Foto de portada: Jeosm.
Jorge Fernández Díaz (Buenos Aires, 1960) brinda una oración diaria a un Borges que, ciego en vida, se tornó sordo, como todos los dioses, cuando se puso el traje de madera. Zenda se cita con su colaborador, “el escritor vivo más importante de la Argentina” (Pérez-Reverte), en el bullicioso Café Tabac para hablar, sobre todo, de literatura y de periodismo. En esta entrevista, el miembro de la Academia Argentina de Letras, el autor de Mamá, el padre de Remil y el biógrafo de Bernardo Neustadt, el articulista estrella de La Nación y el conductor del programa de Radio Mitre Pensándolo bien discurre por los ciclos de cine televisado de su infancia, por los libros de aventuras y/o de crónicas, por los intelectuales opiáceos y por la enfermedad del kirchnerismo, ideología, o como se diga, que ha convertido a su país en “un Estado completamente fallido”. Para qué engordar más esta morcilla introductoria. Mejor cederle la palabra cuanto antes. Con un gusto inmenso.
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—Señor Fernández Díaz, ¿qué hay de nuevo?
—¡Bienvenidos a Buenos Aires! Una gran ciudad que, como decía Clemenceau, era la capital de un imperio que nunca se desarrolló.
—¿Cómo están las cosas por aquí?
—Llegan en un momento en el que la ciudad y la Argentina están en caída libre. Es el segundo o tercer país más inflacionario del planeta. Tenemos un 52% de pobreza real. Buenos Aires ha dejado de ser aquel lugar interesante, muy interesante, que fue en sus diferentes momentos. En 1910-1920, por ejemplo, era una de las capitales del mundo. Argentina llegó a ser la octava economía mundial. Luego, tuvimos algunos buenos momentos, un gran momento cultural entre 1920 y, diría, 1950. El periódico donde trabajo, La Nación, pagaba colaboraciones a Ortega y Gasset, a Unamuno… Fue el periódico que publicó a Borges y a Victoria Ocampo, está lleno de fantasmas ilustres. Era otra época, un mundo ilustre que acabó. Esos soles, que han muerto, seguimos viéndolos, pero la cultura ha declinado porque ha declinado la Argentina en general.
—El Mundo, 14 de marzo de 2023: “Argentina supera en un mes toda la inflación anual de España”. Cuénteme más, por favor.
—Es el producto del populismo sostenido en el tiempo. Un populismo que no sólo fue operativo por políticos, sino que logró una colonización mental importante en Argentina. Cuando vino la buena, como decimos nosotros, cuando la cosecha había sido muy buena y la soja estaba a 600, se empezó a regalar cosas para hacer política. Eso es el populismo.
—Pan para hoy.
—Y por tanto, hambre para mañana. Y llegó el mañana. Una factura de luz costaba lo mismo que un café con leche. La mayoría de los argentinos aceptó esto de buen grado. Se armaron pequeños negocios en base a esos costos que, después, por supuesto, fueron quebrando. El Estado es insolvente. Entonces, el Estado se empezó a endeudar hasta que pudo, o si no, a fabricar billetes. Lo que más se fabrica en Argentina son billetes, por toneladas. Eso te da una inflación absoluta. La inflación estructural de Argentina está metida en la cabeza de los argentinos. Los argentinos no creen más en su moneda, la repudian. Ahorran en dólares. En dólares clandestinos.
—El dólar BLUE.
—En el periódico aparece cuánto cuesta el dólar BLUE. Y sigue en el poder gente que cree que el Estado todo lo puede, que hay que repartir todo lo que se tiene, cuando no se tiene nada. Así que se está repartiendo miseria. Hay una gran cultura del pobrismo. La Iglesia Católica argentina, que es bergoglista, acompaña mucho esa idea: “Los pobres de espíritu…”. No es resignación, sino orgullo del pobrismo. A través de un lavado de cerebro, muy largo de explicar, el kirchnerismo logró esto institucionalizar finalmente. Pero viene de muy lejos. Vargas Llosa tiene una visión, en el fondo, inocente de la izquierda latinoamericana. Habla del Partido Comunista. En verdad, en América Latina hubo una mixtura de marxismo y nacionalismo. Incluso en Cuba, que nunca fue marxista-leninista. Esto explica el chavismo, Nicaragua y todos los movimientos nacionalistas de izquierda que hubo en los 70. Esta mixtura, esta ideología, es muy difícil de entender en España: el nacionalismo estuvo en una trinchera y la izquierda en otra.
