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Julio Anguita: 'Contra la ceguera' - Zenda
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Julio Anguita: ‘Contra la ceguera’

(El corazón de Julio Anguita se resiste a pararse del todo. Conozcámoslo un poco más mientras aún lo tengamos entre nosotros. Esta es la reseña que escribí en 2014 del libro Contra la ceguera, de Julio Anguita y Julio Flor) Julio Anguita. ¿Qué piensa usted de Julio Anguita? Dependiendo de la edad del lector, puede...

(El corazón de Julio Anguita se resiste a pararse del todo. Conozcámoslo un poco más mientras aún lo tengamos entre nosotros. Esta es la reseña que escribí en 2014 del libro Contra la ceguera, de Julio Anguita y Julio Flor)

Julio Anguita. ¿Qué piensa usted de Julio Anguita? Dependiendo de la edad del lector, puede que lo recuerde como el primer alcalde comunista de una capital de provincia española en más de cuarenta años (Córdoba, 1979-86), como coordinador general de Izquierda Unida – Los Verdes – Convocatoria por Andalucía (1984-88), como secretario general del Partido Comunista de España, a la vez que coordinador general de la coalición de la que este formó parte, Izquierda Unida, y de la que fue portavoz en el Congreso (1988-2000), o como orador y pensador jubilado, y últimamente impulsor del Frente Cívico Somos Mayoría, un movimiento social sin objetivo de convertirse en partido con candidaturas electorales. Ahora [Entonces] con 72 años, y tras haber sufrido un nuevo problema cardiaco (uno anterior ya le obligó a retirarse de la política activa), se ha convertido en un referente (palabra que se ha aplicado él mismo) para promover la reivindicación y movilización ciudadana en estos tiempos de crisis.

En 2013, antes de la aparición de Podemos, el periodista vasco Julio Flor colaboró con él para escribir este libro, a modo de “biografía política”, dando un repaso a la carrera de Anguita y acabando con un llamamiento a la movilización. “Yo no quiero luchar por otros”, dice, “yo quiero que vengan esos otros a luchar conmigo también”. El libro está escrito a partir de unas cuarenta horas de conversaciones grabadas entre ambos autores, junto con varios otros detalles explicativos añadidos por Flor. Por lo tanto, a veces queda un tanto desorganizado, como lo estaría una conversación normal de varias horas, con varios detalles que se repiten más de una vez y saltos hacia adelante y hacia atrás en el tiempo. Y no es porque no se haya hecho un intento de clasificación, más bien al contrario: en 462 páginas hay nada menos que 130 capítulos, cada uno de ellos de entre dos y ocho páginas, con títulos a veces útiles para encontrar algo concreto (“1982: la gran derrota”, “El 23-F en Córdoba”, “La dimisión de Anguita en 1991”), y otros no tanto (“Grandezas y miserias”, “El terreno de la política”, “En manos de la ciudadanía”).

Pero bueno, supongo que en realidad lo importante del libro es que deje una sensación, y a ser posible unas ganas de hacer algo, y en ese sentido sí que consigue provocar reacciones en el lector, que obviamente serán diferentes para cada uno, dependiendo de sus convicciones, entre otras cosas. Por ejemplo, entre los detalles que a mí se me quedan están el de la lucha de Anguita contra la percepción que hay de él de ser alguien que vive en una torre de marfil, teorizando a solas y luego bajando de ella con tablas de la ley para sus seguidores: si al trabajo de estudio, de aprendizaje, de recogida de datos y de elaboración serena se lo llama “torre de marfil”, pues eso dice mucho de quien lo ve así. También resalta, y él mismo lo remarca, las veces que IU ya había avisado de algo y, tras ser ignorados e incluso vilipendiados, luego se vio que tenían razón: los avisos sobre la deriva que estaba tomando la Europa del euro, unida en la moneda pero no en la política fiscal, o incluso el detalle diminuto de protestar contra la obsolescencia programada de los aparatos tecnológicos, de la que hoy todos se quejan.

