Fue en un pueblo con mar, que dirían Los Secretos y Joaquín Sabina. En una comunidad arruinada, saqueada por un élite carroñera que ha esquilmado los recursos naturales hasta la degradación total y convertido la región en un antro de corrupción, ignorancia, miseria y meapilismo. Pero donde no faltan las fiestas pachangueras, las manifestaciones cainitas envueltas en banderitas, ni los árboles de navidad más mejores del mundo… ¿qué del mundo? ¡Del universo entero y más allá! Y ¿luces? Cuántas más ponen, menos demuestran tener sus votantes: ¡luces a pajera abierta, que paga el bobo del contribuyente!
Una pareja de británicos, jubilados de oro, se sentó a la barra. Se pidieron un coponcio de coñac con cola, con el doble del primero que de la segunda, y un gin tonic con el triple de gin que de tónica. Se lo calzaron en un “God save the Deceased Queen y su Holy Mother, Patrones of Distilleries”. En menos tiempo del que necesitó Puigdemont para encaramarse al maletero, con el canguelo dejando su marca en los zaragüelles, se pidieron una segunda ronda.
Se les acercó un español, que denotaba que pertenecía a los de esa clase desahogada a los que en nada muerde la crisis y la inflación se la trae al pairo. Se desanudó la corbata y quiso liar la hebra. Sin duda, iba a la misma academia a la que acudieron Ana Botella y Rajoy para aprender ingles (así, sin tilde).
—Me of Valencia. ¡Valencia, yes: very famosa! ¡Fallas! ¡Pom, pom, pom: mascletá! ¡Fiesta! ¡Toros! ¡Muuu! ¡Paella very good! La best del Word.
Los ingleses sonrieron, azorados. El hispano, tras invitarlos a un nuevo coponcio (que no se diga que los españoles no somos rumbosos), comprobó que los guiris no debían de ser británicos de pura cepa, pues no comprendían la perorata que les estaba soltando en el inglés que le habían enseñado en la academia a precio de oro y donde daban clase, decían, sólo nativos de antes de las invasiones sajonas. Se ve que eran del extrarradio o, peor aún, rudos escoceses, irlandeses o galeses: ¡no entender las florituras de su acento del mismo Foxford City!
—No problema! My friend yes habla Genuine English. He has study in the same Cambridge one curso. One moment!
E hizo señales a un colega para que se acercara.
—Salam Maleikum (sic), misteres!— saludó aquél con un impecable acento cantabrigiense, del mismo Cambridge capital, pegao a Vallecas.
Apabullado por el ejemplo de bilingüismo patrio, debí de rebuznar de risa, pues me miraron algo amoscados. Hube de morderme los labios para no enturbiar con mis relinchos los contactos diplomáticos que, seguro, darían por resultado el sueño de un Gibraltar español.
Dos mesas más allá, media docena de alemanes trasegaban cervezas por hectolitros. Vestían con el atuendo typical: bermudas, camisas o camisetas que ya las quisieran los hawaianos o los chicos del Bronx, sandalias de goma, con los preceptivos calcetines hasta las rodillas.
Uno de ellos, un armario, se levantó. Con paso tambaleante se dirigió hacia la recepción, defendida por una muchacha española, impecablemente vestida y de cierto atractivo. El teutón le lanzó, en alemán, un par de requiebros, a los que la recepcionista contestó, en la lengua de aquél, con cortesía. El armario hizo un gesto grosero de desdén ante la negativa a sus galanteos, le dio la espalda encarando a sus compatriotas y, cual gorrino de Baviera, gruñó un eructo, que llenó de oincs todo el paseo marítimo.
Sus compañeros recibieron con aplausos y carcajadas la muestra de virilidad teutona. Que se notara que eran hijos de Merkel, que tenían los cuartos y mandaban en Europa. La chica, a la que había escuchado desenvolverse en tres idiomas, aparte de en valenciano y en castellano, ni se inmutó.
El nibelungo se dirigió ahora al camarero y, golpeando la barra con el vaso, exigió que se lo llenaran de nuevo. Así lo hizo el otro sin perder la sonrisa. Ni cuando el guiri volvió a gruñir eructando.
El cuarteto hispano-británico brindó al unísono por el rebuzno con un “Salam aleikum” digno de un lord, a la vez que la inglesa, que creía estar hablando español con lo del “salam”, apuntilló con un “Fiestaaa!”.
Tengo gran respeto por los profesionales de la hostelería. Son algo más que camareros, limpiadores o recepcionistas. La clientela los usa como psicólogos, muro de lamentaciones, confesores, cuando no como objetos de sus “bromas” procaces o diana de su mala educación. Me indigna ver cómo algunos parroquianos se olvidan de que detrás de una barra o un mostrador hay un ser humano y lo tratan con indiferencia, desprecio o autoritarismo.
Miré con empatía a la recepcionista. Me puse en su piel: haber estudiado una carrera y haberse titulado en tres idiomas extranjeros para acabar recibiendo acosos o eructos de tiparracos embrutecidos, que se niegan a aprender una sola palabra de español, que hacen acá cosas que, si las hicieran en su patria, serían enchironados. Que, por el mero hecho de ser arios y nativos de un país centroeuropeo, desprecian a los nativos que los han de atender, forzados por la usura de los de la buena estirpe “Marca España”.
