[En 2008, cuando aún no era seguro que la saga Canción de hielo y fuego fuera adaptada a serie (Juego de tronos), George R. R. Martin estuvo en la Semana Negra de Gijón, y el menda lerenda también estuvo allí. Ya que Tolkien salió mucho a relucir aquel día, y que en las próximas semanas coincidirán los estrenos de dos series basadas en obras de ambos autores (La Casa del Dragón y Los Anillos de Poder), recupero lo siguiente, que escribí mayormente en tono humorístico en aquel entonces, sobre el famoso y eterno tema de si Tolkien es demasiado blanco y negro. Lean, o no, bajo su exclusiva responsabilidad]
El domingo pasado estuve en la Semana Negra de Gijón, y allí escuché charlas de dos autores de literatura fantástica contemporáneos (bueno, es que si no fueran contemporáneos, no habría podido escucharlos, jeje) (aunque siendo literatura fantástica, vete tú a saber, jejeje). Uno de ellos era R Scott Bakker, un canadiense cuarentón muy rubio y muy alto con pinta de cruce entre profe molón de filosofía y surfero-le-llaman-Bodhi, cuya saga de novelas El príncipe de nada venía a promocionar. Yo no había oído nada de ella antes, pero el otro escritor presente, George R. R. Martin, conocido sobre todo por su triunfal saga Canción de hielo y fuego, estuvo apoyando la conferencia del primero, lo que de por sí ya es un aval. Al parecer, EPDN va de un continente imaginario donde hay varias religiones que guerrean entre sí, y tiene un contenido más alto en temas de filosofía, ideas e interpretación que la media de la literatura fantástica. Suena intrigante, a ver si le echo un vistacejo. Por su parte, CDHYF, saga más conocida, es la historia de varias cruentas guerras por llegar al trono, o tronos, de varios reinos en otro continente imaginario. Ésta sí la he leído entera, y es una gozada: de ambiente medieval, con muchísimos personajes y vueltas de tuerca constantes que no resultan un estorbo para la narración, sino que son lo que le da su riqueza: de la misma forma que en la época de los reyes medievales reales las cuestiones dinásticas, con sus alianzas, matrimonios, traiciones, intereses, sucesiones más o menos legítimas, etc, eran lo que decidía el futuro de un pueblo, así ocurre en el Westeros (Poniente) de Martin. Y además está Cersei Lannister.
Pero en fin, a lo que iba es a que me pareció un tanto peculiar que ambos escritores se refirieran a un tercero ya fallecido, J. R. R. Tolkien, constantemente. Lo lógico sería pensar que desde que se dedicaron a escribir ficción de fantasía deberían estar tan hartos de que los comparen con Tolkien y les hagan preguntas sobre Tolkien y les saquen tanto Tolkien por todas partes que preferirían no mencionar al abuelo en absoluto, y hasta que pusieran mala cara si alguien se lo sacara a colación oootra vez. «Que yo soy yo, joé. Y deja de hablarme en élfico». O algo así. Pero no, la verdad es que fueron ellos mismos, ambos dos, quienes anduvieron Tolkien para acá Tolkien para allá todo el rato. Y una de las cosas que dijeron es una cantinela que llevo toda la vida oyendo: que Tolkien es muy blanco-y-negro, muy buenos-contra-malos, sin gama de grises por el medio. Todo esto dicho con el respeto que uno pondría hacia una venerable figura en pantuflas, chaleco y pipa, pero también en plan «bueno, es que claro, eran otros tiempos, no daba para más el hombre, eran los años 40, hay que comprenderlo». Como con condescendencia. Como quien ve una peli de Errol Flynn y dice con sonrisilla: «Joé, cómo mola, el Hollywood dorado, y el star-system y todo eso, a mi abuela el Errol la traía loca, pero venga ya, no cuela, esas mallas todas iguales, parece el circo. Ni comparación con los efectos y el verismo de ahora. ¿Y ese Humphrey Bogart? Si las balas no hacen ni agujero. Salvar al soldado Ryan, ésa sí que mola». Y seguro que si se le hiciera esta observación a estos dos escritores, o a muchos otros admiradores de Tolkien, se sentirían dolidos: «No, no, qué va, cómo voy a hablar mal del maestro. ¡Me encanta Tolkien!». Pero aun así, no deja de salir el temita del blanco y el negro a relucir tooodas las veces. Así que me puse a pensar (no mucho, el daño no fue permanente) (más de lo que ya lo es, al menos) a ver si esta postura está justificada o es una leyenda urbana. Vamos a ver.
