Fotos: Manuel Castells / UNAV, 2021)
Internet nos ha cambiado la vida y José Luis Orihuela lo sabe bien. Profesor universitario en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, conferenciante y escritor, acaba de publicar Culturas digitales, un ensayo donde analiza el impacto de internet, los móviles y las redes sociales sobre diferentes ámbitos de nuestra sociedad, como la educación, la empresa, el empleo, la identidad, el periodismo y la política. El autor del blog eCuaderno.com —un referente en la blogosfera en español desde el 2002— aporta una mirada crítica, y sobre todo didáctica, a este gran proceso que ha conectado a los habitantes de todo el mundo a través de unos cables de cobre recubiertos de cobre.
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—Empezamos con una pregunta sencilla. ¿Cómo piensa que habría sido la pandemia del COVID sin Internet?
—Sin internet, la televisión y la radio habrían sido los medios dominantes. Habríamos visto un resurgir de los canales de noticias internacionales de 24 horas y, al mismo tiempo, de las redes de radioaficionados. La coordinación internacional habría sido más difícil y más lenta, la ineficacia de la OMS habría sido mayor y la desorientación de las audiencias menos informadas habría resultado más letal.
—Tenemos más cantidad de información a nuestro alcance que en ningún otro momento de la historia, accedemos a ella de forma más rápida y con una magnitud universal. No hay límite de medios de comunicación ni del volumen de noticias, y sin embargo la opinión parece más polarizada que antes.
—Ocurre que internet, y en particular las redes sociales, son medios que favorecen a los extremos. Las posiciones juiciosas, equilibradas y razonables son percibidas como tibias y desplazadas por las ideologías de confrontación, que se benefician del miedo, la irracionalidad y el choque. La red nos ha devuelto a una fase tribal en la que todos los problemas complejos tienden a plantearse como un enfrentamiento entre ellos y nosotros.
—Frente a la tendencia de llenar las aulas de ordenadores, usted propone enseñar a usar las herramientas digitales y fomentar el modo crítico. ¿En qué consiste la alfabetización digital?
—La alfabetización digital comienza por asumir que la incorporación de tecnologías en una organización no resuelve de modo mágico ningún problema. La historia de las tecnologías educativas se puede resumir con el paradigma “una solución en busca de un problema”. Así es como se pretendió introducir la televisión en las aulas, los ordenadores, las pizarras electrónicas, la red internet y las tabletas. Mientras una tecnología de la información no consigue hacerse permeable en las metodologías de la enseñanza, se la percibe indistintamente como una amenaza o una promesa. Hay que superar el efecto paralizante que produce la perplejidad de lo nuevo y apropiarse de las herramientas para transformar la educación. La alfabetización digital consiste en superar las visiones mágicas y apocalípticas de la tecnología y avanzar —más allá de la adquisición de destrezas operativas en torno a su funcionalidad— hacia los ámbitos de la apropiación crítica, práctica y creativa de las nuevas herramientas.
—En el capítulo de su libro dedicado a la educación escribe: «Más reading y menos streaming«. ¿Cómo podemos transmitir ese alegato a favor de la lectura y del libro a las nuevas generaciones?
—«Más reading y menos streaming» es una provocación que busca, sin desmerecer a la televisión, hacer reflexionar acerca de la necesidad de recuperar tiempos y espacios para consumos culturales que demandan otras capacidades, como la imaginación y la memoria, la abstracción y la reflexión. El fenómeno internacional de un libro tan maravilloso y emocionante como El infinito en un junco, de Irene Vallejo, es un indicio de la existencia de un anhelo global por el libro y la lectura, ante tanta digitalización y navegación sin rumbo.
—¿Deben tener los alumnos móviles en clases y usarlos para su educación? Puede ser un contrasentido que les hablemos a nuestros hijos de la importancia de las herramientas digitales y que les prohibamos o limitemos su uso.
—El capítulo sobre “Educación” es uno de los más extensos del libro, precisamente por la gravedad de los asuntos que están en juego. Si los móviles están demonizados en casa y prohibidos en la escuela, entonces ¿quién se hace cargo de la alfabetización digital de las generaciones hiperconectadas? El miedo ha sido siempre la respuesta a una tecnología que no se comprende o no se controla, porque cuando la tecnología se comprende o se controla deja de ser percibida como tecnología y se convierte en ambiental. El círculo vicioso solo puede romperse con la alfabetización digital de los padres y de los maestros. Algo que, paradójicamente, requiere de la colaboración de los hijos y de los alumnos.
—¿Cómo podemos, padres y educadores, encaminar a nuestros hijos —y cuñados— en la senda del pensamiento crítico?
