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Josefa Ros Velasco: "El aburrimiento nos saca de la zona de confort" - Zenda
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Josefa Ros Velasco: «El aburrimiento nos saca de la zona de confort»

Josefa Ros Velasco ha escrito un ensayo sobre el aburrimiento, un fenómeno que estará siempre presente en nuestras vidas. Cuando la realidad no cumpla nuestras expectativas, ahí estará él recriminándonos con su dedo acusador: "Te lo dije, esto acabaría pasando".

Foto de portada e imágenes del artículo: Mariana Frutos.

Alcanzar nuestros sueños cuesta mucho tiempo y esfuerzo. Pero cuando lo logramos el tedio los engulle. Eso no es malo porque el aburrimiento nos animará a luchar por otros y seguir mejorando. De esto se dio cuenta enseguida un niño de once años, a mediados del siglo pasado, cuando leía de forma metódica y repetitiva Análisis de seguridad, de Benjamin Graham, un libro soporífero que le sirvió para perfeccionar su método de inversión en la bolsa. La fortuna de Warren Buffett se forjó en el aburrimiento. El hastío fue la palanca que le llevó a convertirse en el hombre más rico del mundo. Josefa Ros Velasco le ha dedicado un libro a este fenómeno, La enfermedad del aburrimiento (Alianza editorial), que estará siempre presente en nuestras vidas. Cuando la realidad no cumpla nuestras expectativas, ahí estará él recriminándonos con su dedo acusador: «Te lo dije, esto acabaría pasando».

Hablamos con Josefa Velasco del aburrimiento melancólico, la acedia, el «modo goblin», San Agustín y Madame Bovary.

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—¿Hay que acabar con el aburrimiento? ¿Es bueno o malo?

"El aburrimiento es malo porque duele, pero bueno porque cumple su función"

—Es imposible acabar con el aburrimiento, porque es una experiencia que vivimos cuando nuestra relación con el entorno, con la realidad en la que nos encontramos inmersos, se ha quedado obsoleta. De repente sentimos que nuestro presente no nos satisface, no resulta estimulante. Esto puede deberse a la repetición, a que nuestras expectativas ahora son distintas y esa realidad no cumple con ellas. No se mantienen esos ritmos, ese nivel de excitación. Esto va a suceder siempre. No podemos eliminar el aburrimiento por completo; eso es imposible. De hecho, sería hasta contraproducente. Necesitamos sentir ese malestar porque algo se ha quedado anticuado. Tenemos que recibir la señal para buscar un nuevo reto, para dar un paso adelante. Sin el aburrimiento nos quedaríamos estancados, sería perjudicial tanto a nivel individual como social y en términos de devolución de especie. El aburrimiento nos saca de esa zona de confort de lo conocido. Tenemos que huir del aburrimiento, pero no eliminarlo. El aburrimiento es malo porque duele, pero bueno porque cumple su función.

—Confundimos el aburrimiento con no hacer nada.

—Son dos cosas completamente diferentes. Solemos escuchar eso de «yo no tengo tiempo para aburrirme porque estoy todo el día ocupada», pero estar sin hacer nada no es sinónimo de aburrimiento. Si tú has decidido tumbarte en el sofá a ver pasar el tiempo, y esto no te produce dolor, no es aburrimiento. Eso es lo que el diccionario Oxford acaba de definir como «estar en modo goblin». El aburrimiento no surge por el hecho de estar sin hacer nada, aparece cuando estamos haciendo algo o sin hacer nada por obligación, cuando eso no es lo que nos gustaría hacer, que nosotros hayamos elegido. Mucha gente se aburre haciendo cosas. Tú podrías estar aburriéndote ahora mismo mientras me escuchas hablar o podrías aburrirte esta tarde en una conversación con un amigo, mientras os tomáis una cerveza —porque la conversación es repetitiva o no te interesa—, y también puedes aburrirte viendo una película en el cine. No es lo mismo, en ningún sentido, estar sin hacer nada y aburrirse.

—También se asocia a la melancolía. ¿Qué es eso del aburrimiento melancólico que menciona en su ensayo?

—Esta expresión surge a partir del Renacimiento, desde finales de la Edad Media. Hace referencia a un aburrimiento que nace del propio individuo, que está condicionado por nuestra personalidad. Se trata de un aburrimiento de carácter endógeno. Hay personas propensas a la tristeza, a la creatividad y también al aburrimiento. Ese aburrimiento melancólico se consideraba muy positivo porque permite desarrollar una capacidad de comprender la realidad que el resto de los individuos no tienen. Quiero hacer un pequeño inciso para hablar también de ese mito de que el aburrimiento nos hace ser más creativos, introspectivos y reflexivos. En el Renacimiento eso se limitaba a ciertos individuos, pero lo que hacemos hoy es completamente distinto: lo democratizamos independientemente de la personalidad del que se aburre. Asegurar que el aburrimiento va a abrir la puerta hacia la creatividad a todo el mundo es más complicado de lo que parece.

