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Isabel Allende: "Una mujer sola es muy vulnerable, juntas somos invencibles" - Zenda
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Isabel Allende: «Una mujer sola es muy vulnerable, juntas somos invencibles»

Si tienes nueve años, eres ciega, te han separado de tu madre y estás sola en un centro de detención en la frontera entre los Estados Unidos y México, solo tu imaginación te puede ofrecer una salida. Anita, una de las protagonistas de la última novela de Isabel Allende, El viento conoce mi nombre (Plaza...

Cuando el suelo que hay bajo nuestros pies se hunde, cuando las paredes se agrietan y el techo que todo lo sustenta se derrumba, necesitamos huir. Si tienes nueve años, eres ciega, te han separado de tu madre y estás sola en un centro de detención en la frontera entre los Estados Unidos y México, solo tu imaginación te puede ofrecer una salida a ese infierno. Anita, la niña protagonista de la última novela de Isabel Allende, El viento conoce mi nombre (Plaza & Janés), para salvar su vida necesita escapar y la única herramienta que tiene es su fantasía, con la que moldea un mundo mágico que solo existe en su cabeza, Azabahar.

Zenda ha asistido a una conferencia virtual, que ha contado con más de cien periodistas de diferentes países, durante la cual se ha presentado el último libro de la autora más leída en lengua española. Isabel Allende nos ha hablado de cristales rotos, de la necesidad de acabar con el patriarcado, de las 24.000 cartas que intercambió con su madre y de los fantasmas que la acompañan mientras escribe.

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ISABEL ALLENDE, LA GRAN HACEDORA DE PERSONAJES

De la cabeza de Isabel Allende han surgido personajes rotundos, de esos que acompañan al lector mucho tiempo después de haber leído la última página del libro. Miss Rose, Eliza Sommers, Aurora del Valle, Clara, Blanca, Alba… La lista es larga y está cuajada de mujeres poderosas. En El viento conoce mi nombre, dos personajes femeninos vuelven a articular el relato. El primero de ellos es Anita. Allende se identifica con esta niña: «Yo viví de chica en un mundo imaginario, que sucedía en el sótano de la casa de mi abuelo, un lugar al que se suponía que yo no debía entrar. Allí yo tenía mi propio universo: libros, velas para leer… Yo pensaba que mi abuela, que se había muerto hacía poco, me acompañaba en ese sitio. Por eso entiendo muy bien la mentalidad de Anita, pero es que además la he visto. Muchos de esos niños traumatizados en la frontera dejan de hablar, se sumergen en el silencio y crean su propio mundo, en el que se sienten más seguros«. La otra figura importante en este relato es Leticia, que está inspirada en una amiga de la autora: «Tomó con ella todos los días un capuchino. Ella me contó lo que vivió cuando escapó de El Salvador«. El trío de protagonistas se completa con Samuel Adler, con quien empieza y termina la obra. Un niño judío que huyó de la Viena ocupada por los nazis hacia Inglaterra, y que alcanzó la redención gracias a la música en los Estados Unidos. «Samuel acompaña la narración desde la primera página hasta la última. Él es la columna vertebral de esta obra», nos explica la novelista.

"Samuel es una víctima del holocausto cuando tiene cinco años, y ochenta más tarde conoce a una niña que está viviendo lo mismo que él sufrió"

Samuel, Anita y Leticia comparten el protagonismo del relato con una larga lista de secundarios, que, como ellos, se enfrentan al horror, primero en la Europa previa al estallido de la II Guerra Mundial y luego en la frontera norteamericana, donde los hijos son separados de sus padres con total impunidad. De entre todos esos personajes destaca Frank Angileri, un abogado que comienza a colaborar con una ONG que ayuda a los refugiados, atraído más por la posibilidad de seducir a una de las trabajadoras de esta organización, Selena, que por encontrar una solución a los problemas de los niños centroamericanos. Poco a poco irá cambiando su visión de la región, y de pensar que Centroamérica es un lugar idílico para ir a bucear —como comprobó al ir de vacaciones a Costa Rica— pasará a comprender la dura realidad a la que se enfrentan los habitantes del Triángulo Norte (Guatemala, El Salvador y Honduras).

PIES DESCALZOS PISANDO CRISTALES ROTOS

El viento conoce mi nombre arranca sus primeros capítulos en Viena, la capital de un país que acaba de ser anexionado por Hitler. Un país que aceptó su destino, e incluso lo celebró, y que asistió a una de las primeras grandes tragedias —la Noche de los Cristales Rotos— previas al comienzo de la II Guerra Mundial. Solo unos meses más tarde, los judíos de Austria, Polonia, Hungría y el resto de las naciones de Europa pasaron de tener un nombre a ser un número, tatuado en su piel. «Muchos niños judíos fueron separados de sus padres para salvarlos de los nazis en 1938. Es lo que se llamó el Kindertransport. Cuando empecé a escribir la novela me acordé de una obra de teatro que vi hace mucho tiempo, que contaba la historia de una niña judía que tuvo que dejar a su familia. Más del 90 % de esos niños no volvieron a ver a sus familiares, porque los exterminaron en los campos de concentración«, relata Isabel Allende. 

