Esta es la nota que Zenda habría publicado si la Academia Sueca hubiese tenido a bien premiar al escritor.
El Nobel de Literatura llegó tras Berta Isla y Tomás Nevinson, dos novelas rotundas y definitivas que exprimen el jugo de su obra y lo consagran como uno de los autores contemporáneos imprescindibles. Y aunque Javier Marías no espera nada de nadie —su talento basta incluso para rechazar el Premio Cervantes—, buena parte de sus lectores ansiaban que su obra fuese, al fin, aplaudida en Estocolmo. Once años después del reconocimiento a Mario Vargas Llosa, Javier Marías se convierte en el séptimo escritor en español y el décimo segundo iberoamericano en recibir el Nobel.
La obra del escritor Javier Marías (Madrid, 1951) está publicada en más de cincuenta países y ha sido traducida a más de 40 idiomas, incluido el sueco: su editorial en Suecia es Bonniers, la más antigua y prestigiosa, creada en 1837 por Albert Bonnier. Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad Complutense de Madrid, Javier Marías fue profesor de Literatura Española en la Universidad británica de Oxford, de literatura y traducción en el estadounidense Wellesley College de Massachussets y de Teoría de la Traducción en la Universidad Complutense de Madrid.
Ha sido Premio de la Crítica en dos ocasiones, en 1993 por Corazón tan blanco y más recientemente por Berta Isla. Entre algunos de los reconocimientos literarios que ha recibido se encuentran el IMPAC Dublin Literary Award, el Rómulo Gallegos por Mañana en la batalla piensa en mí (1995) —por la que también se le otorgó el Premio Fastenrath y el Prix Femina Étranger—, el Premio Nelly Sachs (1997, Dortmund, Alemania), el Premio Austriaco de Literatura Europea (2011), el Premio Terenci Moix (2012) y el Library Lion de la Biblioteca Pública de Nueva York, con lo que se convirtió en el primer escritor español titular de este galardón.
Una máquina de escribir, un corazón tan blanco
Entre una novela y la siguiente, Javier Marías se toma unos cinco años. Escribe a máquina. A él no le corre prisa. Trabaja cada página como si fuera la última. La lee, la corrige a mano y luego vuelve a teclearla, cuatro o cinco veces más. Algunos le reprochan que decline el uso del ordenador. “Yo no escribo para ganar tiempo, sino para notarlo”, ha contestado el escritor. Queda muy claro, pues, por qué el día de la aceptación de su sillón en la RAE lo hizo con el discurso titulado Sobre la dificultad de contar.
En la solapa de sus americanas, Javier Marías luce casi siempre un broche con el retrato de Shakespeare. Jamás se desprende ni del autor británico ni del objeto. Lo compró en Inglaterra, hace ya unos años. Ese diminuto complemento lo retrata. Si para el resto de los escritores Shakespeare es un autor disuasorio, para Javier Marías ha sido y es una fuente de agua. Dan cuenta de ello su Mañana en la batalla piensa en mí, en el que Marías revisita al Ricardo III del dramaturgo, pero sobre todo en su Corazón tan blanco, la novela que lo consagró en Europa hace más de 25 años.
Comenzó a escribirla en septiembre de 1990. Javier Marías había regresado de sus años en Oxford y Estados Unidos. Tenía 40 años y seis novelas publicadas. Corazón tan blanco irrumpía empujada por un título inspirado en la frase que pronuncia Lady Macbeth en el segundo acto de la tragedia de Shakespeare. En aquella novela, que Juan Benet leyó, por cierto, cuando apenas tenía 150 páginas, Javier Marías depuró los temas esenciales de su obra: el secreto, el camino de quienes intentan descubrirlo; la memoria y la reconstrucción de aquello que fue y el uso del lenguaje como una corriente que alimenta y robustece el cauce de sus novelas río. A eso ha dedicado Javier Marías sus libros: escribir hasta exprimir, llegar a la palidez de los cobardes por la vía de la acción narrativa, roer el hueso, quedarse apretado para siempre cual rey de Redonda. Suyo es el cetro de esa editorial con nombre de reino que el escritor creo en 2000.
El brillo de Marías en Estocolmo
Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia y uno de los autores de la literatura contemporánea fundamentales, Javier Marías se suma a un galardón con el que han sido reconocidos Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez, Camilo José Cela, Octavio Paz y más recientemente Mario Vargas Llosa.
Desde su institución en 1895 y su primera entrega en 1901, el Nobel había sido considerado uno de los reconocimientos de mayor peso en la consagración de un creador, incluso continúa siéndolo a pesar de los intentos de la institución por ir contra sí misma, como quedó demostrado en 2018. Esa fecha no hubo anuncio ni ganador, algo que sólo había ocurrido en las ediciones que coincidieron con la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Los motivos de fuerza que justificaron semejante medida apuntaban a la pérdida de la «confianza» en la institución, debido a la crisis desatada tras las denuncias por acoso sexual.
Bob Dylan no podía ser sinónimo de nada bueno. En sus últimos anuncios, la Academia Sueca parecía dar bandazos entre autores poco conocidos y elecciones desconcertantes como la del cantautor estadounidense, quien fue reconocido en 2016, el año en que muchos esperaban que el premio fuese a parar a manos de Philip Roth. La reputación del premio, que llegó a ser concedido a autores como Samuel Beckett, comenzó a dejar a su paso una estela de duda que acabó mucho peor de lo que algunos imaginaban. La cuerda reventó por donde menos se esperaba: la denuncia anónima de 18 mujeres por abusos y vejaciones sexuales.
Al margen de lo ocurrido, y de la miopía de una Academia que ha dejado de lado a autores como James Joyce, Marcel Proust, Kafka, Nabokov o Jorge Luis Borges, al otro lado de la balanza, la obra de Javier Marías refulge con luz cuyo brillo restaura las magulladuras de un Premio que aún reúne a las voces más importantes del siglo XX. Entre ellas, la suya. Ya era hora, maestro.
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