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Jaime Campaner: "¿Sherlock Holmes rebuscando en la basura? Sí, sería una prueba válida" - Zenda
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Jaime Campaner: «¿Sherlock Holmes rebuscando en la basura? Sí, sería una prueba válida»

Jaime Campaner (Palma, 1982) escribe libros sobre Derecho y su nombre aparece en otros dedicados a macro casos de corrupción y mafias internacionales de blanqueo de capitales. Experto en extradiciones, ha defendido al abogado de Sadam Hussein y a la ex primera dama de Perú. Es el penalista de referencia de varias empresas del Nasdaq...

Jaime Campaner (Palma, 1982) escribe libros sobre Derecho y su nombre aparece en otros dedicados a macro casos de corrupción y mafias internacionales de blanqueo de capitales. Experto en extradiciones, ha defendido al abogado de Sadam Hussein y a la ex primera dama de Perú. Es el penalista de referencia de varias empresas del Nasdaq y abogado del Barça pero, a la vez, tiene clientes del Real Madrid. Entre sus últimas victorias judiciales, la absolución del anciano que mató al ladrón que entró a robar a su casa.

En su vinculación con los libros, Campaner cuenta que estudió Derecho por los que leyó de crío. Pero además, él mismo podría ser un personaje literario. Quizá porque, como abogado penalista, siempre sabe más de lo que cuenta. O porque en un mundo de extremos y polarización, su trabajo consiste en moverse entre los matices, como los personajes de Dostoievski. O sobre todo porque, unas veces como defensor y otras como acusación, es testigo diario de la maldad humana. O simplemente de lo humano.

Si los abogados son los verdaderos confesores de nuestros tiempos, a lo mejor ellos sí saben si somos tan buenos como el mejor de nuestros actos o tan malos como el peor. A Campaner se lo preguntamos en una capilla sagrada para cualquier jurista: la biblioteca de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, alta institución de la que acaba de ser nombrado académico. En ella iniciamos un viaje jurídico literario en el que intentaremos que el protagonista nos diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

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―Ha sido nombrado Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España. ¿Qué supone para un abogado con poco más de 40 años? 

—Un orgullo, me siento afortunado.

¿Cuáles fueron sus primeros contactos con la abogacía? 

"De adolescente aprovechaba las vacaciones de verano del instituto para asistir a juicios penales"

—Leí muy pronto novelas de John Grisham, como La firma y El cliente. De adolescente aprovechaba las vacaciones de verano del instituto para asistir a juicios penales. Y en tercero de Licenciatura, cuando tuve que decidir si hacía carrera universitaria o me dedicaba a la abogacía, adelanté las prácticas que suelen hacerse en quinto curso. Puede decirse que cuando me colegié como abogado no tenía la sensación de adentrarme en un mundo desconocido, lo cual no quita que recibiera todo tipo de cornadas. A torear se aprende en el ruedo.

Aprovechando este precioso escenario y esas primeras lecturas que le marcaron el destino, ¿qué han supuesto las bibliotecas en su vida? 

—Las bibliotecas han marcado mi forma de ser. Siempre he sentido devoción por ellas. De crío pasaba horas embelesado entre libros. Y eso no ha cambiado nunca. Incluso, ya como abogado, he aprovechado varias vacaciones estivales para hacer estancias de investigación en Universidades extranjeras con bibliotecas realmente maravillosas: Londres, Nápoles, Friburgo…

¿Todo caso penal es material para una buena novela?

—Sin duda. Pueden cubrirse todos los géneros, desde la novela negra hasta la picaresca, pasando por la romántica.

Y en los juicios, ¿hay más ficción o realidad? 

"Un juicio tiende a realizar una reconstrucción histórica, pero no a cualquier precio, sino bajo la vigencia de unas reglas del juego"

