Arthur Machen.
Hace poco tiempo me he hecho miembro de dos sociedades británicas, en contra de la aversión que siempre he tenido a formar parte de nada comunitario ni organizado, desde los espantables partidos políticos hasta los abominables claustros de profesores cuando he dado clases. A estas dos sociedades no tuve reparo en afiliarme por dos motivos: por un lado, al tener sus sedes en Gran Bretaña (una en Inglaterra, la otra en Gales), era improbable que me viera nunca en la necesidad o deber de asistir a una reunión de trabajo en torno a una mesa (lo más inútil que se ha inventado y lo más aburrido), de tomar decisiones ni de escuchar protestas; por otro, se trata de sociedades estrictamente literarias, o aún más, literariamente celebratorias, es decir, no persiguen nada que tenga que ver con la actualidad, no pretenden enmendar nada ni «llenar ningún vacío», sino tan sólo dar información de interés, promover y celebrar un género y a un autor, respectivamente.
La primera de la que me hice miembro (y que a los pocos meses me condujo a la otra) es The Ghost Story Society o Asociación de los Cuentos de Fantasmas; la segunda se llama The Arthur Machen Society, dedicada, como su nombre indica, a estudiar, divulgar y conmemorar la figura y la obra del escritor galés Arthur Machen, tan elogiado y antologado por Borges, y famoso —en la medida en que lo es— precisamente por sus novelas y cuentos no sólo de fantasmas, sino también de miedo, de horror, de terror, fantásticos, de lo sobrenatural y de lo preternatural (en el mundo anglosajón se hacen todas estas distinciones y aún más, y los especialistas las llevan a rajatabla: para nosotros —para mí mismo— las fronteras no quedan muy claras, faltos como estamos de tradición en el género). Ambas sociedades tienen sus boletines periódicos, que he empezado a recibir con gran curiosidad y agrado. The Ghost Story Society suele ilustrarlos con dibujos macabros de calaveras tocadas con un sombrero, caserones siniestros y abandonados, sepultureros perplejos ante sus aparecidos, manos atravesando ataúdes e incluso alguna dama latigando a algún individuo abyecto. En el de mayo de 1992 la ilustración es encantadora: con un estilo anticuado, reminiscente de las viñetas de Thomas Henry para los cuentos de Guillermo Brown que tanto leyó mi generación en la infancia, se ve un banco de estación inglesa ocupado por los siguientes personajes (de izquierda a derecha): una pareja de novios mutuamente embelesados y con las manos entrelazadas; un esqueleto con guadaña y túnica y cara de no poder hacer daño a una mosca; un señor con corbata y sombrero, gafas, bigote y cartera en el suelo, leyendo tranquilamente su periódico. El humor no falta en estas publicaciones destinadas a unos pocos centenares de miembros y distribuidas solamente por correo a cambio de una suma anual muy modesta. En otro de los boletines hay una nota enviada por la así llamada Liga Antidifamatoria del Vampiro, en la que a la vista del frecuente uso que de términos propios de la literatura fantástica se hace por parte de la población supuestamente normal, dándoles siempre un sentido peyorativo o incluso insultante, se recomienda la utilización de una nomenclatura más neutra y sin implicaciones negativas. Y así, para «hombre-lobo» se sugiere el término «Individuo de capacidad transformacional alternativa»; para «fantasma», «Ser de corporeidad involuntaria alternativa»; para «zombie», «Individuo alternativamente animado de origen haitiano»; para «vampiro», «Individuo nutritivo-hematológicamente estimulado», y para «espíritu maligno», «Ser de corporeidad e inclinación moral alternativas». Una buena burla de la actual plaga de lo «políticamente correcto».
Las prácticas de la sociedad son tan cándidas que resultan a menudo enternecedoras: desde la convocatoria de un mal pagado concurso de cuentos (por supuesto, de fantasmas en el sentido anglosajón o riguroso del término) hasta consultas entre los afiliados para que voten a los mejores narradores del género de todos los tiempos. Me temo que el resultado de esta encuesta, dicho sea de paso, deja bastante claro que en España, pese a los esfuerzos de un par de editores, se está aún en pañales en cuanto a publicaciones espectrales, ya que la mayoría de los favoritos son aquí poco o nada conocidos: el vencedor fue M. R. James, con 286 puntos y a gran distancia del segundo, Sheridan LeFanu, que sólo obtuvo 75; a continuación, con 70, aparecieron Blackwood y Benson, seguidos del ya mencionado Machen y de H. P. Lovecraft, más familiares entre nosotros. Me permito transcribir los apellidos del resto de clasificados, probablemente para desesperación de los amantes del género, que tendrán casi imposible encontrar algún título suyo traducido: Aickman, Burrage, Campbell, Swain, Wakefield, Leiber, Munby, Rolt, De la Mare, Hodgson, Vernon Lee, Poe (tan mal parado entre los expertos), Malden y Ligotti.
