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Juan Tallón: "Cada época fabrica sus obsesiones" - Zenda
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Juan Tallón: «Cada época fabrica sus obsesiones»

—Rewind parte de una tragedia, una explosión en una vivienda de Lyon, que fragmenta la vida de los personajes, pero también el propio trasfondo del libro: la novela es una exploración del dolor y el luto, pero también, y al mismo tiempo, una suerte de celebración de la vida… —La novela quiere ser, sí, un viaje...

Una explosión, unas víctimas y unos personajes que a partir de ese momento emprenden un viaje desde lo que fueron hasta aquello en lo que tendrán que convertirse. Es una forma de resumir lo que aguarda en las páginas de Rewind (Anagrama), la novela con la que Juan Tallón acaba de desembarcar en las librerías. Curtido en las filas del periodismo —escribe regularmente en El País y El Progreso, y colabora en la revista Jot Down—, desde finales de la pasada década Tallón ha venido apuntalando una trayectoria literaria tan heterogénea como singular. Se inició con dos obras en gallego (A pregunta perfecta y Fin de poema, publicada más tarde en español por Alrevés) a las que caracterizaba su impronta metaliteraria; empleó luego la autoficción en El váter de Onetti y continuó hablando de sí mismo cuando le encomendaron la preparación de un inventario de Libros peligrosos. En Salvaje oeste, su anterior novela, ya dio sin embargo muestras de que aquella vía se estaba agotando al decidirse por la ficción pura para trazar un vivísimo retrato al fresco del poder y sus corrupciones en la España contemporánea. Ahora, sitúa a los lectores en Lyon en el instante en el que salta por los aires un piso de estudiantes para hilar una narración fragmentaria que, desde varias perspectivas, desmenuza lo sucedido antes y después del suceso. Parece un punto de partida simple, y quizá lo sea, pero a partir de él teje Tallón una hábil red en la que cuestiones aparentemente banales terminan por desvelar una importancia determinante y las palabras resuenan en el vacío de unas vidas que no encuentran consuelo, pero sí una necesidad imperiosa de salir adelante como sea. En esta entrevista, realizada por correo electrónico, Tallón habla de Rewind, de lo que supone esa novela en el conjunto de su obra y de cómo el lenguaje, el hecho mismo de contar, es a veces la única manera que uno encuentra para explicar que existen cosas, ciertamente, inexplicables.

Rewind parte de una tragedia, una explosión en una vivienda de Lyon, que fragmenta la vida de los personajes, pero también el propio trasfondo del libro: la novela es una exploración del dolor y el luto, pero también, y al mismo tiempo, una suerte de celebración de la vida…

"Rewind empieza siendo una historia feliz, después una historia terrible, y al final una historia nueva"

—La novela quiere ser, sí, un viaje relámpago de la superficie al fondo, donde no hay nada, o donde lo que hay está roto. Es el momento de la explosión, que llega curiosamente en mitad de un momento perfecto, en el que los protagonistas del libro no le pedirían nada a la vida porque creen que ya casi tienen todo lo que quieren. Y entonces, en un segundo, boom, todo desaparece, no queda nada, salvo la muerte y la destrucción, y el tiempo que le llevará a los vivos rehacerse. Es cuando comienza el viaje de vuelta, ahora no tan relámpago, de la nada a la superficie, donde vas descubriendo que las cosas ya no son lo que eran, cambiaron, y hay que adaptarse a ellas. Eso significa que Rewind empieza siendo una historia feliz, después una historia terrible, y al final una historia nueva.

—Uno de los grandes aciertos de la novela radica, a mi entender, en el modo en que se sugiere lo más obvio mientras se presta atención a los detalles. Ese detenimiento en lo que a primera vista parece banal, en vez de lanzarse a las grandes tesis, confiere altura y profundidad a una novela que corría el riesgo de caer en lo trillado o lo demagógico.

—Lo obvio siempre puede deducirse, mientras que lo secundario (secundario en apariencia) exige una lenta construcción, detalle a detalle. Las preguntas que despierta una explosión como la que se produce en las primeras páginas de Rewind, es decir, qué la produce, cómo, quién, por qué, parecen sin duda los asuntos más importantes de los que debería ocuparse la novela. Pero no se escriben novelas por deber. Mientras esos misterios se revelan a lo lejos, digamos, y el autor los va recolectando capítulo a capítulo, el foco narrativo se centra en otras cuestiones, que son las que hacen crecer la historia y conmocionan la lectura.

—En algunos momentos esta novela me ha remitido a Fin de poema, un libro en el que usted reconstruía desde la ficción el último día en la vida de cuatro poetas suicidas. No sé si usted establece un paralelismo entre esos dos libros: de un lado, la fatalidad autoimpuesta; del otro, la fatalidad sobrevenida.

