En el turbión arrollador del entretenimiento inmediato y low cost, Jordi Carrillo de Albornoz Torres, o sea, Jordi Wild (Manresa, 1984), detuvo la taquicardia del cronómetro, se montó su dacha virtual, la llenó de personajes interesantes y lo petó como él solo. Ha sabido incrustar en el ecosistema digital, permanentemente mutante, los usos y costumbres de las viejas y buenas entrevistas televisadas, de esas que ya no se llevan –o se llevan menos–. Además, tiene aje, no es sectario y va de frente. Quizá, por ello, los usuarios que abrevan en su canal de Youtube, El rincón de Giorgio, y en su podcast, The Wild Project, se cuentan por millones. El tipo acaba de publicar un ensayo, Así es la puta vida (Plan B, 2022), y, aprovechando que ronda por Madrid, sacamos un ratito para conversar sobre likes, inquisidores virtuales y libros.
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—Jordi, ¿para qué debiera servir una entrevista?
—Una entrevista ideal, para mí, debiera servir para entretener. Todo lo que es de cara al público tiene que tener un punto de entretenimiento. Y una entrevista, sobre todo, tendría que servir para conocer a la persona entrevistada más allá de lo típico, de lo que enseña en su vida. Tiene que verse alguien fuera de las máscaras, de la actitud a la defensiva que, en algunos casos, la gente popular tiene porque siempre está siendo analizada, etcétera.
—¿Cuándo sabe, haciendo un símil taurino, que ha cortado las dos orejas y el rabo?
—Puede pasar por varias razones. Algunas veces te das cuenta de que has hecho una entrevista que es superjugosa porque la persona lo ha dado todo, te ha dado titulares, entretenimiento… Pero luego hay otro tipo de entrevista con la que me quedo supercontento: cuando la entrevista es interesante a rabiar. Siempre hablo del caso de Gervasio Sánchez. Cuando vino, yo no lo conocía casi. Le entrevisté porque me contactó su hijo, que es seguidor, y salí enamorado. Y eso es maravilloso porque siendo Gervasio una persona no mediática para el gran público, me dio una entrevista megainteresante. Casos así son de los que, cuando terminas, dices: “¡Buah!”.
—En la entrevista y diría que en la vida, en general, es muy importante escuchar. ¿Nos hemos olvidado de conjugar correctamente el verbo “escuchar”?
—Creo que sí. Cada vez cuesta más el diálogo real. Echo de menos programas de entrevistas como los que se hacían antes, con conversaciones como muy adultas, donde las charlas tenían otro ritmo completamente diferente. Hoy, casi todo busca el clic, la inmediatez. Y es importantísimo saber escuchar, como dices, no sólo en la entrevista: en la vida. Hay que saber escuchar y tener empatía.
—¿La gente ha dejado de saber cómo vivir su propia vida?
—Creo que no, pero sí que estamos en una época muy extraña. Internet lo ha cambiado todo y lo ha cambiado muy rápido. No estamos preparados, no estamos acostumbrados a tener esta cantidad loca de estímulos que tenemos cada día, de estar conectados socialmente las veinticuatro horas; a la vez, estamos muy solos: estamos muy conectados socialmente, pero creo que nunca ha habido tanta solitud como ahora. Vivimos en una época de tensión, con un aura que no me acaba de gustar: hay muchos problemas de salud mental, mucha gente perdida, frustrada, con miedo al futuro, mucha gente muy consciente… es una combinación extraña. En el primer mundo, ojo: no es lo mismo hablar de la situación de Ghana que de la situación en Francia, España, EEUU, etcétera, pero, en el primer mundo sí que noto eso: ha venido todo tan rápido que no sé si estamos preparados para eso.
—¿La occidental en una sociedad infantilizada?
—Creo que cada momento histórico tiene su concepto de madurez. Entonces, si comparamos nuestra sociedad con otra, sí; pero si comparamos la época de nuestros padres o de nuestros abuelos con la Edad Media, cuando se pretendía que los niños de doce o trece años fueran como adultos… Cada época tiene su propio baremo de lo que es ser adulto, de lo que es ser una persona crecida. No considero que estemos muy infantilizados porque muchos conceptos que se solían asociar a lo infantil, como puede ser el gusto por los videojuegos o las cosas más frikis, es algo que está traspasando las edades y mucha gente se ha criado con ello. Somos fruto de las cosas con las que nos hemos criado. El único tema que me genera dudas es el de las parejas y el de tener hijos. Antes, con una cierta edad, había un concepto de que te tocaba formar una familia, procrear, tener hijos y seguir. Hoy se está perdiendo esto. Y es normal. Yo mismo tengo muchísimas dudas. Yo, ahora, no quiero tener hijos. No sé si va a cambiar, pero, a priori, no. Y piensas que si todo el mundo hace eso, vamos a un futuro poco halagador, a un futuro en el que habrá un envejecimiento brutal de la población. Como te digo, estamos en un momento extraño.