—¿Por qué nos obligamos a una diversión continua? ¿Por qué no podemos tener una sola hora libre, sin actividades ni pasatiempos?

"Otro de los mitos del aburrimiento: pensar que es algo propio de las sociedades modernas y que surge porque tenemos tiempo libre"

—Eso no es algo exclusivo de nuestra sociedad. Este es otro de los mitos del aburrimiento: pensar que es algo propio de las sociedades modernas y que surge porque tenemos tiempo libre. Si nos vamos a la administración romana ya existía esa industria del entretenimiento, aunque no estuviese condicionada por la tecnología, como en nuestra época. Una de las máximas del Imperio Romano es que debían dar entretenimiento al pueblo para que no cayese en el aburrimiento y no acabasen rebelándose.

—Panem et circenses.

—Es que no es algo solo de nuestra sociedad. El ser humano se realiza en el reposo y la acción. Es lógico que queramos llenar nuestro tiempo de actividades. No es que estemos más obsesionados ahora con este tema que antes, lo que es distinto en nuestra época es el gran abanico de posibilidades para estar activo. Y además eso es ahora más democratizado, casi todos tenemos acceso a la mayoría de los entretenimientos. Creo que en el siglo XXI esa necesidad de llenar el tiempo no tiene que ver con la tecnología ni con las redes sociales, sino con algo más metafísico, la desaparición de la creencia de que hay una vida después de la muerte. Cada vez somos menos espirituales, más conscientes de que nuestro tiempo es solo el de nuestra vida, que no hay ninguno más nos. Eso provoca que estemos abocados a tratar de experimentar constantemente, a no quedarnos quietos, porque eso ya va a pasar cuando fallezcamos.

—La sociedad española, la europea también —al igual que ocurre en otros países, como Japón— está cada vez está más envejecida. ¿Cómo debemos gestionar el aburrimiento de esos mayores que tienen veinte o hasta treinta años por delante desde su jubilación?

—Actualmente estoy dirigiendo un proyecto que se encarga de estudiar el aburrimiento en las residencias de mayores. Me interesa mucho el aburrimiento en esa franja de población, a partir de los sesenta y cinco años, de la jubilación, sobre todo en esas personas que ya viven institucionalizadas, que tienen un grado de dependencia suficientemente alto como para tener que recurrir a una residencia. Al salir del mercado laboral uno pierde el rol que ha desempeñado durante toda su vida, y de repente se ve con una cantidad de tiempo libre que no sabe cómo gestionar. Cuando has hecho del trabajo el centro de tu vida, la única razón que daba sentido a tus días, en el momento en el que te quitan eso lo has perdido todo. Hay que ser previsor. Cuando todavía te encuentras bien, todavía tienes toda tu movilidad y las condiciones cognitivas en perfecto estado, debes hacer el esfuerzo de salir al mundo, no esperar que el mundo venga a ti. Esto es muy importante para el que está a punto de jubilarse. No hay que rendirse a la primera. Si pruebas un club de lectura y no te gusta, inténtalo con otra cosa. Pero no te puedes cerrar en ti mismo. La vida no se acaba con la jubilación. Además, ahora vamos a ser mayores durante muchos años.

—En la Biblia el aburrimiento se asocia a la pereza. Llegó a ser un pecado capital.

"Sentirse acidioso significaba no estar estimulado para hacer lo que te debería motivar, en el caso de los monjes estar en comunión con Dios"

—Sí, llegó a ser uno de los ocho pecados capitales, cuando los pecados capitales eran ocho y no siete. Por suerte, luego se redujeron. Que ya me parecen muchos (risas). Además, había teólogos que consideraban que ese aburrimiento que se llamaba «acedia», que era un aburrimiento muy particular porque estaba relacionado con la pereza, era el peor de todos los pecados capitales, aunque luego acabó desapareciendo con el papa Gregorio Magno. Esta sensación, que se sentía a la sexta hora del día —la de después de comer en los conventos—, se consideraba peligrosa, porque en ese momento los monjes debían estar encerrados en su celda contemplando la divinidad, rezando y hablando con Dios. Sentirse acidioso significaba no estar estimulado para hacer lo que te debería motivar, en su caso estar en comunión con Dios. La acedia era una mezcla entre pereza y falta de motivación. El convento no está hecho para todo el mundo.

—San Agustín estaba obsesionado con el aburrimiento.

—Sí. Él contaba que sentía pereza, que estaba desmotivado y falto de estímulo al ser consciente del largo camino que sabía que debía recorrer para llegar hasta Dios. Tú puedes aguantar el aburrimiento estoicamente si sabes que al final vas a tener una recompensa. Pero San Agustín zozobraba… No estaba seguro de si realmente iba a merecer la pena.