"Los puentes, o los paralelismos, se tienden solos, a tus espaldas, sin preguntar"

—Ya se sabe que a menudo los puentes, o los paralelismos, se tienden solos, a tus espaldas, sin preguntar. Tus novelas, en su propio idioma, se ponen a conversar unas con otras. Supongo que es lo que ha pasado. Quizá la vocación de escribir libros diferentes en cada momento no es nunca tan radical que impida que en ciertos aspectos se verifique que, a la postre, el autor es el mismo. Esa fatalidad que se ceba en algunos personajes, autoimpuesta o sobrevenida, me persigue sin parar. A veces la despisto y a veces no.

—Los personajes de Rewind podrían dividirse en tres bloques: de un lado, las víctimas de la explosión; del otro, las sombras de quienes lo propiciaron; por último, los testigos y víctimas colaterales del desastre. Tengo la impresión de que es en los intersticios que se abren entre unos y otros donde realmente reside la novela.

—Aprovechando el número tres, que mencionas, quizás se pueda decir que la novela avanza con la inercia de una trenza. Por una parte, está la novela que en cierto sentido no se escribe, por así decir, la de esos personajes que tanto tienen que ver con la explosión, y que son mencionados siempre de pasada: las sombras. Y después la que se escribe a través de las víctimas de la explosión, de cuyo pasado vamos conociendo detalles a partir del relato de los narradores, que justamente son los testigos y las víctimas colaterales del desastre, como bien citas. Los intersticios siempre son fecundos. Están menos trillados. Cuando me situé ante el momento de empezar a escribir, o quizá ante el de pensar en qué iba a escribir, el miedo a incurrir en una novela en cierto modo ya escrita otras veces me mantuvo vigilante.

Rewind empieza y termina con el testimonio de Paul, el único superviviente, en un itinerario circular que confirma algunas intuiciones, pero deja otras en el aire. Ni siquiera quedan totalmente claras las razones de la explosión, como si, por mucho que se rebobine, la vida fuese siempre un misterio que no termina de aclararse nunca.

"Estamos ya acostumbrados a convivir con finales rotos, o abruptos, o inacabados, en los que no se consiguen conocer los hechos completos"

—Exacto. Es así. Hay una intencionalidad casi grosera en no aclarar qué pasó con exactitud. Solo dos personas podían decirnos por qué explotó el edifico, y justamente esas dos personas están muertas. Hay un muro que ni la ficción puede a veces rebasar. Piensa que la vida está llena de historias que empiezan y nunca acaban. O no acaban como esperamos. Estamos ya acostumbrados a convivir con finales rotos, o abruptos, o inacabados, en los que no se consiguen conocer los hechos completos. Ciertamente, saberlo todo es una aspiración natural. ¿Quién no tiene, de vez en cuando, debilidad por alcanzar un conocimiento total, y saber cómo surgió la vida, y por qué, y para qué, incluso qué están haciendo de comida los vecinos, que huele de maravilla? Marcel Proust, en su momento, admitía con cierta nostalgia que le gustaría elucidar todos los misterios existentes: “Quién pudiera escribir un libro en que la vida quedara aclarada, y la vida que vivimos en tinieblas fuera llevada a la verdad de lo que es”. Es curioso, pero creo que no contar algunas cosas es a veces lo que hace que una novela funcione.

—Hay en la novela algo luminoso y también algo terrible: de un lado, la voluntad de los personajes para salir adelante pese a todo; del otro, su imposibilidad para integrarse en un mundo cuyos mecanismos parecen repelerlos…

—Hay de terrible la extrema fragilidad de la vida. Preservarla durante años, salir indemne de los innumerables retos que nos lanza, nos vuelve casi héroes. Yo diría que es uno de los temas de la novela. Curiosamente, junto a la fragilidad de la vida, el otro tema es su indestructibilidad. Nos rompemos, quedemos reducidos a añicos, y cada uno a su modo se reconstruye. Naturalmente, como bien dices, pensar en reintegrarse al mundo como si tal cosa conduce a la frustración. El mundo tal y como lo conocías antes de romperte ya no existe, o no existes tú. Así que hay que empezar de nuevo, quizá de cero, asumiendo que después de ciertos traumas no eres el mismo, eres otro. Así que tienes que empezar a vivir como ese otro, no como el de antes.

—Su anterior novela, Salvaje oeste, hurgaba en las llagas de los altos estamentos de la sociedad española. En esta, la acción se traslada a Francia y sus protagonistas son individuos de orígenes y motivaciones muy diversos. Aun así, ambas tienen en común su vínculo con la actualidad. ¿Escribir es una forma de tomar partido, o de comprender el mundo, o es una simple defensa, justamente, contra la incapacidad de comprenderlo?