—Jorge Fernández Díaz, La Nación, 31 de diciembre de 2022: “El proyecto de una patria dura con una democracia líquida conduce a una tiranía encubierta”.
—El proyecto que ha tenido siempre el kirchnerismo proviene de las provincias argentinas. El kirchnerismo, en el fondo, no quiere que Argentina sea Cuba o Venezuela. Hay otras formas de autocracias que provienen de las provincias argentinas y de las provincias, en general, de muchos lugares de América Latina. El objetivo es que parezca de lejos una democracia, pero que no lo sea. ¿Qué quiere decir? Que el poder judicial lo tengas colonizado. Por tanto, la independencia de los poderes no existe. Que el Congreso lo tengas, prácticamente, dominado, que sean notarios que, simplemente, firmen lo que al Ejecutivo se le antoja. Que haya elecciones, pero con una reforma electoral y una reforma constitucional que haga de la oposición no una verdadera alternativa, sino un mero sparring. Se busca la eternización en el poder. Era el gran proyecto de Néstor Kirchner. Este proyecto autocrático fracasó en la Argentina únicamente por su propia ineptitud económica. Si en estos dos periodos hubieran tenido éxito económico, sobre todo, en los últimos tres años, y en los cuatro últimos de Cristina Kirchner, la gente, anestesiada por la prosperidad, después de tanta miseria, de tanta viciadura, de tanta malaria, les hubiera permitido que hubieran avanzado sobre las instituciones, y que este gran proyecto, que Cristina llama “Nuevo orden”, hubiera cristalizado. Hicieron las cosas muy mal económicamente y el poder se fue licuando. Esto fue lo que salvó a la Argentina de esta situación, que es muy distinta a la venezolana y a la cubana: ahí se sostiene con armas; aquí no hay forma, las Fuerzas Armadas están desmanteladas desde hace décadas. Para bien y para mal.
—Entonces, ¿es Argentina un Estado fallido?
—Es un Estado completamente fallido. Gestiona mal, no, muy mal las empresas públicas. Gestiona pésimamente la salud, la educación y la seguridad. Entonces, es un Estado absolutamente fallido. Mis notas en Zenda son sobre todo culturales, pero, a la vez, son sobre el kirchnerismo. A veces, pregunto: “¿A quién le puede interesar?”. Y mucha gente lo ve como un espejo que puede anticipar en España. Creo que, afortunadamente, España nunca llegará a esto porque está en Europa, básicamente. No por temperamento: hemos heredado muchas cosas muy buenas de España, y algunas muy malas.
—Como, por ejemplo…
—Como la polarización y la mala leche (risas) que yo reconozco como hijo de españoles; después, de los italianos, la transgresión y la idea de trabajar en negro. Somos una mezcla de dos mundos complicados. No creo que España nunca llegue a esto, ahora bien: ese sueño líquido de muchos dirigentes españoles, el diseño autocrático de Kirchner, que está en Ernesto Laclau…
—Una de las referencias intelectuales de no pocos dirigentes o exdirigentes de Podemos, como Íñigo Errejón.
—Laclau, que viene del nacionalismo de izquierdas de la Argentina, asesor de Cristina Kirchner e ídolo del chavismo, introduce en la cabeza de algunos que la democracia ya no es lo que era, y que lo importante es cómo hacer una revolución dentro de una democracia. Una revolución en paz. En paz relativa. Y eso es el sueño húmedo de muchos en España, pero no creo que lo puedan lograr. Lo que yo digo a los españoles es: “Vengan a ver el modelo completo”. Es una catástrofe, es calamitoso. Nos llevó al desastre más absoluto. Ya lo habían hecho los chavistas: la diáspora venezolana fue enorme. Acá venía de Venezuela gente muerta de hambre, dispuesta a trabajar de cualquier cosa, y los kirchneristas les decían “contrarrevolucionarios” (risas), que no entendían bien el modelo chavista. Es impresionante la imbecilidad progre.
