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Jesús García Calero: “Estamos hasta las narices de la fracasología de la historia de España” - Zenda
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Jesús García Calero: “Estamos hasta las narices de la fracasología de la historia de España”

A Jesús García Calero le pueden el periodismo, el mar y los pecios, tres cosas sujetas al ánimo levantisco de las mareas. Desde hace más de una década, cuando saltó el caso Odyssey, Calero se ha dedicado a los temas de historia y patrimonio naval, reportajes e investigaciones que ha impulsado desde la sección que...

Son las nueve y media de la mañana, demasiado pronto en la vida de una redacción. Jesús García Calero, el jefe de la sección cultural del diario ABC, viste como los capitanes: de azul y blanco. Hasta los botones de su camisa parecen nudos marineros. Un océano de libros y papeles sepulta las mesas de los redactores, a esta hora en la calle a la caza de una buena historia. Aunque apagados, a los ordenadores los recorre esa electricidad que separa una tormenta de otra. Todo tiene la calma que emparenta a los periódicos con los galeones. Ninguno de los dos puede naufragar ni dejarse hundir, sea cual sea la tempestad.

A Jesús García Calero le pueden el periodismo, el mar y los pecios, tres cosas sujetas al ánimo levantisco de las mareas. Desde hace más de una década, cuando saltó el caso Odyssey, Calero se ha dedicado a los temas de historia y patrimonio naval, reportajes e investigaciones que ha impulsado desde la sección que dirige. Tiene una habilidad innata Calero para rescatar de los naufragios lo más valioso del desastre. Eso es lo que ha conseguido junto a Juan Fernández-Miranda en Don Juan contra Franco (Plaza & Janés), el libro que da pie a esta entrevista.

En el año 2016, los periodistas Juan Fernández-Miranda y Jesús García Calero tuvieron acceso en exclusiva a los informes que redactaron los espías de Franco. Estos papeles, que salieron directamente del despacho del dictador en El Pardo, no habían visto la luz. Todos pertenecían al mismo año, 1948. Para aquel momento, Franco cumplía una década en el poder tras la victoria del bando nacional en la Guerra Civil y don Juan de Borbón libraba su propia batalla para restaurar la monarquía en España. Interpelados por aquel material, los jefes de Nacional y Cultura de ABC publicaron con éxito una serie de reportajes, pero todavía les quedaba por escribir la gran entrega del tesoro que había llegado a sus manos, y que toma forma en este libro publicado ahora por Plaza & Janés.

En las páginas de Don Juan contra Franco, Fernández-Miranda y García Calero acometen una narración llena de episodios y personajes fascinantes, un libro tan periodístico como novelesco que muestra en perspectiva el fin de la Guerra Mundial, el ascenso del Caudillo, la turbulencia de las fuerzas políticas que lo apoyaban y los cambios geopolíticos que modificaron por completo la situación de monárquicos y falangistas. Quedan retratados los personajes más disímiles que unieron sus fuerzas para restaurar la Corona española, desde la izquierda en el exilio hasta el duque de Alba o el general Kindelán, hombres que gozaron de la confianza de Franco y que estaban dispuestos a jugársela para devolver a don Juan al trono.

Esos papeles que Franco subrayó en ocasiones con un lápiz rojo y azul en otras, retratan a un tiempo y a un personaje. El lector puede reproducir en su mente el gesto roto del dictador que constata no ser todo lo fuerte que cree e incluso consigue redimir la visión estropeada que hasta ahora se ha tenido de Juan de Borbón y Battenberg. Las comunicaciones, cartas, reuniones e iniciativas eximen al heredero del sambenito del náufrago político, para mostrarlo en una dimensión más completa y compleja: alguien que tuvo que asumir de golpe los derechos de una dinastía sin trono, para enfrentarse a un dictador que no escatimó tiempo ni energías en mantenerlo alejado de España.

Quienes se hayan topado alguna vez con Jesús García Calero habrán advertido en él la educación y formalidad de los castellanos, pero también la empatía de los viajeros. La reseña biográfica suya que acompaña Don Juan contra Franco (Plaza & Janés) apenas suma tres líneas y no precisamente porque Calero no haya hecho cosas. Segoviano e hijo de un maestro de hidalga biblioteca, en Calero hay un viaje perpetuo de curiosidad y aventura. Se sintetizan en su perfil los atributos del explorador y el arqueólogo, alguien que pasó de la meseta castellana a las profundidades del mar.