—¿La sobreprotección crea monstruos?
—Puede crear monstruos pero, sobre todo, crea personas débiles en el sentido no peyorativo, pero sí en el sentido de que no van a saber afrontar correctamente las hostias que les van a llegar. Una vida sin hostias no existe. Que te lo diga cualquier persona: más o menos, vas a recibir. Sí o sí. De tus padres, de tus amigos, de tu pareja, de tu jefe, de quien sea: vas a recibir hostias. Sobreproteger nunca es bueno; proteger, sí. He ahí la diferencia. Si sobreproteges, has hecho de más; por supuesto, tienes que proteger a tu gente. Es importante que, desde pequeños, nos enfrentemos a cosas que nos desagradan desde una perspectiva un poquito más adulta. El “ay, que no lo vea”, “ay, que esto me ofende”: es que tienes que aprender a sufrir ese momento de impacto para luego tener que tirar para adelante.
—¿Hasta qué punto el like es una droga?
—Hoy en día, mucho. Es la primera vez en la Historia de la Humanidad en la que se puede cuantificar la aceptación social, y el ser humano es un animal muy social. Esto es muy peligroso: todos o casi todos hemos vivido buscando aceptaciones sociales. Hoy se cuantifica, y esto significa que tienes un baremo para saber si gustas más o menos. Esto es muy jodido: si te gana, acabas siendo un títere de los likes, un adicto a los likes, y con problemas para ver el mundo real más allá de los likes. La mayor alegría diaria de mucha gente es ver qué tal le va en el tema de los likes, y también su mayor decepción diaria. Es un problema gordo porque crea mucha inseguridad. Sobre todo, si no vives de eso. Centras tu vida en algo que es muy irreal como son las redes, que tienen un punto absolutamente falso.
—Y de esa droga, ¿es fácil salir?
—Es muy complicado. ¿Quién, hoy en día, no está metido en esto? Es muy complicado porque estamos ante un problema social, no de una persona o de un grupo. Es complicado saber cómo luchar contra este efecto.
—Si yo le digo “cultura de la cancelación”, usted me dice…
—Te digo que es una de las peores consecuencias de la aparición del internet en los últimos años. Está haciendo que mucha gente tenga miedo a dialogar, a debatir y a hablar. Y eso es una pena, da una tristeza enorme. Porque lo más bonito es debatir y dialogar, incluso cuando las posturas son absolutamente diferentes. La cultura de la cancelación se basa en: “No piensas como yo, eres mala persona y, por eso, no eres válido”. Es una pena, una especie de inquisición extraña que lleva a la autocensura, y esto no va a llevar a buen puerto. Se crea una especie de efecto de olla a presión, y si a la gente la vas reprimiendo y reprimiendo, explota de malas maneras, y luego es mucho peor.
—¿Usted ha notado el aliento de la turba, con hoces y antorchas en mano, pidiendo su cabeza?
R: (Risas) Sí, sí. Lo he notado perfectamente. Y sé que lo voy a notar más en intervalos regulares. Es lo que tiene hablar de todo sin tabú. Yo voy a invitar a gente muy diversa, de perfil ideológico completamente opuesto, y eso cabrea a unos y a otros. Luego, yo mismo expreso mis propias opiniones, que son muy sinceras, sobre lo que pienso en ese momento. Es lo que decíamos: no tienes más que opinar y hablar para que te quieran cancelar. También te digo: estas cancelaciones duran día y medio. Por lo tanto, tómatelo con mucha calma y de forma estoica.
—Aun así, la hostia jode y duele.
—Jode, duele y no es sano. Aunque no me pase a mí: me da pena cuando veo a gente cancelada por opiniones. Si me dices que han cancelado a alguien porque se ha descubierto que ha violado a cinco personas, es normal que la gente vierta de todo, ¿no? Pero se cancela a gente por tonterías: por opiniones, frases sacadas de contexto, ideologías, etcétera.
—Permítame pasar al cuestionario literario: ¿cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
—Vamos a quitar los megainfantiles tipo Teo y todo eso. Creo que el primer libro como tal era de una serie llamada Elige tu propia aventura. Eran unas novelillas en las que tú tenías que decidir el camino, y te ibas para un lado o para otro. No recuerdo el título, pero era algo como de un dragón. Después, empecé con libros más serios. Por ejemplo, leí muy temprano El Buscón, Lazarillo de Tormes, o El Quijote, y mira que me costó entenderlo en su momento. Tendría catorce o quince años, y me gustó la historia porque me gustaba mucho lo medieval.
—¿Alguno que haya influido en su vocación?
—En mi vocación como tal, no. Hay libros que me han influido y que me han hecho pensar mucho. Quizás, el libro que más veces he releído es El retrato de Dorian Gray. Es mi libro favorito, me encanta Oscar Wilde. Pero ningún libro me ha llevado al entretenimiento. Te diría una serie: Friends.
—Dígame un escritor, vivo o muerto, con el que le gustaría irse de copas.
—Hombre, Hemingway tendría que tener buenas historias. Una noche cerrando locales con Hemingway me gustaría tenerla.
—Dígame uno que no soporte.
—A ver, no me gusta mucho el rollo Cincuenta sombras de Grey. Ese tipo de autores no me gusta nada. No te podría decir alguno que no soporte porque no hay ninguno al que odie, pero ese tipo de literatura no me gusta nada.
—¿Un hombre que lee es mejor que uno que no lo hace?
—La literatura y la lectura me han dado muchísimo. Seguramente, no sería quien soy sin haber leído. Seguramente no: segurísimo. Mira, me duele decirlo, pero te confieso que he perdido completamente la afición por la lectura que tenía enquistada en mi corazón. Casi nunca leo novelas. Me da mucha pena decirlo, pero me ha pasado. Este entretenimiento actual tan rápido de películas, videojuegos y series me ha ganado. Pero esto a mí no me afecta porque ya he leído, sé lo que es. Me preocupa la gente joven que quizás no va a leer más allá de lo que le digan en el colegio, y eso me disgusta, me da miedo.
—Además, no sé si a usted le pasó, pero las lecturas obligatorias del instituto eran, como poco, reguleras. A un chaval de quince años no se le puede encasquetar un troncho como La Regenta.
—No tiene ningún sentido. Es un problema tan grave… A lo mejor ya se ha corregido, pero en mi época pasaba igual. A nadie le gustaban los libros de lectura. ¿Por qué? Primero, porque te hacen leer libros obligatorios. ¿Por qué no le das al chaval una lista de cien y que él elija? Dale literatura fantástica, clásica, de humor, de terror, ¡y déjale que elija! A un niño no se le puede obligar leer algo que puede ser tan coñazo como La Regenta si no tiene la mentalidad. Lo va a ver como si fuera un libro de texto, y no tiene que ser así: la literatura debe ser una gran diversión.
—¿Ha encontrado alguna verdad fundamental leyendo?
—(Piensa) Que no hay que tener mucho sueño para leer (risas). Y si tienes mucho no sueño, no tienes que leer en la cama. Mira, el libro que más he sufrido leyendo ha sido el Ulises de Joyce. Me lo acabé por orgullo, por decir: “Me lo he terminado”. Yo era un picao y dije: “Me lo voy a leer porque me da la gana”. No entendía nada, me leía cinco veces la misma página. Lo tenía en la mesilla de noche y, para dormir, era fantástico (risas).
—Para finalizar, ¿qué ha aprendido mientras escribía Así es la puta vida?
—Al ser un ensayo y no una novela, realmente, a nivel de gramática y de técnicas, no aprendes mucho porque es un libro que está escrito muy con mi voz. Es como un discurso mío, pero escrito. Entonces, no hay esa sensación como cuando haces una novela, que estás creando un mundo absoluto y utilizas técnicas literarias. Aprendí a estructurar, eso sí, los conceptos que yo veo de una forma muy clara. Quería que el ensayo fuera muy claro, muy directo, que todo el mundo lo pudiera leer, y tuve que hacer un pequeño ejercicio de simplificación. No quería que superara en exceso las 200 páginas; un ensayo con más puede ser duro para algunos. Y eso es lo que más he aprendido: el tema de simplificar y ponerlo todo muy claro para todo el mundo.
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