—Usted se decía progresista…
—Es que el progresismo tampoco es lo que era. Soy una persona progresista. Si hubiera estado en España, hubiera votado al centroizquierda, pero al centroizquierda de los 80. Acá hubo un episodio impresionante: Cristina Kirchner fue condenada por una de las grandes causas de corrupción de la Historia. El kirchnerismo es conocido como uno de los grandes movimientos corruptos de toda la Historia de América Latina. Su corrupción es industrial. ¿Y quiénes vienen a apoyar a Cristina Kirchner, en este momento crítico? Vienen el exjuez Garzón y el expresidente Zapatero. ¡Es impresionante! Y hay diarios progres españoles que hacen crónicas asépticas sobre el asunto.
—A propósito, ¿aquí los medios son libres?
—Los medios más grandes y tradicionales, que han sido objeto de ataques de todo tipo por parte del kirchnerismo, son relativamente independientes. El diario La Nación es independiente, se maneja con publicidad privada y con un poco de pública. Yo siento una enorme independencia. A mí no me han dicho nunca nada, y he sido secretario de Política, secretario de Opinión…
—¿Secretario es equivalente a jefe de sección, subdirector…?
—Es como subdirector. Fui también secretario de Cultura y ahora soy articulista político, los domingos. Nunca me han dicho: “Cuidado con esto, cuidado con aquello”. Veo mucha independencia. La mayoría de las investigaciones han surgido de La Nación, también de Clarín. Cristina Kirchner acaba de decir, delante de Zapatero, que le sonreía de manera infame, que las sentencias las escriben los periodistas y las refrendan los jueces. Yo he sido jefe de los principales periodistas investigadores de la corrupción en Argentina. Son periodistas clásicos que se apegan a los hechos. Han hecho Watergate. ¡Varios Watergate, no uno! Y se les ha intentado vapulear y sacar del asunto. Los jueces no han hecho más que profundizar en las investigaciones periodísticas.
—¿Ha sufrido algún tipo de persecución, cancelación y derivados?
—He tenido siempre ataques “piraña”, digamos, en las redes, y esos no me interesan mucho. Sí que me ha ocurrido, no sólo a mí, sino a una larga lista de gente… Esto empezó en los 60, pero se profundizó hace 20 años: la idea de ocupar los lugares de la cultura. Los lugares de la cultura tenían que ser peronistas. Dieron muchas facilidades a los actores y a las actrices y colonizaron esa parcela. Quien no es kirchnerista, por lo menos, es un acompañante terapéutico del kirchnerista. Y, si no, un silencioso cómplice que se hace el pelotudo y mira para otro lado, para no desentonar y no quedar fuera del Paraíso. Después, el mundo de los escritores es impresionante. En un momento, fundé un suplemento que se llamaba ADN, con Tomás Eloy Martínez, y ahí traté mucho con mis colegas de manera intensiva. Prefiero tratar con los delincuentes del pabellón de presos de máxima seguridad de Sierra Chica que con el ego de algunos escritores, que tienen una vanidad, un ego y una imbecilidad extrema. ¿Qué es lo que pasó? Durante el kirchnerismo, detecté que había una lista negra en Argentina.
—¿De escritores?
—De escritores. Eran todos aquellos que, en algún momento, habían criticado el kirchnerismo. A los primeros que criticaron, les dieron trabajos increíbles. Becas, te podría decir. Decía Néstor Kirchner: “A estos los compro con el ego o con el oro”. Y muchos se vendieron de manera muy fácil. De hecho, muchos creen que, en verdad, lo que hace el Estado cuando los manda de viaje, les da becas, traducciones, etcétera, es justicia con su talento. Un escritor me dijo: “Jorge, ¿qué otro gobierno me va a dar lo que yo merecía?”.