Pero este libro no va sobre el genocidio: «Ese hecho me sirvió para empezar el relato, pero esta obra no va sobre eso. Ese fue el pie de arranque, porque para mí era importante comparar lo que pasó con lo que ocurre hoy. Samuel es una víctima del holocausto cuando tiene cinco años, y ochenta más tarde se encuentra en una situación que le permite conocer a una niña que está viviendo lo mismo que él sufrió. Para mí era importante establecer esa idea de la repetición de la historia si no sabemos evitarlo«, comenta la autora de La casa de los espíritus.

En la novela la escritora narra con todo detalle otra jornada horrenda de la historia de la humanidad, la Masacre del Mazote, una matanza enmarcada en esa gran guerra contra los pobres que libró Estados Unidos en Sudamérica y en Centroamérica durante la Guerra Fría. Violaron a las muchachas, torturaron a los niños, los mataron a todos. No basta con que fueran pobres, había que asesinarlos por ello.

Los mismos cristales rotos, idéntico odio.

UNA FRONTERA DESHUMANIZADA

Mientras que todo lo que sucede con esa primera historia, la del holocausto, nos sigue provocando horror, el drama que están viviendo esas familias en la frontera de Estados Unidos y México no encuentra la misma repercusión. Quizás sea falta de información, o puede que el problema en realidad sea que preferimos no saber qué es lo que está pasando en esos centros de detención, igual que tampoco nos importa el drama de los refugiados sirios que llegan a la costa griega o el de los subsaharianos que se juegan la vida cruzando el Estrecho de Gibraltar hacinados en una lancha neumática.

"El clamor público acabó con esa política insostenible, pero se siguió haciendo de noche, a escondidas"

Hubo una mecha que encendió la escritura de este libro: «En el 2018 en los Estados Unidos hubo una política de Donald Trump que consistía en dividir a las familias que pedían asilo en el país. Miles de niños fueron separados de sus padres en la frontera. Algunos eran bebés, a los que estaban amamantando todavía, que se los arrancaron de los brazos a las madres. En ese momento apareció en la prensa un reportaje que mostraba niños llorando en jaulas que se encontraban en pésimas condiciones. El clamor público acabó con esa política insostenible, pero se siguió haciendo de noche, a escondidas. El resultado de aquello es que todavía tenemos mil niños que no han podido ser reubicados con sus familias. Eso fue lo que me motivó a escribir sobre esta tragedia. Tengo una fundación que trabaja en la frontera y me enteré de un caso muy dramático, que inspiró el personaje de Anita«, cuenta la escritora chilena.

Aunque Trump perdió las siguientes elecciones, el problema continúa: «En la frontera hay una crisis humanitaria. Es muy difícil explicar hasta qué punto es trágico lo que está ocurriendo en lugares como Laredo, por ejemplo, que está totalmente controlado por los narcos y las pandillas. Allí raptan a la gente. Para poder acercarte a la puerta de entrada a los Estados Unidos tienes que pagarles a estos criminales 500 dólares. Allí no hay agua, no hay letrinas. Las muchachas piden pañales porque no pueden salir a hacer pipí porque las violan o las matan. Esto está sucediendo a día de hoy, los gobiernos lo saben y no le ponen solución a esta situación«, afirma Allende. Lo más contradictorio de toda esta situación es que, al igual que ocurre en Europa, los Estados Unidos necesitan a los inmigrantes. La escritora chilena propone un cambio en la frontera: «Hay que humanizar el proceso. Hay que permitir a la gente que quiera venir a trabajar a los Estados Unidos que lo haga. En este país necesitan a los inmigrantes, porque su trabajo —en la industria de los pollos, en la agricultura, en el servicio doméstico…— no lo hacen los norteamericanos. Deberían tener, como ocurría antiguamente, un permiso para entrar a trabajar y volver a su país. Todos lo harían así. Nadie quiere dejar lo que le resulta familiar, lo que ama, lo que conoce. El otro punto importante es el de los refugiados, que existen por la violencia y la extrema pobreza que viven en su lugar de origen. No teníamos refugiados de Ucrania hasta que Rusia invadió su país. No había refugiados de Siria hasta la guerra civil de esta nación. No había refugiados de Centroamérica hasta que la situación en esta región se convirtió en una tragedia insostenible. Tampoco había refugiados venezolanos, todo lo contrario, Venezuela recibía inmigrantes, y ahora hay siete millones de venezolanos que han dejado su país. Hay que resolver las situaciones de origen. Necesitamos una solución global, que no es separar a la gente con una muralla«.

