Juan Eslava Galán (Arjona, Jaén, 1948) acaba de publicar, junto con el experto en el Nuevo Testamento, entre otras materias, Antonio Piñero un libro que en seguida llamó mi atención, Viaje a Tierra Santa (Booket, Planeta). Este es un viaje literario que parte de un viaje real que hicieron los autores por los Santos Lugares, un libro sumamente interesante que trata de Tierra Santa, de su Historia, del Antiguo y del Nuevo Testamento (sobre todo del Nuevo), de las Cruzadas, del mundo de ayer y del mundo de hoy, con el conflicto entre israelíes y palestinos latente en los escenarios que recorren. Un libro muy recomendable, de amena lectura, que viene a continuar La Biblia contada para escépticos (Booket, Planeta), publicado hace poco por Juan Eslava Galán.
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—El libro está firmado por Antonio Piñero y usted. ¿Cómo se organizaron para escribirlo?
—Antonio Piñero vive en Galicia y yo en Madrid. Yo iba reescribiendo el viaje, pero ya en el propio viaje le iba haciendo preguntas, porque al fin y al cabo el libro es un recorrido por la religión cristiana, desde sus inicios hasta San Pablo, que se inventa la Iglesia. Y en ese recorrido yo iba haciendo un capítulo, se lo enviaba a Galicia, vía e-mail. Él ponía las respuestas a mis preguntas, y me lo volvía a enviar; yo eso lo organizaba para que fuera más flexible, se lo volvía a enviar… Es decir, tres o cuatro vueltas, y se corregía sin tener que juntarnos.
—Y en el viaje propiamente dicho usted le hacía preguntas, hablaba con él…
—Claro, el viaje lo hicimos. En el viaje yo tomé algunas notas, pero a la hora de hacer el libro es distinto. En el libro puedes ver fotografías que lo ilustran, pero el libro no se ha hecho durante el viaje; se ha hecho después con los recuerdos del viaje, con sus preguntas y sus respuestas.
—¿Las fotos quién las hizo?
—Venía más gente en el viaje. En el libro doy la impresión de que vamos sólo dos amigos, pero éramos ocho o nueve, arqueólogos incluidos. Eso lo obvié.
—Da la impresión de que va alguna de sus mujeres. ¿Puede ser?
—Las dos mujeres. Era un grupo de amigos, pero a la hora de hacer el libro era mejor hacerlo con los dos amigos, Bonoso y Antonio, para no distraernos con más gente. Se supone en el libro que vamos viajando él y yo solos.
—¿Cómo se les ocurrió?
—El viaje lo hice por mero interés arqueológico, pero al principio pensé en el libro y se lo dije a Piñero: “Antonio, ¿por qué no hacemos un libro con este viaje?”. “Hombre, encantado”, me respondió. Y le dije a una de las chicas que venían con nosotros, que hace bien las fotografías: “Intenta captarnos en los distintos lugares donde vayamos con la idea de meterlo en un libro el día de mañana”. Surgió espontáneamente.
—O sea, que surgió allí mismo.
—Allí mismo, al principio del viaje.
—La relación que tiene con Piñero es previa, de mucha amistad.
—Sí, éramos amigos de antes.
—Se advierte que hay mucha complicidad entre ustedes.
—Claro. El libro tiene parte novelada. A Piñero lo he descrito tal como es. Me ha dado cierto reparo ponerme yo con primera persona; por eso me invento ese personaje, Bonoso, que ya lo he utilizado en otros libros de viajes que he escrito, y que responde a mí: gordito, calvo… Para que sea un poco Don Quijote y Sancho, ese juego de opuestos.
—Pero su personaje está un poco exagerado.
—Hombre, yo le doy algún tinte humorístico. A él, a Antonio, lo respeto, pero a mí me tomo el pelo. Todos mis libros, como usted sabe, tienen un toque de humor, obviamente.
—Quizá eso pueda explicar parte de su éxito.
—Los lectores que me son fieles aprecian mucho que yo introduzca humor en los libros. Pero a mí el humor me sale espontáneamente, no me tengo que esforzar. Luego, en lugares como éstos que son un poco extraños, se pueden dar situaciones que son muy humorísticas.
—¿En qué medida es una continuación de La Biblia contada para escépticos?