Llevo 34 cursos dejándome la piel en el fango de las aulas públicas. En todos ellos he visto la degradación de la educación con leyes educativas, cada cual peor que la anterior, redactadas por una panda de gañanes desertores de la tiza, pedagogos de baratillo y politicastros de chichinabo, tanto del PSOE y satélites, como del PP y señoritos. La situación actual es desoladora: el nivel ha descendido a las cloacas; la desidia, apatía, emulación de cantamañanas famosos en el deporte o en redes sociales arrasan entre nuestros jóvenes, huérfanos de referentes morales de recias raigambres. Pero, eso sí, la inmensa mayoría de nuestros centros son bilingües. Bilingual Marca Spain, of course.
Lo confieso: peccator sum. Me dejé embaucar por la estafa del bilingüismo, que con el tiempo descubrí que era jilipollalingüísmo, porque por gilipollas toman a quien en sus redes cae. Mis dos hijos sufrieron en sus carnes este timo. Su madre y yo fuimos engatusados por los trileros que diseñaron las leyes educativas y parieron este tocomocho. El menor sólo consintió hacer los cuatro años obligatorios de la ESO. En cuanto tuvo más criterio nos dijo que no pensaba cursar el bachillerato con este modelo, ya que quería aprender de verdad. En español, pues era la lengua del país donde vivía. Durante la ESO le dieron en francés o inglés Historia, Música o Ciencias Naturales. Con frecuencia se quejaba de lo elementales que eran las cosas que le enseñaban y de los rudimentarios que eran los manuales, si es que había alguno. Estando en tercero le cogía los libros a su hermano mayor, que estaba en 2º de bachiller, y se estudiaba los temas que le apasionaban. Estaba frustrado de leer generalidades en guiri sobre Elizabeth the I, wife of Ferdinand the Catholic and the mother que los fuckió.
La hija de mi amiga Victoria es un fenómeno: ganó una de las becas que da la fundación de Amancio Ortega y pasó un año estudiando en Canadá, sumergiéndose, esta vez sí, en una educación bilingüe. Se la llevan los demonios cuando alguna profesora hispana, habilitada para impartir esa enseñanza en inglés, le corrige una pronunciación o una expresión, sin haber estado la docente inmersa en una realidad anglófona como ella. En España estudió las ciencias naturales en inglés: hoy tiene problemas para saber qué es un riñón y qué el hígado. Se lo explicaron en la lengua británica y le cuesta adaptar eso a su idioma materno. ¿Cuando vaya al médico tendrá que explicarle en inglés sus síntomas?
Los hijos de Maite, educados en un colegio religioso de los de postín, totalmente Bilingual, for God, se reían de algunos profesores que, con acento de la Mallorca más rural, les espetaban “You have approved by the hairs”, como si en el terruño de Shakespeare existiera la expresión «aprobar por los pelos».
Con motivo de la pandemia, en los centros de enseñanza nos acostumbramos a dejar abiertas las puertas de las aulas para una mejor ventilación. Esto hace que todos escuchemos lo que dice el compañero de al lado. Una mañana, mientras preparaba mi siguiente lección, en el aula de enfrente, donde estaban estudiantes de bachiller de la rama científico-tecnológica recibiendo una clase presuntamente bilingüe, escuché a varios pedirle en español a su profesor que les explicara el tema primero en español y luego, si eso, lo repitiera en inglés. Eran zagales serios, de los que sabían que se jugaban su futuro con la media que sacaran en el bachillerato, y no querían liarse con florituras vacuas en británico, sino que les machacaran las cosas en su idioma vernáculo.
En los muchos años que llevo conviviendo con la presunta enseñanza bilingüe, en tres centros diferentes, he detectado que las familias matriculan a sus hijos en ésta también para librarse en cierta manera de la “morralla”: con bastante frecuencia los estudiantes “bilingües” necesitan clases de refuerzo en inglés, que no todas las familias pueden costear. Tampoco están en estos grupos criaturas con problemas de aprendizaje o con conflictos de disciplina o familiares graves: se supone que allí el nivel es más exigente. Lo cual genera que los grupos no bilingües sean un cajón de sastre, en los que cuesta más mantener la disciplina y el nivel es más bajo. Esto se llama, pura y llanamente, segregación.
Tantas clases de historia y demás en guiri han agravado aún más el déficit lingüístico, la pobreza de vocabulario y la abrumante falta de comprensión lectora en español que sufren los actuales estudiantes.
Luego está la moda de usar palabros en inglés, mal pronunciados, por supuesto, para todo. Ya no se lleva ser un tipo genial, sino un cretino cool. Los entrenadores son ahora coach, que parece que te cuesta menos que te tomen el pelo con su cháchara y que te hagan sentir un douchebag en vez de un gilipollas. En mi ciudad, en las puertas de un pío colegio donde las élites llevan sus vástagos, han inaugurado una zona de parada llamada Kiss@Go, que a lo que se ve es más chachi que decir Besa y sal pitando.
Y ¿la patochada del Black Friday y caralladas semejantes? Si no usas estos palabros, por más que existan términos en español mucho más bellos y descriptivos, te toman por carca, rancio, cateto… A los que me vienen con lo del black friday les muestro unas fotografías que encontré en las redes sociales de un vendedor en mercados callejeros que anunciaba sus productos con motivo de esta festividad laica con un cartelón pintado a bolígrafo: “Blas Fridai: Bragas Paco, te calientan el papo y te abrigan hasta el sobaco”.
Los de la barra han apurado ya un par de botellas de ginebra. Los hispanos han enseñado a los British a ladrar “Fuck Perro Sánxez: motherfucker!”. “¡Fiesta, paella, pum, pum, pum: mascletá”, brama la hija de la Gran Bretaña, dejando patente un arrobador ejemplo del jilipollalingüismo que extiende sus garras por la Spain Today.
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