—¡La leche! Su nombre no me lo va a decir, ¿verdad?
—Verdad (risas). Pero fijate: no lo que yo quería, sino lo que yo merecía. Es un circuito en el que quien es dócil, quien no critica nunca, es llevado de viaje, etcétera. Hay escritores famosos que entran en el circuito de las escuelas, sus libros entran en materia obligatoria y hay que comprarlos… Bueno, tipos como yo y otros muchos estamos en una lista negra. Yo, por fortuna, tengo lectores. Hasta me fastidia ir a las ferias del libro. Tampoco tengo tiempo de dar cursos. O sea, yo no lo necesito. Pero que yo no lo necesite no implica que ellos se manejen de esa manera, cancelándote. De hecho, yo estoy cancelado y hay otros que están cancelados en facultades, etcétera.
—¿A qué sabe el cuba libre de peronismo y cultura woke?
—Es muy interesante: el peronismo es un movimiento inspirado en el fascismo italiano. Recordemos la fascinación absoluta de Perón por Mussolini. Ojo: el fascismo es un movimiento serio, hay que estudiarlo bien, digamos. Es lo que se llama socialismo nacional, que después fue nacionalsocialismo en Alemania y que saltó a América como un socialismo antiimperialista con rasgos nacionalistas. Bueno, que ese movimiento se haya convertido en progre da para risa. En los últimos tiempos, lo que descubren los Laclau de la vida es que la sociedad no sólo debe partirse en dos, patria/antipatria, pueblo/antipueblo, los buenos/los malos, sino que hay que extender el conflicto.
—Hombres/mujeres, omnívoros/veganos…
—Claro. Aquí hubo como una vuelta. Imagínate que Cristina Kirchner, que odiaba al papa Bergoglio, a la vez que decía que no estaba contra el aborto, cuando Bergoglio se declara peronista, cuando el aborto pasa a ser parte de esta estrategia, pega un giro. Como ya lo había pegado: Cristina había sido una neoliberal salvaje y, ahora, toda esa historia está olvidada. Entonces, como son tan oportunistas, tomaron toda la agenda woke y, como siempre, todas las causas nobles que ellos tomaron, las destruyeron. Tomaron los organismos de derechos humanos, los compraron, los secuestraron, les dieron dinero, los vaciaron y, por lo tanto, los convirtieron en apéndices del Partido Justicialista. Dejaron de ser ecuménicos para ser totalmente facciones. Lo hicieron con las Abuelas y las Madres de la Plaza de Mayo y con el feminismo, con el ultrafeminismo: lo sesgaron. Hay manifestaciones de ultrafeminismo en la ciudad de Buenos Aires y piden salvar a Cristina de las grandes causas, por el kirchnerismo… Es decir, todo lo que tocan, lo manchan, lo vacían de contenido. Y lo utilizan hasta el patetismo: “A Cristina Kirchner la persiguen porque es mujer”. No: a Cristina Kirchner la persigue el Código Penal, nadie más. Lo que pasa es que ella cree que está por encima del Código Penal. No tiene nada que ver que sea mujer, pero se ampara en este tipo de cosas. De todas formas, acá, lo woke no sólo está en el peronismo: está en todos los lados.
—Porque Milei hace wokismo derechón.
—Sí. Milei se siente representado por esa internacional populista de derechas en la que están Vox, Bolsonaro y Trump. Para mí, hay diferencias muy grandes entre unos y otros: Vox es muy distinto a Trump, no tienen nada que ver. Milei está haciendo campaña contra la casta política, como él dice, y el Estado. Es un liberal temperamental con todas las características del populista de ultraderecha.
— Dijo que prefiere la mafia al Estado porque “la mafia tiene códigos, la mafia no miente, la mafia compite”.
—Si le gusta tanto la mafia, sigamos con el kirchnerismo. Milei es un provocador. Representa dos cosas: primero, está vendiendo un temperamento. El temperamento es de rabia profunda. Y hay mucha gente que tiene una rabia profunda. Después, está vendiendo una idea de: “Si esto es la izquierda y esto es el estatismo, huyamos hacia el otro lado. Lo más que podamos”. Lo contrario de una estupidez puede ser otra gran estupidez. Hay que tener cuidado.