¿Qué busca Calero? ¿A quién recompone cuando va tras la pista de lo que queda después del naufragio? Esa es una de las preguntas que esta conversación intenta responder en este encuentro matutino en una redacción en la que no se desata, todavía, la tormenta de la actualidad. Iluminado por la claraboya que preside una de las salas de reuniones de este barco llamado ABC, Calero mira a la cámara, listo para hablar de su propia travesía en la vocación literaria y periodística. 

—Le pueden el mar, los barcos, los marinos. ¿Usted los elige o los imanta?

—Es muy conocida la pasión de don Juan por el mar. La mantuvo durante toda su vida. Como se vio obligado a representar la jefatura de su dinastía de manera imprevista, porque era el tercero de los hermanos, convirtió el mar en una pasión secreta.

—Y coincide, ya ve, con la suya.

"Las mejores anécdotas de don Juan ocurren siempre a bordo de un barco"

—Si hubiese hecho este libro hace veinte años me habría resultado extraño, pero como me he dedicado desde hace ya un tiempo a la historia y el patrimonio naval, he sido capaz de ver cómo las mejores anécdotas de don Juan ocurren siempre a bordo de un barco. Los momentos en los que tenía que escapar de todo, lo hacía navegando. Incluso cuando acude a la entrevista con Franco, en el Azor, lo hace en su propio velero.

—Este libro contradice la estampa de náufrago político que tenemos de don Juan. ¿Existe una imagen distorsionada de él?

—Para mí, y espero que también para los lectores, el libro arroja luz sobre un momento del que faltaban datos. Todos teníamos una idea de la posguerra dividida en bloques. De un lado el mando absoluto del dictador y la represión. Fuera de eso había muy poco: acaso el orgullo y la dignidad en el exilio. Este libro demuestra que el orgullo y la dignidad estuvieron en muchos sitios y que había un hervidero político.

—Las tensiones y conspiraciones estaban a la orden del día. Hay espionaje entre personas de una misma facción.

—Desde que acaba la guerra, los propios correligionarios de Franco le exigían el fin de la dictadura. Había muchas críticas, algunas feroces. Se las decían a la cara y por escrito en documentos oficiales. Debía irse, él no estaba ahí para instaurar un régimen. Sin embargo, aconsejado por sus estrechos colaboradores, Franco está decidido a convertir el régimen en instituciones. Para eso debía darle un peso constitucional, no en el sentido democrático, sino que tuviera unas reglas establecidas y una continuidad asegurada. No podía hacerlo sin tener cuenta la República y la Monarquía, a una porque la había combatido y a la otra porque estaba empapando las fuerzas que habían luchado con él: tradicionalistas, monárquicos, grupos de derechas…

—El ensañamiento de Franco hacia don Juan es tal que  el dictador prefirió criar a un rey joven antes que elegirlo a él. ¿Cuál es la naturaleza de esa relación?

—Los dos juegan sus cartas de manera bastante inteligente, pero el margen es escaso. Don Juan está en el exilio, recibe el testigo de representar una monarquía que no reina, que se ha ido e intenta volver. Quien ha ganado la guerra tiene guardado en una cajita el nombre de don Juan como sucesor, en caso de que hubiera un accidente, pero inmediatamente después empieza a verse que Franco quiere que la monarquía sea la perpetuación de su régimen, que sea falangista. Don Juan no está dispuesto a eso. Tiene que moverse con mucha agilidad y prudencia. Parte de la gente que ha ganado la guerra son monárquicos o de derechas, pero no falangistas. Podrían apoyarlo, pero ven con una desconfianza visceral el acercamiento con quienes se enfrentaron. No es tan sencillo entablar contacto con quienes combatieron contra ellos, les quitaron sus haciendas y mataron a su familia.

—¿Podríamos decir que en este libro se describe el antecedente más temprano de lo que será la Transición?

"La guerra fría se manifestó: los aliados que apoyaban a don Juan y le exigían que hiciera pronunciamientos democráticos, de pronto cambian de caballo"

—Ese ha sido el gran descubrimiento para nosotros. Se conocía el pacto de San Juan de Luz, pero lo que dice la historiografía tiene que ver más bien con una especie de traición, según la cual mientras se estaba preparando el pacto, don Juan ya negociaba con Franco. Creo que no es tan sencillo. Para firmar ese pacto, todo el mundo tuvo que hacer un gran ejercicio de negociación. Ese pacto reunió a todas las fuerzas moderadas dispuestas a una reconciliación. Todos cedieron. La putada fue que, cuando estaban dispuestos a firmarlo, cambió el contexto internacional. La guerra fría se manifestó y los aliados que apoyaban a don Juan y le exigían que hiciera pronunciamientos democráticos, de pronto cambian de caballo. Ellos sabían que, si en España gobernaba un régimen débil, Stalin se lo iba a cepillar.

