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Joanna Quinn: "La cultura nos ayuda cuando la vida se pone difícil" - Zenda
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Joanna Quinn: «La cultura nos ayuda cuando la vida se pone difícil»

Hablamos con Joanna Quinn de derechos reales sobre las ballenas, del Diamante de Moonfleet, de Jo March y de cómo no tirar la toalla cuando escribir una novela te lleva diez años. ******** —En su novela hay muchas citas a clásicos como Antígona, La Ilíada, La tempestad… En un pasaje menciona El diamante de Moonfleet....

En 1324 se otorgó a los reyes ingleses la propiedad de las ballenas varadas en las costas de Reino Unido. Estos cetáceos se convertían en peces reales desde el momento que quedaban atrapados en la arena de las playas británicas. Cuando uno de estos animales apareció en el litoral de Dorset, una niña —Cristabel— osó discutir su propiedad al mismísimo Jorge V. La pequeña acabó ganando el puso al monarca y convirtiendo el esqueleto del mamífero en un teatro, dentro del cual ella y sus hermanos, la tribu de los Seagrave, representaban dramas griegos y obras de Shakespeare para disfrute de toda la comarca. Así arranca el debut en la narrativa de la autora inglesa Joanna Quinn, El teatro de los hermanos Seagrave (Catedral, 2022). Todo un novelón, por el número de sus páginas —más de seiscientas— y por la calidad de las historias que encierra en su interior. La trama nos lleva a muchas ficciones que ya han representado este periodo de la historia, que tanto nos atrae a lectores y espectadores, como la serie Downton Abbey o las novelas de Nancy Mitford —que Joanna dice no haber leído nunca—.  Estamos ante el fin de la época colonial, unos años añorados por los británicos, y el comienzo de una nueva era, durante la cual el país sufrió una profunda transformación que muchos no supieron o no quisieron aceptar. Pero por encima de todo, esta obra es una reivindicación de la cultura como la tabla de salvación de mujeres y hombres cuando las circunstancias nos enfrentan con el abismo.

Hablamos con Joanna Quinn de derechos reales sobre las ballenas, del Diamante de Moonfleet, de Jo March y de cómo no tirar la toalla cuando escribir una novela te lleva diez años.

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—En su novela hay muchas citas a clásicos como Antígona, La Ilíada, La tempestad… En un pasaje menciona El diamante de Moonfleet. En Zenda tenemos una colección de libros de aventura y ese fue el primer volumen que publicamos. ¿Hay lectores en el mundo digital actual para estos relatos tan analógicos? ¿Es necesario reivindicar los clásicos?

"Disfruto mucho leyendo a los clásicos, y me parece que añade una capa adicional de disfrute jugar con esas referencias a otras novelas en la tuya"

—Me encanta John Meade Falkner (el autor de El diamante de Moonfleet). Este escritor vivió en la ciudad a la que mi hija iba al colegio, y la costa que sale en su obra es la misma en la que está ubicada mi novela. Respecto a tu pregunta, la razón para incluir estas referencias a los clásicos era meramente práctica. Al empezar a escribir la historia pensé en el tipo de libros que se encontraría en una biblioteca como la de esta familia, lecturas apropiadas para niños de clase alta. Por otra parte, yo disfruto mucho leyendo a los clásicos, y me parece que añade una capa adicional de disfrute jugar con esas referencias a otras novelas en la tuya. Además, mi obra versa sobre la imaginación y la importancia de la lectura y de las historias. Haberlo hecho de esta manera para mí tiene un punto gratificante.

—Hay una idea que fluye por la novela, sobre todo cuando estalla la II Guerra Mundial, la utilidad del arte. Es algo que también hemos vivido estos años de pandemia. ¿Para qué sirve la cultura cuando hay muertos por un conflicto bélico, por una enfermedad terrible? 

—La verdad es que me parece que la pandemia es un punto de partida muy interesante, porque, de hecho, tanto yo como muchas otras personas, durante el confinamiento, pudimos disfrutar de muchas películas y de muchos libros. No refugiarnos en el arte y la cultura. Respecto a mi libro, la cultura tiene una gran importancia incluso en ese contexto de guerra. Hay varios sucesos que acontecieron en realidad y que están plasmados en el libro. Uno de los más llamativos fue la representación que se hizo de Antígona en el París ocupado, y a la cual acudieron tanto público francés como público alemán, de forma casi paritaria. Esa es una imagen muy fuerte, muy robusta, del poder que tiene el teatro en medio de una guerra en una ciudad sombría como era la capital de Francia en aquel momento. En esas circunstancias la cultura puede aportar muchas cosas, esperanza, ser una forma de evasión, y, hasta cierto punto, ser una catarsis. La cultura nos ayuda cuando la vida se pone difícil.

—¿Qué simbolismo esconde ese esqueleto de ballena que sirve de teatro a los hermanos Seagrave?

"Me parecía muy interesante que esa niña tomará algo que le pertenecía al rey —la ballena— y que no solo lo hiciese suyo, sino que convirtiese su esqueleto en un teatro"

—Había leído sobre una ley, muy antigua, que estipula que las ballenas varadas en las costas británicas son propiedad de la monarquía. Me gustaba mucho esa situación que se produce cuando una niña pequeña, Cristabel, coge algo que ella da por hecho que le pertenece, pero que en realidad es de otra persona —del rey—. Gran parte del libro habla precisamente de ese tema, de los derechos heredados y de la tradición. Me parecía muy interesante que esa niña tomara algo que le pertenecía al rey —la ballena— y que no solo lo hiciese suyo, sino que convirtiese su esqueleto en un teatro.