—Cruda realidad aderezada de ficción, voluntaria e involuntaria. Un juicio tiende a realizar una reconstrucción histórica, pero no a cualquier precio, sino bajo la vigencia de unas reglas del juego: respeto a los derechos fundamentales, esencialmente. A comienzos del siglo pasado, Beling decía que los jueces y fiscales no están en la afortunada situación en la que se encuentra el investigador científico, quien puede investigar libremente y no ex vinculis. En el último cuarto del siglo XX, Fenech, un gran procesalista español, destacó las concomitancias entre la labor del juez y la del historiador, en la medida en que ambos reconstruyen unos hechos pasados. Pero el historiador, al igual que el investigador científico y a diferencia del juez, puede investigar y/o formar convicción libremente. No en el sentido de que pueda hacerlo de modo caprichoso, arbitrario o irrazonable, sino en el sentido de que no se halla vinculado por prohibiciones a la hora de reconstruir. Hablo de la involuntariedad en la reconstrucción porque la memoria nos juega malas pasadas y existen supuestos en los que un testigo está convencido de haber visto u oído algo que en realidad no es así. O identificado a una persona como la autora de un delito cuando lo que había ocurrido es que la había visto días antes. Se me ocurre, a bote pronto, que un taxista que padeció un robo identifique al supuesto autor en un reconocimiento fotográfico porque sus facciones dejaron imprenta en su retina cuando días antes le prestó un servicio de transporte, pero en realidad esa persona ni siquiera estaba en la zona del robo el día de los hechos.

¿Por qué algunos casos, como el del anciano que mató en Mallorca al ladrón que le atracó en su casa, reciben tanta atención mediática? ¿Reflejo de la sociedad en la que vivimos? 

—En realidad, la atención social la determinan los medios de comunicación, quienes filtran y gestionan qué debe ser de interés. Luego, el ciudadano no es tan libre de elegir como pudiera parecer. A partir de aquí, hecha la criba invisible, lo cierto es que en un supuesto de hecho como el que usted plantea es muy sencillo ponerse en la piel de este hombre y preguntarse qué hubiéramos hecho en una situación tan estremecedora como la que le tocó vivir.

Decía Dickens que «si no hubiera malas gentes, no habría buenos abogados». ¿Verdadero o falso? 

—Verdadero, pero desde una perspectiva bidireccional. Existe una cierta tendencia a demonizar al investigado y a pontificar al denunciante por el mero rol que juegan en el procedimiento. No puede darse nada por supuesto; la presunción de inocencia lo impide. La Constitución obliga a dudar.

Un penalista ¿tiene más de don Quijote o de Sancho Panza? 

"Me identifico mucho más con don Quijote, por aquello de deshacer entuertos, recorrer mundo y vivir amores imposibles"

—Hay perfiles diversos y se complementan entre sí. En mi caso, me identifico mucho más con don Quijote, por aquello de deshacer entuertos, recorrer mundo y vivir amores imposibles, en palabras de Eduardo Mendoza en su discurso en la entrega del premio Cervantes. Esta tríada se da muy a menudo en mis asuntos, por su perfil transfronterizo. El tercer elemento en sentido figurado, por ejemplo cuando me han ofrecido fusionarme en alguna gran firma internacional y/o he descartado cambiar de continente.

—¿Cómo decide qué batallas libra, es decir, qué clientes acepta y cuáles no? 

—Para no perder la esencia de lo que hago, que es un trabajo artesanal, muy cuidado, donde el cliente tiene la certeza —y con ello la tranquilidad— de que su asunto está siendo “mimado”, he tenido que aprender a decir no. Aunque sigue siendo mi asignatura pendiente. No es fácil declinar una defensa. Contestando a su pregunta, elijo compañeros de viaje. El proceso penal es muy aflictivo para el cliente, con independencia de que ocupe la posición de acusado o de acusador, por lo que la empatía con mi potencial cliente es, entre otros, un primer factor determinante.

¿Hay casos que le quitan el sueño? 

—Muchos, especialmente los que dependen del testimonio de la persona que denuncia: piense en los delitos sexuales que no dejan vestigios objetivos. Se trata del máximo exponente del riesgo límite para la presunción de inocencia, y hasta que comienza el juicio hay más incertidumbres que certezas, algo que no ocurre, por ejemplo, en la delincuencia económica, donde la prueba documental juega un papel fundamental. En este contexto, los días previos al juicio no es infrecuente que me desvele a las 4:00 am. No falla.

Suena a que no desconecta.