—Este material salió directamente del despacho de Franco, en El Pardo. Nadie sabía nada de estos documentos. ¿Cómo llega a ustedes?

—Una persona cercana a la familia Franco, aunque no formaba parte de ella, nos ofrece mirar estos papeles que hasta entonces nadie había visto. Los estudiamos y comprobamos que eran auténticos. Se parecían mucho a los otros informes de espías de aquella época: los subrayados y comentarios en los márgenes eran idénticos. Consultamos con especialistas y nos dijeron que eran totalmente verificables. El asunto es que no estaban en manos de la familia, ni los tenía la fundación. Decidimos pedirlos prestados para hacer los reportajes. Cuando acabamos la serie, quisimos estudiarlos más a fondo. Los devolvimos con la condición de que acabaran en un archivo público, que es donde deben estar.

—Hay algo de Le Carré en este libro. Está construido con un sentido novelesco, aunque conserva la raíz periodística. ¿La realidad también escribe novelas?

—Queríamos dejar muy claro que no somos historiadores, sino periodistas. Nos lo hemos tomado como un gran reportaje. Todo lo que se cuenta en el libro está basado en los testimonios y los documentos de la época, pero lo hemos ordenado de una manera que sea atractiva para el lector. No nos cortamos en usar la técnica narrativa, es decir, cuando sabemos por un informe que ha habido una conversación, la reproducimos como si fuera un diálogo. Es un atributo narrativo, pero es fidedigno y sin perder el rigor histórico.

—¿La historia da scoops?

—Claro. Se trata de unos papeles que nadie había visto, que estaban escritos sólo para los ojos del dictador y en los que se refleja de qué forma, en ocasiones, Franco estaba leyendo críticas horrendas sobre su persona, pero que el espía tenía que consignar. Si había escuchado una conversación en la que se decía que las acciones de Franco eran indignas, tenía que escribirlo y esperar a ver cómo reaccionaba Franco. Muchas veces dio un puñetazo sobre la mesa y se puso a reprimir. Y eso también es importante. Hasta ahora no estaba claro hasta qué punto la represión hacia los monárquicos había sido parte de una épica.

—Duró mucho, al menos según describe este libro, casi una década.

"El recorrido que va de 1942 a 1948 muestra que existía una resistencia constante, a la que cada vez se suma más gente"

—Fue en esos años cuando sufren una represión política, la que siguió a la de la guerra, que fue la más dura, por supuesto. En ese momento el ejército le dice a Franco que lo desprestigia al utilizarlo para ese fin. Una vez pasada esa fase, Franco comienza a ejercer otras retaliaciones contra los monárquicos: no los deja publicar un periódico, nos los deja hablar de don Juan y utiliza la censura de prensa como un cerrojo absoluto. Eso valía la pena ponerlo en perspectiva. El recorrido que va de 1942 a 1948 muestra que existía una resistencia constante, a la que cada vez se suma más gente, que va volviéndose más compleja y que se abría a la reconciliación con movimientos políticos fuera de España.

—Si entendiésemos esta historia en clave novelesca, ¿quiénes serían los secundarios más importantes?

—Los protagonistas, sin duda, son don Juan y Franco, pero cada uno tiene sus actores. Como en un partido de ajedrez, las blancas y las negras, con un rey y sus piezas. En el lado de Franco está Carrero Blanco, un marino que influye a lo largo de toda la dictadura. Es él quien insiste en institucionalizar el régimen y se convierte en inspirador de la Ley de Sucesión. Del otro lado, don Juan tiene como gran capitán al duque de Alba, que es un personaje impresionante. Realmente España aún no lo conoce y lo va a conocer muy pronto. Hay un investigador del CSIC, Enrique García Hernán, que tiene acceso a todos los papeles de la Casa de Alba y está haciendo una biografía. Como mucho en dos años tendremos esa gran biografía. El duque de Alba llamaba a Churchill primo, eran familiares lejanos. Poseía una información de los aliados que nadie más tenía.

—¿Y por eso era intocable para Franco?

—Jamás se atrevió a meterse con él, incluso cuando trató de impedir que fuera a ver a don Juan. Entonces el duque de Alba convocó una rueda de prensa en el palacio de Liria y dijo aquella frase: «Es la primera vez en 300 años que un duque de Alba no puede ir a reunirse con su rey».

—Entiendo que el Palacio estaba en ruinas, ¿cierto?

