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Jimmy Barnatán: “Si maleducas a la gente diciendo que la cultura tiene que ser gratis, se jode el circo” - Zenda
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Jimmy Barnatán: “Si maleducas a la gente diciendo que la cultura tiene que ser gratis, se jode el circo”

Es infinitamente mejor Manuel Machado que Antonio Machado. He leído a los dos y con el cariño del lector, no con cariño ideológico, de un lado o de otro, aunque yo soy zurdo.

Jimmy Barnatán (Madrid, 1981) es alérgico a la etiqueta que encorseta —“No hay nada más español. Si eres actor no eres músico, y si tocas no puedes escribir”, dijo hace unos años en una entrevista concedida a la Cadena SER— y distribuye su ansia creativa y artística componiendo canciones, interpretando personajes en el cine, en la televisión y en el teatro —mi favorito, permítaseme la licencia, el Toneti de Torrente. El brazo tonto de la leyy pariendo libros.

Hijo del escritor, crítico y traductor Marcos Ricardo Barnatán y de la periodista Rosa Pereda, criado en Madrid, Santander y Nueva York, entre partidos del Racing, conciertos de blues y lecturas poéticas, a Jimmy Barnatán le han metido la literatura en vena desde niño chico. Ha publicado tres novelas –Atlas, New York Blues y La chistera de Memphis– y un poemario, ¡Vosotros no sabéis!, un tatuaje impreso, lírico y crudo de su espectáculo Una noche en el St. Johns.

Zenda conversa con Barnatán en el Dry Bar de la madrileña calle del Pez, uno de los pocos sitios de la capital patria donde preparan el Negroni como Dios manda.

—Jimmy, sé que es poco amigo de las etiquetas, ¿pero cómo lleva su nuevo traje de poeta?

"Mi vida es completamente lírica y nada encorsetada en cuanto a sílabas"

—No es tan nuevo. Ya sabes de la casa de la que vengo: la poesía ha estado siempre muy presente en mi vida. El primer proyecto de libro de poesía lo empecé, creo, con diez años. Fue con mi padre. Le escribí un haiku. Terrible, evidentemente (risas), pero a mi padre le cayó en gracia. Imagino que no fue sólo uno, sino que fueron tres o cuatro. Entonces, decidimos hacer un libro, que se llama El dólar de plata, que todavía está pendiente de terminar, y, fíjate, ¡el tiempo que ha pasado! ¡Voy a cumplir cuarenta el año que viene! Se compone de cincuenta haikus de mi padre y cincuenta míos, mezclados al azar. Cada haiku es un céntimo y, juntos, haremos un dólar de plata. Siempre he escrito poesía. De alguna manera, las canciones también tienen… (piensa) aunque no es lo mismo escribir una canción que un poema. En fin, mi vida es completamente lírica y nada encorsetada en cuanto a sílabas.

—¿La poesía debe tener un punto de musicalidad, de ritmo?

—No. Paul Éluard es el surrealista menos surrealista en cuanto a estructuras. Hay escritores a los que les funcionan las estructuras y otros a los que no. A mí, igual siendo presuntuoso y terrible (risas), rara vez me gustan los poemas que responden a una estructura. Creo que es mucho más importante la belleza de las imágenes y de las propias palabras, el poder que tienen los fonemas: la musicalidad está ahí. Por eso para mí es muy diferente escribir una canción que escribir un poema. Además, la canción tiene un destinatario muy claro, y el destinatario del poema, aunque existe y es indispensable, siempre es más difuso.

—¿Como lanzar una botella al mar, y a ver a quién le llega?

"La conexión que yo tengo cuando escribo versos es mucho más íntima. Hay menos luz en la habitación"

—No sé si como lanzar una botella al mar, pero la conexión que yo tengo cuando escribo versos es mucho más íntima. Hay menos luz en la habitación, ergo la cara que está mirando siempre está más oscura, es más invisible. Además, en la canción sí que entra una estructura, un corsé: un compás, equis sílabas, entra un puente… hay unas directrices, que están muy bien, ojo, pero que no están en los poemas.