"Hace falta un punto de obsesión para explorar todos los prismas del asunto y agotar todas las vías de defensa"

—En mi caso no. Y aunque el precio es alto no me arrepiento. Hace falta un punto de obsesión para explorar todos los prismas del asunto y agotar todas las vías de defensa. Si uno no se obsesiona es difícil —por no decir imposible— que durante un entrenamiento —nadando, corriendo o montando en bicicleta— se ilumine y dé con la clave. Paradójicamente, actividades que aparentemente me deberían permitir desconectar son las que quizás me hagan más eficaz en mi profesión. Ahora bien, nunca me he iluminado en una competición oficial. Allí tengo claro cuál es la única meta.

¿Qué les recomienda a sus clientes antes de un juicio? Lo que nos pueda contar. 

—En general, a todos, que no se lo tomen como un examen. En particular, depende: desde leer un libro hasta ver un documental. En más de una ocasión me han mirado como si no estuviera en mi sano juicio, pero después me han reconocido la utilidad de los “deberes”, que normalmente tienden a que se relajen y le quiten hierro a su intervención en el proceso. Sinceramente, creo que debemos desprendernos de los viejos ropajes del inquisitivo, donde el proceso giraba en torno a la confesión del sujeto pasivo del proceso. La tendencia debe invertirse y, por ello, mis clientes no suelen declarar en juicio. A lo sumo, a algunas preguntas mías. Es la acusación la que tiene la carga de acreditar su culpabilidad, y además con un estándar muy exigente: el del más allá de toda duda razonable.

Ha dicho que les recomienda libros.

"El objetivo realista en un proceso pasa por sobrevivir, sin más, para darle la vuelta a la tortilla en el juicio oral"

—Sí, por ejemplo El proceso, de Kafka. Algunos clientes, tras leerlo, han llegado a decirme: “Lo mío es peor”. Ciertamente, la realidad supera la ficción, y las medidas de investigación tecnológica —sumamente invasivas— o la imputación “gratuita” de familiares —singularmente esposas— hacen que Franz Kafka pueda parecer más bien Walt Disney en comparación con lo que ocurre en determinadas instrucciones penales contemporáneas. No obstante, a pesar de compartir estas vivencias y tratar de hallarles explicación en la literatura, no nos quejamos del resultado final, que afortunadamente tiene más de cuento de hadas que de tragedia griega. Todo tiene solución, aunque algunas instrucciones parezcan, a priori, irresolubles. Precisamente por ello también suelo recomendar Riofrío, de Muñoz Machado. Me parece la mejor forma de que cualquiera comprenda que en la fase de investigación de ciertos procesos penales pasan muchas cosas increíbles e inconcebibles incluso para un jurista de la talla del autor: un abogado, catedrático de Derecho administrativo, que decidió intervenir como defensor en un proceso penal seguido ante un Juzgado Central de Instrucción y no podía dar crédito a las situaciones con las que se iba encontrando. Frecuentemente, el objetivo realista en un proceso pasa por “sobrevivir”, sin más, para darle la vuelta a la tortilla en el juicio oral, donde el proceso se equilibra, hay un verdadero árbitro, un tercero imparcial, y existe la igualdad de armas procesales.

Asesoría jurídico-literaria, por tanto.

—Hay clientes que también me regalan a mí, como Italia oculta, de Giuliano Turone; De profundis, de Oscar Wilde; El hombre en busca de sentido, de Viktor Frank; e incluso el Código de Lekë Dukagjini —»Código de las Montañas», que compila el Derecho consuetudinario albanés— traducido al inglés. Y grandes amigos, compañeros de profesión, más mayores y más sabios, me han obsequiado con ensayos como Semper dolens, de Ramón Andrés, con ocasión de lo ocurrido en algún proceso. Otro buen amigo, abogado mercantilista, suele seleccionarme pasajes bíblicos porque sabe que me gustan y les saco provecho.

Aboga en su libro Publicidad y secreto del proceso penal en la sociedad de la información (Dykinson) por que las investigaciones puedan realizarse sin tanta publicidad, sin que la prensa desgrane los casos antes de que lleguen a juicio. ¿Sería posible en España? 

—Perfectamente posible. Lo que no tiene sentido es la situación actual, donde existe un patente divorcio entre lo que establece la ley, que las actuaciones son reservadas hasta el juicio, y lo que ocurre en la práctica: que las actuaciones se hacen públicas.

La opinión pública española ¿juzga demasiado rápido? 