—Sí, hizo eso mientras intentaba reconstruirlo. Franco sabe que no puede meterse con él, porque lo dejaría sin información de lo que está ocurriendo en el bando aliado durante la guerra mundial. Cuando los monárquicos deciden apartarse de los cargos y el duque de Alba dimite, le piden que aguante unos meses. Habría sido un escándalo terrible, así que él decidió prestar ese servicio un tiempo más. Mientras conjuraba contra Franco, el duque de Alba era embajador en Londres. Todo eso es muy novelesco.

II

En su periódico se leen más las historias de Blas de Lezo que las de Cristiano Ronaldo. Eso dice él. Si bien nada tiene que envidiar uno de los mejores estrategas de la Armada Española a un futbolista de ego galáctico, la gente pincha lo que pincha. Aún así, Jesús García Calero insiste en que a los lectores del ABC les interesa más la historia que la Champions. Quien escucha al periodista barrunta la boutade del huevo o la gallina, pero las palabras de Calero hacen pensar que buena parte del viento a favor se debió a la válvula de su constancia. Sólo el contraste propicia las tormentas. Y él, aún sin admitirlo, cambió la presión.

Despojado de la americana azul, Jesús García Calero conserva la estampa naval, acaso porque resulta difícil no situarlo en ese registro en ocasiones aventurero que sintetiza lo histórico y lo novelesco. Él se resume como periodista, alguien que conspira contra el pesimismo histórico español y que, a pesar de su seriedad, es capaz de reírse y hacer reír sin esfuerzo. A diferencia del común de las personas cuando contestan a las preguntas de un extraño, Calero ni se imposta ni se esconde. No tiene un gesto recurrente ni colecciona obcecaciones.

Los barcos llegaron a su vida sin avisar. Ocurrió en la primavera de 2007: los cazatesoros de Odyssey habían expoliado más de medio millón de monedas de oro y plata españolas y se las habían llevado a los Estados Unidos. Ese día, Calero estaba libre y se ofreció para cubrir la historia. Desde entonces convirtió el océano y los tesoros hundidos en uno de sus temas principales. Tras media hora de entrevista, la conversación muta de don Juan de Borbón a la Leyenda Negra y los galeones abandonados como una forma de olvido que él se empeña en corregir.

Más allá de las diez de la mañana, toca comenzar a romper la piedra y arrancar de esta entrevista la pepita de oro que fotógrafo y entrevistadora han venido a buscar en el número siete de la calle Luca de Tena. ¿Quién es Jesús García Calero? ¿Es periodista o historiador? ¿Arqueólogo o reportero? ¿Qué diferencia una cosa de otra? ¿Qué lleva a un periodista a meterse en la mina de la historia? Sus respuestas conducen a un mismo lugar: la historia y lo que ella tiene que decir sobre el presente. Si en su cabecera el pasado también da exclusivas es porque Jesús García Calero se ha encargado de que así sea.

—¿Qué irriga el historiador al periodista y el periodista al historiador?

"La historia es un diálogo con los documentos y los hechos"

—Lo que nos mueve es el amor por los hechos comprobables. Es algo muy periodístico, y lo compartimos con los historiadores. Ellos tienen que documentar un relato histórico. La historia es un diálogo con los documentos y los hechos, que son algo objetivo, y luego los testimonios, más subjetivos. Cada uno tiene su valor. Sin ese diálogo no hay historia. La suma de todo es la que te da el relato. John Elliot habla de la contingencia de la historia. Eso significa que no podemos pensarla como un ente inmutable. La historia es la mirada de nuestro presente rabioso sobre los hechos del pasado. Es cruzar la frontera al continente del pasado. Eso tiene mucho que ver con lo que hacemos los periodistas, sólo que en otro nivel.

—¿Cuál, exactamente?

—Al momento de redactar un manual, un historiador debe colocar una constelación de anotaciones e identificar de dónde proviene cada afirmación. Eso ralentiza el relato y por eso es menos novelesco. Desde nuestro punto de vista lo que importa en este libro es el relato. En una bibliografía, que incluimos al final, están todas las fuentes y los documentos, pero no creemos que tengamos más responsabilidad que dar a conocer lo que ocurrió.

—Su biografía no da pistas. Es deliberadamente escueta, incluso modesta. ¿Qué fue Jesús García Calero primero? ¿Periodista, especialista en Patrimonio, historiador?