—Hay una narrativa crítica sobre la tecnología, desde Black Mirror hasta El dilema de las redes, que suele derivar hacia el terreno distópico. Tiene la ventaja de que nos hace pensar y debatir acerca de la hiperconectividad, pero al precio de hacer circular un discurso en el que la tecnología es percibida invariablemente como enemiga de lo humano, una visión que, por otra parte, impregna todo el debate acerca de la robótica autónoma. Un pensamiento crítico que no resulte paralizante debería asumir el carácter irreversible de la digitalización y la conectividad y ayudarnos a reflexionar acerca de los modos en los que la adopción de herramientas como móviles y redes sociales afectan a nuestros hábitos cotidianos, a nuestra conducta y a las relaciones con las personas que nos rodean.
—En 2002 usted creó su blog eCuaderno. Fue todo un pionero. ¿Cómo ha cambiado la blogosfera en estos casi 20 años?
—Los blogs fueron el comienzo de la web social, la primera herramienta popular para que los usuarios de internet sin conocimientos de programación, diseño o servidores web pudieran publicar contenidos sin intermediarios y universalmente accesibles. Posteriormente, la expansión de las redes sociales —especialmente Facebook, Twitter e Instagram— y la popularización de los teléfonos inteligentes, transformaron el ecosistema digital, incluyendo la blogosfera, que dejó de ser el sistema dominante.
—»Los blogs son personas que proponen una conversación», comenta en su libro. También cita a Ignacio Ramonet: «Muchos lectores prefieren la subjetividad y parcialidad asumida de los bloggers a la falsa objetividad y a la imparcialidad hipócrita de la gran prensa». ¿Cómo pueden competir los medios de comunicación contra los blogs?
—Los medios de comunicación no solo compiten con los blogs, sino con todos los nuevos jugadores del espacio digital nacidos con internet. Bloggers, youtubers, ticktockers, podcasters e influencers multiplataforma —todos, incluyendo a los medios— compiten por el único recurso escaso que queda en la economía digital, que es la atención de los usuarios de la red. La red niveló el terreno de juego para todos los actores de la comunicación pública, creando una tormenta perfecta para los medios de masas y los profesionales establecidos. Internet es una implacable trituradora de intermediaciones ineficientes. Competir en esas condiciones exige asumir la innovación como un ejercicio permanente, estar dispuesto a cambiar rápido, a hacer cosas nuevas y a asumir que el talento está más distribuido que nunca.
—Recuerdo que, en una de las charlas de iRedes —congreso iberoamericano digital donde ejercía de codirector junto a Leandro Perez y Txema Valenzuela—, un ponente comentó que los grandes medios de comunicación tradicionales eran dinosaurios luchando contra animales más pequeños y rápidos que acabarían ganando la partida. ¿Cuál es el presente y el futuro de las grandes editoriales de prensa? ¿Podrán sobrevivir con los modelos de suscripción?
—Algunos supuestos dinosaurios han revelado una extraordinaria capacidad de adaptación a los nuevos entornos, como la BBC, el Guardian, el New York Times, el Washington Post, la CNN, Bloomberg, Disney y el Financial Times, entre muchos otros. Esta carrera no es entre grandes y pequeños, sino entre veloces y lentos, y entre gigantes y todos los demás. En cuanto a la suscripción, hay una tendencia a confundir un modelo de pago con un modelo de negocio. Un producto que se ha regalado durante 28 años no se puede empezar a cobrar mientras no se haya optimizado, porque seguirán existiendo productos gratuitos de similar calidad. En consecuencia, la cuestión no es cómo se cobra por el producto de siempre, sino qué servicio competitivo puedo ofrecer a un precio razonable que me permita escalar, y qué sinergias puedo explotar con otros servicios de mercados adyacentes que estén en la misma situación.
—En Radio 3 hay una cuña de continuación en la que un chico grita: «¡Muerte al algoritmo!». Ya estamos leyendo noticias escritas por «máquinas», y hay hasta influencers virtuales —que no son personas de carne y hueso, como Rozy—. ¿Acabará el algoritmo con nosotros, o podremos dominarlo? ¿Seguirá habiendo periodistas y profesores en un futuro cercano? ¿Cómo afectará la transformación digital que estamos viviendo al mercado laboral y al sistema educativo?
—Los algoritmos son instrucciones codificadas para que una máquina realice una tarea más o menos compleja. Sin algoritmos no tendríamos buscadores, ni redes sociales, ni comercio electrónico. La cuestión, en consecuencia, no pasa por eliminar los algoritmos, sino por hacerlos más transparentes y auditables para solventar el efecto de caja negra que actualmente proyectan sobre el mundo digital. Los periodistas, los profesores y todos los profesionales que trabajen intensivamente con información tendrán que entenderlos y analizarlos mejor, y seguramente tendrán que aprender a programarlos.
—Edu Galán conversó con William Deresiewicz para Zenda. El autor de La muerte del artista comentaba en esa entrevista: «El artista ha sido estrangulado lentamente por Silicon Valley y por el público. Esto se debe a varias cosas, pero sobre todo a ese maravilloso «todo gratis» que hemos disfrutado durante los últimos veinte años». ¿Está de acuerdo con esta afirmación?