—Con la que está cayendo en su país, ¿qué es lo más inteligente que se puede hacer?
—La Argentina nunca se dio a sí misma una verdadera democracia republicana, institucional. Nunca la tuvo: el peronismo siempre la devaluó. Recordemos que, inicialmente, Perón, el movimiento justicialista, se enfrenta al “demoliberalismo”, a la democracia liberal. Por eso nunca tuvimos una democracia liberal plena. Nunca tuvimos una Transición española. Aquí no se habla de izquierdas y de derechas. Históricamente, si uno lo mira con mucha amplitud, se da cuenta de que hay dos tipos de argentinos, en general: un argentino cosmpolita, liberal, que cree en el mercado, que quiere salir, exportar, etcétera, y un argentino más endogámico, que quiere más Estado. Si esos dos tipos de argentinos se encapsularan en dos partidos y acordaran un sistema de convivencia donde hubiera diez cosas pactadas que no se tocan, como el Banco Central o la política de seguridad, habría como una especie de…
—Bipartidismo PP-PSOE.
—Más o menos. Y los extremos quedarían afuera, serían marginados. Eso, para mí, salvaría la Argentina. Salvó Uruguay. Salvó muchos otros países. Sé que suena mediocre, que hay otra gente que quiere una revolución o cosas sanguinolentas, pero yo quisiera, como dice Javier Cercas, el aburrimiento de una democracia liberal y próspera. Nada más. Pero eso es muy difícil de conseguir en la Argentina: hay un grupo que no cree en ello, y un contragrupo que cree que hay que demoler todo del otro lado. Siempre hay como un tremendismo. Vamos como en un péndulo, y el péndulo lo va destruyendo todo.
—Es una bola de demolición.
—Justo, así es.
—Pasemos al cuestionario literario: ¿cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
—El signo de los cuatro, una novela de Sherlock Holmes, de Conan Doyle. Me impactó tremendamente. Me recuerdo a mí mismo, diciéndome en la cocina de mi casa de Palermo: “Quiero hacer esto que me está haciendo a mí Conan Doyle”. Por supuesto, en ese momento, no sabía que eso implicaba ser escritor. En realidad, veía los libros como películas escritas. Lo primero que yo descubro, a los ocho años, son las películas. Había ciclos de cine que daban los sábados, y yo me sentaba a la una de la tarde, me levantaba a las doce de la noche. De una a diez era “Sábados de cine Súper Acción”; de diez a doce, “Hollywood en castellano”. Yo iba a jugar al fútbol el sábado por la mañana y, después, desde los ocho o nueve años hasta los catorce, me encerraba para ver películas de John Ford, William Wyler o Billy Wilder. No sabía quién era quién. Y todas esas películas que daban en la tele, en blanco y negro, eran mi mundo. Por eso, cuando aparecen los libros, los leo como películas escritas. En la secundaria, una profesora me reveló El sur de Borges. Eso me abrió otra puerta que no tenía nada que ver con las películas ni con los libros de aventuras.
—¿Alguno que haya influido o alimentado su vocación periodística?
—Mi madre era camarera y mi padre, un mozo de café. Mis padres leían Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía. Y recuerdo que mi madre me regaló la Colección Robin Hood, una gran colección de aventuras. Ahí estaban Stevenson, Wells, Verne… Luego, pasó de todo en mi vida, por supuesto. Me gustó mucho Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, un periodista de investigación que, luego, desdichadamente, se metió en la organización Montoneros y lo mataron. Fue un gran investigador e hizo el primer gran libro de crónica latinoamericana. La crónica latinoamericana que leemos hoy, que, mayormente, es muy buena, es como un documental: “Esto es lo que es lo que pasa, lo que hay ahí”. Pero Operación Masacre es una crónica mirada al policial, puede ser leída como novela policial. Relato de un náufrago, de García Márquez, es una crónica, pero puedes leerlo como una novela de aventuras. Y lo mismo podemos decir de La canción del verdugo, de Norman Mailer: es una novela policial realista. Eran crónicas, pero viradas al género, sesgadas al género. Eso no lo he visto con tanta frecuencia. Descubro estos libros y, a la vez, descubro a una serie de escritores que me dicen: “Hermano, vamos a los periódicos”.