—Absolutamente, aunque tiene otro formato, otra forma. El de la Biblia es sólo sobre la Biblia, el Antiguo Testamento, aunque los cristianos introducen también el Nuevo Testamento. Pero el primer libro se limita sólo al Antiguo Testamento, y este al Nuevo. De algún modo los dos libros se complementan.
—Pero en este se alude mucho al primero para explicar lo que se está tratando.
—Claro, cuando estás en el Antiguo Testamento no hace falta aludir al Nuevo, puesto que es posterior, pero cuando estás en éste de vez en cuando tienes que hacer un guiño al anterior: las profecías de Jesús, por ejemplo, vienen del Antiguo.
—Dice en Viaje a Tierra Santa que no está dotado para la espiritualidad.
—A lo mejor exagero. Todo el mundo está dotado para la espiritualidad, en la medida en que tenemos sentimientos, nos han educado en una religión… Lo que ocurre es que yo lo contrasto todo con otros conocimientos, y entonces de ahí sale que yo sea agnóstico. Piñero también es agnóstico. Ni siquiera somos ateos. Somos agnósticos.
—Lo que noto en Piñero, aparte de que es un sabio, es que sabe muchísimo del tema…
—El que más sabe del tema.
—Sabe muchísimo. Y además tiene buen sentido.
—Es sentido común, porque además de saberlo lo sabe explicar, que es lo que les falla a los teólogos, que te hacen una imagen, recurren al misterio… Él hace una explicación histórica de las cosas.
—¿Y anduvieron con grabadora en alguna ocasión?
—No, fue espontáneo.
—Y luego el recuerdo.
—Luego el recuerdo. Pero yo invento personajes. Cuando hay un capítulo algo denso de doctrina, saco un personaje gracioso.
—Un camarero, quizá.
—Sí, un camarero. Eso está inventado.
—¿Le costó mucho escribirlo, fue un libro difícil?
—No, en absoluto. Ha sido un libro especialmente fácil porque estaba Piñero.
—Se ve que está escrito con soltura.
—Yo procuro que todos mis libros estén escritos con soltura. En este de vez en cuando las conversaciones profundizan en temas teológicos, y entonces yo procuro en lo posible, mediante el diálogo, muy movido, quitarle hierro al asunto, no hacer una cosa doctrinal, coñazo. Si se fija, no hay un párrafo de tipo doctrinal que tenga más de cuatro líneas.
—Incluso cuando habla Piñero se hace entender bien.
—Él se hace entender bien. No he tenido que tocar nada, apenas una exclamación o algo así. Las palabras de Piñero son directamente de Piñero.
—Es un libro escéptico, que no deja piedra sobre piedra acerca de muchas cosas.
—Es la visión o el estudio del cristianismo de dos personas que no creen que haya nada sobrenatural en el cristianismo ni en la figura de Jesús. Pero al mismo tiempo creo que es un libro respetuoso con la gente que tiene fe. A mí me parece muy bien que la gente que tiene fe la tenga, porque eso ayuda mucho a vivir, para los que lo necesitan, pero al mismo tiempo estamos de acuerdo Piñero y yo en que a la gente que no tiene fe tampoco hay que presionarla para que la tenga. Seamos libres. Esa es la idea central del libro. Es un libro para informarse los que se han criado en la doctrina cristiana, como es normal en España. El libro te puede informar un poco de las cosas desde el punto de vista de la Historia. No de la fe sino de la Historia.
—Usted cree que Jesús existió, como personaje histórico.
—Sin duda, claro. Es evidente que existió. Lo que ocurre es que las noticias que tenemos de ese señor proceden de los Evangelios, que están escritos tiempo después de su muerte y que acumulan leyendas y todo este tipo de cosas que se han ido acumulando sobre Cristo, milagrerías, etc. Entonces, cuando te enfrentas con un personaje histórico, lo primero que debes hacer es desproveerlo de milagrerías y leyendas. Por ponerle un ejemplo: “Resucitó al tercer día”. Yo comprendo a la gente que tiene fe, pero yo, que no tengo fe, pienso que un muerto no puede resucitar. Eso va contra el sentido común, y por lo tanto explicamos qué pudo ocurrir para que creyeran o pudieran creer, o se convencieran de que este señor, que para ellos fue una sorpresa que lo crucificaran, que fue un impacto terrible para sus seguidores, para que se convencieran de que había resucitado.
