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Jorge Luis Borges, autor del Menard - Zenda
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Jorge Luis Borges, autor del Menard

Jakub Michał Nowak (Varsovia, 1996) juega con el título del cuento de Borges «Pierre Menard, autor del Quijote» y elabora esta metaficción que termina con una fecha futura para una posible cita. Zenda publica este cuento inédito de este joven autor de origen polaco. *** 12 de abril de 2027 4.7/5 (26 Puntuaciones. Valora este...

Jakub Michał Nowak (Varsovia, 1996) juega con el título del cuento de Borges «Pierre Menard, autor del Quijote» y elabora esta metaficción que termina con una fecha futura para una posible cita.

Zenda publica este cuento inédito de este joven autor de origen polaco.

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No pretende este, en ningún caso, ser un ejercicio de metaliteratura. Mi objetivo es hacer un comentario, sin duda intrascendente, sobre un fenómeno por todos conocido (aunque tal vez nadie lo haya examinado lo suficiente para darle forma de afirmación). No concibo que la obra de mi compañero de profesión aquí mencionado necesite validación alguna, y contemplo este como un liviano apunte de cómo se pudo fraguar el suceso en cuestión. Es, además, una invitación, por supuesto amistosa. El inicio se remonta a hace unos años, a una época durante la cual estuve inmerso en una concatenada y, por las circunstancias, remotamente lacerante hilvanación de fábulas utópicas. Mi obra —si bien, más que mi obra visible, la mental y subterránea (e interminablemente heroica, e impar)— se sustentaba en unas consideraciones alejadas de la invención o la artimaña y tendía más a la física que a la filosofía (no así en las formas). Me había entregado, aunque pueda parecer incoherente con la afirmación anterior, a Borges desenfrenadamente, sobre todo a aquel relato sobre el Quijote, publicado en mayo del 39, que lleva por título un ficticio nombre francés. Escribí un cuento fantástico que bauticé como La contigüidad de los entes en el que mi escritura aparece, todavía, liviana y movediza. Después inicié esa otra narración que encerraba en sí el germen de la obsesión por el tiempo y lo infinito, por las ramificaciones de la ficción interconectadas como capas repetitivamente superpuestas de forma inestable y quizá especulativa. (Es esta especulación la que hace que sea irrisorio pretender explicar la inquietud que me llevó a acometer la empresa, pues toda descripción sería estéril en el mejor de los casos, y falaz siempre.) El relato, que lleva ya años derramándose como un río por corrientes inacabables, es una crónica de mi paulatino destapar, a través de la literatura, de Borges el hechicero escondido detrás de Borges el fabulista. Como un gesto de cortesía, nunca llegué a publicarlo. La idea que llevó a la concepción de su relato es aparentemente sencilla: los sentidos son infinitos. Si los de cada palabra pueden serlo en atención a tantas variables, ejes y vértices, ¿cuánta es la infinitud de las producciones lingüísticas encadenadas, recursivas? Sin embargo, la existencia de una linealidad literaria es tanto o más significativa que cualquier sentido, porque ocupa un escalón más alto en la jerarquía pertinente: el de categoría mental. Podemos abrir con palabras insinuantes umbrales hacia otros mundos posibles, otros planos inmateriales de la existencia mecánica de la mente. Desobedecer el mandato interior de diseño bidimensional diploide. Pero no lo haremos desaparecer. Al final, la naturaleza del oficio artístico exige mucho más que el compromiso con la forma: exige el compromiso con la idea de la forma. Hay un orden adecuado para colocar las palabras que tiene que ser descubierto, aunque otro lo haya hecho ya. En estas reflexiones imaginé inmerso a Jorge Luis Borges cuando escribí Jorge Luis Borges, autor del Menard. Me había dejado convencer, ya entonces, por las ideas propias de un fabulador invidente que pueblan la obra en cuestión. Las nombraba al principio: obsesión por el tiempo y lo infinito, por las capas de ficción superpuestas en una especulación interminable (posibilitada por esa contingencia literaria que subyace al texto). Mi relato, cuya premisa era una contraposición palpablemente material a aquel torrente conceptual que es el Menard, tenía por protagonista al propio autor. Lo planté ensimismado ante el escaparate de una pastelería contemplando unas magdalenas, deliberando consigo mismo sobre si comprar o no los bizcochos. Llegado el momento (a raíz de una inspiración repentina, en mi caso) Borges cerraba los ojos con fuerza y en medio de esa oscuridad autoimpuesta aparecía una imagen mental: la de Jorge Luis Borges (el personaje, no la persona) masticando flemáticamente una magdalena a orillas de un río. Comprendía que ya estaba decidido. Así se empezaba a fraguar en él la idea del Menard que luego ascendía vertiginosamente hacia el hecho. Borges volvía a casa apresuradamente y escribía el relato. El momento de oscuridad en que Borges cierra los ojos y se imagina a Borges —algo había de vívido, verdadero incluso en ese párrafo— es lo único destacado de ese relato. Tras un tiempo de deliberación decidí guiarme por la corazonada y hacer una primera reescritura en la que, impugnando la historia, trasladaba toda la narración a los años opacos de Borges, cuando ya había perdido la vista (aunque su ceguera date más de tres lustros posterior a la publicación del Menard). Las reescrituras siguientes suponen un viraje alocado hacia un Borges que (ya decía él sobre esta empresa que “bastaría ser inmortal para llevarla a cabo”) intenta reescribir él mismo el Quijote, y luego de darse por vencido asume la necesidad de otra capa ficcional para poder producir una distorsión (que no elongación) del tiempo suficiente. En todas, Borges escribe el Menard siendo un hombre ciego. Podría extender este razonamiento más allá de lo ya expuesto. Es cierto que he mencionado, sin desarrollarlos, elementos importantes. También he obviado otros tantos. No obstante, no querría abusar de la paciencia de Jorge Luis Borges, quien es el destinatario de mi mensaje. Los motivos de esta retahíla no son otros que su inmortalidad y viajes en el tiempo, de los que no sé más que lo necesario para afirmar que han sucedido. Mi relato lo demuestra. Me aseguraré de que este escrito se guarde bajo llave hasta la fecha de mi muerte (sea cual sea, por favor no me la digas) para asegurar la intimidad de nuestro encuentro. Cuando lo leas, te estaré esperando mañana en la Pâtisserie Labrynthe, en Nimes.

12 de abril de 2027

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Jakub Michal Nowak

Jakub Michał Nowak nació en Varsovia en junio de 1996. Graduado en Literatura General y Comparada por la Universidad Complutense de Madrid en 2019. Lleva desde entonces compaginando un postgrado en Edición Profesional con la elaboración de una obra literaria, teatral y cinematográfica propia.

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Emilio Porta
Emilio Porta
9 meses hace

Magnífica entrevista. Alejandro Vaccaro y Roberto Alifano son, sin duda, los grandes herederos intelectuales de la obra y vida literaria, la fundamental, del, sin duda, junto a Cortázar, mayor escritor que ha dado Argentina al mundo. Yo, que soy un acérrimo lector de Borges, creo que un libro como el de Vaccaro es una obra definitiva. Conservar la memoria del escritor que más ha merecido el premio Nobel y nunca se lo dieron, aunque eso, en la Historia de la Literatura, carezca de importancia, es impagable.

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