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Kai Bird: "La era atómica no ha terminado y no sabemos hacia dónde va" - Zenda
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Kai Bird: «La era atómica no ha terminado y no sabemos hacia dónde va»

De héroe a traidor. Pocas biografías como la de Oppenheimer evidencian mejor lo que supone desenvolverse en una época marcada por las contradicciones. Su vida discurrió por el estrecho filo que separa la ciencia y la filosofía, el deber y la conciencia, los principios personales y los compromisos que conlleva trabajar para tu país en...

De héroe a traidor. Pocas biografías como la de Oppenheimer evidencian mejor lo que supone desenvolverse en una época marcada por las contradicciones. Su vida discurrió por el estrecho filo que separa la ciencia y la filosofía, el deber y la conciencia, los principios personales y los compromisos que conlleva trabajar para tu país en tiempos extremos. Su existencia fue sometida a los vaivenes de una sociedad en guerra que puso a prueba su ética y convicciones. Acuciado por el temor de que los científicos del Tercer Reich desarrollaran la bomba atómica antes que los aliados, se implicó en el Proyecto Manhattan. Pero, al final, su arma no se emplearía contra las tropas nazis, sino contra los ancianos, niños y mujeres de Hiroshima y Nagasaki. ¿Un ingenuo? ¿Un iluso? ¿Un irresponsable? Kai Bird, coautor, junto al fallecido Martin J. Sherwin, de Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer (Debate), da cuenta del auge y la caída del científico que robó a los dioses uno de los secretos de la naturaleza y después sucumbió a las leyes de los hombres. Su voluminosa biografía, en la que se basa la película de Christopher Nolan sobre el padre de la bomba atómica, que se estrenará este julio en España, da cuenta de las paradojas y antinomias en las que discurrieron sus días, que le catapultaron hasta lo más alto para después acusarlo de traidor y dejarlo caer.

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—Oppenheimer era un hombre sencillo.

—Para nada. Él era una persona complicada. Físico de formación, teórico de física cuántica, pero al mismo tiempo que se dedicaba a la ciencia era un joven que adoraba la poesía francesa, el «Bhagavad-gītā», llegó a aprender sánscrito por su cuenta, y adoraba los libros de Ernest Hemingway. Era una persona polifacética, un intelectual, que no se limitaba al campo al que se dedicaba y que también le interesaba la historia.

—¿Qué pasó por su cabeza cuando la bomba funcionó?

"Él competía contra los fascistas alemanes, y al ver la explosión entendió que eso se iba a usar en el combate"

—Cuando la probaron en 1945, con «Trinity», el primer ensayo atómico, lo que sucedió, cuando detonó, fue que miró a su hermano y le dijo: «Ha funcionado». Pero, un poco más tarde, hablando con un periodista de The New York Times, se le preguntó por esto mismo. Como Oppenheimer al mismo tiempo era un gran actor, muy dramáticamente citó una frase del texto sagrado del «Bhagavad-gītā». Una frase que gracias a su contestación ahora todo el mundo conoce: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor del mundo». Es cierto que le metió actuación, pero en la realidad era muy consciente de lo que había ocurrido. En él había un científico que había sacado adelante ese proyecto. Él competía contra los fascistas alemanes, y al ver la explosión entendió que eso se iba a usar en el combate, que no se iba a emplear para matar inocentes, pero después…

—Inauguró la era atómica.