—En el libro se dice que Jesús al principio era un líder político.
—Todo el mesianismo de Israel está teñido de política. Es decir, entonces era muy difícil separar la política de la religión. Cristo era un fariseo y estaba convencido de que el mundo se iba a acabar pronto, que era lo que él predicaba, el fin del mundo: “Vende lo que tienes, porque esto es cosa de dos días”. Después, cuando se vio que el mundo no se acababa, hubo que buscar explicaciones espirituales a ese fin del mundo del que él estaba convencido. A él evidentemente los romanos lo crucifican como líder político, porque había ocasionado una revuelta, y los romanos para eso eran muy exigentes: crucificaban a uno por nada, sin que hiciera falta un gran proceso. “Un judío que está aquí alborotando lo crucificamos y punto”.
—Y se lee en su libro que cuando esa idea fracasa aparece entonces el líder religioso.
—En sí siempre ha sido un líder religioso. Él es un fariseo, estricto observador de la ley, critica mucho a los fariseos, a sus colegas, hipócritas. Él no lo era, evidentemente. Él lo que quiere es reformar la religión judía, que parece que se ha ido deformando. Él lo que quiere es que vuelva a su cauce, como Dios manda, porque eso tiene que preparar el fin del mundo y la venida del mesías. Él no se cree que sea el mesías. Sus seguidores dijeron que era el mesías y han hecho que en él se cumplan algunas de las profecías antiguas, algunas traídas por los pelos, del Antiguo Testamento, donde se habla del mesías.
—Yo recuerdo que en el libro me parece que es Antonio el que dice que en el Antiguo Testamento se habla del “mesías” con otros sentidos.
—Tiene el sentido de «figura venerable», pero no la figura teñida de política, que es el liberador que va a quitar de en medio a los romanos. Es decir, la figura del mesías a lo largo de la Historia ha ido cambiando muchas veces de sentido. En el tiempo de los macabeos se rebelan contra la dominación extranjera, empieza a perfilarse una figura que se ve como un liberador, pero Jesucristo no se presentó nunca como un liberador, no se presentó como haciendo una cosa distinta del judaísmo. Son sus seguidores (Pablo) los que lo han separado del judaísmo para hacer el cristianismo.
—El papel de Pablo es fundamental. Él es el que se inventa la religión.
—Absolutamente fundamental. Son como Marx y Lenin. Marx escribió, elucubró, pero Lenin es el que hace la revolución. Pablo es el que hace la revolución.
—Se da a entender en el libro que es bastante improbable que existiera Moisés.
—El Antiguo Testamento se fija como texto sagrado en época de Josías, en el siglo VII antes de Cristo, aproximadamente. Todo lo anterior, las leyendas que han ido recogiendo, que han ido metiendo, cuando tú las sometes ahora a un escrutinio te das cuenta de que son leyendas, de que son falsas. Por poner un ejemplo: la historia de José y sus hermanos. Lo meten en una cisterna en el desierto. Lo venden cuando pasa por allí una caravana. Ellos se lo venden a los camelleros. Pero es absolutamente improbable, porque el camello todavía no estaba en Israel, todavía no había llegado el camello como animal. Es decir, son una serie de leyendas que se estructuran, y eso es el Antiguo Testamento. Entonces, Moisés, ¿es posible que existiera? A lo mejor, pero desde luego no sería el Moisés de la Biblia. Tampoco es absolutamente seguro que existiera.
—Otra cosa que le llama mucho la atención al lector de su libro, sobre todo quizá para los que no hemos estado en Tierra Santa, es que todo parece falso, todo parece un parque temático.
—Absolutamente. Hay una cosa que llama mucho la atención. Tenga en cuenta que eso es un trozo de mundo que siempre ha estado en disputa; ha sufrido una guerra detrás de otra, invasiones… Obviamente, de la época de Cristo no ha quedado nada. Pero para poder fijar a los peregrinos a las cosas, que están haciendo negocio de toda la vida, todo ocurre en cuevas, todo. Para la Anunciación hay una cueva, para Nazaret hay otra cueva, todo son cuevas: la cueva de los pastores… Todo absolutamente son cuevas. En la superficie no ha quedado nada.
