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Jorge Juan, un espía al servicio de Su Católica Majestad - Zenda
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Jorge Juan, un espía al servicio de Su Católica Majestad

Los españoles, a diferencia de lo que ocurre con franceses o británicos, no nos hemos caracterizado por ensalzar nuestro pasado, tampoco a los hombres que le dieron lustre. Hemos sido más de cargar las tintas en las épocas oscuras o incluso oscurecer los pasajes más brillantes de nuestra historia, que de todo hubo. También ha...

Los españoles, a diferencia de lo que ocurre con franceses o británicos, no nos hemos caracterizado por ensalzar nuestro pasado, tampoco a los hombres que le dieron lustre. Hemos sido más de cargar las tintas en las épocas oscuras o incluso oscurecer los pasajes más brillantes de nuestra historia, que de todo hubo. También ha ocurrido con los hombres más egregios a los que, por lo general, hemos sido remisos a la hora de reconocer unos méritos que, en cualquier otro país, los habrían convertido en héroes. Incluso a la hora de morir, cuando las cuitas dejan a un lado la envidia y somos más dados al reconocimiento, no siempre ha sido así. Los huesos de Blas de Lezo, un marino tan valeroso como desconocido, están, en una fosa común, en Cartagena de Indias; mientras que los del estirado almirante Vernon, que vendió la piel del oso antes de cazarlo y fue vapuleado por Lezo ante los muros de aquella ciudad, reposan en la abadía de Westminster.

"Jorge Juan, amén de excelente marino, fue uno de los grandes científicos de su tiempo, a quien Europa rindió un tributo de admiración que no tuvo respuesta en la España de su tiempo."

Sabemos dónde está enterrado, pero no se le han reconocido debidamente sus méritos a otro de los grandes marinos del siglo XVIII, el que Marcelino Menéndez y Pelayo consideraba el menos español de nuestros siglos, me refiero a Jorge Juan y Santacilia. Vivió en dicho siglo, una época donde se confrontaron las novedades defendidas por los llamados ilustrados con los planteamientos de los defensores de las tradiciones más enraizadas. Fue también un tiempo donde los marinos encargados de servir en la Real Armada de Su Católica Majestad, excelentemente preparados, salían de la Academia de Guardiamarinas, fundada en Cádiz por uno de los grandes ministros de aquella centuria, don José Patiño. Allí se formó Jorge Juan que será otro de los olvidados, pese a la calle rotulada con su nombre en Madrid. Para la inmensa mayoría es sólo eso: el nombre de una calle.

Jorge Juan, amén de excelente marino, fue uno de los grandes científicos de su tiempo (midió el arco del meridiano demostrando empíricamente que la Tierra no era una esfera, al estar achatada por los polos), a quien Europa rindió un tributo de admiración que no tuvo respuesta en la España de su tiempo. Tuvo problemas con la Inquisición para poder dar a la estampa sus Observaciones astronómicas y físicas hechas en los reinos del Perú por sostener como válida la teoría heliocéntrica de Copérnico frente a la tesis geocéntrica defendida por la Iglesia que logró allanar otro de los grandes ministros del siglo, don Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, quien le propuso llevar a cabo una peligrosa misión, con motivo de su viaje a Londres, invitado por la Royal Society (la más prestigiosa institución científica de entonces) para dar algunas conferencias, mantener encuentros con los hombres de ciencia británicos y ser investido miembro honorífico de dicha sociedad. Esa misión tenía como objetivo hacerse con las técnicas de construcción naval empleadas por los ingleses, que habían convertido a su país en la primera potencia marítima. Ensenada buscaba con ello la forma de rearmar a la marina española para hacer frente a las agresiones británicas en las Indias. Una armada que obtuvo resonantes triunfos en aquel siglo que, marcado por Gibraltar (1704) y Trafalgar (1805), dejó en el olvido la batalla de Cartagena de Indias, la actuación de Bernardo de Gálvez o la del almirante Luis de Córdoba que infligió, como Blas de Lezo, otra severa derrota naval a los británicos.

"Contaba con un marco histórico atractivo: el siglo XVIII donde se confrontaba la tradición con la modernidad; tenía una aventura, estrictamente histórica, de espionaje con un protagonista extraordinario e injustamente olvidado."

Tenía los ingredientes para una novela. Así surgió El espía del Rey. Contaba con un marco histórico atractivo: el siglo XVIII donde se confrontaba la tradición con la modernidad; tenía una aventura, estrictamente histórica, de espionaje con un protagonista extraordinario e injustamente olvidado. Podía situar la acción tanto en el Londres que había resurgido de sus cenizas, tras el gran incendio de 1666, con sus tabernas, sus docks y sus clubs donde se reunía su aristocracia o su poderosa burguesía, como en el Madrid donde reinaban Fernando VI y Bárbara de Braganza, se construían las Salesas Reales, o el Palacio de Oriente, triunfaba el castrato Carlo Broschi, más conocido como Farinelli, y se daban la mano las viejas tabernas y los modernos cafés, como el de la Cruz de Malta, y eran frecuentes las tertulias donde se debatía de literatura, arte o toros. Podrían verse personajes como el estrafalario Torres y Villarroel, con fama de nigromante, o un viandante podía quedar empapado con algo más que agua al grito de “¡Agua va!”.

"Si Jorge Juan hubiera nacido inglés, no me cabe la menor duda de que a su figura se le habrían dedicado documentales, series de televisión y alguna otra película."

Para cumplir su misión Jorge Juan embarcó en el puerto de Cádiz en el buque inglés The First August a finales de enero de 1749, acompañado de dos guardiamarinas (José Solano y Pedro de Mora), para llegar a Londres el primer día de marzo y comenzar una apasionante aventura que le llevó a adoptar falsas identidades como la del tratante de vinos, mister Josues o la del librero mister Sublevant. Su actuación fue más allá de lo que hoy denominaríamos espionaje industrial. Burló a los ingleses, que tantas veces nos burlaron a nosotros. Sólo por ello merecería un lugar de honor en nuestra historia. El espía del Rey es, en cierto modo, un homenaje a uno de los grandes personajes de nuestra historia que, como tantos otros, está sumido en el olvido.

Si Jorge Juan hubiera nacido inglés, no me cabe la menor duda de que a su figura se le habrían dedicado documentales, series de televisión y alguna otra película. Pero era un alicantino de Novelda.

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Autor: José Calvo Poyato. Título: El espía del Rey. Editorial: Ediciones B. VentaAmazon y Fnac

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José Calvo Poyato

Catedrático de Historia y doctor por la Universidad de Granada en Historia Moderna. En 1995 publicó su primera novela: “El hechizo del rey” a la que siguieron “Conjura en Madrid” y “La Biblia Negra”. Varias de sus obras han sido traducidas a diferentes idiomas. Como novelista le han interesado las épocas que constituyen su especialidad histórica y también las mujeres que por su personalidad llamarron la atención de sus contemporáneos, como es el caso de Caterina Sforza, protagonista de “La dama del dragón” e “Hipatia de Alejandría”, firgura principal de “El Sueño de Hipatia”. Ha publicado también Sangre en la calle del Turco (2011), Mariana, los hilos de la libertad (2013) y El Gran Capitán. Con “La Orden Negra” fue finalista del premio Torrevieja, en 2005. Fue fundador y primer director, entre 2003 y 2006, de la revista “Andalucía en la Historia” y es colaborador asiduo de revistas como “La Aventura de la Historia” e “Historia y Vida”. Es miembro de la Real Academia de Córdoba. Desde 2008 mantiene una columna de opinión semanal en el diario ABC, en su edición de Córdoba.

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