Un día antes de subir al cadalso y recibir la seca descarga de la guillotina en 1794, en la primavera parisina del Terror, Lavoisier escribió una carta a su primo Auge de Villers que no podemos leer sin estremecimiento. En ella, el padre de la química moderna, el sabio universal que apenas unos años antes había apoyado la Revolución como un ciudadano más, se siente orgulloso de su vida, se despide de sus seres queridos y sólo lamenta que «el ejercicio de servicios importantes a la patria y una carrera empleada con provecho para el progreso de las artes y los conocimientos humanos no bastan para protegerme de un fin siniestro y para evitar perecer como un culpable». Al día siguiente, cuando su cabeza ya había rodado por el suelo ensangrentado de París, alguien sentenció: «No ha hecho falta más que un instante para cortarla, puede que cien años no basten para producir otra igual».
«Tal vez decir que a este libro le he dedicado toda una vida sea decir demasiado», nos confiesa Sánchez Ron en su cubil de la RAE, «pero sin duda ha sido mucho tiempo, se trata de un libro que ha ido adquiriendo forma mientras publicaba otros, un libro que plasma una auténtica afición. Siempre me atrajeron las cartas entre científicos y llevo décadas reuniendo el material y persiguiendo las fuentes. Pero ojo: después de reunir el material tuve que seleccionar y buscar la misiva en cuestión que encarnaba un hito en la historia de la ciencia. Sólo la correspondencia de Newton, por ejemplo, ¡ocupa siete volúmenes! Y después he ido comentado y contextualizado todas y cada una de las cartas». La última obra del académico ofrece así al lector una vía de acceso rápido a los grandes hallazgos científicos de la historia y a las complejas personalidades de los más grandes científicos. Es un libro también que suena a despedida porque, aunque su autor confía en escribir alguno más, «es hora de ir cerrando puertas».
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—Newton fue un ferviente creyente que se interesaba por la alquimia, y Pierre Curie creía que se podía hablar con los muertos. La ciencia ha logrado hoy tal ascendiente en la sociedad que parece un sistema perfecto caído del cielo. ¿Las cartas entre científicos nos devuelven la humanidad y el contexto de azares y luchas que hoy solemos obviar?
—De azares, luchas, encuentros y desencuentros. A veces observamos aquí cómo el genio extraordinario tiene también versiones, digamos, menos rigurosas. Pienso, por ejemplo, en el gran matemático Georg Cantor y sus transfinitos quien, por otra parte, defendía sin muchas pruebas que el autor de las obras de Shakespeare era en realidad Francis Bacon. O Newton, cuya mente diría que ha sido la más poderosa que ha existido nunca. Pues Newton en realidad escribió mucho más de temas teológicos, cronología de los reinos antiguos o alquimia que de física o de matemáticas. Los seres humanos no podemos no pertenecer a nuestro tiempo.
—»Ni los físicos jóvenes ni los viejos pueden servir a la sociedad con eficacia hasta que el pasado se despliegue ante sus ojos como el intenso drama que fue», escribió el físico John Wheeler. No atender a las cartas entre científicos nos hurta su proceso creativo. Y además, como usted señala, en la intimidad de una correspondencia privada, los científicos se muestran más dispuestos a proponer ideas arriesgadas.
—Claro, abordar la historia de la ciencia sólo a través de los artículos o los libros publicados resulta tan engañoso como pobre. Eso es solo la punta del iceberg. ¿Cómo se les ocurrió? ¿Qué caminos tomaron? Pensemos en Einstein. En sus cartas a su mujer, Milena, observamos sus dudas y desamparo cuando aún no era nadie. Porque si vamos al artículo donde presenta la relatividad especial en 1905… ¡no hay ni citas! ¿De dónde ha surgido eso? ¿Cómo se le ha ocurrido? Las cartas nos aportan algo esencial.
—Por cierto, advierte de una amenaza tan paradójica como potencialmente destructiva para los futuros investigadores de la ciencia: el correo electrónico.
—Es que será imposible para los futuros historiadores de la ciencia estudiar los emails como yo he trabajado las cartas. Porque los formatos van cambiando, por ejemplo, pero, sobre todo por el gigantesco volumen de información. ¿Cómo abrirse camino ahí? Por no hablar de los contactos por Zoom, Skype… Va a ser imposible, y no hay vuelta atrás.