No cabe duda de que estas sociedades cuentan con pocos medios, y así ha de ser, supongo, para que puedan conservar su carácter algo misterioso, reducido y semisecreto. Pero no puede por menos de dar algo de lástima leer en otro boletín que otra sociedad, The Gothic Society o Asociación Gótica, preparaba para el pasado octubre un fin de semana en honor precisamente de Montague Rhodes James, el ganador de la encuesta. Al parecer se trataba de pasarlo reunidos en Suffolk, donde se crió este director de colegio e insigne erudito. En el siguiente boletín la escueta nota no podía ser más deplorable: «El proyectado fin de semana M. R. James de la Asociación Gótica ha tenido que cancelarse a causa de la recesión económica», que obviamente está también afectando a los fantasmas y a los homenajes que les son debidos.
La otra asociación a la que ya pertenezco, The Arthur Machen Society, imagino que ya tendrá más recursos: no sólo sus boletines llevan algunas fotos y están editados con mejor papel y más elegancia (la suscripción es también un poco más cara), sino que cuenta innegablemente con miembros eminentes y adinerados, a juzgar por los nombres de su patrocinador o mecenas, Julian Lloyd Webber, famoso violonchelista y hermano de Andrew Lloyd Webber, el compositor multimillonario de los musicales Jesus Christ Superstar, Evita, Cats y creo que Les Misérables, y de su presidente, Barry Humphries, célebre female impersonator de la televisión británica. Esta asociación ofrece a los miembros, además de títulos difíciles del autor venerado, toda la parafernalia exigible en estos casos: postales de Caerleon, su lugar de nacimiento, con citas procedentes de sus libros, cassettes con su voz registrada en alguna vetusta emisión radiofónica (murió en 1947), fotografías, traducciones y hasta un opúsculo sobre las tabernas favoritas que solía frecuentar durante su paso prefantasmal por el mundo. No soy capaz de resistirme a contar que en el último boletín recibido he tenido el honor de encontrar un comentario sobre mi novela Todas las almas (1989, publicada en Gran Bretaña el pasado octubre), en la que no sólo se habla de Machen, sino de una «Machen Company» de características muy similares a esta Machen Society real y existente. Lo más curioso del caso, como apunta el reseñador, es que la acción de la novela transcurre en 1984 y 1985, y la Machen Society no fue fundada hasta un año después, en 1986, cosa que yo ignoraba cuando escribí mi libro. Parece como si la frecuentación de fantasmas literarios procurara asimismo extrañas anticipaciones.
Mi entrada en esta sociedad es bien reciente, por lo que no me ha dado tiempo a preparar un posible viaje hasta Caerleon para asistir a la cena anual que sus miembros celebran alrededor del 3 de marzo, fecha del nacimiento de Machen. Al parecer hay bastante gente que vuela para la ocasión desde los veintidós o veintitrés países en los que hay afiliados, lo cual confirma la sospecha de que se trata de personas con pasión y fortuna; aunque, según el prospecto relativo a esta cena, el menú no era caro: £17.50, unas 3.000 pesetas, si bien con derecho sólo a dos vasos de vino. Es de esperar que, a cambio y para compensar, el mecenas Lloyd Webber se haya dignado tocar un poco el violonchelo a los postres y el presidente Humphries a interpretar alguna parodia.
Pero tal vez lo más llamativo haya sido descubrir que estas sociedades, literarias o no, se cuentan por docenas en el Reino Unido, desde algunas ya muy antiguas como la Casanova Society (los miembros deben demostrar un mínimo de conquistas) hasta alguna obligadamente más nueva, como la British Science Fiction Association. Entre las de géneros pueden mencionarse The Vampire Society, ya escindida en dos (víctima de un cisma), con sus respectivos boletines llamados La sangre es la vida y El vampiro de terciopelo. En cuanto a los autores, no podía faltar The Dracula Society (dedicada al padre del mito, Bram Stoker), ni The Arthur Conan Doyle Society, cuyo mayor enemigo es Sherlock Holmes, la criatura usurpadora de su creador. Dickens, Hardy, Kipling, Lord Byron, Chesterton y muchos otros también siguen teniendo sus fanáticos y devotos. Y las no literarias proliferan sin duda: hay una de gentes ancianas llamada Oldie con un código de admisión muy estricto y en el que, amén de tener una edad provecta, se exige a los miembros juramentos inquebrantables como el de no pronunciar nunca los nombres prohibidos de lo juvenil, Michael Jackson y Madonna. También existe la Asociación de Portadores de Sombreros (Hat-Bearers), de Perdedores de Apuestas, la de los Odiadores de Perros (Dog-Haters), Hombres de Escasa Estatura (no se admite a nadie con más de 1,55), Comedores de Huevos (Egg-Eaters, no sé bien en qué consiste), la de Grandes Mayordomos y la de Escritores Frustrados, por mencionar sólo unas pocas. En todo caso me congratulo de tanta solidaridad, y si las cosas van mal un día me consuela saber que podré afiliarme a la última, aunque la imagino ya muy concurrida.
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Artículo de 1992, recogido en el libro de Javier Marías Literatura y fantasma (Alfaguara). Venta: Todos tus libros y Amazon.
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