—Infinidad de artistas han tenido que regalar o malvender su obra mucho antes de la existencia de internet, y sigue habiendo artistas en la era digital que se niegan a someterse a los designios de la mercantilización. Mientras tanto, la red ha abierto las puertas de la exposición pública a talentos artísticos que, sin ella, nunca hubieran visto la luz. Cuanto más complejo y contradictorio se vuelve nuestro mundo, más falta nos hacen los artistas para ayudarnos a procesar el sinsentido y el caos cotidiano. No hay Silicon Valley que pueda acabar con eso.
—Un hombre de Carolina del Norte se presenta en una pizzería de Washington rifle en mano porque ha leído que es un local de pedófilos creado por el jefe de campaña de Hillary Clinton. La «noticia» nació en Macedonia del Norte y se difundió en radios, redes sociales y blogs de Estados Unidos. ¿La globalización de la información puede llevarnos al desastre?
—Parte de la demonización habitual de internet consiste en relacionar la red con la conducta criminal (como en su tiempo se hizo con los videojuegos y antes con la violencia en televisión). La noticia no es dónde un chiflado leyó qué cosa, sino que hay un desequilibrado armado en un sitio público amenazando a la gente.
—A Luis Tosar le acaban de crucificar en Twitter por un titular descontextualizado y que ni siquiera dijo en la entrevista. ¿Necesitamos muy poco para apuntar y disparar? ¿Estamos condenados a consumir solo titulares?
—Especialmente los personajes públicos tienen que tener la piel gruesa para sobrevivir en las redes sociales. En algunos países, la película de los hermanos Coen No Country for Old Men se tradujo como Sin lugar para los débiles, lo que podría ser un buen descriptor para Twitter. No estamos condenados a leer solo titulares, ni a ver solo fotos de gente feliz, ni a escuchar solo pódcasts de autoayuda, pero tenemos que mejorar mucho nuestra dieta informativa.
—Quizás el espíritu inicial de internet sigue ahí, pero los árboles, la «infopolución» de la que habla en su libro, no nos deja ver el bosque. ¿Es posible volver al concepto de una web cooperativa?
—Para casi ninguna fase de la historia de internet hay posibilidad de vuelta atrás. La gestión de la infopolución no se resuelve con el regreso a un tiempo idílico, sino mejorando nuestros sistemas de filtrado.
—Ahora todo tiene un precio, hasta los enlaces. La hipertextualidad era la esencia de la Web de Tim Berners Lee. ¿Qué piensa de la compra y venta de enlaces para mejorar el posicionamiento de una web? ¿Ha podido el capitalismo con el romanticismo?
—Google descubrió el poder de los enlaces para jerarquizar la información disponible en la web y al mismo tiempo explotó su valor económico como moneda de visibilidad en un entorno saturado de información. La venta de enlaces, primero, y la venta de los datos agregados de los usuarios, después, son las bases de la economía de las empresas de internet y la razón por la cual sus servicios son gratuitos para los consumidores finales. Aunque los comienzos de las tecnológicas de internet están ligados a la innovación y al emprendimiento serial, lo cierto es que cuando triunfan necesitan salir a bolsa para poder seguir escalando y, en ese momento, la innovación (y el “romanticismo”) tienen que dejar paso a las cuentas de resultados trimestrales, que es lo que demandan los accionistas
—Hablemos de Instagram. ¿Cuánta frustración puede generar en el usuario un mundo ideal de falsa felicidad como el que construimos en esa red social? ¿Por qué necesitamos transmitir esa imagen de triunfo?
—El Wall Street Journal ha revelado recientemente un informe que demuestra hasta qué punto Facebook es consciente del daño que causa Instagram entre los adolescentes y que, a pesar de conocerlo, no hace nada por subsanarlo («Facebook Knows Instagram Is Toxic for Teen Girls, Company Documents Show», 14/09/21). Es una situación equivalente a los primeros compases de las batallas entre las tabacaleras y los enfermos de tabaquismo en torno al conocimiento y ocultación de los ingredientes adictivos incorporados en la fabricación de cigarrillos. Hay que reconocer que tenemos un problema relacionado con la dependencia del reconocimiento de los demás, con el exceso de comparación social y con una desmedida imagen de la felicidad. Ese cóctel produce ansiedad y depresión, ya que nadie resulta tan visible ni tan guapo como cree que debería ser para resultar aceptado.
—Termino con Gerald Holton, catedrático de Física y de Historia de la Ciencia de la Universidad de Harvard —al que le tocó huir de los nazis siendo un niño—, que ha declarado: «Sufrimos el virus de la opinión, los hechos ya no importan». ¿Está de acuerdo con Holton?
—El problema se produce cuando las opiniones no tienen fundamentos, cuando contradicen las evidencias científicas o históricas, cuando no se modifican al revelarse los errores o manipulaciones sobre las que se sustentan y cuando se mantienen a sabiendas de que solo son construcciones ideológicas diseñadas para mantener la cohesión de una tribu. Indudablemente, es más fácil tener opiniones que certezas y, desgraciadamente, es muy habitual atribuir a las primeras la contundencia de las segundas.
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