"El problema es que para juzgar en condiciones se requiere, previamente, contar con fuentes fiables. Y, sobre todo, leer"

—Es inherente a la condición humana y, sin duda, se echa en falta cierta prudencia. El problema es que para juzgar en condiciones se requiere, previamente, contar con fuentes fiables. Y, sobre todo, leer. Y más importante todavía, comprender lo que se lee. Me temo que en el ámbito judicial, que es donde puedo aportar algo, aunque la pandemia nos sirvió para tomar la temperatura a la velocidad con la que juzga la opinión pública española, en la medida en que gran parte de ella se erigió en experta en COVID, debo calificar de prematuro criticar o alabar una sentencia de cientos de páginas a los pocos segundos de conocerse el fallo y, por tanto, sin tiempo material suficiente para leer —siquiera sea en diagonal— el texto de la resolución judicial. Es un disparate. Aquí tienen mucha responsabilidad las autoridades españolas, que no solo no han transpuesto la Directiva europea sobre presunción de inocencia —el plazo finalizó en abril de 2018—, que les prohíbe expresamente pronunciarse en público sobre la culpabilidad de los investigados, sino que además la incumplen abiertamente en la práctica.

El «hombre masa», que decía Ortega y Gasset.

—Ortega y Gasset fue un visionario. En 1914 Ortega pronunció en el Teatro de la Comedia de Madrid una conferencia titulada Vieja y nueva política, donde acuñó este concepto de hombre masa que después desarrollaría en La rebelión de las masas, ya allá por 1930. Lo cierto es que el hombre masa sobre el que alertaba Ortega ha acabado haciendo fortuna, pero con una hipertrofia que ni su creador pudo prever, debido a la amplificación de las redes sociales. Lamentablemente, el pensamiento de Ortega y Gasset se ha malinterpretado, y me atrevería a decir que ya está olvidado. Julián Marías llegó a afirmar, con tino, que La rebelión de las masas ha sido leído de modo ignorante y malévolo. Para mí la clave la ofreció Marías en una conferencia que impartió en Argentina en 1983, Masas y minorías en el pensamiento de Ortega, donde fue muy plástico al afirmar que la minoría no es un grupo permanente, sino que es una función: en el momento de la impartición de la conferencia —explicó— la minoría era él y la masa el auditorio. ¿Pero hasta cuándo? Hasta la finalización de la conferencia, momento en el cual se reintegraría a la masa y sería uno más. ¿Y por qué Marías se erigió en minoría durante una hora? No por elitismo, sino porque se suponía que tenía alguna cualificación para hablar de Ortega. Discípulo y estrecho colaborador suyo, en aquel entonces había escrito más de mil páginas sobre él.

¿La sociedad se cambia con leyes? ¿O es la sociedad la que cambia las leyes? 

"Cambiar"

—La asignatura pendiente en España es la educación. Cambiar leyes es efectista, balsámico, gratuito y genera votos. Educar no es vistoso, lleva tiempo, requiere una inversión millonaria y dudo que genere votos. La sociedad no se cambia con leyes. La sociedad, en ocasiones, cambia las leyes; no tanto la sociedad, sino la ola de algún caso mediático que haya podido producir indignación. Pero esto, que no es más que legislar en caliente, es muy peligroso. Aunque existe controversia sobre la paternidad del dicho, en sus Episodios nacionales Galdós atribuyó a Fernando VII haber pronunciado la célebre frase “vísteme despacio, que tengo prisa».

¿Cómo es defender a alguien cuando sabe que es culpable? 

—En general este es un falso debate. Pero es la pregunta que más formulan los estudiantes, incluso los del máster de acceso a la abogacía, y comprendo perfectamente el porqué. Si la Constitución impone que ese alguien debe ser presumido inocente, ¿por qué debo yo, como abogado defensor, despojarle de esa garantía constitucional? Precisamente para eso sirve el proceso: para determinar si alguien es culpable o no. No seré yo quien prejuzgue. Ahora bien, esto no quiere decir que yo sea naïf o viva en una burbuja. Al asumir un encargo, trato de analizar el expediente con ojos de fiscal si soy defensa y en los zapatos de la defensa si soy acusación. Y a partir de aquí, pondero los riesgos y se los expongo al cliente. Si el resultado que arroja mi análisis es claramente desfavorable para mi cliente, no doy opción y marco la estrategia sin terceras vías, es decir: o se sigue la senda que marco o el cliente debe cambiar de abogado. De todos modos, añadiré algo para la tranquilidad espiritual del lector: es muy difícil, prácticamente imposible, tener la certeza de que tu cliente es culpable. Además, la defensa admite paletas distintas. Defender no se reduce a plantear la absolución del acusado, sino que existe una amplia gama de posibilidades y líneas de defensa consistentes en obtener una condena lo más ajustada posible, ora en vía contenciosa —celebrando el juicio—, ora en vía de consenso —negociando con la acusación—. En más de una ocasión, la labor del abogado defensor se reduce a la de “policía” del procedimiento, a velar por la salvaguarda de las garantías que sobre el papel asisten a su cliente, a asegurar un fair trial, en definitiva.