—¿Los romanos fueron los que lo devastaron?
—No, lo ha devastado la Historia, porque antes de los romanos ha habido otros. Los romanos devastaron Jerusalén, sí. Los romanos allanaron parte de Jerusalén, e hicieron una ciudad de nueva planta, una ciudad romana, y debajo de la ciudad romana está la ciudad judía, muy destruida, obviamente.
—¿Y qué ocurre con el Templo? ¿Por qué el templo de Jerusalén es tan polémico y tan difícil de comprender?
—Hay que fijarse en una cosa: los judíos ni tienen iglesias ni tienen templos ni nada similar. Los judíos sólo tienen un templo, que es el de Jerusalén. Allí es donde radica la presencia divina, en el sanctasanctórum del templo, y las sinagogas, que muchas veces creemos que lo son, no son iglesias, no son mezquitas, no son nada equiparable. Son lugares donde se discute de la ley. Sólo hay un templo en la religión judía, el Templo de Jerusalén. De ahí su importancia. Los judíos tenían que ir al templo, era el sitio sagrado, era el asiento de Dios. Todo eso. Después, por avatares de la Historia, los musulmanes, como heredan la religión judía, piensan que de aquella roca sagrada del templo parte Mahoma para subir al cielo. Ellos se apropian del lugar también como un lugar sagrado, su segundo lugar sagrado. El primero es La Meca, el segundo el habitáculo que hay sobre el Templo. Y de ahí viene el conflicto actual: los judíos quieren recuperar el Templo, y para los musulmanes el segundo lugar sagrado no se toca. Entonces para los judíos lo más cercano que está al Templo es el Muro de las Lamentaciones, que es del Templo que construyó Herodes, del Tercer Templo. Sucesivamente han ido destruyendo el Templo primitivo.
—Y el Templo de Jerusalén está fundado sobre esa piedra que dice, que además es la piedra en la que Abraham estuvo a punto de sacrificar a Isaac. Otra cosa que me llamó mucho la atención es que debajo de esa piedra están las aguas primigenias de la Creación.
—Se supone que allí está todo, pero se supone, porque allí no entra nadie. Sabemos que allí hay una piedra, hay fotos, la cúpula… La piedra tendrá ocho metros por siete metros. Allí ocurrió de todo: allí subió Mahoma, allí fue el sacrificio de Isaac, allí estaba la calavera de Noé… y se han acumulado leyendas sobre ese lugar. Las leyendas a lo largo de treinta siglos se han ido acumulando, como en toda Tierra Santa. No tiene mucho sentido elucubrar sobre ellas porque son meras leyendas. Allí lo único que hay es una piedra pelada y debajo tiene una especie de covachuela.
—Está en el libro.
—Sí, está la foto en el libro. Eso es lo único que hay, y alrededor se establece la cúpula. (Me muestra una foto del libro). Aquí se ven las distintas fases del Templo; esta es la fase ya de la época de Herodes, y este trozo sería ya el Muro de las Lamentaciones.
—¿Y el Arca de la Alianza ellos creen que está perdida?
—No, ellos ni siquiera piensan en el Arca de la Alianza. Eso son elucubraciones de esta gente que busca tesoros ocultos. El Arca de la Alianza se perdió en el primer saqueo del Templo, y ya no se vuelve a mencionar en la Biblia porque se ha perdido.
—Porque se supone que era el asiento de Dios…
—Claro, entre los ángeles estaba el asiento de Dios. El Arca seguramente era una herencia de la religión egipcia, donde se asentaban objetos sagrados.
—O sea que probablemente no existió.
—No, sí, probablemente sí existió. Pero quiero decir que todas estas elucubraciones de que el Arca pudo sobrevivir… La primera vez que destruyeron Jerusalén destruyeron el Arca. Era un cofre de madera de acacia forrado de oro. Le arrancarían el forro y lo otro lo quemarían, o lo tirarían. No tiene más historia el Arca.
—En algún momento del otro libro, La Biblia contada para escépticos, decía que quizá tuviera fuerza electromagnética.
—Eso son elucubraciones modernas. A veces yo las he utilizado en novelas. Pero novelas. Ahora mismo estoy hablando como historiador.
—En el otro libro lo comentaba como posibilidad.