—¿Se expone más como poeta que como prosista?

—Sí. Desde luego, Una noche en el St. Johns es el lugar en el que más me he desnudado. He plasmado todos mis miedos, mis filias, mis fobias, mis deseos, mis anhelos y mis carencias. Sobre todo, mis carencias: lo que me falta mínimamente para ser feliz, amigos (risas).

—¿Y cuáles son sus referentes poéticos? ¿De quién ha aprendido?

—Hablábamos de Paul Éluard: toda su obra es referencial, la lírica sobre todo. Toda la poesía judía me gusta mucho. La he aprendido en casa. Mi padre es un poeta absolutamente fastuoso. Todos los novísimos, la beat generation…

—¿Ginsberg, por ejemplo?

"Es infinitamente mejor Manuel Machado que Antonio Machado. He leído a los dos y con el cariño del lector, no con cariño ideológico"

—Bueno, mi padre fue, creo, el primer traductor de Allen Ginsberg al castellano. Te voy a contar una anécdota: a Ginsberg le daban un premio en el Círculo de Bellas Artes, o un reconocimiento. Entre los participantes, estaba mi padre. Y nosotros, el día anterior, pon que esto sería un lunes, habíamos pasado el fin de semana con unos amigos en Zaragoza. Volvíamos de Zaragoza en el tren, un domingo: mis padres en un lado y yo en otro. A mi lado estaba sentado un señor que parecía un clochard, un tipo errático, mayor, con una maleta inmensa. Mi madre tuvo un rifirrafe de cojones con él: “Que se le va a caer la maleta al niño, tal, cual…”. El otro tipo, que hablaba muy poco castellano, cambió la maleta. Y, de repente, mi madre le dice a mi padre: “Hay que ver lo que se parece el pesao este de la maleta a Allen Ginsberg”. Y mi padre le dijo: “No se parece a Allen Ginsberg: es Allen Ginsberg”. No te puedes imaginar lo divertido que fue el viaje de vuelta, evidentemente, en la cafetería del tren. Mi padre: “Discúlpeme, soy Barnatán, el traductor…”. Y así fue cómo conocí al bueno de Ginsberg (risas). Volviendo a la pregunta anterior: decir que todos estos grandes nombres son una influencia… sería terriblemente narcisista por mi parte. Es lo que he leído. En el imaginario de uno siempre están estos personajes. Son las lecturas desde crío. Manuel Machado también me gusta mucho.

—A Manuel Machado se le está desempolvando y reivindicando desde hace unos años. Creo que es uno de esos escritores a los que no se le ha valorado en condiciones por su ideología.

—Es infinitamente mejor Manuel Machado que Antonio Machado. He leído a los dos y con el cariño del lector, no con cariño ideológico, de un lado o de otro, aunque yo soy zurdo. Como poeta, Manuel Machado siempre me ha emocionado mucho más, me ha llevado a su terreno, me ha movido más.

— En ¡Vosotros no sabéis!: Una noche en el St. Johns, hay una exposición pasional del amor: “Transformamos a nuestro antojo la vida (…) y todo se hizo azahar y jazmín” (“Reina del Silencio”); “Trataron de contenernos los físicos y los químicos de antaño (…) quisieron cortar a su antojo la vida / y el sueño / y el espejo” (“Vosotros no sabéis”). ¿El amor lo puede todo o, como escribió Lope, es “beber veneno por licor suave”?

—El amor lo puede todo, sí, pero puede todo lo bueno y todo lo oscuro. La luz, seguramente, tenga la misma cantidad de amor que la oscuridad. Yo es que he siempre he sido un romántico, tío. El amor puede contener toda la felicidad y todo el dolor y toda la angustia, una angustia mayor que la de la muerte.

—Cambiemos de tercio: en una entrevista de hace un par de años, declaró que su banda se malacostumbró “a tocar prácticamente todos los fines de semana del año”. ¿Cómo ha llevado, en este sentido, el confinamiento?