—Sí, es el padre de la bomba atómica, pero hay que decir que casi inmediatamente después intentó explicar a todo el mundo que este era un arma de terror y que había que controlarla, y controlarla muy bien. Casi le destrozó ver lo que había hecho. Él fue plenamente consciente de los problemas éticos que traía consigo esa energía. Debemos tener en cuenta que él era de orígenes judíos. Aunque viviera en el laicismo, le inculcaron la ética y los valores éticos propios de esa cultura… En este libro estuve involucrado alrededor de cinco años, pero Martin J. Sherwin, el coautor, estuvo nada menos que veinticinco. En el fondo la investigación la hizo él. Pero cuando yo me incorporé a su escritura, tuve la oportunidad de conocer a la última secretaria de Oppenheimer en Los Álamos, Anna Wilson. Ella vivía en Washington y me contó una historia que, considero, captura muy bien ese dilema ético que de repente se le planteó a Oppenheimer. Robert acababa de llegar a las oficinas de Los Álamos y escuchó que murmuraba sin cesar «pobre gente, pobre gente». Anna Wilson le preguntó qué decía y él le explicó que el arma que acababa de crear se iba a lanzar sobre una ciudad japonesa y que la mayoría de las personas que se verían afectadas serían mujeres y niños. Civiles. «Vamos a destruir una ciudad entera», le señaló. Es curioso porque esa misma semana, él se reuniría con los pilotos asignados al bombardero para impartirles determinadas instrucciones, como a qué altura había que detonar, en qué posición debía lanzarse, que tenían que asegurarse de tener una visión directa sobre la ciudad y de que el objetivo estuviera bien claro desde el principio, para poder lanzar la bomba en el centro mismo de la urbe, para que se produjera el máximo impacto destructivo… Él hacia su trabajo, él era el líder de ese proyecto. Tenía que ser eficiente, pero a la vez era muy consciente de la tragedia que se avecinaba… Un hombre complejo.

—Esas explosiones le afectaron.

"Explicó que cualquiera pensaría que una bomba de estas características era muy cara de hacer, pero la realidad es que resultaba todo lo contrario"

—Sabemos por las cartas que dirigió a Katherine, «Kitty», su mujer, que después de la bomba de Hiroshima Robert cayó en una fuerte depresión. Ella estaba preocupada por su marido, que estaba sumamente afectado. Esto es muy típico de Oppenheimer, porque en el fondo era un hombre vulnerable, sensible. Después de Hiroshima tuvo una reunión con un secretario norteamericano del Gobierno y le explicó que los japoneses estaban a punto de rendirse antes del lanzamiento de la bomba, pero que no acababan de ponerse de acuerdo… Se dio cuenta de que el bombardeo había sido innecesario… En octubre de 1945 dio un discurso en público. Explicó que cualquiera pensaría que una bomba de estas características era muy cara de hacer, pero la realidad es que resultaba todo lo contrario. Era muy barata de producir y cualquier nación, por muy pocos recursos que tuviera, la podía desarrollar. Era un arma para agresores. Eran armas de terror. Eran armas creadas por y para el terror. Esto lo dice él, el padre de la bomba atómica, que eran armas para terroristas, no de combate, de defensa, como máximo… Esta es una historia muy pertinente en estos momentos.

—¿Por?

—Lo digo por Ucrania, por Putin y por sus amenazas de que quizá vaya a usar bombas atómicas en este conflicto, porque, dice, que son armas tácticas para usar en el campo de batalla… Oppenheimer, si lo lees bien, afirma con claridad que estas armas tácticas, y lo reitera ya entonces, no son para nada tácticas. Y él fue quien las creó. Esto es importante porque es relevante en nuestro tiempo y porque, seamos sinceros, esta historia no se ha acabado y no sabemos hacia dónde va a dirigirse.

—¿Preocupado?

"Oppenheimer quería impulsar un plan para prohibir estas bombas y crear una autoridad atómica para controlar toda la tecnología nuclear"

—Me preocupa mucho, porque todos los generales y militares de un bando y de otro saben que no son armas para emplear en un campo de batalla ni que tampoco es racional emplearlas para atacar un objetivo militar, pero, a pesar de todo eso, los militares las usaron en Hiroshima para mandar un mensaje psicológico a los japoneses. «Así acabamos rápido con ese problema», debieron de pensar. ¿Y si a Putin le acorralan? ¿Y si, de repente, pierde en el conflicto con Ucrania y a lo mejor recurre a ellas también con la excusa de «voy a mandar un mensaje, voy a bombardear una ciudad en Ucrania»?

—Se intentaron desactivar los arsenales.