—Claro, sí, porque se elucubra mucho sobre eso. Pero de ahí a que sea verdad…
—Y el Arca fue el origen del Templo.
—Sí, el asiento de Dios. Se supone que cuando se hace la primera revelación del judaísmo a Moisés, el Templo es una tienda, una tienda de lona o de piel, que va peregrinando con el pueblo de Israel hasta que llegan a Jerusalén y ya tiene que asentarse en un sitio, y ya se hace de mampostería. Deja de ser una tienda. Pero ¿qué es? El asiento de Dios.
—Le voy a hacer una pregunta, aunque creo que ya sé la respuesta. ¿Para usted esto fue una especie de viaje iniciático? ¿Sintió algo?
—Yo no siento nada en ninguna parte.
—¿Ni siquiera culturalmente?
—Culturalmente sí, culturalmente claro. Si has estudiado las Cruzadas y vas a los Cuernos de Hattin, donde lucharon los templarios y los hospitalarios contra las tropas del sultán de Egipto Saladino, tú sientes, tú tienes el sentimiento de que estás viviendo lugares históricos. Pero el mismo sentimiento que tengo cuando voy a El Escorial, por ejemplo, o cuando voy a Berlín y visito lugares de los nazis. Es el sentimiento de estar donde se ha desarrollado la Historia, pero no que haya una atracción misteriosa.
—Se habla en el libro del “síndrome de Jerusalén”.
—Yo he observado gente que estaba absolutamente transfigurada, gente que estaba en un templo y allí tenía una especie de elevación. A mí me parece muy bien; si llevan mucho tiempo viviendo en su fe y entran allí y sienten la presencia divina… de algún modo ellos se sienten transportados a otra dimensión, la de su religión.
—Yo tengo un amigo que es un hombre muy culto, un profesor, que no cree pero que ha estado hace poco allí y le impactó mucho. Debe de ser por lo cultural.
—También a veces donde hay una gran expresión de fanatismo tú también te puedes sentir sobrecogido por la propia expresión de los que veas alrededor. Eso ocurre a veces. Ocurre lo mismo en un mitin cuando estás siguiendo al político. Tú estás allí de mero observador y de pronto te dices: “Toda esta gente, con una sola voluntad y siguiendo a una idea”. Eso sobrecoge, pero sobrecoge y ya está, no hay nada espiritual, ni nada misterioso.
—En el libro tiene también mucha importancia el presente. Se habla mucho del conflicto entre palestinos e israelíes.
—Sí, porque tú recorres Tierra Santa y estás viviendo el conflicto. En el libro he procurado ser muy imparcial. He procurado que se refleje lo que piensan unos y lo que piensan otros, y luego que el lector saque sus conclusiones.
—¿Cómo lo vivió en aquel momento? ¿Daba impresión de peligro?
—No, en absoluto. Obviamente tú sientes la presencia de soldados en ciertos sitios, pero en ningún momento te sientes en peligro.
—Da la impresión de que a los españoles nos aprecian los israelíes y los palestinos.
—Tanto unos como otros, efectivamente. Los israelíes tienen una gran añoranza de España, no digo los israelíes ya, los judíos. Hay que distinguir: israelíes, judíos, sefardíes. Los sefardíes por supuesto. Pero los israelíes en general por sus razones judías, que casi todos son agnósticos, el 70% son agnósticos. Y el resto siguen el judaísmo como nosotros el catolicismo: siguen su propia vida. Pero ahí hay un aprecio por España, sin duda. Ellos piensan que España está en sus raíces.
—¿En qué está trabajando ahora?
—Ahora estoy con la Reconquista, libro que saldrá en otoño, me imagino.
—Lleva un ritmo fortísimo.
—No hago otra cosa. Yo estoy en casa y solamente leo y escribo. Ya viajo poco, y hago poca vida social.
—¿Y los artículos que escribía en el ABC?
—Cuando estoy muy metido no me gusta dispersarme, porque para hacer artículos de ese tipo necesitas leer periódicos, estar al día de la movida, y yo no estoy nada al día. Mi único contacto con el exterior digamos que es que pongo el telediario después de comer, y me quedo dormido. Me echo la siesta. No tengo contacto con la movida.
—La primera vez que lo entrevisté me llamó mucho la atención que estaba tan concentrado en el tema que estaba haciendo que tenía fallos de memoria cuando hablábamos de otros temas.
