Con una vida propia de una superproducción de Hollywood, el periodista y escritor de origen húngaro Arthur Koestler tuvo entre sus múltiples experiencias ser condenado a muerte después de engañar a Queipo de Llano para que este le concediera una entrevista en plena Guerra Civil.
«Es de estas cosas muy interesantes para un biógrafo o un ensayista, porque hace ver que, muchas veces, lo real es completamente inverosímil. Esto en una novela no nos parecería posible, pero ocurrió», afirma en una entrevista con EFE Jorge Freire, autor del libro Arthur Koestler. Nuestro hombre en España.
Para lograr esa entrevista con Queipo se hizo pasar por periodista afín a los sublevados a través de Luis Bolín, quien antes había alquilado el avión «Dragón Rapide» para trasladar a Franco en el alzamiento.
«Que pudiera burlar a alguien tan inteligente como Bolín, que consiguiera la entrevista, que Queipo se abriese y soltase todas esas barbaridades y que fuera portada en el News Chronicle en Inglaterra fue una proeza periodística», resalta Freire, que ha ofrecido este viernes una conferencia en la Casa Gerald Brenan de Málaga.
Una vez descubierto el engaño, la consecuencia fue «que Queipo se cabrease como una mona y que Bolín tirase el periódico al suelo y prometiese, literalmente, matarle como a un perro».
El objetivo de aquella primera estancia de Koestler en España era «documentar que los italianos y los alemanes apoyaban al bando nacional en la Guerra Civil» y al conseguirlo «le sirvió para el libro propagandístico España ensangrentada, que tuvo mucho éxito por toda Europa».
Y es que, aunque vino a España «acreditado como periodista de un medio de derechas inglés y de otro húngaro, en realidad trabajaba como propagandista de la Internacional Comunista y venía para escribir ese libro», explica.
«Todavía más inverosímil es que, después de escapar de la entrevista sin que le echaran el guante», se atreviera a regresar a España, momento en el que fue detenido en Málaga y condenado a muerte.
«Koestler daba por hecho que su suerte estaba echada en los tres meses que estuvo encerrado en una celda de aislamiento esperando a que le dieran matarile», señala Freire, y ese periodo le sirvió para «escribir Diálogo con la muerte, uno de los textos de literatura carcelaria más importantes de todos los tiempos».
Se trata de un texto «de gran altura literaria, porque cuenta una especie de iluminación casi religiosa en la oscuridad de la celda, él que toda su vida había buscado el absoluto, que comparece ante él en esa celda».
«Buscó el absoluto en las ideologías, que algunas veces llevan al totalitarismo. Lo buscó en el sionismo, en el positivismo, no solo en el comunismo, sino en el comunismo estalinista, y andando el tiempo, ya con una edad provecta, en el esoterismo y los fenómenos de convergencia y en la telepatía».
Finalmente no fue ejecutado, porque Koestler fue canjeado «por alguien de la talla de Josefina Gálvez, la mujer de Carlos de Haya, el célebre aviador sublevado no exento de polémica por las atrocidades que cometió, muy temerario, de enorme calidad a los mandos del avión pero moralmente dudoso».
Freire cree que, durante su estancia en Málaga, Koestler no llegó a tener contacto con el hispanista Gerald Brenan y su mujer, Gamel Woolsey, y apunta las zonas oscuras en la biografía del autor húngaro.
«Su presencia en España se oscurece porque miente mucho. Es muy prolijo en detalles como el coche Issota Fraschini con el que recorría Madrid, pero no hablaba por ejemplo del resto de escritores que había en el hotel, como Hemingway», según Freire, que considera que «mentía por una cuestión de mala conciencia»:
Al investigar su vida ha descubierto «cosas que respondían a la tentación de justificarse a sí mismo, porque no es que tratara de engañar a los demás, sino que se autoengañaba«.
«Toda su vida intentó crear un personaje y ponerse una máscara, a través de una serie de retales que iba uniendo, la mayoría de los cuales eran falsos. Se creó un personaje y se lo terminó creyendo, pero a poco que lo rascas te das cuenta de que es mentira».
Fue por tanto «un gran personaje, más novelero que de novela, y un antihéroe», con el que Freire no consigue «empatizar» porque no tiene claro «que fuera una buena persona».
«Pero, aunque no empatices, es imposible no sentir algo de compasión por él. Aunque no estés de acuerdo con lo que hace, que es moralmente reprobable, en el fondo es un superviviente y un libro de Historia andante, que ha estado en todos los ismos: socialismo, sionismo, positivismo, estalinismo y luego el liberalismo y el procapitalismo«.
Por eso, Freire no entiende «cómo no se ha hecho todavía una superproducción de Hollywood con este hombre, que es irrepetible, y que además aúna ser un hombre de letras y un hombre de acción, dedicado al intelecto, pero que no tiene problema en empuñar el fusil e irse al frente».
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