—Estoy de acuerdo en que al final de la Guerra Fría se empezaron a dar pasos en esa dirección y que se destruyeron muchas armas nucleares, pero todavía quedan demasiadas en el mundo. Deberíamos haber avanzado más en ese camino. Hacer lo que precisamente pedía Oppenheimer. Él quería impulsar un plan para prohibir estas bombas y crear una autoridad atómica para controlar toda la tecnología nuclear. Incluso hacer inspecciones en cualquier fábrica sospechosa de producirlas. Él quería prohibir esta tecnología y creo que deberíamos ir por ahí. Vetarlas. Esos pasos los empezamos a dar en la década de los noventa, pero después…

—Oppenheimer estaba al corriente del peligro que se avecinaba.

—Pensaba en estos asuntos. Era consciente de las inseguridades humanas. Las tenía presentes. Como científico, no solo le interesaba la teoría nuclear. También leía novelas y se interesaba por la política, porque su primera pareja, Jean Frances Tatlock, fue miembro del partido comunista en los años 30, aunque él después se casaría con Kitty. Ambas le alentaron a mantener escarceos con la política. Con la Gran Depresión se puso del lado de los más pobres y se preocupaba por esa clase de temas. Cuando comenzó la Guerra Civil española, él se implicó en la causa republicana y hasta dio dinero para comprar una ambulancia para que se mandara al frente durante la contienda. Insisto, no era solo un científico, también le interesaban las humanidades y la filosofía hindú. Eso redundó en que se hizo mejor científico y que formularía la ciencia en un lenguaje más llano.

—Y cómo, a pesar de eso, se implicó en el Proyecto Manhattan.

—Porque él sabía muy bien que los físicos alemanes con los que había estudiado eran capaces de construir una bomba de esas características y temía que la Alemania de Hitler pudiera ganar la partida y que un arma de esa clase, tan potente, cayera en manos de los fascistas. Había que adelantarse en esa carrera. Luego, más adelante, llegó el dilema.

—Vivió en muchas contradicciones.

"Oppenheimer fue la primera víctima de la caza de brujas que desencadenó Joseph McCarthy"

—Es la historia de un joven que lucha por saber quién es, que tiene un ataque de nervios a los 24 años, un joven que tiene sus rarezas a nivel social, que no sabe cómo enfrentarse a las mujeres y, sí, tiene dificultades en la vida, pero las intenta superar como puede. Pero, a pesar de todo eso, consigue transformarse y se convierte en un físico teórico. Descubre la física cuántica y adora la parte teórica, cómo funciona a un nivel tan minúsculo. Eso le abre a un mundo nuevo. A la vez, se enamora de Nuevo México. Le encanta ese paisaje. Era muy paciente, era muy amable, pero a él no le acababa de gustar la autoridad y tendía a cuestionarla.

—Es cuando…

—Justo, los políticos querían saben más sobre sus proyectos. Esto le llevaría a Harry Truman y contestó mal, de manera equivocada, lo que no debe, y eso explica su declive.

—De héroe a maldito.

—Fue una tragedia. En 1945, era de las personas más famosas. La figura más conocida en Norteamérica, aparte de Albert Einstein. Los dos eran amigos, pero era él el famoso, un héroe. Pero al cabo de solo nueve años, se había convertido en un paria y ya no le invitaban a nada. Le borran de la sociedad, no puede dar discursos, le humillan públicamente en un artículo del New York Times, le arrastran por el barro, se meten en su vida privada. Hacen público cada aspecto negativo de su vida. Es cuando le preguntan por su relación con Jean, que, como le citaba antes, estuvo en el partido comunista… Fue una experiencia horrible para él. Fue un verdadero ingenuo por ir a esa audiencia a la que le citaron. No fue nada inteligente. No pensaba que le fueran a vilipendiar, y le humillaron allí mismo. Esta historia resulta importante no solo por la parte personal de él, sino también para entender la política de Estados Unidos. Oppenheimer fue la primera víctima de la caza de brujas que desencadenó Joseph McCarthy. En los años 50 mi país pasó por un momento de histeria, de miedo al comunismo. Se veían espías y peligros por todas partes… Oppenheimer fue la víctima de esta histeria colectiva. Eso a la vez, también explica el presente, con Donald Trump,

—Fue su advertencia sobre el riesgo de la bomba atómica lo que terminó condenándolo.

