Foto de portada: Sara Barquero Leyva
Personas de ideas claras que las expresen claramente sin miedo al qué dirán son rara avis en tiempos de suspicacias y recelos mutuos, intransigencia, algarabía digital y confusión. Por eso el lenguaje diáfano de Juan Soto Ivars es un soplo de aire fresco que barre prejuicios y estimula las neuronas. Paisano de Paco Rabal, nació en Águilas (Murcia) hace 38 años que ha sabido aprovechar, Soto Ivars es un espécimen difícil de clasificar. ¿Escritor, periodista, analista, mosca cojonera en vuelo de dron, el niño que ve al Rey desnudo? «No me gustan las etiquetas», afirma. «Como dice Arturo Pérez-Reverte, no tengo una ideología concreta, tengo biblioteca, aunque la mía es más reducida que la suya».
Como acérrimo defensor de la libertad de expresión no se corta un pelo en proclamar públicamente que su escritor preferido es el noruego Knut Hamsun, un nazi recalcitrante negacionista del Holocausto del que acaba de publicar una biografía condensada, El autor y las quimeras (Zut) en la que, a partir de anécdotas de la vida de Hamsun reflexiona sobre la distancia pertinente que debe separar al autor de su obra. También cuenta sin remilgos que uno de sus abuelos es falangista políticamente a la derecha de Vox y que sus orejas le causaron algún problema de niño por lo que adoptó el estilo capilar que le caracteriza.
Casado y padre primerizo, confiesa que sus tiempos de Peter Pan y juerga continua, pasaron a la historia. ¿Cómo soporta la pestilencia de las redes sociales alguien que se ha dedicado a explorarlas? «Ya no lo hago. Tengo contratada a una persona para que se ocupe de ellas y me mantengo al margen. Sobre su poder adictivo puedo decir que las redes fueron diseñadas por los mismos ingenieros de la conducta humana que crearon las máquinas tragaperras de Las Vegas».
Los linchamientos perpetrados en ellas y las políticas identitarias que dividen a la sociedad en tribus enfrentadas son los temas de sus dos anteriores libros —Arden las redes y La casa del ahorcado— en los que se alza como paladín de la libertad de expresión en contra de nuevas forma de censura, llámese cancelación, cultura woke o maniobras de descrédito, acoso y derribo que enturbian el ambiente. «Antes los censores eran los malos de la película y ahora tienen glamour».
En su último título, Nadie se va a reír. La increíble historia de un juicio a la ironía, editado por Debate como los dos anteriores, se pone en modo Zola para redimir a Anónimo García, fundador del movimiento ultra-racionalista y creador de la revista Homo Velamine, vituperado por la sociedad y condenado por la justicia a 18 meses de prisión y quince mil euros de indemnización por lo que se llamó el Tour de La Manada, un recorrido virtual por los escenarios de Pamplona donde ocurrieron los hechos, con el que la revista pretendía criticar la mercantilización del dolor por parte de los medios de comunicación pero que se entendió equivocadamente como una propuesta real.
«Anónimo es una onda extraviada fuera de frecuencia. Un personaje surreal que parece del siglo pasado, gran admirador de Buñuel y los surrealistas y una combinación equilibrada y armónica de ingenuidad y picardía. Alguien condenado injustamente al ostracismo porque unos callaron cobardemente y otros lo dejaron solo. Este libro lo ha sacado del pozo y está pendiente de la resolución del Tribunal Constitucional. Ahora sabe que si su historia se cuenta sin tergiversaciones, la gente lo entiende y no lo tacha de monstruo oportunista».
A partir de la infausta peripecia de Anónimo, Soto Ivars pone otra vez sobre la mesa los temas que le preocupan, la nueva inquisición surgida en una sociedad teóricamente democrática y libre. En el sempiterno dilema entre la libertad y el miedo, hoy se impone el miedo. Un temor difuso que estigmatiza a los que dicen verdades como puños que ofenden o incomodan.