Sin embargo, no hay que olvidar que, visto desde fuera, tanto el PCE como IU como la cantidad de escisiones y agrupaciones a veces personalistas que pululan a su alrededor, muy frecuentemente aparecen al votante como una jaula de grillos, con muchas dificultades para tomar decisiones, y más aún para que quien no esté conforme con alguna las cumpla. Anguita recuerda varios ejemplos de dimisiones, expulsiones, desobediencias internas (agrupaciones gallegas o andaluzas votando al contrario de lo que la dirección general había decidido, por ejemplo), y todo esto ha llevado a que el electorado nunca se haya fiado del todo de IU, rara vez pasando del 10% de los votos (su récord es el 13,44% en las Europeas de 1994). Este es un tema que quizá se podría haber explorado un poco más en el libro (que está escrito a veces demasiado desde el punto de vista de un admirador incondicional de Anguita): después de todas las horas, días, meses, años de seriedad en las propuestas, reuniones para acordar el programa, mítines explicativos y demás, ¿cuánto frustra que nunca se llegue a casi nada en los resultados electorales? ¿Cuánto frustra que la gente prefiera a Aznar como alternativa al PSOE?

Porque a todo esto hay que recordar que en toda la carrera de Anguita, él solo ha tenido poder que ejercer de verdad durante los siete años en que fue alcalde de Córdoba. El resto del tiempo, tras pasarse a la política nacional, ha sido un estar en minoría continuamente, y tras no lograrse el famoso sorpasso al PSOE, un continuo querer y no poder, avisar y no ser escuchado, proponer y ser desdeñado. Por eso a mí me resulta muy interesante la parte, demasiado breve, donde se habla de su tiempo como alcalde, con mayoría primero aliado con el PSOE, y luego absoluta. Cuando habla de los asuntos específicos a los que tuvo que enfrentarse, como resolver el problema de los autobuses urbanos de la ciudad, las negociaciones para la traída de aguas o incluso su decisión de cesar a dos tenientes de alcalde del PSOE, el tema se pone por fin concreto y se puede palpar el trabajo de semanas y los resultados que afectan a los ciudadanos. Se ven las manos manchadas de la tinta con la que se firman decisiones, y que a veces te salpica la hasta entonces impoluta camisa de candidato sin poder y por la tanto sin responsabilidades. Hay por ahí una teoría según la cual IU (o cualquiera de los partidos que la componen o la orbitan) sería un desastre en el gobierno de la nación, pero muy útil en mandos locales como alcaldías o comunidades autónomas, y este parece ser un buen ejemplo: la cercanía de la gente, lo limitado de los asuntos que resolver y las prioridades que una opción de izquierdas digna de tal nombre se autoimpone hacen que una persona como Anguita pueda brillar en ese cometido, y que incluso se le extrañe cuando se vaya.

Hay muchos más detalles que entresacar del libro, como por ejemplo el ansia insaciable de conocimiento y la recomendación de nunca dejar de aprender, lógica en un hombre que en principio era maestro y cuyo sueño de verdad había sido ser profesor universitario. Pero quizá sobre todas ellas, el auge en el carisma de Anguita ahora en su ancianidad le llega por algo que a cada informativo que pasa se ve que abunda menos: fue un hombre que nunca metió la mano en la caja. Que no se enriqueció, que no enchufó a familiares, que renunció a privilegios y a quien incluso se llamó “tacaño” en sus tiempos de alcalde. ¿Quién no querría tener ahora al mando de su barrio / ciudad / provincia / comunidad autónoma o incluso el país entero a alguien con una ética así y con un cuidado de este tipo con el dinero de todos, sean cuales sean sus siglas? Yo creo que se estimaría incluso por encima de las ideas políticas: sé de derechas, sé de izquierdas, defiende el toreo, defiende el aborto, apoya a la Merkel o estate en contra… pero no robes a la gente.

A menudo se recuerda aquello de “qué buen vasallo si tuviera buen señor”, presentando a los españoles como un buen pueblo a quien sus dirigentes traicionan y mangonean. Se nos olvida al recordar esto que ahora mismo somos nosotros los que escogemos a nuestros dirigentes y que a menudo nos deleitamos en buscar fallos en aquellos que podrían ser ese “buen señor” para luego acabar eligiendo a otro. Quizá con Anguita se demuestra que el problema podría ser el contrario: “qué buen señor habría sido si hubiera tenido buenos vasallos que se fiaran de él”.

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