—Desde las primeras páginas, los personajes de su novela se presentan robustos, bien apuntalados y gestionados en la narración. Pero hay uno que se muestra rotundo, el de la protagonista, Cristabel. ¿Qué influencias tuvo para construir a esa niña? Yo me la imagino y pienso en Pippi Långstrump o en Ana de las Tejas Verdes.

—(Ríe) La verdad es que no se me había ocurrido ninguna de las que mencionas, pero las dos me encantan. Sí que tiene un poco de Jo March de Mujercitas y de George de Los cinco, la serie de libros de Enid Blyton. Hay una influencia de esas lecturas de infancia que representaban a niñas independientes y quizá con un toque de Tomboy.

¿Y cuánto hay de Cristabel en usted?

—(Ríe) Yo tuve la suerte de poder ir libremente por la costa de Dorset cuando era joven, como Cristabel. Algo que no ocurre con los niños actualmente. Solía montar en bici con mis amigas, y también representábamos obras de teatro como la protagonista de mi novela. Pero el carácter de Cristabel es distinto del mío. Ella es mucho más valiente. Aunque mi madre dice que sí que nos parecemos (reímos).

—Con el comienzo de la II Guerra Mundial se agudiza uno de los grandes conflictos de la novela, la frivolidad de Rosalind choca con el compromiso de Cristabel y Digby. Esa forma diferente de afrontar los riesgos también la hemos visto en una serie como Dowton Abbey, otras de las posibles referencias a su novela.

"Muchas de esas familias aburguesadas querían conservar su estilo de vida previo a la guerra"

—Solo vi la primera temporada de Downton Abbey, pero sí que es cierto muchas de esas familias aburguesadas querían conservar su estilo de vida previo a la guerra. Querían seguir viviendo rodeados de lujos y que el conflicto no les afectara. Sin embargo, las generaciones más jóvenes tenían un sentimiento de deber, querían implicarse y, de hecho, fue una oportunidad para escapar de ese encorsetamiento social en el que vivían, de eludir las responsabilidades que les imponía ser de la alta sociedad y librarse de las presiones a las que estaban sometidos.

—Entre septiembre de 1940 y mayo de 1941, dieciséis ciudades británicas fueron atacadas con al menos cien toneladas de explosivos. Su padre vivió esos terribles bombardeos que aparecen en su libro. ¿Se ha olvidado lo que vivió Inglaterra en esos años?

"Tenemos que evitar pensar que ganamos la guerra nosotros solos. Esa es una de las razones por las que incluyo en la novela una sección más europea"

—No creo que lo que pasó haya caído en el olvido. De hecho, las bombas que cayeron sobre Reino Unido cambiaron la fisionomía de las ciudades. Mi padre y su familia en aquella época vivían en Liverpool y todos los muelles de esa zona quedaron asolados por esos bombardeos. Creo que es algo que sigue vigente en el cine y la literatura. Hay muchas obras que hacen referencia a la guerra. Esta es una parte inherente de la historia nacional. Y considero que es importante recordarlo, pero hay que ser prudentes y no glorificarlo. Y también tenemos que evitar pensar que ganamos la guerra nosotros solos. Esa es una de las razones por las que incluyo en la novela una sección más europea, no solo centrada en Gran Bretaña.

—La II Guerra Mundial siempre se identifica con luchadores masculinos. En su novela se muestra cómo resistieron las mujeres. ¿Qué papel tuvieron en el conflicto las integrantes de la The Special Operations Executive (SOE)? 

—Este grupo se creó en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, y su objetivo era localizar a civiles que tuvieran buenas habilidades lingüísticas. Les ofrecían una formación en combate, y luego les mandaban a territorios ocupados de Europa. Allí entraban en contacto con los núcleos de resistencia local para armarles y organizarles. Los mandos se dieron cuenta de que las mujeres eran especialmente buenas en este trabajo. Quería hablar de ellas en el libro porque creo que fueron mujeres muy valientes. Además, su papel fue mucho menos conocido que el de los hombres.

—Su novela tiene un formato muy visual. ¿Qué ve más acertado para su adaptación? ¿Una película de larga duración o una serie de televisión de varios capítulos?

—Pues una compañía de televisión de Reino Unido acaba de comprar los derechos para adaptar la novela. (Ríe) Su idea es hacer una serie. Es una empresa que ahora mismo está trabajando en una adaptación de Hamlet para la televisión. Ellos han pensado en una serie porque la historia es demasiado larga para una película.

—Diez años para escribir una novela. ¿Cuántas veces pensó en tirar la toalla?

"Las energías me empezaban a fallar, pero me dije a mí misma que tenía que acabar la novela"

—La verdad es que lo pensé unas cuantas veces. Sobre todo, cuando llegué a la mitad más o menos. En ese punto había avanzado demasiado como para decir «lo dejo», pero todavía quedaba muchísimo por delante. Las energías me empezaban a fallar, pero me dije a mí misma que tenía que acabar la novela, por el hecho de lograrlo y también por el aprendizaje que supondría haber llegado hasta el final. Así que seguí adelante con ese objetivo en mente.

—Espero que la próxima novela le lleve menos de diez años. Con ese ritmo de publicación no podré leer más de cuatro o cinco libros suyos como mucho…

—(Reímos) La verdad es que no esperaba tardar tanto con esta novela. El segundo libro se basa en un hecho que descubrí cuanto estaba investigando para escribir El teatro de los hermanos Seagrave. La época de la obra será similar, pero en un país completamente diferente. Y sí, quiero intentar algo más breve y que me lleve menos tiempo.

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Miguel Ángel Santamarina

Nací en Burgos, y ahora vivo bajo las palmeras de Almuñécar. Estoy prisionero en Zenda desde sus comienzos. No me canso de darle a la tecla. En breve, publico un libro de historia, mientras le sigo dando vueltas a mi primera novela.

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