, Esta boca es mía y Yo, mí, me, contigo. Que tuvo un sonado fiasco en su alianza con Fito Páez para engendrar ese disco tan deslumbrante como extraño que fue Enemigos íntimos. Que alcanzó la plenitud en 19 días y 500 noches, un elepé que rozó la perfección y al que hay que referirse a la hora de glosar la historia reciente de la música española. Que decayó después, tras el ictus que el mismo Sabina renombró como marichalazo, en los discos irregulares que fueron Dímelo en la calle (y Diario de un peatón, su versión extendida), Alivio de luto y Vinagre y rosas. Que intentó resurgir junto a Serrat en el fallido La orquesta del Titanic y que parece emerger ahora que, a sus 68 años, el cantautor ha lanzado el portentoso Lo niego todo, con el que parece coger otra vez las riendas de su destino. Y son, también, un atinado retrato del joven rebelde de provincias que huyó a Londres. Del aspirante a artista que deambulaba en busca de unos cuartos por cualquier garito de Lavapiés en el que le ofreciesen un escenario al que subirse. Del compositor consciente que huyó de las reminiscencias de los bardos franceses y los recursos más manidos de la canción protesta para hallar un refugio confortable en la tradición del rock y los songwriters. Del cantante que se ve inserto en una espiral de éxito que no siempre sabe manejar con solvencia. De la estrella que llena estadios y explora continentes. Del autor deprimido que clausura sus aposentos, antaño abiertos a todos los públicos noctívagos, para convertirlos en un fortín con vistas a la plaza de Tirso de Molina. Valdeón es un seguidor que observa desde la barrera aquello que han protagonizado otros y que, en vez de incurrir en apostillas sabihondas o impertinentes, deja que sean los demás quienes hablen desde su conocimiento y su experiencia. En el prólogo, Javier Rioyo define Sabina. Sol y sombra como una «enciclopedia inteligente, aguda, cercana a la par que amena».

"Pocos pueden negar que escribir canciones como Calle Melancolía, Princesa, Yo me bajo en Atocha, De purísima y oro o Leningrado no es algo que se encuentre al alcance de cualquiera. "

No le falta razón, como tampoco hay que quitársela al autor cuando señala que «a Sabina le llevamos puesto como un chaleco antibalas». Por mucho que haya quien le niegue el pan y la sal partiendo de sus propias fobias o prejuicios, por mucho que le acusen de haberse acomodado, de vivir de espaldas al pueblo soberano, de incitar en sus versos a todas las trapacerías que pueda tener en la cabeza el comentarista de turno, pocos pueden negar que escribir canciones como Calle Melancolía, Princesa, Yo me bajo en Atocha, De purísima y oro o Leningrado no es algo que se encuentre al alcance de cualquiera. Y bien está que, de cuando en cuando, determinadas verdades queden puestas por escrito.

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Título: Sabina. Sol y sombra Autor: Julio Valdeón Editorial: Efe Eme. Venta: Amazon y Fnac

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Miguel Barrero

Ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven), La vuelta a casa, Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner), La existencia de Dios, Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado), La tinta del calamar (premio Rodolfo Walsh) y El rinoceronte y el poeta, así como el libro de viajes Las tierras del fin del mundo. Ha formado parte del programa 10 de 30 para la difusión de la nueva literatura española en el exterior. @MiguelBarrero Foto: Muel de Dios.

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