— Para disgusto de su padre.
—Caí en desgracia para mi padre. Mi padre quería que yo fuera abogado o médico. Cuando le digo: “Viejo, quiero ser escritor”, cree que soy un vago. Confunde la literatura con la vagancia. Luego, el periodismo era una bohemia. Estoy leyendo tu Nido de piratas, y me recuerda tanto a aquella época… No sólo fue un asunto de Pueblo: fue un asunto generacional. Y ahí, lo que pasaba, es que vos ibas a la redacción y aprendías más en las redacciones que en la facultad o que en cualquier otro lado. Porque en la redacción no sólo había canallas, alcohólicos o mentirosos: había eruditos, tipos que habían vivido, que tenían cosas extraordinarias para contar y que te iban introduciendo: te daban un libro, ese libro te llevaba a otro… Yo viví esa bohemia en La Razón, un diario que era muy popular. Y ahí me picó la maldición del periodismo.
—El veneno.
—Yo venía para ser escritor y, de repente, me encuentro con ese asunto. Siento, por momentos, que tengo una doble vocación, y es como tener dos vidas, dos casas o dos familias (risas). Y las dos vocaciones te lo requieren todo: tu tiempo, tu energía… Hay que hincarle toda la vida, hay que quemarse en eso. Después, cuando escribía novela, podía utilizar cosas periodísticas, y cuando hacía periodismo, aplicaba lo que había aprendido de la literatura. Y crear géneros mixtos. Mamá es un género mixto: no sé si es una memoria, una crónica o una novela. (Piensa) Siempre creí en el periodismo puro y duro. De hecho, fui jefe de equipos de investigación. Pero, a la vez, siempre creí que el periodismo podía llegar hasta un determinado lugar. Cuando me aparecía una frontera, la cruzaba con la ficción.
—Hay que tener cuidado con eso.
—No puedes engañar a la gente, no puedes caer en la mentira. Así que hice folletines de novela negra por entregas. Iban, como folletín, en la página de sucesos. Se sabía que era un folletín: iba ilustrado y todo. Y quienes lo leían, que, posiblemente, no habían leído un libro en su vida (risas), leían la ficción y sabían, perfectamente, que lo que estaba contando era verdad. Era un guiño: “Te estoy contando la verdad, pero como ficción”. Después, a medida que avanzó el tiempo… Hay una escena muy bonita que me representa mucho: cuando Manuel Vicent llega a Madrid, había ganado un premio, no recuerdo cuál, con su primera novela. Llega y lo llevan al diario Madrid.
—Uno de los rivales de Pueblo.
—También era vespertino, se hacía por la noche, estaba lleno de borrachos… Él llega y el redactor jefe le dice: “Pues manda algo”. Manuel escribe un artículo sobre Salazar, el dictador portugués, y lo envía. Y decía Manuel: “El sábado me llamaba gente para decirme que era extraordinario, gente para discutir… y al cabo del día, pensé: ‘Guau, mi libro está juntando polvo en una librería. Sin embargo, esto es un telar, está vivo. Si me permitieran hacer literatura en este telar, ¡qué feliz sería!’”. Y ha hecho su obra dentro del telar: ahí está su prosa, su estilo. Yo también vi el telar en el periodismo, vi una gran oportunidad. E hice de todo.
—Ese todo incluye cuentos de amor.
—El periodismo no está preparado para contar la vida privada. La vida privada, salvo que haya algún suicida que quiera contarla (risas)… Entonces, una vez me llaman y me dicen: “¿Por qué no escribes, durante todo el verano, relatos de amor de gente corriente?”. A la vez, hacía política y los editoriales políticos. Acepté porque me estaba convocando la literatura. Efectivamente, la gente me decía, a cada rato: “Si yo te cuento mi historia de amor…”. Yo: “Bueno, vale, contámela”. Y empezaba a anotar. Al rato, me decían: “Pero no pongas que soy médico, pon que soy arquitecto; no pongas que vivo en Buenos Aires, sino en Rosario…”. Entonces, me obligaba, para contar la verdad, hacer ficción para enmascarar. Eso se llamó “Corazones desatados” y llegaban 1.500 cartas por semana. Hubo grandes equívocos…
—¿Alguno que recuerde en especial?