"Escribir es una tentativa de averiguar qué piensas, o hasta dónde llega tu imaginación, o qué te interesa en cada momento del mundo que te rodea, o que no te rodea"

—Escribir es una tentativa de averiguar qué piensas, o hasta dónde llega tu imaginación, o qué te interesa en cada momento del mundo que te rodea, o que no te rodea. Pero escribir es sobre todo un misterio. Yo creo que una parte de eso que te empuja a escribir ese algo que nunca puedes conocer. Cualquier respuesta que des a la pregunta “por qué escribes” no conseguirá nunca abarcar lo que pasa dentro de ti cuando escribes.

—En el libro, todos los personajes parecen ir asumiendo lo poco que saben a medida que cuentan, como si sólo al verbalizar ese resumen de sus vidas acertaran a hacer balance de sus cuentas pendientes.

—La narración pretende ser un proceso de descubrimiento, y un ejercicio de reconstrucción de unos hechos traumáticos desde cero, o incluso desde un poco antes de cero, porque para conocer una historia hay a veces que empezar a contarla desde un poco antes de que nazca.

—Quería preguntarle, en este punto, por la elección del escenario. La acción transcurre en Francia, pero podría ocurrir en cualquier otra ciudad de Europa.

—Mmmm. Quizá no exactamente. Necesitaba un territorio que atrajese a universitarios de distintas partes de Europa, que conviviesen en armonía con la población nativa y la inmigrante, fundamentalmente magrebí. Necesitaba a su vez un lugar que hiciese verosímil la presencia de extremistas, incluso que ya hubiese sido víctima de su actuación. Pensé en Francia desde el primer momento. Pero no quería una metrópoli, así que descarté París. Obviamente, hay decisiones que mezclan el razonamiento con la aleatoriedad, incluso el capricho. Lyon me pareció un lugar ideal. Además, no había estado nunca, de modo que tendría que viajar para conocerlo.

—Tanto el mencionado Fin de poema como sus primeros títulos —A pregunta perfecta, El váter de Onetti, Libros peligrosos— nacían, cada uno a su modo, de la propia literatura para adoptar luego rumbos diversos. ¿Ha abandonado ya ese camino? ¿Es la literatura una herramienta o un fin en sí mismo?

"Cada época fabrica sus obsesiones, y en el paso de una a otra tratas de escribir una novela distinta, que mate a la anterior"

—Cada época fabrica sus obsesiones, y en el paso de una a otra tratas de escribir una novela distinta, que mate a la anterior, y que casi te sitúe ante el reto de aprender a escribir de nuevo, sin los viejos tics, o simplemente sin las cosas sabidas. A la evolución natural de cualquier autor, de la que quizá no es consciente, o solo de reojo, se suma la que él mismo se impone. Diría que es importante no hacer lo que ya sabes hacer (en caso de que sepas, ojo). No hay que hacer estilo de tu propio estilo, decía Gabriel Ferrater. Y si te equivocas, te equivocas. Después de todo, nadie se ha muerto por escribir la novela que no debía. En cuanto a la segunda pregunta, no digo yo que no admita las dos repuestas que sugieres. Pero a mí me gusta pensar que la literatura, como sostenía Bolaño, sirve para la literatura, y quizá eso sea ya muchísimo. Recrea mundos o realidades, ordena pensamientos, captura ciertas formas de belleza, y también denuncia, y evade, en fin. Seguramente no todo a la vez, en cualquier caso.

—Se les suele preguntar a los novelistas que provienen del periodismo por las diferentes actitudes con las que encaran una novela o un artículo. En su caso, no encuentro mucha diferencia, en el sentido de que no es un columnista asertivo. Tanto sus artículos en El País como en El Progreso se recrean a menudo en esa exploración de las circunstancias para que sea el lector quien desemboque por sí mismo en la conclusión, si es que la hay.

—Me cuesta encontrar opiniones propias, así que, en efecto, trato de avanzar en los artículos por otras vías. La asertiva es una. Por otra parte, pensemos que la opinión es lo primero en morir dentro de un texto, y su cadáver lo contamina todo, así que mejor no abusar de ella.

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Miguel Barrero

Ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven), La vuelta a casa, Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner), La existencia de Dios, Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado), La tinta del calamar (premio Rodolfo Walsh) y El rinoceronte y el poeta, así como el libro de viajes Las tierras del fin del mundo. Ha formado parte del programa 10 de 30 para la difusión de la nueva literatura española en el exterior. @MiguelBarrero Foto: Muel de Dios.

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