­­Eso nos lleva a otro de sus libros: La confesión precedida de la obtención inconstitucional de fuentes de prueba (Aranzadi) pone el dedo en la llaga sobre la forma de conseguir pruebas. Sherlock Holmes rebuscando en la basura ¿pasaría su filtro jurídico?

—Sin que sirva de precedente, y sé que algún buen amigo de la Fiscalía va a guardar esta respuesta como oro en paño, me decantaría por considerar que la basura es res nullius y que, por tanto, es utilizable como prueba. Sería una prueba válida. Esa búsqueda no vulnera ningún derecho fundamental. Ahora bien, si Sherlock entrara por la ventana del domicilio o interceptara correspondencia para recolectar pruebas mi respuesta sería tajante: no todo vale.

¿Nos definen nuestros peores actos? 

—No sé si nos definen, pero nos marcan y estigmatizan con más facilidad.

Ningún abogado gana todos los juicios, ¿verdad? 

"Es importante que el cliente valore que no ha acudido a mi despacho a hacerse una cirugía estética, sino en paro cardíaco para que le operen de urgencia"

—Depende de cómo interpretemos el verbo «ganar» en el proceso penal. En sentido laxo, se pueden ganar muchísimos juicios. En sentido estricto, el que nos ha impuesto Hollywood, desde luego que no se pueden ganar todos los juicios. En la abogacía, como en la vida, unas veces se gana y otras se pierde, y es importante que el cliente valore que no ha acudido a mi despacho a hacerse una cirugía estética, sino en paro cardíaco para que le operen de urgencia. En general, y aunque el resultado es crucial, mis clientes valoran los medios.

Es profesor en la Universidad. ¿Da más vértigo el alegato ante el juez o una clase ante un grupo de veinteañeros? 

—Las clases me divierten mucho, así que en ningún caso puedo sentir vértigo. Y ante el juez el vértigo desaparece cuando entonas el clásico “con su venia, Señoría”. Es cuestión de segundos.

¿Para qué le falta tiempo? 

—Para leer. Se me acumulan las lecturas en la mesita de noche.

¿Qué tiene pendiente? 

El espectador, de Ortega y Gasset; La fábrica de cretinos digitales, de Michel Desmurget; Costo, de Andros Lozano; y Antología de cuento clásico argentino, una obra que adquirí recientemente en el Ateneo de Buenos Aires.

Si no fuera abogado, ¿a qué le gustaría dedicarse? 

—Seguramente sería escritor. Y lo combinaría con crónicas gastronómicas.

No está en mal sitio entonces. ¿Qué le gustaría escribir? ¿Algo en mente o empezado ya? 

—(Ríe). Tengo muchas cosas en mente, pero nada no jurídico empezado. Me gustaría escribir relatos basados en las vivencias de varios de mis clientes, algunas de ellas conmigo, pero no necesariamente. Eso sí, todo convenientemente desfigurado. Paso parte de mi tiempo libre con algunos de ellos, personajes fascinantes de los que aprendo aciertos y errores, y ante todo disfruto de escuchar sus aventuras. Uno por el que siento especial debilidad, y que siempre leía mis escritos en los momentos más difíciles de su procedimiento, me ha propuesto escribir su biografía, y es algo que no descarto a medio plazo, pues no me cabe duda de que su vida amerita ser conocida por el público en general.

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María José Fuenteálamo

María José Fuenteálamo es periodista por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en Bruselas y Euronews (Francia). Es columnista de ABC y pone su voz en la radio. ¿Un lema? "Nunca se lee suficiente poesía".

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