En el rincón negro tenemos al campeón de los pesos superpesados. Aparte de Satanás (Belcebú, Lucifer, Mefistófeles, Maradona no juega), creo que es indiscutible que no los fabrican más negros que Sauron. Es un auténtico dios de la oscuridad… literalmente. Un Maia, como los llamaba Tolkien, creado directamente por Eru Ilúvatar, ese que dijo «Ea», que suena muy castizo, pero que de aquella significaba «Sea». O sea, que sea, del verbo ser. Sinónimo de «que exista», como en los autodefinidos. Es decir, que comience el asunto este ya de una vez, que empiece ya, que el público se va. Podría haber dicho «Bigbang» también, pero queda muy poco mitológico.
En fin, que al principio Sauron no era malo del todo, porque Eru no hace ese tipo de cosas aposta, pero el jefe de Sauron, Morgoth, salió torcido y cabroncete. Todo lo rompía, todo lo fastidiaba, los otros fabricando el mundo como Eru manda ahí tol día con los ríos y los mares y las montañas, y llegaba el Morgoth este y lo mandaba todo a tomar por el saco, como mi hermano pequeño a mí el Exin Castillos, que me llevaba toda la mañana. Sauron estuvo de tapado un tiempo y cuando encerraron al Morgoth bajo setenta veces siete llaves, o algo así, quedó él de encargao. Y como con Eru no se atrevía, el cobarrde, empezó a dar la tabarra a las criaturitas del jefe. Y tan malo y negro era que la parte para donde se instaló quedó toda sucia, podrida, pestilente y tan ennegrecida que la llamaron Texas, esto perdón, Mordor, del verbo Mor, negro y del verbo Dor, tierra. Que no son verbos, pero me da igual, y además es cierto que significan eso. Su sola presencia ensucia el ambiente, sus esbirros son deformes y malévolos (joé, igual sí que era Texas), y cuando tuvo un chalet de verano al lado de los elfos, éstos se fueron a quejar a Gandalf para que lo echara de allí, que los atronaba pinchando a System tol día. Ellos que les gusta tanto Enya. Es más, el Sauron este es tan malo que Tolkien dijo que Sauron era la última vez en la historia que el Mal con Eme mayúscula adquiría cuerpo y tenía una fuente reconocible. Hasta ahora había excusa: «Ah, el mal no es culpa mía, lo fabrica el tipo éste, sigue el rastro de miguitas negras». Pero a partir de que cae la Torre de Barad-dûr, los Pueblos Libres pasaron a ser responsables de lo que hacían. El mal, desde entonces, vendría de dentro de ellos mismos. Y como los elfos, los enanos, los Maiar y los hobbits todos se piraron por la vereda, ahí se quedaron los Hombres (y Mujeres) sin nadie a quien echarle la culpa, más solos que la una menos cuarto.
O sea, por ese lado, vale. Lo negro de Tolkien es negro que te pasas. Si le ponemos el negrómetro, lo rompe. Pero eso está hecho aposta. Hablamos de una época mitológica, cuando los dioses habitaban entre nuestros ancestros, como imaginaron los griegos también. En comparación con esto Melisandre es una aprendiza. Una odalisca poco más. Con el pelo rojo, y el vestido, y las formas femeninas esas que… pero me desvío del tema. ¿Qué pasa con el otro bando? ¿Son todos tan blancos como el puro armiño? A mí no me lo parecen, la verdad. Sólo lo parecen en comparación con la negrura de Sauron. Si le cierras el ojo un momento, los demás parecen como cuando ves a alguien con la cara pintada de blanco, y los dientes, por contraste, parecen amarillentos en el medio. Veamos uno por uno.
Los elfos están a lo suyo, más interesados en conservar sus oasis de paz que en otra cosa. Aparte, los hemos pillado liando el petate, porque pasan ya de esto. Cuando a Elrond y Galadriel, esos pozos de sabiduría, les pasa el Anillo Único por delante, dicen que no están ya para estos trotes. Es más, no pasan por desidia, sino porque se conocen tan bien que saben que la que armó Boromir iba a ser pequeña comparada con lo que podían armar ellos. Galadriel se puso verde cual moderador de un foro de internet, no digo más. O sea, que los peces gordos élficos se quedan en casita, y al final, por el qué dirán y porque faltaba uno para hacer grupo parlamentario propio, mandan en la Compañía a un incauto, el tal Legolas, que en comparación con los Noldor de antaño no pasa de concejal de turismo, y a quien hasta el propio libro describe como «extraño». Y para qué contar las que arman los elfos en el Silmarillion. Vamos, el Fëanor, con quien Galadriel jugaba de guaja, era una joyita. O tres, de hecho, los silmarils, pero eso es otra historia.