—Había un periodista muy serio, muy serio, no quiero revelar quién es, que cubría una parte dura del periodismo. Un tipo frío, un científico del periodismo. Y me dice que está sufriendo por amor. ¿Cómo? Le explico que estoy escribiendo los relatos, y me dice: “Siempre que no parezca que soy yo, te cuento la verdad. Tienes que disfrazarme completamente a mí y a mi exmujer”. Entonces, anoto. El tipo estaba casado con una mujer formidable, abogada y sin mediar infidelidad, ni distanciamiento erótico, ella, un domingo por la mañana, le sirve el desayuno en la cama y le dice la frase más terrible que alguien puede decir: “No te quiero más”. En mi opinión, hacemos desastres para evitar esta violencia: “No te quiero más”. A partir de entonces, él se levantaba a la mañana, leía los periódicos, hacía radio, se iba a cubrir su área, llegaba al periódico, trabajaba hasta las doce de la noche, se iba a su casa, comía, se abrazaba a la almohada, lloraba y se quedaba dormido. Así, todos los días, durante todo un año entero. Al año, conoció a una brasileña. Entonces, me dijo: “Jorge, mira: cuanto mejor folla, la echo más rápidamente. Cuanto más divertida, inteligente o divertida es, más me la saco de encima. ¿Por qué? Porque no puedo, nunca más, despertarme a la mañana y que me digan: ‘No te quiero más’. No podría soportarlo”. Entonces, hice ese relato y, sobre el final, puse que se enamoraba de nuevo. Le di el relato, lo leyó hasta el final y me dijo: “Publícalo, pero esto último no va a pasar nunca”. Pero pasó, dos años después. Una vez coincidimos en la televisión, nos pusieron juntos a maquillarnos y él estaba con su mujer. Me dijo: “Vamos al baño”. Fuimos y me dijo: “Ni se te ocurra decir nada”. (Risas)
—Dígame un escritor, vivo o muerto, que no haya conocido, con el que le gustaría irse de copas.
—Con Borges, sin duda. Estuve con él una sola vez. Le rezo todos los días y, bueno, él no me escucha (risas). Me interesa mucho de Borges algo que tenía que era muy periodístico: cada palabra vale muchísimo, cada línea tiene que contar algo. Me gusta mucho cuando él, en tres páginas, es capaz de contar la biografía de un hombre, completa. Ese modo compactado de narrar es impresionante. De narrar y de pensar. Hay ensayos que otros filósofos tuvieron que desarrollar en un libro, y él los sintetiza en tres o cuatro páginas. Él dice: “¿Por qué escribir grandes novelas si lo que podemos hacer es inventarlas sin escribirlas y luego reseñarlas?”. ¡Es maravilloso! (Risas) Este tipo de inventos, que son poco reconocidos en Borges, son deslumbrantes y me sirven mucho para el periodismo. Sí, con Borges hubiera querido haber tenido una relación intensa.
—Dígame un escritor que no soporte.
—Voy a mojarme un poco: creo que están muy sobrevalorados tanto Lemaitre como Benjamin Black. Banville es un buen escritor; Black, un escritor policial más, pero el prestigio de Banville irradia sobre él. Son considerados dos grandes escritores policiales y me parece que no lo son.
—¿Qué libro le gustaría leer que no ha leído?