—Sí, sí que me pasa. Ayer hablando con un amigo tenía que mencionar a Jesús Torbado y no me acordaba del nombre, y era muy amigo mío. Estoy tan concentrado con lo que estoy haciendo… Por ejemplo, si me llama por teléfono y estoy escribiendo, estoy completamente zombi. Tengo que decir: “Llámeme dentro de dos horas”. Porque en ese momento no carburo. Será un defecto, más que una virtud.
—¿Y qué le gusta más, la ficción o la no ficción?
—Pues últimamente, como siempre he tenido esa lucha interior, voy mezclando las dos cosas. Hago novelas ensayadas o ensayos novelados. Mis últimos libros son ensayos novelados. Éste es un ensayo novelado porque todos los bares, las comidas, los hoteles, todo lo que hablo aquí no es donde estuvimos: me lo he ido inventando.
—Da la sensación como que tiene muchísimo trabajo el libro.
—Claro, muchísimo trabajo, mucho.
—Además, es un libro largo.
—Pero la sensación que he querido dar no es esa. A mí no me gusta transmitir la sensación en los libros de que me cuesta trabajo hacerlos, porque entonces esa fatiga se la transmites al lector. El lector tiene que creer que lo haces graciosamente. Por eso hay que meter de vez en cuando un chiste, una parida, para que el lector piense: “Bah, este está escribiendo a vuelapluma”. El esfuerzo del escritor no debe transmitirse al lector, porque se cansa.
—¿Y el libro de la Reconquista cómo es?
—Empieza con los moros invadiendo la península y acaba con la conquista de Granada.
—¿Un tomo?
—Sí, un tomo.
—¿Y ya ha pensado en el siguiente?
—Todavía no. Quiero acabar este bien acabado. Tengo cuatro o cinco temas por medio, pero no sé cuál va a ser el siguiente.
—Los tiene en la cabeza. Y de ésos prefiere no hablar.
—No, porque a lo mejor el que le digo hoy lo dejo en tercer lugar. Después, cuando ya vaya perfilando este de la Reconquista habrá ya un tema que irá adelantando a los otros, y cogeré ese.
—¿Y para elegir estos temas en qué se fija sobre todo?
—En mi propio gusto, en entender de lo que quiero saber. Para mí el libro es una manera de estudiar el tema. Es decir, cuando todavía no he escrito el libro tengo un conocimiento general del tema, pero cuando realmente conozco el tema es cuando me harto de leer artículos que tienen que ver con lo que he escogido. Entonces de ahí surge, de que a mí me gusta aprender. Por lo tanto: cosas de las que yo quiero aprender, esos son los temas que yo escojo para los libros.
—Claro. ¿Este libro, Viaje a Tierra Santa, tiene mucha documentación detrás, aparte de la Biblia?
—Tiene muchísima, evidentemente. Tiene la documentación histórica, porque en todo momento, como ha visto, hablamos de las Cruzadas, hablamos de lo que ha sido el asunto de Tierra Santa, de los ingleses, de la Primera Guerra Mundial, de los turcos… todo eso es documentación.
—La importancia que tiene este lugar, que es una atracción enorme para las potencias occidentales…
—Todo tiene una explicación. Si se fija el sitio en el que está es vital para la comunicación entre África, Asia y Europa, absolutamente vital. Era el sitio al que llegaban las caravanas de la Ruta de la Seda, y es un enclave estratégico de primer orden. Lo sigue siendo. ¿Ahora mismo, por qué Israel está ahí? Porque es una posición occidental en el corazón de Oriente. No sólo son los judíos que han vuelto… además hay implicaciones políticas. Allí está Occidente en el corazón de Oriente. Muy importante desde el punto de vista estratégico. Allí se ha acumulado la Historia más que en ningún otro sitio.
—O sea que las Cruzadas no sólo son religión, son política.
—Las Cruzadas fueron algo económico más que religioso. La religión fue el pretexto. Mucha gente acudió movida por la religión, los cruzados, pero lo que hay detrás de todo es meramente una movida política. A grandes ciudades comerciales, sobre todo italianas, les interesa que no se interrumpa el comercio que viene de Oriente a través de Oriente Medio, de Palestina.