—También Petrarca le otorgó protagonismo en sus obras.

"El autor italiano es un adelantado a su tiempo. Hasta ese momento solo se hablaba de la acedia en el contexto monacal"

—Sí. Además, en sus libros aparece un aburrimiento muy particular. Algunos autores dicen que el suyo antecede al famoso ennui francés del que se habló más tarde, en el siglo XIX. Petrarca nos cuenta, de manera pionera, cómo son esos constructos sociales que fabricamos y que al final acaban convirtiéndose en fuentes de aburrimiento. De ahí es muy difícil salir, porque es un aburrimiento mucho más profundo, con un carácter existencial, que nos hace plantearnos por qué hemos hecho esto y qué sentido tiene todo. El autor italiano es un adelantado a su tiempo. Hasta ese momento solo se hablaba de la acedia en el contexto monacal.  Al principio se pone el foco en el individuo, al que se culpabiliza por no estar estimulado. Pero el individuo tampoco está dispuesto a aceptar esto y entonces se cuestiona de quién es esa culpa. Petrarca señala que creamos escenarios que son fuentes de aburrimiento y luego nadie quiere asumir la responsabilidad de esto. En la Francia del siglo XIX empiezan a cuestionarse cómo estaban viviendo, cómo estaban articulando su estructura social, sus procesos de producción, su entretenimiento. Y cuando no ponemos los medios para solucionar eso es porque tan mal no estamos. Y eso es algo que podemos aplicar a nuestra sociedad actual. Nos quejamos de la hiperconectividad, la hiperactividad, la hipervelocidad… pero nadie quiere bajarse de ese carro. Porque todo eso te ayuda a evitar el horror vacui.

—Stendhal ve el aburrimiento como una enfermedad y se automedica trabajando el intelecto. Sin embargo, a las protagonistas femeninas de sus obras les busca unos antídotos de lo más esperpénticos.

—Esta es una época en la que el machismo está vigente a más no poder. Los roles del hombre y la mujer están muy determinados. Pero esas soluciones las quiere para otras mujeres, porque en las cartas que le escribe a su hermana le dice que debe esforzarse para no ser presa del aburrimiento como él hace. Las demás mujeres pueden aburrirse, porque es su función en la sociedad, pero para su hermana no quiere eso. Esa es una actitud completamente machista. En esa época la literatura muestra cómo la experiencia del aburrimiento es muy distinta para el hombre y para la mujer. Hay un punto de unión: ambos se aburren porque tienen que responder a ciertos cánones sociales, algo insoportable, que merma todo atisbo de creatividad. Sin embargo, los compromisos a los que tiene que responder el hombre son muy distintos a los que tiene que hacer frente la mujer. El hombre tenía una vía de escape fuera del entorno doméstico, pero la mujer siempre estaba dentro, en un espacio más limitado y siempre subyugadas.

—Terminamos con Flaubert, que creó al personaje que más ha sufrido de aburrimiento en la literatura universal, Madame Bovary.

"Madame Bovary sufre una patología de aburrimiento crónico. Todo la aburre, nada le sirve"

—Es que ella está enferma en sentido literal. Sufre una patología de aburrimiento. No es un elemento de la ficción. Hay personas que tienen una altísima propensión al aburrimiento. La gente que dice «se aburre el que quiere» no tiene en cuenta que hay personas con serias dificultades para evitarlo. Está demostrado por la literatura científica. Muchos de esos casos de aburrimiento crónico —que los médicos estaban viendo en sus consultas en el siglo XIX— fueron rescatados por los escritores en sus obras. Hubo una transfusión desde la literatura a la medicina y viceversa. Madame Bovary sufre una patología de aburrimiento crónico. Todo la aburre, nada le sirve. Y cuando encuentra satisfacción es momentánea, enseguida vuelve a sentirse aburrida. Ella no sabe qué es aquello que aporta significado a su vida. Al principio piensa que son las riquezas, los lujos. Pero como eso no la llena piensa que la solución está en los hombres, sentirse deseada, querida, pero tampoco es la respuesta. Entonces se va a la ciudad, a vivir en el bullicio, estar en el centro de la vida. Y nada. No lo consigue porque lo suyo es una patología. Hay personas que son incapaces de encontrar la forma de dar significado a su vida, pero no están condenadas, no están perdidas. Existen terapias que ayudan a reconectar contigo mismo, a abrir ese horizonte de posibilidades que tú no eres capaz de ver.

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Miguel Ángel Santamarina

Nací en Burgos, y ahora vivo bajo las palmeras de Almuñécar. Estoy prisionero en Zenda desde sus comienzos. No me canso de darle a la tecla. En breve, publico un libro de historia, mientras le sigo dando vueltas a mi primera novela.

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