La semana pasada me acerqué a los cines Embajadores —años hacía que no volvía yo a una sala oscura de verdad— y me vi, en su estreno, el último documental de Luis Mancha, Julia y Fernando, una historia de vida. El título, para quien no conozca a los protagonistas, está cargado de misterio, y quizá los espectadores pierdan alguno de los matices que quienes hemos frecuentado a Julia Varela y a Fernando Álvarez-Uría tenemos presentes.
Lourdes Ortiz fue tertuliana conmigo en el programa matutino de Radio Nacional, durante la época de Juan Ramón Lucas. Hoy, pese a que está como tantos buenos escritores cada vez más alejada de la primera línea editorial, sigue teniendo voz de fumadora, la misma afabilidad de ojos grandes, la misma voracidad intelectual y la misma empatía de siempre. También aparecen por el documental el filósofo Juan Tabares, al que las greñas blancas se le escapan del cráneo con la misma facilidad que las ideas; Gonzalo Martínez Fresneda, abogado inteligente y combativo donde los haya; Jaime Pastor, uno de los fundadores de la revista Sur y también, si no me equivoco, de Anticapitalistas; Antonio García-Santesmanes, personaje destacado de la ejecutiva del PSOE en tiempos de Felipe González; Gimeno Sacristán, que anduvo negociando la LOGSE en su época; y más.
Pero el alma de la tertulia siguen siendo Julia y Fernando, cuya trayectoria, como digo, he descubierto con esta recreación fílmica de su vida. Sabía que Julia era gallega, solo hay que abrir las orejas para darse cuenta. Pero el documental de Luis Mancha pone imágenes concretas a este saber difuso. De hecho, arranca con panorámicas hermosas de la ría gallega y con Julia hablando en gallego con un vecino del pueblo de A Ulfe, de donde es ella. Esas primeras imágenes, muy cinematográficas, abren boca y nos preparan para lo que viene a continuación.
De Galicia pasamos a Oviedo y a la juventud de Fernando entre las piedras mohosas del seminario. Con su bigote generoso y nietzschiano, Fernando habla de su estancia en esa institución clave y para él modelo de institución total, que tantos desgraciados ha hecho. A Fernando, si juzga uno por el brillo alegre de sus ojos y su tranquila madurez, no parece haberle hecho mella la reclusión. Su voz, más pausada y menos emocional que la de Julia, resulta un buen contrapunto a la de ella. Y a partir de ahí van alternándose ambas vidas en paralelo. De Oviedo y Galicia pasamos al Madrid universitario tardofranquista. Y de acá damos el salto al París de la Sorbona, donde ambos asistieron a cursos de Foucault y Bourdieu, cuyas tumbas visitamos con ellos; no así las aulas, por decisión antipática de la université. La altura intelectual de Foucault y Bourdieu, nos dicen, fue extraordinaria, y se sienten afortunados de haber coincidido con ellos.
Nuevas entrevistas recrean la trayectoria de esta pareja de sociólogos que afirma que si no tuvieron hijos es porque sus hijos son sus alumnos y sus libros, y aparecen más rostros conocidos de la tertulia. Se suceden las reflexiones y las anécdotas y, cuando termina el documental, me doy cuenta de que se me ha hecho corto. El embrujo de la vida vivida con la máxima intensidad intelectual, como la entienden Julia y Fernando, me ha ganado y he tenido la sensación de formar parte, durante un par de horas al menos, de su familia espiritual. Y salgo satisfecho, enriquecido y con más claves de las que me esperaba sobre esta pareja tan sui géneris.
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