EL FIN DEL PATRIARCADO, EL FEMINISMO COMO SOLUCIÓN

Le preguntan a Isabel Allende cuándo el hombre dejará de ser un lobo para el hombre, la autora responde: «Cuando se termine el patriarcado. Ese es el objetivo final de la evolución a la que nos dirigimos. Tenemos que reemplazar el patriarcado por un sistema mucho más humano e inclusivo».

"Una nación que vive con el terror de que a la mujer la puedan asesinar con impunidad no puede progresar"

Llega mi turno. El moderador salva mi pregunta de un chat repleto de cuestiones. ¿Puede el feminismo ser la solución a los problemas de violencia que sufren esas niñas y mujeres antes de llegar a la frontera? Isabel contesta ilusionada: «Para allá vamos. Estamos haciendo todo lo posible por cambiar las cosas. Yo tengo ochenta años y durante mi trayectoria vital he visto cambios positivos. Cuando yo nací nadie hablaba de feminismo. Durante muchos años ser feminista era un insulto y ahora es parte de la sociedad. La paridad de género es algo totalmente aceptado por las generaciones jóvenes. Creo que vamos avanzando lentamente, pero lo estamos consiguiendo, aunque pasen sucesos como los que están ocurriendo en Afganistán. En unas pocas horas, mujeres que eran abogadas, médicos, profesoras tuvieron que recluirse en sus casas. Hay que estar siempre vigilantes. En los Estados Unidos ha habido también un gran retroceso en los derechos de las mujeres, como lo que ha sucedido con el aborto«.

Eduvigis Cordero, la abuela, dice al final del libro: «Esta es una guerra contra las mujeres. Nos violan, torturan y matan con toda impunidad. ¡Basta!». ¿Cómo es posible que nadie pague por estos crímenes? En El Salvador se han acostumbrado a que no haya culpables, a la ausencia de una investigación, a que no se pueda cerrar el duelo. La autora de Hija de la fortuna intenta buscar una explicación a esta impunidad: «El feminicidio queda impune. Las mujeres tenemos que unirnos para defendernos. Una mujer sola es muy vulnerable, juntas somos invencibles. Parte del movimiento feminista, y de lo que debería ser la política de cualquier país, debería estar enfocado a la protección de las mujeres y de las niñas. Una mujer que vive con miedo está frita, no puede hacer nada. Una nación que vive con el terror de que a la mujer la puedan asesinar con impunidad no puede progresar. Los países más atrasados del mundo son aquellos en los que las mujeres están en una mala situación. Vuelvo a poner el ejemplo de Afganistán«.

CORAJE Y BONDAD

A Isabel Allende algunos escritores de su país la criticaron por vender muchos libros. Uno de ellos llegó a decir que ella no era una escritora, sino una escribidora. Les enfadaba que alguien que llenaba los escaparates de las librerías de todo el mundo con sus novelas pudiese recibir el Premio Nacional, que llegase a ser nominada al Premio Nobel. La «chaquetearon», una expresión que significa «desprestigiar a alguien con malas artes, para evitar que destaque o sobresalga en una situación o actividad». Según nos cuenta la escritora sudamericana: «En mi país chaquetean a todo el mundo, solo se libran los futbolistas«.

"Esta es una historia trágica, pero que no renuncia a la esperanza, a que el coraje y la bondad se impongan"

El viento conoce mi nombre es una de las mejores novelas de Isabel Allende, si no la mejor, un texto necesario para conocer, e intentar comprender, una situación terrible que procuramos evitar para no sentirnos mal. Su doble trama tejida de forma brillante, el viaje hacia la redención que realiza Samuel Adler, que une el horror nazi con el dolor provocado por Donald Trump —amplificado por nuestra indiferencia— en la frontera norteamericana, y la galería de magníficos personajes secundarios convierten en este libro en un completo y hermoso relato sobre el desarraigo y también sobre la solidaridad.

Esta es una historia trágica, pero que no renuncia a la esperanza, a que el coraje y la bondad se impongan. Isabel Allende describe el drama que viven los refugiados en la frontera, sobre todo las mujeres, pero lo hace convencida de que hay una esperanza. Debemos entender El viento conoce mi nombre como una invitación a la empatía, como un primer paso para abolir antiguas estructuras y crear unas nuevas donde no haya niñas separadas de sus madres, en el cual un mundo imaginario como Azabahar sea solo una fantasía y no un hogar.

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Miguel Ángel Santamarina

Nací en Burgos, y ahora vivo bajo las palmeras de Almuñécar. Estoy prisionero en Zenda desde sus comienzos. No me canso de darle a la tecla. En breve, publico un libro de historia, mientras le sigo dando vueltas a mi primera novela.

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