—Los Principia Mathematica son la Biblia de la física moderna y el alfa y omega de la Revolución Científica. Y, sin embargo, si su amigo y editor Halley no insiste a Newton para que lo terminase… tal vez no hubiéramos tenido leyes de la gravitación universal. ¿El azar gobierna los asuntos humanos como los científicos no serían capaces de confesar?
—El azar y las personalidades. Newton fue un tipo muy complicado y suspicaz, y su pobre amigo Halley tuvo que apañárselas tratando con él para calmarle cuando veía ataques por todas partes y lograr que terminara su obra.
—Es impresionante la carta de Lavoisier antes de pasar por la guillotina, que nos recuerda la figura del científico como mártir de la razón, cuyo quizás mayor exponente sea Galileo. ¿Quiénes son los Galileos de hoy? ¿Los que defienden por ejemplo que el sexo existe aunque otros se empeñen en lo contrario?
—Hoy faltan Galileos y sobran inquisidores. Aparecen inquisidores a toda velocidad y por todas partes. Y fíjese, sin justificarlos pero, al menos, los inquisidores que juzgaron a Galileo defendían una serie de razones de las que estaban convencidos. Pero los posmodernos inquisidores de hoy ni siquiera eso, lo que dicen es que todas las razones son igualmente válidas. Respecto a lo del sexo y el género que usted señalaba… ¿cómo va a valer lo mismo una razón científica que una ideológica?
—¿Y han alcanzado esos inquisidores el último reducto del conocimiento? ¿Usted cree que en las universidades de élite estadounidenses, y cada vez más en el resto, se está abriendo un pozo de ignorancia debido a la corrección política y a la llamada «cultura de la cancelación» que socavan la actitud crítica que siempre impulsó a la ciencia?
—Me gustaría pensar que, aunque soy consciente de que ocurre todo eso, en las universidades el espíritu crítico no se ha echado a perder como sí ha ocurrido en las redes sociales. Pero quiero dejar claro que, a pesar de todo, la ciencia avanza, la tecnología avanza, el conocimiento avanza. Para bien o para mal.
—Es muy curiosa esa carta de Darwin a Asa Gray en la que confiesa con desaliento su falta de fe. En menos de dos siglos habíamos pasado de un Newton que buscaba a Dios en la nueva física al ateo Darwin… ¿Con la teoría de la evolución la ciencia expulsa definitivamente a Dios de sus dominios?
—Yo creo que sí, aunque es verdad que la religión siempre intenta buscar su sitio. Por ejemplo, la Iglesia católica acepta a Darwin pero apostilla que Dios es el que ha diseñado el camino de la evolución. O esos teólogos que aseguran que el Big Bang fue el momento de la creación divina. Pero, la verdad es que la ciencia actual se lo pone muy difícil a la religión. Definitivamente, Copérnico nos alejó del centro del Universo y Darwin del centro de la vida, dos principios religiosos esenciales. Seamos serios: si la ciencia aún no puede explicar el origen del universo, y no puede, ¿vamos a recurrir a Dios, otra idea que tampoco somos capaces de explicar?
—La ciencia despliega un mundo carente de sentido y un universo futuro frío y sin vida posible. Es lógico que algo así genere rechazo en unos seres humanos que necesitan en su vida sentido y esperanza.
—Y no solo eso. Eso también explica que existan científicos creyentes, lo que, a mi modo de ver, no deja de ser esquizofrénico, porque la ciencia necesita pruebas mientras que la religión es cuestión de fe. Es verdad que la ciencia puede no hacernos felices y que la idea de que seremos todos polvo cósmico en un universo frío puede ser terrible, pero lo que sí nos da la ciencia es dignidad.
—Las cartas de Einstein y su trayectoria intelectual son deslumbrantes porque en ellas podemos seguir toda una evolución. ¿Cómo se convierte el revolucionario científico de la relatividad en un reaccionario opuesto a la imagen aleatoria del mundo que ofrecía la física cuántica?
—Efectivamente. Sin embargo, hay algo que permanece en ambos Einstein, en el revolucionario y el reaccionario o conservador. Lo que se conserva es su creencia en la existencia de un mundo objetivo real, que la relatividad postula pero la física cuántica no. Y lo increíble es que Einstein fue también uno de los científicos que más contribuyó a fundar la mecánica cuántica con sus trabajos de 1905 o 1913. Es cierto que hoy no podemos dejar de pensar que Einstein debió acabar por rendirse a la eficacia contraintuitiva de los cuantos, pero debemos comprenderle también. Su error fue ser fiel a como él pensaba que debía ser el mundo, en lugar de observar sin más cómo es en realidad.