—Llevo muchos años, demasiados. Lo que ocurre es que durante el último tiempo me he centrado en temas de historia y patrimonio, porque he pensado que el servicio que tenía que hacer como periodista es ése. Nuestra sociedad tiene una relación complicada con su pasado, en especial con determinados aspectos como la Guerra Civil o el franquismo, en el que nos metemos en este libro. Está entintada de política, no ha sido superada ni está aceptada como historia. Cuando hablamos de temas más lejanos, de los siglos XVI y XVII, del imperio, nos encontramos también con unas relaciones muy complicadas: la Leyenda Negra, si tuvimos la culpa, si hay que celebrar a Colón o no… Ante eso, una de las cosas que debe hacer un periodista es intentar ofrecer al lector un relato desprejuiciado, basándose en los testimonios y los documentos. Es como si estuvieras informando de un contrato en un museo.

—¿En qué se parece un pecio a los documentos? No sé si usted los busca o ellos a usted.

"La Champions la juega Blas de Lezo contra Cristiano Ronaldo y gana Blas de Lezo"

—Un pecio es un accidente en el mar. Si existe un tesoro en nuestra historia son los archivos. Cada vez que ocurría un accidente en el mar se realizaba un juicio, lo cual supone una mar de papeles: los testimonios de los supervivientes, las indemnizaciones a las viudas, los relatos que se publicaban… Están en el archivo de Simancas, de Indias y muchos otros. Con todo eso está por escribir la historia real. También tengo que decir, como periodista, que si los lectores no estuviesen apasionados por estos relatos no podríamos haber continuado. Hubiera hecho algo y ya está, pero en ABC hemos generado una veta en la que la historia tiene un montón de seguidores. Por ejemplo, y no es un ejemplo normal: en la web de ABC se leen muchas veces más los reportajes de historia que los de fútbol. La Champions la juega Blas de Lezo contra Cristiano Ronaldo y gana Blas de Lezo.

—En ABC está el blog de Augusto Ferrer-Dalmau, en el que documenta, entre otras cosas la maqueta que hicieron él y Arturo Pérez-Reverte para pintar El último combate del Glorioso.

—Así es. Y te voy a decir algo: estamos hasta las narices de la fracasología de la historia de España. Parece que para ser moderno hay que decir: «¡Qué grande es la historia de España…! pero, hay que ver, ¡qué cabrones, ¡cómo asesinábamos, qué genocidas!». Eso no es verdad. No podemos seguir manteniendo esa mirada inclemente sobre nuestra historia. Estamos dejando de lado lo más importante: su complejidad. Evidentemente hubo sucesos violentos, abusos, mortandades terroríficas, pero hay que decir que, en nuestra historia, incluso alguien como fray Bartolomé de las Casas, que era más un propagandista que un respetuoso de los hechos, llegó a ser autocrítico. Jorge Juan hizo un libro secreto sobre cómo se estaba abusando en las encomiendas y lo puso todo muy claro al rey, por encargo del ministro de Marina. Estaban las Leyes de Indias. Que las incumpliesen no quiere decir que no existieran: hay muchas que se incumplen hoy también.

—La Leyenda Negra fue muy efectiva. Hay quienes sostienen que proviene de Italia, otros dicen que de Flandes.

—Viene de Italia, durante las guerras de Nápoles con Fernando el Católico. Ahí se empieza a hablar de mal de España. Luego Flandes comienza a utilizarlo de manera propagandística.

—Pero permeó en la percepción del español sobre sí mismo.

—Tampoco hemos digerido bien lo que ocurrió. Existe la idea de que hubo un fracaso secular. Al contrario, lo que hay que ver es la duración. El hecho de que llegáramos a encontrarnos con un continente que nadie había visto en los últimos diez mil años y estableciera en tan poquito tiempo dos universidades —porque en 1550 había dos—, demuestra que no todo fue sangre y conquista. Existía la imprenta, una cultura y lo más importante: creamos una civilización. No es que aquello se convirtiera en España, se propició una mezcla y eso es lo que somos hoy: una purita mezcla.

III

De la muerte de Franco, Jesús García Calero recuerda dos cosas. Que tenía gripe y que justo después de la comparecencia de Arias Navarro echaron en la tele Objetivo Birmania. “Un peliculón”, dice el periodista. Estaba a punto de cumplir los diez. Hijo menor en una prole de dos, Calero nació y creció en Segovia. Su padre fue maestro, periodista y poeta, también colaborador en ficciones radiofónicas, organizador de una asociación de maestros y, sobre todo, voraz lector. Y aunque intentó disuadir al entonces benjamín —»hombre, busca una profesión que no te haga trabajar los domingos», le dijo—, en algo tendría que ver con las inquietudes de su hijo, que optó por el periodismo.