Su último libro, una no-ficción novelada, toma prestado el título de un relato de Milan Kundera que narra las peripecias kafquianas de un profesor de arte al que se le complica la vida a causa de un hecho insignificante. Una cascada de malentendidos que conduce al protagonista a la picota. Así, cada capítulo arranca con un fragmento de la obra de Kundera con la que se establece un paralelismo. Como este que inicia el dedicado al juicio a Anónimo:
»—Explicaré delante de todos cómo han ocurrido las cosas: si las personas son personas, tendrán que reírse.
»—Como le parezca. Pero verá usted que, o las personas no son personas, o usted no sabía cómo eran las personas. No se van a reír.
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La denuncia del Instituto Navarro de Igualdad y de la Víctima de La Manada llevó a Anónimo García al banquillo, le hizo perder su trabajo en Greenpeace donde, precisamente, se encargaba de temas relacionados con la libertad de expresión, y fue abandonado por sus colegas y colaboradores. En la actualidad el Tribunal Constitucional ha admitido su recurso y de su decisión depende su futuro, además de marcar los límites de la ironía en este país, porque más allá de contar una tragedia personal Soto Ivars pone en solfa la incapacidad de los humanos para percatarse de la verdad en esta caverna inundada de luces y sombras.
Convencido de que contando la auténtica historia la gente entendería su inocencia, Soto Ivars, que siguió de cerca el calvario de García, decidió escribir este libro y lo hizo en tiempo récord tras dos largas entrevistas con el afectado. No es un alegato exculpatorio ni un panegírico del protagonista, sino una clara exposición y análisis de los hechos con orden cronológico. «El propósito es desenredar la madeja irónica, separar la mentira de la verdad y ofrecer un contexto adecuado para crear el mapa de interpretación de algo que me parece una injusticia».
En la primera parte describe las acciones del movimiento ultra-racionalista que Anónimo lideraba. Vestidos de hipsters se presentaron en manifestaciones de apoyo a Rajoy y a una concentración de Podemos disfrazados de curas y monjas entre otras acciones, siempre en clave de sátira. El 8-M pusieron una bandera de España de quince metros en la que se leía: «Viva España feminista». La provocación a derecha e izquierda era su lema. «Se sabía cuándo empezaban sus actos pero no cuándo y cómo acababan. Con ellos pretendían poner a la sociedad ante sus absurdos y contradicciones con un componente surrealista y satírico. Eran osados y también algo naifs como niños que explotan un petardo en el zurullo de un perro».
En la segunda parte, «Juicio a la ironía» el autor entra de lleno en el conflicto desde que la bola de nieve empezó a rodar, en diciembre de 2018, el Tour de la Manada estaba en marcha y las consecuencias no se hicieron esperar. Un año más tarde se celebraba el juicio. Soto Ivars da cuenta minuciosa del alud que sepultó a sus gestores y analiza sus causas. «El Tour de la Manada necesitaba a los medios a los que criticaba. La repercusión de Homo Velamine era diminuta sin ellos. No eran virales, no tenían una cuenta potente en Twitter, nadie veía sus vídeos en YouTube. Si los medios no ponían de su parte en el momento del desmentido, la tormenta de diarrea hirviente sería imparable, tal como ocurrió. Su error fue la autocomplacencia».
¿Fueron las feministas la némesis de Anónimo y su gente? «No todas en bloque, recibió apoyo de algunas de ellas que comprendieron su auténtica intención, que nunca fue causar dolor a la víctima de la Manada; por el contrario, él condenaba a los medios por usar su tragedia para venderse».
Cita los casos de Pablo Hásel, de la revista Mongolia o el de César Strawberry, del grupo musical de hip hop Def Con Dos, también condenados por los tribunales, pero el de Anónimo García es más sangrante, pues, además del silencio cómplice de los medios que apenas airearon su historia, fue enjuiciado por lo penal en vez de por lo civil. Por primera vez se aplicó el artículo 173.1 del Código Penal contra un acto relativo a la expresión artística.
Desenredada la madeja, puestos los puntos sobre las íes, Soto Ivars maquina otras historias, la cabeza puesta en otros asuntos que conciernen a la realidad.
Concluye su análisis Juan Soto Ivars que, posiblemente, ya esta libando en otro tema.
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