—¿Y en qué punto se halla ahora mismo esa búsqueda del grial de la física que llamamos Teoría del Todo y que combinaría al fin relatividad general y cuántica, hoy por hoy incompatibles entre sí? ¿Es posible que esa búsqueda de la Teoría del Todo obedezca más a un anhelo fieramente humano que tal vez la naturaleza no pueda corresponder?
—Tal vez. Pero sí es cierto que la ciencia, y en especial la física, siempre avanzaron unificando sus distintas leyes. Newton unifica la gravedad y el movimiento, Maxwell hace lo propio con la electricidad y el magnetismo, y por último, la mecánica cuántica ha acabado por unificar tres de las cuatro fuerzas de la naturaleza. La teoría de cuerdas prometía reglarnos la unificación total, esa Teoría del Todo definitiva, pero es tan compleja y teórica que no hay manera de comprobarla. Y luego, fíjese, surgen novedades que lo trastocan todo. Hasta hace tres telediarios pensábamos que comprendíamos de qué estaba hecho el cosmos y ahora resulta que la mayor parte está compuesto de una energía y una materia oscuras que no tenemos ni idea de lo que son.
—Ahora que la invasión rusa de Ucrania nos vuelve a recordar la amenaza nuclear, la aventura del Proyecto Manhattan resulta impresionante. La ciencia que iba a salvar a la humanidad acabó por ponerla al borde del apocalipsis nuclear.
—¡La ciencia no! Los usuarios de la ciencia, por decirlo así. Ja ja ja. Porque la ciencia, la medicina, por ejemplo, también podríamos decir que han salvado millones de vidas. Pero sí, a veces el cuchillo que usas para cortar el pan y alimentarte también puede matarte. No acusemos a la ciencia de su mal uso, sino a nosotros mismos. Es cierto que hoy, con la guerra en Ucrania, ha regresado ese fantasma nuclear que ya habíamos olvidado. Y ojo, la historia sí nos recuerda que algunos científicos no sólo tomaron la iniciativa en la carrera atómica, sino que incluso disfrutaron con ello. Como Sajarov, premio Nobel de la paz y padre de la bomba de hidrógeno soviética que confiesa en sus memorias… ¡que aquello era ciencia divertida!
—Sigamos con las amenazas científicas. La reciente explosión de la IA con ChatGPT ha vuelto a abrir el debate sobre un futuro en el que las máquinas sustituyan a los seres humanos o incluso, como postula el transhumanismo, nos fusionemos con ellas y nos convirtamos en algo distinto. ¿Esto es ciencia o religión?
—No es religión, es tecnología. Podría ocurrir que, en el futuro, la tecnología nos transforme en algo muy distinto de lo que somos hoy. Y el problema es que la tecnología siempre gana, el programa es que, si un desarrollo tecnológico es posible, sin duda tendrá lugar. Que las máquinas acaben sustituyendo a los humanos en muchas actividades es algo que ocurrirá, que ya está pasando. ¿Surgirán movimientos sociales contra las máquinas? ¿Nuevos luditas? No podemos saberlo, la historia no se repite. Y sinceramente, incluso en sociedades democráticas, yo no albergo mucha esperanza.
—Concluye su libro con Nabokov, que además de ser un gran escritor fue un gran entomólogo. Las relaciones entre las humanidades y la ciencia, sin embargo, no siempre se mostraron afortunadas. ¿Qué fue de la aspiración a una Tercera Cultura que uniera ambas?
—Tal aspiración guía mi propia vida y desearía que fuera general. Pero es verdad que la sociedad está dominada por personas con formación —los que la tienen, porque muchos políticos ni siquiera— de tipo humanista. Sólo saben de una de las dos culturas y no quieren saber nada de la otra, la científica. La temen incluso, porque saca a la luz sus limitaciones. Estamos rodeados de exposiciones de Lucien Freud, de premios Goya y, sin embargo, ¿dónde está la ciencia? Echo de menos un mayor interés de los humanistas por las cuestiones científicas. Uno de mis héroes intelectuales, el biólogo evolutivo Stephen Jay Gould, escribía además maravillosamente, desde una impresionante cultura humanística. Y como dice el socarrón Richard Dawkins, ahora que le han dado un premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, un músico, ¿cuándo se lo van a dar a un científico?
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