Como tenía que pagarse la carrera, Calero espabiló. Comenzó en Radio Segovia. Y aunque intentó vender seguros de puerta en puerta, cosa que admite que se le daba muy mal, acabó maquetando de oídas. Llegó a la sección Internacional del diario ABC, una cabecera centenaria en la que trabaja desde hace casi 25 años, la mitad de su vida y un cuarto de la del periódico. Calero llegó para reforzar una redacción que no se daba abasto con la Guerra del Golfo y la disolución de la URSS. El mundo comenzaba a ser otro, y lejos estaba la prensa de papel de asistir al cambio de Internet.

Si un barco hundido es, según Calero, una ciudad flotante, él se asoma a ellos de la misma forma en que lo hace a los libros: concibiéndolos, al mismo tiempo, como ventanas y espejos. Algo que descubre un tiempo desconocido y sobre cuya piel emulsiona el retrato del presente. Si la historia es cruzar un mar hacia el continente del pasado, ya puede considerarse él un navegante. Algo tendría que ver la lectura de Moby Dick con su fascinación por los mares, ya sean los de agua salada o los de papel.

—¿Cuándo fue la primera vez que pisó una redacción?

"No he hecho mucha radio, aunque ahora me estoy desquitando con los podcasts"

—Estaba aún estudiando. Soy de Segovia, así que mi primer trabajo fue en Radio Segovia, que pertenecía a la Cadena SER. Aprendí muchísimo. Hice de todo: informativos, magazines, publicidad directa. Tenía 18 años. No he hecho mucha radio, aunque ahora me estoy desquitando con los podcasts, pero me parece un medio caluroso y cercano. Las posibilidades son infinitas y ahora con Internet más. En fin, que me pagué la carrera trabajando: maquetaba revistas, me metía en alguna publicación cultural si podía, hice algún artículo… He de decir que la carrera me defraudó. O la dejaba o asumía que el periodismo me permitiría divertirme y aprender. La acabé tarde, cuando comencé en ABC aún era estudiante. Entré a diseñar, en 1989.

—¿Diseñar? Explíqueme mejor eso.

—Sí, me ganaba la vida diseñando y ellos necesitaban a alguien que lo hiciera. Hice una sustitución, y como el sueldo tampoco era muy alto, me fui, pero tuve muy claro que lo que quería era esto. Trabajé para una editorial alemana e hice revistas. En aquel momento aún no había comenzado el diseño por ordenador, así que se hacían artes finales y todas esas cosas. Ya tenía una trayectoria en eso y contratos fijos, pero surgió la guerra del Golfo y en ABC necesitaban refuerzos, así que me llamaron, y a pesar de que no me cuadraban las condiciones, regresé.

—Por como lo dice, parece que nunca se fue.

—Me había gustado tanto la experiencia de un diario que no me importó perder condiciones económicas. Era una apuesta a largo plazo. Fue una etapa bonita. Entré nada más caer el muro de Berlín. Me tocó cubrir los países del este, la Guerra del Golfo, la disolución de los países de la URSS, los carteles en Colombia. Esa etapa duró hasta 1994, entonces pasé de cierre de Internacional a Cultura.

—¿Y cuándo entró el mar en la vida del segoviano?

—Eso fue mucho después. En Cultura comencé haciendo Arte. Fue una época muy viva, con la ampliación del Prado, el Reina Sofía y el Guernica… Hice muchos libros, sobre todo poesía y ensayo. El periódico pasó por constantes reestructuraciones, así que cuando se unieron Sociedad y Cultura, me encontré con un espacio muy reducido, por eso comencé a hacer información después de pasar mucho tiempo en Organización y Cierre. Un día, saltó la noticia de que el Odyssey había expoliado un tesoro probablemente español. Cogí el tema porque ese día estaba libre. A partir de ese día, cambió mi vida profesional.

—Sin querer, prácticamente.

—Sí —Calero carraspea y tose—. Con el paso de los meses llegué a tener una visión, que para mí se convirtió en un desafío, y puedo decirlo así porque creo que me he jugado bastantes pelos en esta gatera. Me di cuenta de que existía un patrimonio al que nadie miraba ni valoraba. A pesar de enfadarse mucho cuando nos lo robaban, la gente parecía tener aceptado que estaba abandonado y que no pasaba nada si de vez en cuando venía un americano y se lo llevaba, incluso en el gobierno, o sobre todo en el gobierno, que había dado permiso para eso ocurriera. Esa visión me hizo pensar que, como periodista, utilizaría todas las herramientas de mi profesión para hacer emerger el problema cultural que nadie quería ver. Todo ocurrió en mayo de 2007, y en septiembre empecé sin parar a buscar quién me podía orientar, cómo me podía meter en el tema a fondo, cómo podía conocer a los actores internacionales de la arqueología, los especialistas en caza de tesoros.