"La pandemia ha sido el tiro de gracia. La cultura siempre ha estado muy golpeada"

—Fatal. Nosotros (Jimmy Barnatán & The Cocooners) hemos sido, seguramente, durante muchos años, la banda que más ha tocado de este país. Hemos hecho, relativamente, en pocos años, más de mil bolos. Nos separamos dos meses antes del confinamiento. El mundo del blues es muy hermético, y hay veces que cuando no da, no da. Nosotros, ya te digo, hemos dado más de mil conciertos, muchos estupendos y maravillosos en estupendos escenarios en los que da la pasta, pero también otros muchos en los que hemos saboreado el fango. Parece un puto tópico, pero es verdad: la carretera es muy complicada. No todo el mundo vale para girar. Hemos demostrado que nosotros sí valemos, pero es verdad que el asfalto saca lo mejor de uno pero, como el amor, también lo peor. No lo digo por los muchachos, sino por mí.

—Va una pregunta retórica: ¿la pandemia ha sido un tiro a la barriga a la cultura?

—Creo, más bien, que ha sido el tiro de gracia. La cultura siempre ha estado muy golpeada. No creo que te sorprenda lo que te estoy diciendo. La cultura ha sido un arma arrojadiza entre unos, otros, pum, pam…

—¿Un concierto de blues o de rock&roll puede ser un arma arrojadiza?

—El blues y el rock&roll están mucho más lejos de la cultura de masas de lo que nos pensamos. Por eso, es una grieta por la que nosotros, por ejemplo, hemos podido reptar como lagartijas durante diez años. Yo no tengo nada que ver con los conciertos mainstream. Cuando es muy complicado hacer un directo en una sala para 500 personas, cuando te quitan el escenario, y te estoy hablando de antes del confinamiento, es muy complicado subsistir. Sabemos los discos que se venden, dónde ganas dinero, dónde puedes mantener una mínima infraestructura que te permita moverte con dignidad… y, efectivamente, el confinamiento no, porque no se podía hacer otra cosa, pero yo no sé si se ha gestionado con la destreza con la que se tenía que haber gestionado el tema de la música en directo. Al final, ha habido brotes, rebrotes o requetebrotes en muchos sitios, y jamás, al menos, hasta donde yo sé, en un teatro. Es muy complicado.

—¿La cultura es un asunto menor para el ciudadano de a pie?

"La cultura ha sido un arma arrojadiza de los dos bandos, ¡imagínate la educación!"

—No sé si menor, mayor o mediopensionista, pero la culpa o la no culpa la tiene la educación. Decíamos que la cultura ha sido un arma arrojadiza de los dos bandos, ¡imagínate la educación! Si maleducas a la gente y le dices que la cultura tiene que ser gratis, y se maleduca no sólo adoctrinando, sino con leyes, con políticas, entonces se jode el circo.

—¿Cómo está funcionando el Bar Natán?

—Muy bien. Está siendo un pequeño sueño hecho realidad. Por dos razones: una, siempre había querido tener un bar, y ahora lo tengo, y dos, porque, desde muy pequeño, siempre había querido dirigir un programa de radio, y ahora lo dirijo (risas). Siempre he querido contar historias. Siempre he sido un cuentista.

—¿Qué otros proyectos trama Jimmy Barnatán?

—Hay una novela que sigue deambulando por distintas editoriales, esperando a su media naranja: 212. Es una novela interesante sobre Nueva York contado a través de sus personajes. El narrador es un mero espectador. Es como un perfil de la ciudad en el que el narrador deja la voz a los habitantes reales de la ciudad. Y luego, quiero continuar con el podcast. Ahora es un momento como de llegar a tierra, después de todo este año de fuerte marejada. Estoy llegando a la orilla.

—Para finalizar: en su poema “Déjà Vu”, escribe: “Mi mayor ambición, cuando era niño, / era la de dejar de ser / un déjà vu constante”. ¿Lo ha conseguido?

—Creo que todavía no. Pero también creo que todavía no he dejado de ser niño (risas).

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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