"No era un rojo. Y nunca se afilió al partido comunista, pero su mujer, su amante y su hermano habían dado dinero a causas comunistas"

—Exacto. Esa fue la motivación para cargárselo. El padre de la bomba atómica había criticado públicamente la decisión de construir más bombas de este tipo. Y, de repente, él es una amenaza para el país. Ante Truman no dijo lo que se esperaba. La armada quería gastar más dinero y tenían que hundirlo para seguir hacia adelante con ese propósito. Lo hicieron acusándolo de izquierdoso y planteando la duda de si, en realidad, espiaba para los soviéticos. Carecían de pruebas. No era un rojo. Y nunca se afilió al partido comunista, pero su mujer, su amante y su hermano habían dado dinero a causas comunistas. Él no fue un hombre que se prestara a afiliarse. Era un espíritu libre. Al final, la evidencia más clara está en el propio archivo del FBI. A pesar de las 8.000 páginas sobre él, no existe ningún indicio de que fuera un comunista o un espía. Solo eran cotilleos, rumores.

—¿Se necesita reivindicarlo?

—Esta biografía se publicó en 2005 en Estados Unidos. Martin J. Sherwin y yo sugerimos que quizá habría que pedir al Gobierno que se anularan las decisiones que se tomaron en 1954 contra Oppenheimer. Mandamos cartas a senadores. Incluso a Obama. Lanzamos nuestra campaña privada para cambiar eso, pero fracasamos. Con Obama, con Trump… Solo hace unos meses, el Gobierno de Biden no solo ha sacado una disculpa, sino que oficialmente ha declarado nulo lo que se asentó entonces y ha revocado lo que se dijo sobre él en 1954, porque era injusto y porque era una marca negra.

—Ahora llega la película de Christopher Nolan sobre él, basada en su libro.

—(Risas). Sí, ya leí al principio el guion. No le puedo contar nada por contrato. Pero es una buena película.

—Al final Oppenheimer se retiró.

"En 1954, después de ese juicio que se había hecho contra él en abril, quedó devastado. Le destrozó"

—Es muy triste. En 1954, después de ese juicio que se había hecho contra él en abril, quedó devastado. Le destrozó. Ese verano se llevó a las Islas Vírgenes a su familia. Vivió en el Caribe. Le gustaba navegar. Se instaló en St. John. Se enamoró del lugar y al cabo de poco tiempo se compraron allí una propiedad, en la zona de la playa. Pasaba gran parte de su tiempo viviendo allí como un ermitaño. No se dedicó más a la física. Fallecería por un cáncer de esófago. Tenía 64 años. No era muy mayor. Todavía resulta más trágico que su hija también acabara viviendo allí como una ermitaña, en esa isla tan pequeña. A ella se le daban bien las lenguas y trató entrar en las Naciones Unidas como traductora, pero el FBI estuvo observándola todo el tiempo. Solo por ser hija de Oppenheimer, nunca logró ese puesto de trabajo.

—¿Cómo fue la relación de Oppenheimer con Albert Einstein?

—Eran amigos, socializaban. Albert admiraba a Oppenheimer y viceversa. Estaban en desacuerdo en algunos puntos. Oppenheimer creía en la física cuántica y, como se sabe, Einstein no acababa de creérsela del todo. Así que discutían, pero se admiraban. Hay una historia que refiero en el libro. Cuando Oppenheimer estaba a punto de pasar por la caza de brujas, visitó a Einstein. Le comentó que se tenía que ir Washington porque tenía que ir a un juicio. Albert le preguntó que por qué lo hacía si era «míster bomba atómica». Le dijo: «No vayas. ¿Por qué vas?». Oppenheimer le contestó: «Es que no lo entiendes. Tengo que ir». Y le explicó que él quería estar en el círculo de poder, en el establishment. Seguía siendo ambicioso. Fue un ingenuo desde el punto de vista político. Einstein tenía toda la razón. No tenía que haber ido. Pasó por todo aquel proceso tan doloroso. Cuando se marchó, Albert le dijo a la secretaria: «Ahí va un loco».

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Javier Ors

Comenzó en ciencias y acabó en letras. Estudió Historia y ejerce de periodista. Es autor de "Los años asesinos" (Libros del olivo), "Un tiburón en la piscina" (Huerga &Fierro) y "Cuarteto de cuerdas" (Almazura). @J_Ors

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