—¿Fue como renovar la profesión?

"Todavía no hemos excavado un galeón, todos han sido expoliados"

—Sí, era meterme en un tema en el que pocos se habían metido y desde la perspectiva de una protección que no se estaba cumpliendo en nuestro gobierno. Quería hacer a la sociedad consciente de que ahí hay un registro histórico de los últimos secretos de una época, que es donde radica el problema de esa leyenda. Lo dicen las evidencias forenses, pero hay que decir, tristemente, que aunque se ha logrado crear cierta conciencia con mucha ayuda de los arqueólogos, gestores culturales y científicos españoles, todavía no hemos excavado un galeón, todos han sido expoliados. Yo no pararé hasta que un proyecto de ese tipo se ponga en marcha.

—¿Qué sería necesario para que eso pasara?

—Que el gobierno ponga los medios para que ese naufragio sea estudiado científicamente. Es decir, nada que ver con el San José en Colombia: que sean los científicos los que lo hagan. Imagínate que México y España, Colombia y España, o todos juntos, nos acercáramos a un yacimiento arqueológico como esos.

—¿Qué nos vamos a encontrar?

—Hay pruebas documentales, pero no arqueológicas, de una sociedad mestiza y llena de conflictos culturales. En esos yacimientos se conserva lo que no se conserva en ningún museo, a los que suelen legar las grandes colecciones, los cuadros o los elementos del lujo, pero ahí están las esmeraldas de un señor que llevaba un rosario con joyas al lado de la cuchara de un grumete, de la loza, los tesoros del rey, los ajuares de los marineros, las armas… Un barco de esa época era una ciudad flotante

—¿Las historias de mar son todas políticas?

—Claro. A bordo de esos barcos iban el conde, los oficiales de la armada, los pasajeros, que son comerciantes, gente que va a casarse, a hacer una gestión, funcionarios, esclavos, indios…

—¿Tiene algún primer recuerdo lector asociado a esta niebla marina o aventurera?

—Moby Dick, la leí con 16 o 17 años… Entonces existían unas colecciones de la editorial Juventud dedicadas a la literatura de aventuras y en la que, cada determinado número de páginas, se insertaba un cómic. Hacía una transición muy chula de lo que era leer una historieta a leer la historia real. Conservo la colección completa en mi casa en Segovia. Recuerdo también a Jack London. Con 14 años comencé con Colmillo blanco, La llamada de lo salvaje… y no paré. Me gustaba mucho la aventura.

—Que usted maquetara me parece curioso. ¿Existía algún antecedente editorial, periodístico o incluso libresco, en su familia?

—Lo de maquetar fue una aventura, porque me tenía que ganar la vida. Había intentado vender seguros, pero se me daba fatal —estalla la risa en el entrevistado y el entrevistador—. De hecho, estuve tres meses vendiendo seguros de puerta a puerta por Moratalaz, pero vendía muy pocos. Me daba mucha pena, así que comencé a maquetar a las bravas.

—¿Qué dice?

—Llegabas a una revista y te decían: «¿Sabes maquetar?». «Pues claro». «¿En colores también?». «Por supuesto, en todos los colores»… ¡Y yo no tenía ni idea! Me iba al almacén de maquetas, veía cómo se hacían las cosas y me ponía. Sobre los antecedentes periodísticos de los que me preguntabas, pues mi padre de joven había hecho colaboraciones en prensa, había sido meritorio en El Norte de Castilla, pero bueno, él era maestro. Lo hizo como complemento. También había hecho teatro en radio de joven. Él me contaba historias sobre todo aquello. Es probable que hubiese introducido el gusanillo.

—Viene de una casa lectora, entonces.

"Los libros son ventanas, pero también espejos de otras persona"

—Mi padre leía muchísimo. Tenía miles de libros. En mi casa se vivía la actualidad, mi padre se dedicó a la política con las organizaciones de maestros. Hay que reivindicar algo. Da la impresión de que la derecha en España no es culta. Mi padre era de derechas y era un hombre cultísimo, también apreciable poeta. Había nacido en Valladolid. Tenía una biblioteca impresionante. En mi pueblo hay muchas bibliotecas importantes más. España ha sido un país en el que la cultura no se ha limitado a los sectores urbanos. También en el pueblo más perdido de Segovia o de la Castilla rural o en Aragón te puedes encontrar una casa con miles de libros que retratan una vida de lecturas e inquietudes y eso es un legado que se mantiene. Los libros son ventanas, pero también espejos de otras personas, y esas miradas se han quedado ahí, son trocitos de personas que aún permanecen.