Luego están los hobbits, que en su peor versión son cazurros, ignorantes, paletos, un poco xenófobos y sólo se salvan porque un puñado de ellos al menos valían para algo. Al menos sabían cumplir órdenes. Pero también uno de ellos era Sméagol, que uno no sabe si estrangularlo, meterlo en el Congreso o tirarlo a un volcán con anillo y todo. Si el colega no es gris, que vengan los Siete y lo vean. Y R’hllor también. Luego están los enanos, que viven bajo tierra de puro huraños, ahí en la mina con pico y barrena, jaijó, jaijó, y ésos sí que pasan de todo menos de una cosa: el vil metal. Anda, que la que armó Thorin por un puñado de mithril, sin importarle que hubiera un dragón entero encima… Pabernos matao.
Pero todos estos están de alquiler namás. Los amos del prao, los que heredarán la Tierra (Media), los que algún día todo esto será suyo, los que verán su nombre en letras asín de grandes, son los Hombres (y Mujeres). Y menudo cuadro son. Unos cuantos viven en un cuartel a lo bestia que se llama Minas Tirith, con más cuestas que Oviedo, más pijos que los de Oviedo, y los manda uno-que-no-es-rey, pero que le está guardando el sitio hasta que el rey vuelva de por tabaco, que está medio majara de tanto ver Operación Triunfo por la PalanTele, y que tiene dos críos que no se ajuntan entre sí y que, como no lo aguantan, andan por ahí a lo suyo. Uno tiene un antojo de anillo que casi se carga al pobre Frodo por él, y el otro psché, si lo viera al borde del camino ni le daría un segundo vistazo (o eso dice muy envarado). O sea, yo en mi terracita con vistas a la cascada, mayormente, hasta que a papá se le antoje cargar contra el enemigo. Luego, todos estos ya no se hablan con sus primos del pueblo, que son todos de una banda moteros júligans llamada los Rohirrim, que ni saben leer ni escribir, que sólo viven la mitad de años y que apestan a estiércol de caballo. El jefe de la tribu está más pallá todavía que el de los Dúnedain, así que el sobrín, Éomer, es el que se tiene que dedicar a imponer la ley y el orden, tol día presumiendo de Ferrari Mearas, mientras deja a la hermana cuidar al tito Théoden, que pa eso ye muyer. La Éowyn es buena moza, pero cuando Aragorn llega y le dice no sólo que ya estaba pedido por una morenaza elfa, sino que se vaya a las cuevas a cuidar a los ciudadanos de la tercera edad, monta en Cólera (o como se llamara el caballo) y se carga al Rey Brujo al grito de «que me llames miembraaaa». Y bueno, de Gríma para qué hablar. Aún más, algunos Hombres (y Mujeres) son del otro equipo y se han pasado al Petit Saurón con bagajes y municiones. No está confirmado que fueran españoles, pero muchas de sus frases empezaban con el lexema «kágon», del verbo… pero me desvío: estos son los hombres (y las mujeres) del lugar.
Pero aún hay más. Falta la ayuda del más allá. Porque los de las Tierras Imperecederas dijeron vaaaale, so quejicas, y mandaron un subcomité de observadores internacionales a que hicieran un informe por triplicado. Dos de ellos, con casco azul o algo así, ni pisaron la oficina y se las piraron pal este na más llegar, a la playita. Otro, Radagast, se metió en un bosque y se dedica a cuidar hipogrifos en medio de un castillo para magos o algo así. Saruman lo intentó, pero al ver que nadie le hacía caso, se metió en la Torre de Orthanc, dijo «se sienten, coño», y aún está intentando ser califa en lugar del califa. El único que medio valía para algo, el tal Gandalf, era un tío rarejas que iba a lo suyo, que a veces está aquí, a veces allí, a veces va a una montaña, otras veces la montaña va a él, o algo así, y cuando le acusaron de ser gris (que de eso va el tema, en el fondo), desapareció del mundo y se cambió al blanco. Como Cristiano Ronaldo, más o menos.
En fin, que es toda una maravilla que toda esta panda se pusiera de acuerdo por algo. Yo entiendo que si los libros del Bakker son como la Primera Cruzada mezclada con la Guerra del Golfo y los del Martin como la Guerra de las Dos Rosas, ESDLA es más como la Segunda Guerra Mundial, con un enemigo común que unió a todos contra él y que se vio como una guerra necesaria, si es que alguna vez hubo una. Pero si no se considera que los combatientes de la Segunda Guerra Mundial eran tampoco paladines de blanca armadura, ¿por qué se le aplica todo este sambenito a Tolkien? De la gente de la calle, que todos tenemos prejuicios e ideas sólo a medio hacer sobre lo que no sabemos, me espero este tipo de topicazos, pero de gente profesional del ramo me decepcionó un poco, la verdad. Necesitan un correctivo. O sea, leerse las Obras Completas de Tolkien otra vez. Y Alatriste, de paso. A la voz de ya.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: