Foto de portada: Marta Calvo.
La banda sonora de Dublín está conformada por los graznidos de las gaviotas. Están por toda la ciudad, flotando sobre el río Liffey, desfilando orgullosas por los parques, peleándose con las palomas como si fuesen bandas callejeras defendiendo su territorio, despedazando las bolsas de basura, cruzando el cielo o el cogote de los viandantes. De vez en cuando asaltan a los turistas despistados que comen mientras caminan por la ciudad. Son dueñas de todo, te miran con la soberbia de un jefe que supervisa con escepticismo tu trabajo. Fuimos hacia la estación siguiendo las indicaciones, a los pocos minutos estábamos saliendo del centro. A través de las ventanas del tren vi otro tipo de gaviotas, parecían pacíficas, posaban encogidas en la orilla contemplando el tímido vaivén de las olas. Estábamos llegando, la casa de Banville está cerca del mar.
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—Cuando recibió el premio Princesa de Asturias de las Letras se refirió, por un lado, al lenguaje sublime y riguroso de las matemáticas. Sin embargo, su falta de ambigüedad es incapaz de describir las complejidades del ser humano. Por otro lado, el lenguaje de la literatura lucha por ser fiel al misterio de lo humano, aun sabiendo que fracasará si pretende alcanzar una realidad absoluta. ¿Necesitamos la ambigüedad del arte y de la literatura para sentirnos libres?
—Esa es una pregunta sencilla y agradable para empezar [risas]. Las matemáticas son un lenguaje muy preciso, pero no tan preciso como se cree. Las teorías matemáticas siguen siendo refutadas y aparecen otras nuevas. No creo que ningún lenguaje pueda expresar la realidad, porque es extremadamente esquiva, muy difícil de precisar. Somos incapaces de conocernos a nosotros mismos, creemos que tomamos decisiones, pero las decisiones se toman en retrospectiva. Vivimos en un estado de absoluta confusión, pero es una confusión gloriosa, y cuanto mayor me hago, más divertido y agradable me parece todo.
—Pero hay algo inevitable en las matemáticas, necesariamente dos más dos son cuatro, existe la satisfacción de saber que hay algo controlado. No sucede así con la vida, repleta de ambigüedades. ¿La literatura intenta apresar esa ambigüedad y hacerla habitable, sin que resulte predecible?
—Bueno, Einstein sospechaba mucho de la peculiar forma en que la realidad se ajusta a las matemáticas. Las matemáticas son un invento humano, no es algo que Dios nos haya dado o que hayan estado siempre ahí. Incluso las cosas nuevas que descubrimos sobre la realidad se ajustan a las matemáticas, creo que Einstein estaba insinuando que sólo vemos un límite muy estrecho de la realidad. Los perros y los gatos pueden ver en la oscuridad, pueden oír cosas que nosotros no podemos oír, por lo que la versión de la realidad en la que vivimos es muy limitada. Y las matemáticas funcionan bastante bien con eso, pero puedo imaginar a otras personas en otros planetas mirándonos y diciendo: «Dios mío, son tan patéticos, no saben nada». Y no sabemos nada, no tengo ningún problema con eso, eso hace que la vida sea gloriosa.
—La memoria es uno de sus temas recurrentes. En su obra El mar, escribió: “El pasado late en mío interior como un segundo corazón”. En La alquimia del tiempo: Un memoir dublinés, escribió: “El presente es donde vivimos, mientras que el pasado es donde soñamos”, ¿la memoria es un corazón mentiroso, nos engaña sobre nuestro pasado para que sigamos con vida?
—Bueno, la memoria y nuestros recuerdos son muy defectuosos, ¡gracias a Dios! [sonrisa irónica]. Hay una maravillosa historia de Borges sobre un hombre que lo recuerda todo. Por supuesto, está en un tormento permanente. Freud dijo que lo llamativo de la memoria no es lo que recordamos, sino las cosas que olvidamos. Estoy de acuerdo con él. ¿Por qué retenemos ciertas cosas? Este es un ejemplo que siempre utilizo: hace años estaba en Praga, parado en una esquina, no pasaba nada, el lugar estaba desierto y de repente llegó un golpe de brisa. Nunca he olvidado ese momento. ¿Por qué? Durante mi visita a Praga me sucedieron cosas mucho más memorables, pero las he olvidado. Sin embargo, ese instante lo recuerdo. La memoria es una facultad muy extraña, no la entiendo. Creemos que recordamos las cosas tal y como eran, pero no es así. Los neurólogos ahora tienen la teoría de que modulamos nuestras experiencias. Ahora mismo estás aquí, conmigo, en este salón, construirás un recuerdo de este lugar y cuando regreses a España, el recuerdo quedará en tu cabeza, pero con el tiempo irá decayendo. Entonces, si regresas aquí dentro de cinco años, todo se verá ligeramente diferente, y creo que eso es la decadencia. Así que no experimentamos la realidad [risas], no recordamos lo que experimentamos y, como dice Kafka, todo transcurre en la más profunda oscuridad.
—¿La memoria es una facultad más creativa que constatativa?
—Sí, eso creo. Creo que imaginamos el pasado, pero también imaginamos la existencia del presente. ¿Por qué nos concentramos en unas cosas y despreciamos otras? Quiero decir, el ejemplo que siempre uso es cuando nos enamoramos: una persona común y corriente que está caminando por el mundo, de repente se convierte en un dios o una diosa, y yo, a sus ojos, me he convertido también en un dios. Esta sensación durará unos seis meses, pero es completamente irreal, sin embargo, es una experiencia extraordinariamente vívida y ¿dónde estaríamos sin ella? Sentiría una gran tristeza por cualquiera que nunca se haya enamorado, y creo que hay personas que nunca se han enamorado. Conozco algunas personas que simplemente no entienden el concepto de amor. Por eso la imaginación es nuestra mejor posesión, nuestra mejor facultad, incluso es más importante que la memoria y que la razón. Gracias a la imaginación vivimos, absorbemos el mundo y lo creamos.
—A menudo los protagonistas de sus novelas retornan a las casas de la infancia donde un día fueron felices, pareciera que las casas funcionasen como protagonistas autónomos. ¿Las casas en sus novelas son como un lienzo en blanco donde el protagonista quiere reconciliarse con el pasado para entender su presente?
—Esta pregunta es aterradora [risas]. En los libros me encuentro regresando una y otra vez a una casa porque es simplemente una forma de contenerme. Una de las dificultades de escribir ficción es que el mundo es múltiple y variado, inmensamente complicado y complejo, y para tratar de comprenderlo de algún modo uno limita el espacio. La casa aparece entonces como un espacio limitado, pero también creo que la casa está sólo en el interior de mi cabeza. Vuelvo una y otra vez a lo que hay en mi cabeza, a lo único que sé y que conozco. Podría salir por la puerta principal y entrar en un mundo completamente diferente, uno que no reconozca, uno en el que las leyes de las matemáticas y las leyes de la razón humana no funcionasen en absoluto, sería maravilloso y emocionante. Quizás la muerte sea eso, pero no lo creo. Sería bello pensar que uno muere y de repente dice: “Oh, aquí hay un lugar nuevo”.
—En su obra Las singularidades aparecen apelaciones a todas o casi todas sus obras. Usted mismo ha dicho en una entrevista que ha sido como escribir una novela donde cupieran todas las pasadas. ¿Esta novela ha sido su regreso a casa?
—Es una pregunta interesante, pero no, no lo creo. Es el último libro que escribiré de este tipo. Es la suma de prácticamente todo el trabajo de mi vida, mis cincuenta o sesenta años de trabajo. ¡Dios todopoderoso!, ¿cómo puedo ser tan viejo? [risas]. Traigo muchos personajes de libros anteriores, así que estoy revisando mi pasado y resumiéndolo, las últimas palabras del libro son «punto final”.
—¿Ha intentado explicarse usted a sí mismo en Las singularidades? ¿En qué medida está usted mismo en la obra?
—Bueno, el protagonista no soy yo, no hay un yo real en la novela, pero tampoco fuera de ella. Quiero decir, no creo en la existencia de un yo o un tú reales. Todos imaginamos que somos seres únicos, pero no lo somos. Coleridge en su concepción de la religión espiritual pensaba que el alma era una especie de luz piloto encendida. Pienso que en realidad no hay nada, nos rehacemos en cada momento que vivimos. La analogía que siempre uso es la del hombre que se levanta de la cama de su amante, sale a la calle y se encuentra con su peor enemigo: el amante ha cambiado. Quiero decir, soy una persona diferente cuando hablo contigo que cuando hablo de ti, ¿y no es eso maravilloso? Si no fuese así, seríamos robots, seríamos criaturas unicelulares, siempre iguales. Sin embargo, lo que nos sucede es que siempre somos diferentes. Puedes vivir con alguien —yo he vivido con mi esposa durante cincuenta años— y todavía me sorprende cuando dice ciertas cosas. Recuerdo que un día me habló de alguien: “Sabes, creo que es una ninfómana” [risas]. Le dije, “Jonie, nunca te había oído decir algo así antes». Ella dijo: «Bueno, creo que lo es». Le dije: «No te conozco en absoluto». Y ella dijo: «Sí, eso también es algo bueno». Es cierto, somos constantemente una sorpresa para los demás y para nosotros mismos, en este sentido me sorprendo constantemente.
Hoy en día —es bastante gracioso—, como ya soy mayor, antes podía trabajar de ocho a diez horas diarias los siete días de la semana, y ahora solo puedo trabajar unas cuatro o cinco horas. Mi concentración disminuye, así que tengo muchísimo tiempo. Y estoy tratando de llenarlo, ya sabes, estoy tratando de no beber demasiado. Intento no molestar demasiado a mis amigos. Uno de mis amigos me dijo: «¿Sabes? Tu problema es que no puedes estar solo». Y dije: “Sí, pero mi problema es que no tenía que estar solo, podía trabajar todo el día con estas criaturas que inventaba. Ahora estoy solo diez horas al día, lo cual es aterrador”. Perdón, ¿cuál era la pregunta?, la olvidé [risas].
—En Las singularidades, al igual que en Los infinitos, el narrador es un semidiós que juega con los humanos. ¿Los dioses paganos son mejores narradores de la naturaleza humana que el Dios perfecto, virtuoso y omnipotente de los monoteísmos?
—¡Oh, sí, hay que traer de vuelta el paganismo, Dios mío! El monoteísmo es un gran desastre. Durante el paganismo creían que si tropezabas al entrar por la puerta era un dios el que te obligaba a hacerlo, algún dios menor, porque había un dios para todo. Luego los judíos, los cristianos, los musulmanes inventaron esta noción de un Dios singular, este Padre vengativo en el cielo que observa cada uno de nuestros movimientos y nos dice que si no lo adoramos lo suficiente nos condenará al castigo eterno. ¿Por qué alguna vez inventamos esta descabellada idea?
Mi gran villano de la historia es el emperador Constantino. A través de sus pequeños y sucios propósitos hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio. Fue un desastre terrible. Volvamos al paganismo, deshagámonos de las nociones del cielo y del infierno y de todo lo que conlleva. Cuando era joven lo que realmente me aterrorizaba era la idea del cielo, podría enfrentarme a los demonios, pero en el cielo, ya sabes, todos estarían allí esperándome cuando muera. Mi tía Sadie estaría allí, el matón del patio del colegio y mi temible prima con la que nunca hablé, todos estaría allí esperándome y todos serían amables. Todo estaría bien, todos estaríamos vestidos de blanco y seríamos amables los unos con los otros por toda la eternidad. Esto me aterroriza absolutamente. Para un niño pequeño, de siete u ocho años, esta es una perspectiva terrible, luego crecí y me di cuenta de que todo esto eran tonterías que me habían contado los sacerdotes y las monjas. Por supuesto, he estado involucrado en la Iglesia Católica y debería tener ese antiguo terror de que cuando muera habrá un Dios, estará San Pedro, un hombre con barba gris sentado en un trono dorado que me dirá: “Oh sí, Banville, te he estado vigilando toda tu vida y te envío al cielo, tu tía Sadie te guiará a través de unas puertas nacaradas. Todo el mundo tiene una tía Sadie, ¿verdad? [risas].
—Descubrí al fotógrafo checo Josef Sudek gracias a su libro Imágenes de Praga. Sudek perdió un brazo durante la Primera Guerra Mundial, volvió al campo de batalla, pero dijo que no encontró allí lo que buscaba (refiriéndose a su brazo y quizá al tiempo perdido). En Imágenes de Praga afirma que estuvo caminando durante días por Praga, pero que sólo descubrió la ciudad gracias a las fotografías de Sudek. ¿La literatura y el arte son puentes entre el mundo exterior y el mundo interior, nos ofrecen lo que hemos perdido y siempre estamos buscando?
—Oh, sí, Henry James dijo que el arte hace la vida más fácil. Creo que eso es verdad y creo que quiso decir que el arte purifica la experiencia. Una novela no se parece en nada a la vida, porque no hay nada parecido a la vida. Para empezar, la novela tiene un principio y un final, sin embargo, nosotros no recordamos nuestro nacimiento, tampoco nuestra muerte. Lo único que tenemos es este lío en el medio que llamamos vida. Sin embargo, la obra de arte es un objeto redondeado y bellamente acabado, por eso volvemos una y otra vez a las grandes novelas. Cuando voy a Madrid y veo Las meninas en el Museo del Prado, cada vez se vuelve un cuadro más misterioso. Esto es lo maravilloso del arte, es inagotable porque conserva su propio misterio. Nunca entenderé por qué ese hombre detrás de las meninas sube las escaleras y Velázquez mira desde detrás del lienzo. Solo podemos decirnos: “No, nunca lo sabremos”. Es una imagen muy divertida, creo que una de las mejores obras de arte del mundo occidental. Cuando estoy frente al cuadro tengo una sensación de la vida que no podría tener de otro modo, esto es lo que hace la obra de arte: intensifica la sensación de estar vivo, de lo que somos como seres humanos arrojados en este lugar extraño que llamamos mundo. El arte no parece tener ninguna relación con nosotros, al igual que las nubes, me fascinan las nubes [miramos el cielo a través de los ventanales de su salón]. Una vez conocí a un diplomático español en Madrid y me dijo: “Estuve trabajando en Dublín en la embajada durante un par de años, y me sentaba en el Writers Theatre [edificio cuya entrada está acristalada] simplemente para contemplar las nubes porque están cambiando constantemente, como si actuaran”. Las nubes no se parecen en nada nosotros, pero vivimos en el mundo con ellas. Como he dicho anteriormente, los animales tienen poderes que nosotros hemos perdido y nos miran desconcertados. Mi perro solía sentarse frente a mí y me miraba mientras yo estaba leyendo. Pensaría: «¿Qué estás haciendo? ¿Cómo puedes quedarte ahí sentado tanto tiempo?». Estaría desconcertado. Del mismo modo, me desconcertaba su capacidad para percibir una molécula con un sensor detrás de su hocico para percibir olores. Me parece algo extraordinario. Nosotros tenemos otras capacidades, los pulgares oponibles, es lo mejor que tenemos, junto a nuestro cerebro meticulosamente desarrollado. ¿Te estoy respondiendo, o simplemente son divagaciones? Una de las cosas buenas de hacerse mayor es que puedes divagar y no te importa.
—¿Cree que Velazquez retrató la psicología humana?
—¡Oh, no, no, no! Sobre la psicología humana hay una frase maravillosa de Kafka, nada aforística, donde dice: «Nunca más, psicología». Tiene razón. Todo lo que podemos hacer es ofrecer testimonios. Mis libros o las pinturas de Velázquez son el registro del testimonio de un ser humano en el mundo: viví durante este breve período de tiempo, parpadeo y esto es algo de lo que vi, esto es algo que sentí al respecto. Eso es todo lo que uno puede hacer. Psicología, no sé nada sobre eso. No sé nada sobre el interior de la cabeza de otras personas. Sólo puedo saber algo sobre mí, que es muy poco.
—Algunos de sus personajes son recurrentes, aparecen en otras de sus novelas. ¿Se trata de un guiño a sus fieles lectores o es una prueba de que un escritor no puede ir demasiado lejos de sus propias obsesiones?
—A menudo descubro que no he terminado los personajes, y si hay algo más en ellos, puedo usarlos nuevamente. No es un negocio riguroso, el arte está hecho de pedazos y restos. Los personajes no son como las personas, simplemente están hechos de palabras. Son, en el mejor de los casos, marionetas. Se mueven como yo quiero que se muevan, dicen lo que quiero que digan, no tienen autonomía. Los escritores que afirman que los personajes se apoderaron del libro, de la trama, creo que son unos mentirosos o tontos. No es así como se hace. Los personajes están hechos de palabras.
—En Imposturas hay numerosas referencias directas e indirectas a la obra de Nietzsche. ¿Cuál ha sido su influencia en su obra?
—No lo sé, porque no creo que nadie me influya. Quiero decir, no entiendo a qué nos referimos con influencias, simplemente estaba interesado en Nietzsche y lo leía mucho. Otras veces, si estaba leyendo a Heidegger, lo usaba, pero no es una influencia, porque yo, al igual que tú, somos únicos. No entiendo a la gente que me pregunta sobre la influencia, soy entusiasta y lo uso para mi trabajo, pero no es una influencia, diría que es entusiasmo. Por otro lado, no creo que Nietzsche sea un filósofo en absoluto, creo que fue un artista, un poeta. Aunque lo lea en inglés, sus aforismos son tan hermosos y tan acertados. Por ejemplo: “Peligro: la madre de la moral”. Puedes pensar en eso durante una semana. “Sólo hubo un cristiano y murió en la cruz”. “Nunca podrás mover a la multitud hasta que entres en la ciudad montado en un asno”. Son aforismos simplemente maravillosos.
—El lenguaje de la literatura o el arte, debido a su ambigüedad, propone una interpretación. Sin embargo, el lenguaje de la religión o el lenguaje de la ciencia imponen una interpretación. En su Tetralogía científica: Copérnico, Kepler, la carta de Newton y Mefisto, ¿los científicos descubren o crean la realidad?
—La realidad no existe. Es un mito. Todo está en movimiento, todo cambia. A finales del siglo XIX, los profesores de física animaban a sus estudiantes para que estudiasen otra cosa, porque todo ya se había descubierto. Luego, en 1905, aparece Einstein y dijo: «No estoy seguro de eso, ¿qué pasa con la velocidad de la luz?, ¿qué pasa con los relojes que se mueven más lentamente en la cima de una montaña?”. Todo quedó alborotado, apareciendo una nueva versión de la realidad. Estoy absolutamente seguro de que se avecina una nueva síntesis, una nueva versión de la realidad. Los seres humanos de hace diez mil años vivían una realidad completamente distinta a la que nosotros experimentamos. ¿Conoces el entrelazamiento cuántico? El entrelazamiento cuántico es extraordinario. Ya sabes, dos partículas, una partícula roja y una partícula azul, tomas la partícula azul y la llevas al otro lado del universo, le cambias el color y al instante la que ha quedado en el otro lado cambiará de color también. ¿Cómo puede ser eso? Eso significa que hay un espejismo completamente distinto del que creemos que existe.
—Sus personajes son actores, actrices, científicos, artistas, detectives, académicos, personas que padecen enfermedades mentales o asesinos. ¿Existe alguna relación entre ellos y sus profesiones?
—Bueno, todos son humanos, finjo que son humanos. Mis personajes simplemente están dando tumbos por el mundo, como el resto de nosotros. Tenemos estas ilusiones de que sabemos cosas, sabemos lo que hacemos y lo que haremos, pero no es así. La relación entre ellos es que son míos, los hice con palabras, y eso es algo extraordinario que puedes hacer mediante la ficción. Cuando estás leyendo Ulises, Leopold Bloom o Molly Bloom son más reales para ti que la persona sentada al otro lado de la mesa del desayuno. ¿Es muy extraño, no? ¿Por qué creemos en estas mentiras trascendentes e ilustres? Siempre me ha fascinado la relación entre el lector y la página, entre el lector y la novela. Supongo que todos somos niños y queremos un cuento a la hora de dormir. ¿Pero no es glorioso que creamos en esto? Estamos compuestos por historias, y Emma Bovary es tan real para mí como la mujer que amo.
—En otras entrevistas usted ha dicho que Benjamin Black escribe más rápido porque desarrolla la escritura mediante párrafos, sin embargo John Banville escribe más lento porque se concentra en las frases, es un artesano de las palabras. ¿Se podría decir que Benjamin Black ha sido su forma de pactar con el mundo y John Banville ha sido el modo de ser fiel a sí mismo?
—[risas] No tengo ni idea de cómo responder a eso. Por cierto, Benjamin Black solo está vivo en los países de habla hispana. Creo que son sólo dos formas de escribir, también escribo reseñas de libros, esa también es una forma diferente de escribir. No hay ninguna diferencia esencial excepto en el método.
—¿Tiene alguna frase favorita?
—La próxima que escriba será mi favorita [risas]. No, en realidad no tengo una frase favorita. A todo el mundo le alienta esa frase, no es una gran frase, pero se queda en la mente de todos. Es extraño.
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