—¿Su padre sirvió de influencia para que estudiara periodismo?

—Curiosamente estaba en contra.

—¿Por qué?

—Me dijo una cosa, y ahora tengo que darle la razón: «Hombre, métete en algo que cierre los domingos» —ríe, de nuevo—. Si bien la profesión es muy bonita, también es muy esclava. También tiene cosas que lo compensan: hablas con gente diferente, cada día plantea una aventura distinta y aprendes a partir de eso.

—Veo que no es de los catastrofistas sobre el presente y el futuro del periodismo.

—No lo soy, pero hay que admitir que estamos mal. La publicidad no nos acompaña ni parece que vaya volver. Hay que buscar un modelo, pero ni los que saben, saben realmente lo que hay que hacer. Teníamos el Daily, que nació y murió, es decir, que ni Murdock sabía lo que había que hacer. Existe ahora este modelo del ricachón que tiene un periódico.

—¿Y entonces, con qué nos quedamos?

—Una sociedad democrática, madura y plural tendría que hacer una reflexión sobre cuál es el papel de una prensa libre. Si la necesita y para qué la necesita y luego encontrar un modo que no sea comprar la libertad y que permita que el periodismo de calidad persista. De lo contrario tendremos un periodismo casual, de titulares llamativos, para que la gente pinche y podamos tener publicidad.

—¿Entre la libertad de prensa y la libertad de empresa?

"Hoy existen los grandes grupos: Vocento, Prisa, Unidad Editorial o Planeta"

—El asunto corporativo, desde luego, ha ganado mucho peso. Es uno de los grandes cambios. Cuando comencé en los años noventa, los medios eran una empresa intelectual a la que se sumaba otra pequeña que administraba lo que era necesario para que tuviera éxito. Hoy existen los grandes grupos: Vocento, Prisa, Unidad Editorial o Planeta. Han marcado un peso corporativo que se ha transmitido a las redacciones. No es que sea bueno o malo, sencillamente es. Hay que contar con ello, eres parte de un conglomerado empresarial, pero eres tú el que debe ser libre.

—Tiene un poemario publicado.

—Sí uno, en 1995, Lecciones de tiniebla.

—¿Alguno más?

—Una plaquette que hice por mi cuenta y algunos poemas sueltos.

—¿Se ha planteado la ficción?

—Sí, sobre todo después de Don Juan contra Franco. Me interesan las historias reales, y me gustaría escribirlas en el mismo sentido: basándome en hechos, con una narración que demuestre cómo se las gastaban nuestros antecesores.

—¿Cómo es la vida de Jesús García Calero como jefe de Cultura?

—Creo en el trabajo en equipo. Si no trabajas así, puedes hacer muy poco en este mundo. Quizá lucirte personalmente, que está muy bien, pero el periodismo no va de cómo sepa uno hacer las cosas, sino del trabajo conjunto.

—Este libro es una prueba: se ha escrito a cuatro manos.

—Ha sido una experiencia maravillosa, al final es con los demás como aprendes. He pasado muchos años en Cultura, he visto pasar distintas generaciones de gente que venía del máster, que venía nueva o de otros trabajos y si hay una cosa de la que me siento orgulloso es que cuando veo un buen periodista lo trato como a un buen periodista, no como a un becario. Eso a veces no se entiende bien, pero hay casos de gente a mi alrededor que está haciendo portadas de ABC Cultural y colaboraciones cojonudas en otros medios o que ha terminado en periodismo científico y en quienes creí en el primer momento. Cuando ves que alguien vive esto con pasión y que su gran lucha es con el rigor y la calidad lo que tienes que hacer es trabajar con él, porque vas a aprender mucho. Orientándolo, pero hablando sobre los enfoques y haciendo experimentos, arriesgando.

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Karina Sainz Borgo

Periodista y escritora. Siente debilidad por los paquidermos, Fante y Flaubert y cree, firmemente, en la resurrección futbolística de Guti. Trabaja en ABC. @karinasainz · mypublicinbox.com/karinasainz Ha publicado las novelas 'La hija de la española' (Lumen) y 'El tercer país' (Lumen), así como 'Crónicas barbitúricas' (Círculo de Tiza) y más recientemente 'El doctor Schubert' (Lumen). Su obra ha sido traducida en más de 30 idiomas.

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