—Yo he leído que todo el viaje de Magallanes en pos de las islas de las especias se debe a que se interrumpió esa ruta.
—Claro, se interrumpió esa ruta, y entonces hubo que inventarse otra, y entonces se descubrió América. Pero sencillamente fue por eso: Europa necesitaba especias y necesitaba oro para las transacciones comerciales. No había oro. Y como Marco Polo había dicho que en Cipango y Catay, China y Japón, había mucho oro, el único occidental que había estado allí, si es que estuvo… ¿Qué necesitaba Europa? Especias y oro. Hay que llegar allí como sea. Si están los turcos y nos interrumpen habrá que darle la vuelta a África. Y Colón dijo: “No, mejor que darle la vuelta a África, se cruza el mar y ya estamos en China y en Japón”. Esa es la Historia.
—Viaje a Tierra Santa me ha interesado mucho, y yo tengo fe.
—Pero es bueno para la gente que tiene fe ver las cosas con la fe aparte, sólo con la Historia. Eso es positivo. La fe no se la va a quitar nadie, pero es bueno ver también el aspecto histórico de su fe. Mucha gente que me escribe son creyentes, incluso algún sacerdote, y me dicen: “Me ha venido muy bien el libro porque matiza cosas”. No es incompatible con la fe, las creencias son aparte.
—La Biblia es compatible con la fe, el Antiguo Testamento.
—Sí, pero tienes que saber que no es Palabra de Dios. Si uno quiere pensar que eso es de inspiración divina, pues bien, siempre que no se lo imponga a otro.
—¿Entonces la Biblia sería literatura, sería una novela, como decía Unamuno?
—Unamuno decía muchas boutades. Yo diría que más que una novela es una biblioteca, que hay un conjunto de novelas. Ahí hay poemas, hay libros de Historia… Es una biblioteca.
—Por último, dice Antonio en el libro que la Iglesia se ha adaptado siempre a las circunstancias.
—Sí, siempre. Flota, como el aceite. La Iglesia va a evolucionar como ha hecho siempre, con arreglo a la sociedad, pero ni va a desaparecer la fe ni desaparece la religión ni desaparece la Iglesia. Evoluciona.
—¿Está contento con el libro?
—Muy contento. El recibimiento que le están dando muchos lectores en mi página web, que es mi cordón umbilical con ellos, es muy bueno. Le está gustando a la gente. Creo que ha salido lo que queríamos que saliera.
—¿Y entre todo lo que ha escrito dónde lo sitúa?
—No lo sé. Todos mis libros son hijos míos, a todos los quiero. No le doy más importancia a uno; les doy importancia a todos.
—Una curiosidad: para usted debió de ser una gran sorpresa que le dieran el Premio Planeta, ¿verdad?
—Nunca lo pensé. Hasta el momento en que me lo dieron yo no lo creía. Primero creí que podía ser un finalista de los diez que hay siempre. Después pensé, cuando estuve allí y me invitaron a que fuera, cuando estaban acercándose las votaciones, que podía ser el finalista. Pero nunca me creí que me dieran el Planeta. Fue una sorpresa.
—Además ese libro, el ganador, En busca del unicornio, tiene mucho prestigio.
—Sí, luego el libro tuvo muy buena crítica y sigue vendiéndose. O sea que estoy contentísimo, uno de mis hijos predilectos.
—Ha escrito muchos libros ya.
—No los he contado, pero pueden ser noventa.
—¿Esto se debe a que le gusta mucho escribir?
—Yo no me propongo una meta de dos libros al año o nada de eso. Yo voy escribiendo y lo que va saliendo. Y si me los publican pues estupendo. Hay algunos que los escribo sólo para mi tierra, y esos tienen menos divulgación porque están hechos para Andalucía, o para Jaén, o para el olivo por ejemplo. Tengo tres libros sobre el olivo. Realmente escribo lo que me apetece. No pienso tampoco en que se venda o en que no se venda.
—No piensa: “Voy a hacer esto porque se vende más”.
—No, escribo para mi propio placer, y si después hay gente a la que le gusta, pues estupendo, he dado en el clavo. No, no escribo pensando en el comercio.
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Autores: Juan Eslava Galán y Antonio Piñero. Título: Viaje a Tierra Santa. Editorial: Booket. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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