—Me interesa mucho la literatura periodística española. Francamente, creo que hay un gran libro, de varios volúmenes, quizá infinito, que nunca fue escrito ni publicado. Y es: La literatura periodística. No es el periodismo puro y duro: es la literatura como estilo, el ensayo como estilo, los artículos, la crónica como novela, el reportaje novelado… El escritor periodístico no tiene quien le escriba. Entré en la Academia de Letras con una ponencia sobre el articulismo como una de las Bellas Artes. Creo que España tiene a los grandes escritores periodísticos. Tengo una afinidad con el mundo literario periodístico español que no tengo con el argentino. Acá, igual que en Francia, está todo compartimentado: aquí está el periodismo, aquí la literatura de ficción. En cambio, como todos sabemos, en el Café Gijón de Madrid estaban los toreros, los poetas, los periodistas… España los considera parte de lo mismo, y es que, en realidad, es parte de lo mismo. Son artes distintas confluyentes. Y aquí, herederos de Francia, están más divididas las aguas. Yo me siento, en ese sentido, mucho más español que argentino.
—¿Un hombre que lee es mejor que uno que no lo hace?
—Tenderíamos a pensar que alguien que lee está más armado contra la manipulación, contra el desastre, contra la barbarie del mundo. Y que alguien que lee nunca está solo. Sin embargo, hay que decir que hay grandes lectores, sobre todo, grandes intelectuales, que han hecho aberraciones. Leer es algo hermoso, positivo para el ser humano, pero también es cierto que, como decía Raymond Aron, hay un opio de los intelectuales. Han apoyado regímenes totalitarios terribles y han tenido equivocaciones fundamentales, y nadie les pasa factura. Hay una gran intimidación frente al intelectual. Nadie le pide a los grandes intelectuales del postmarxismo, por ejemplo, cuentas sobre las imbecilidades que dijeron. Por ejemplo: nos estuvieron vendiendo, durante 20 años, ¡20 años!, que la globalización era un truco de los países poderosos para destruir a los países menores. Eso no fue verdad: la globalización mejoró a muchos países pobres de Asia en detrimento de Europa, por ejemplo. Por eso, la velocidad de prosperidad de unos se aletargó, porque el dinero fue a parar a países asiáticos, que empiezan a crecer. No es que Europa caiga dramáticamente, económicamente: lo que cae es la curva de prosperidad a la que estábamos acostumbrados. Y esa curva de prosperidad, por la globalización, fue a Asia. La globalización perjudicó a EEUU: no se explica el voto a Trump sin eso. En EEUU, no producían tanto porque se producía más en China o en otros sitios. El señor Chomsky, por ejemplo, debería perdón de rodillas por las imbecilidades que dijo. Y todavía lo sacan como si fuera un gran gurú. Fukuyama, por lo menos, dijo: “Me equivoqué”. Hay mucha gente que en Le Monde o en Le Monde diplomatique que apoyan la tesis del socialismo del siglo XXI…
—No pocos libros de Ignacio Ramonet me mandaron leer durante la carrera.
—Ramonet es un cómplice de la dictadura cubana y de la dictadura chavista. Pero escribe desde Francia: siempre tienen la precaución de quedarse en Europa. Laclau atizó el fuego de la revolución populista en América Latina… sin abandonar Londres. Nos dan clases como si pensaran: “Estos, como son de cuarta, no están para la democracia. Pueden tener estas malformaciones, porque son una aberración”. Mientras, ellos se quedan viviendo en París o en Londres.
—¿La cultura salva de algo, o esa sentencia no es más que una cursilada hueca?
—(Risas) Para personas como nosotros, Jesús, sin la cultura, la vida dejaría de tener sentido. Ir a los museos, ver arte, leer periódicos… así como no puedo imaginarme la vida sin Google (risas), no me la puedo imaginar sin la cultura. La cultura nos salva de la mediocridad a la que tendemos como seres humanos. Somos muy grises como seres humanos. Y la cultura brilla. La cultura le pone color a una vida que, si no… Bueno, queda el sexo.
— Que no está mal.
—El sexo, el ojo de bife… (risas)
— Y el jamón de jabugo.
—¡Eso es cultura!
—Para finalizar, ¿tenemos noticias de Remil?
— Ahora está descansando. Estoy en un nuevo proyecto. No puedo contar mucho, pero es un proyecto más intimista. Yo hago siempre lo que no me conviene. Quiero aventurarme en cosas nuevas.
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